Teodoro Santana, Las Palmas de Gran Canaria, 1957
Teodoro Santana, una de las voces más relevantes y comprometidas de la poesía canaria, ha venido publicando sus artículos e interviniendo como comentarista en los medios de comunicación del Archipiélago desde 1976. Sus poemas y relatos han sido incluidos en numerosas antologías nacionales e internacionales, habiendo sido traducidos a inglés, francés, italiano y japonés. Ha publicado los libros Si me preguntas de dónde vengo, Un buen día para morir y otros poemas funerarios, Exopiélago, Manual de la Alegría y Noticias del Frente.
Ha ganado el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria 2009 con su libro Diario íntimo de una bomba a punto de estallar.
UN BUEN DÍA PARA MORIR
Hoy es un buen día para morir.
El mundo está en armonía,
el sol entibia la tierra.
Una brisa cálida
acompaña mis visiones.
Un buen día para morir.
El universo ha sido amable
conmigo.
Es hora de restablecer el equilibrio.
Es un buen día para morir.
Treinta generaciones me anteceden,
y a cada una presento mis respetos.
He vivido con ánimo indomable:
a nadie cedo mi lugar.
Juegan los niños.
Se ha hecho lo que debía hacerse.
Hoy es un buen día para morir
o para seguir peleando.
CRÓNICAS A MEDIANOCHE
I
Sacó el pie desnudo
y óseo
del ataúd.
Como una cuchilla
el brillo
de la noche.
Entonces los zapatos;
los cordones
demasiado largos
y la horma
demasiado ancha.
Como un brillo
la cuchilla.
Puso los zapatos
en la caja.
Su chaqueta
de los domingos
desgarrada por el viento
en jirones.
Echó a andar.
II
Su cráneo era amarillento,
disparatado.
Con una pluma de palillero
y tinta
de azul
negro
alguien había
trazado
complicados
jeroglíficos,
oscuras rapsodias
en manchas de verde
y un adolescente
desnudo.
En los huecos de los ojos
asomaba
la mirada estúpida de los gusanos.
III
Pútrido,
un cadáver.
El difunto
se enfadó
cuando lo amortajaban:
no quería irse
al otro mundo.
Tenía sus razones.
Al llegar al paraíso
lo asesinaron.
IV
Lo mataron
como a un viejo elefante
–valioso por sus colmillos–
que luego
es devorado
por las hormigas.
Las hormigas, al morir,
se petrifican.
Las piedras
no mueren.
V
1.
Cuando mueres
–te mueres –
si has sido buen creyente
vas al paraíso.
Allí,
bajo dos metros de tierra,
te comen los bichos.
2.
Cuando te mueres
–mueres–
vas al cielo con Marduk, Baal, Osiris, Brahma, Zeus, Yaveh, Alá
—cualesquiera dioses que te reclamen—.
Después
Ellos
salen de su agujero,
se arrastran sobre sus vientres
y te devoran.
VI
Desde hace miles de años
los dioses
–habitantes de las estrellas–
nos devoran.
En el firmamento
hay millones de estrellas.
Conviene no contarlas
– decían –
porque te salen verrugas.
Dioses:
verrugas.
VII
Purulentos,
se empiezan a descomponer
por el vientre.
Después se le vacían
los ojos
y les comen
los labios.
No nos besemos entonces:
ya no seremos
nosotros
—sólo sombras—.
VIII
No seré yo.
Alguna vez quise
que me quemaran entonces.
Mejor es, desde luego,
que otros paladeen fotones
con mis ojos,
o se inunden de transparencia
con mis riñones,
o palpiten en alas con mi corazón.
No son de mi propiedad,
después de todo.
Los heredé de la tierra:
a la tierra vuelven.
IX
1.
(Observación:
los gusanos
de cementerio
son los mejores
para pescar).
Tierra a la tierra,
polvo de estrellas
a las estrellas.
IX
2.
La mejor viña
–el mejor vino–
se da en la tierra
que rodea el camposanto.
Polvo al polvo,
tierra al vino.
Bebo a la salud
de los que vivieron.
X
Bebió a la salud de todos
y después
se rascó la seca
columna vertebral,
sacó los zapatos
del ataúd
y decidió
volver
a acostarse.
La hora
había llegado.
RENACIMIENTO
(JÂTAKA)
1.
Las hojas caídas
no vuelven a las ramas:
son tierra, humus.
2.
No es el frío lo que trae el invierno,
no son cuchillos
las ráfagas de viento.
3.
Sueño en crisantemos
que flotan sobre las olas,
el mar enrojecido por el crepúsculo.
4.
Siguen en pie las montañas.
Indiferentes a las nubes
y al poeta.
5.
Cae la noche.
Bajo el cielo, las estrellas
huéspedes de mi ataúd.
6.
Me deslizo
en tu vientre
como una sombra.
7.
Vacío
—Te espero—
Vienes.
"En mis oraciones", de Teodoro Santana (España, 1957)
No sabes quién soy.
En la misma calle en que vives,
en la misma ciudad
-acaso en el mismo planeta-
escribo tu vida en un cuaderno.
Mientras duermes
o te desvelas al paso
del camión de la basura,
ardo con tus asuntos
en el altar del insomnio.
No tengo soluciones que darte,
ni amigos influyentes,
ni dinero, ni regalos.
Y sin embargo
hablo del brillo de tus ojos.
Aunque no sé quién eres,
y aunque no sabes quién soy.
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