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jueves, 13 de octubre de 2011

5107.- SILVIA UGIDOS


SILVIA UGIDOS (Oviedo, 1972) es autora del cuaderno Poemas (1995) y
del libro Las pruebas del delito (Dvd,1997); sus últimos poemas
han aparecido en el volumen colectivo Fábula de fuentes (2006).
Ha publicado, asimismo, 66 cigarres y una formiga (2000) y Mio padre
ye ama de casa, ¿y qué? (2000), ambas en lengua asturiana.
Ha colaborado en publicaciones como Clarín o Reloj de arena, y,
como columnista, en periódicos como Les Noticies y La Voz de Asturias.
Ha sido incluida en antologías como Selección nacional (1995),
La generación del 99 (1999) y Efectos secundarios (2004).





DOMINGOS

Desde siempre me persigue:
al principio, de niña,
venían disfrazados con las ropas solemnes
y los zapatos nuevos, camino de misa.
El domingo estorbaba para pisar los charcos,
para subir a un árbol, para sorber la sopa.
Era como un inoportuno visitante
al que enseñar de pronto
que se comprenden los códigos
que más tarde vendrían:
el gracias, por favor, siéntate recta,
estate calladita, no estropees las medias,
no te muerdas las uñas, saluda a la visita.
Había un enorme reloj en el salón
con un tictac tedioso, las horas no avanzaban,
las horas se morían de puro aburrimiento
mientras la vida
esperaba en los charcos o en lo alto de un árbol
a que pasara el día.








Posible autorretrato

Yo siempre quise ser una mujer de bien,
ser alguien de provecho, valiente, emprendedora,
mesurada en las fobias, estable en los afectos,
brillante en los estudios, por poner un ejemplo.

Yo siempre quise ser una mujer de bien
y tenerlos a todos felices y contentos,
a mis padres y amigos, a Fulano y Mengano,
a Diestro y a Siniestro…

Pero hay alguien en mí que todo lo estropea,
que tuerce los caminos, equivoca las cosas,
desbarata mis planes, incumple mis promesas.
Alguien que pisa antes que yo sobre mis huellas.

En fin, visto lo visto, ya lo dicen mis padres:
“a este paso, hija mía, no llegarás a nada”.
Está bien, os lo debo, lo siento, lo confieso:
aludiendo a un anuncio, no soy como Farala.

Soñadora, insegura, mitómana, algo vaga,
con vocación de hormiga y verano de cigarra,
contradictoria y harta de conciliar extremos
en mi defensa alego

que siempre quise ser una mujer de bien
pero que en su defecto
soy, en el buen sentido de la palabra, mala.








Trazado urbanístico

Como cualquier ciudad
nosotros también escondemos
turbios itinerarios, edificios ruinosos,
oscuras callejuelas de rencor o deseo,
arrabales de miedo o parques para el amor,
rincones en penumbra donde ocultar secretos,
plazas que nunca visitamos
y aburridos museos donde exponer recuerdos
que a nadie le interesan.
A nosotros
también nos habitan ciudadanos terribles:
funcionarios del tedio,
mensajeros en moto llevándose muy lejos
el paquetito —primoroso y con lazo—
de los remordimientos.
Viajeros que nos cruzan
con sus maletas camino de otros cuerpos
y sobre todo
transeúntes ajenos a nuestra propia voluntad,
incívicos y tercos;
tienen nombres ridículos
como los sentimientos amor, rencor o miedo
y especulan —como vulgares comerciantes—
con el precio
por metro cuadrado de nuestro corazón.








Desván

El desván infantil donde sestea el tiempo
antiguo y polvoriento de todos los veranos
y la luz, ese enigma, que se posa despacio
entre objetos y libros, fotos de antepasados
espiando mis juegos
con las rígidas ropas de los recién casados.
Y en un rincón manzanas, pequeñas, perfumadas,
aquel baúl sin llave, misterioso y cerrado,
símbolo de los años que yo aún no conocía,
que estaban por llegar, que ahora son pasado.
Baúl adolescente que abrimos una tarde
fascinados, con miedo, silenciosos, solemnes,
tomados de la mano,
compartiendo los besos de una infancia borrosa
que de pronto nos deja y se aleja y se pierde.
He venido de nuevo a revolverlo todo,
a buscar entre fotos y naftalina y libros
yo no sé qué memoria que guardo de mí misma.
He venido otra vez, como antes, por juego,
esperando encontrar dormido en el desván
un verso elemental, una trampa, algún cepo
donde el tiempo al pasar se pillara los dedos.









Oración

Que la arena no me arañe más la planta de los pies
ni la sed asperece mi garganta por más tiempo.
Haz dios de la piedra nacer agua para mi corazón.
Porque quiero descansar a la orilla del tiempo
en un camino verde que soñé cuando niña.
Haz dios de la piedra
brotar el fruto que nos duerme silenciosamente.
He venido a ofrecer bajo el sol poderoso
este arco y las flechas.
Pero que la arena no me arañe más
la planta de los pies, la garganta, el corazón reseco.
Haz dios de la piedra
que una palabra mía acaricie como lluvia
el cuerpo derramado de mi amante
que se llevó hace meses la pantera que todo lo devora.
Quiero abrazar sus huesos lamidos por las hienas
antes de que la noche me ciegue inútilmente.
Haz que este vuelo de aves negras se detenga un instante
para que pueda anunciar una vez última un nombre, solo un nombre.
No con esta áspera lengua.
Con los labios adornados de agua dulce o sangre propia.






Circe esgrime un argumento

Si regresas, Ulises,
encontrarás allí en Ítaca una mujer cobarde:
Penélope ojerosa
que afanosa y sin saberlo
le teje y le desteje una mortaja
al amor. Ella pretende
aferrarse y aferraros a lo eterno.
Si regresas
hacia un destino más infame aún
que éste que yo te ofrezco
avanzas si vuelves a su encuentro.
Más enemigo del amor y de la vida
que mis venenos
es vuestro matrimonio, vil encierro.

Quédate, Ulises: sé un cerdo.


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