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domingo, 16 de octubre de 2011

5135.- JAVIER CEVALLOS


Javier Cevallos Perugachi (Quito, Ecuador 1976) Ha publicado La ciudad que se devoró a sí misma (2001) y C (2006). Consta en la antología de poesía joven ecuatoriana Ciudad en verso (2002). Consta en las memorias del I Festival de Poesía Joven Hugo Mayo (2005).


El mundo encerrado tras una ventanilla: 16A, 3F, 8D, 24C; diferentes lugares archivados en la memoria, como en una ficha mnemotécnica. Es posible que la muerte sea algo similar. El mundo emburbujado que corre hacia atrás y se detiene abruptamente. El avión toma impulso, las aleaciones traquetean, presas de un furor inconcebible. Se intuye un motor (omnipotente, omnipresente) consumiéndolo todo con un ardor genésico, un soplo divino. El aparato se congestiona en un espasmo delirante.

Yo permanezco sentado, aferrado a las entrañas del monstruo en gestación; me atenazo a él, mientras corre furibundo, en estampida.

Lo onírico del vuelo: el sexo reprimido que se libera.

Después de soltar las amarras, solo resta abandonarse al sopor.




Terminal 12 y adioses en espera:
el mundo se asoma a mi ventanilla.




¿y si el viaje no debiera terminar?
esa luz azulada que se prende y se apaga
transmite, en un código desconocido,
secretos a mi alma.



nadie me espera.




¿y si todos los puertos fueran embarcaderos,
en continua despedida?
la vida no se detiene por el pasajero rezagado.






Museo del Prado
Velásquez, Goya, Picasso
Las Meninas
Museo del Jamón (un restaurante)
Paella vegetariana
frío
nieve
mañana Toledo
13 horas en el avión
tsunami mata 150.000 personas
te amo







DUBROVNIK

La pequeña sinagoga permanece desierta. Limpia y sórdida. El olvido corroe las viejas piedras: nada que merezca ser contemplado. Sin embargo, atravesando la puerta, recorriendo las calles angostas, más allá de las murallas y los muertos y el rencor que corre desbocado por entre las almenas, debajo de los toldos; el odio que se precipita por la costa escarpada... más allá, solo el mar.

El Adriático no miente.







Sarajevo,
el ofertorio en ladino
que la lápida recoge.

Quito,
la vieja menhorá
aún retiene agonizantes pavesas.






Del otro lado de los ventanales
los operarios se deslizan como insectos furiosos

equipajes con destinatario
boeings con itinerario
todos saben adónde ir

excepto yo








Los destinos se van borroneando,
se deshacen ante los ojos.
El mundo se abandona en huellas
que el viajero atesora.







Ahora,
gota insistente sobre el abrevadero;
el instante de cambio
en el tablero de salidas.
Hemos arribado con minutos de tardanza,
siempre lo hicimos.








Pido perdón, a lo lejos,
vocifero desde un aeropuerto a otro.

Ciudadano del mundo
entre las oficinas de inmigración
y el pasillo aeroportuario.







Terminal
punto focal del dolor
casa de nadie
siempre aquí
nunca hogar
la asepsia no implica peace of mind









El belén

En mi pequeño
íntimo altar
he puesto dos velas:

la primera
en recuerdo del cariño que te tuve

y la otra
para acompañar tu cadáver perfumado.









Ofelia

En mi ausencia cifro la venganza.

Mientras me abandono a la corriente
se llora en los pasillos y arcadas.

Mi lengua, amordazada en nenúfares
y mi boca, sellada por el lodo,
van dejando un rastro en las orillas.

Soy el cuerpo que ha sido desechado,
la forma amada que se desvanece,
el nombre que no será nombrado.

Es mi llanto el que acrecienta el caudal:
se pierde más en el infortunio que en la muerte.

Decido que he amado

Asumo para mí
la locura del viajero:
conozco el puerto
mas ignoro el itinerario.

La venganza se repliega en la mano.

El caballo bravío
y el liquen espumante.

El gesto excede al limo.
Bajo el pantano, el placer del exceso,
el efluvio delirante de la putrefacción.

Me confundo con los gritos,
borro las huellas que dejé atrás,
me sumerjo en el lodazal.

Cómplice

La mirada se hace necesaria
empapando el vestido.

Estoy aquí porque así lo quise;
mi rostro, mis pechos serán bellos
en tanto las rocas no los golpeen.

Los ojos se deleitan en mi piel moribunda,
cada tarde mutilada,
cada miembro desatado,
piedra a piedra,
olvido y ausencia,
sueño del abandono.

¿Quién abandona al otro?
¿Yo, empapada de venganza,
una con el lecho del río?
¿Tú, cuya prisión es nostalgia
y tu condena, el olvido?

El cauce bebe mi abandono.

Arrastro los secretos de la hiedra,
el susurro del pedernal sonoro,
el agua que conquistará la piedra
y las marcas en el árbol absorto.

Tras de mí, la agonía aumenta,
el solitario se sabe más solo.

La venganza ha sido consumada.

Ha tomado forma
en silencio escindido
y conjetura dolorosa.

Se establece la sospecha:
el sexo se encabrita apasionado.

En los labios, la mentira,
la división y el miedo.
Habito el infierno construido,
anhelado,
el borde del gemido y la piel.

Llevo el cuerpo coronado de espinas:
delirio de acero,
deseo cercado por la indiferencia.
Encierro al dolor,
lo doblego como a ganado nuevo,
permito
tan sólo
que contemple las orillas

lejanas

inalcanzables.

Bajo la lengua guardo el rescoldo,
aquello que, alguna vez, incendió las palabras.

Cuando sea una con el silencio,
iré de regreso al hogar.









Mamacuchara

Desde
el
fondo
de
esta
calle
te
ves
tan
pequeña
que me provoca
aplastarte con la punta
de mi dedo
pulgar








El cafecito

G.

¿Ves aquel pajarito
parado en mi árbol de capulí?

...pues está muerto

yo lo maté:

lo dividí en dos partes
le arranqué sus vísceras
y lo rellené de algodón

lo hice
porque siempre quise tener
un pajarito
parado en mi árbol de capulí.

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