Alicia Salinas es poetisa y periodista. Nació en 1976 en Rosario, provincia de Santa Fe (Argentina). Es Licenciada en Comunicación Social. Colabora con el diario "El Ciudadano & la Región" y con la revista "Rosario Express". Como investigadora periodística publicó "Crisis social, medios y violencia. A 10 años de los saqueos en Rosario", editado por el Centro de Estudios de Historia Obrera. Integra las antologías: "Los que siguen" y "Dodecaedro de poetas". Es una poesía nutrida de realidad, reñida con el pintoresquismo; sin concesiones al verso prefabricado y a la falsa idealización. Publicó el libro de poemas: “La sumergida”.
Publicaciones
GALLINA CIEGA (Poesía) Ed. Ciudad Gótica. Rosario, Argentina. 2009
LA SUMERGIDA. (Poesía) Ed. Los Lanzallamas. Rosario, Argentina. 2003
CRISIS SOCIAL, MEDIOS y VIOLENCIA: A diez años de los saqueos en Rosario. (Crónica Periodística) AAVV, Ed. Centro de Estudios de Historia Obrera y otros. Rosario, Argentina. 1999
Figura en las antologías
SEGUNDA SELECCIÓN DE POETAS ARGENTINOS, Asociación de Poetas Argentinos (APOA). Buenos Aires, 2009
POETAS DEL TERCER MUNDO, Editorial Ciudad Gótica, Rosario, 2008
DIECINUEVE DE FONDO (Poesía). Gatogrillé Ediciones. Rosario, 2008
LAS 40. Poetas santafesinas 1922 – 1981. Ed. Ministerio de Innovación y Cultura y Universidad Nacional del Litoral. Santa Fe, Argentina. 2008
PULPA. (Poesía) Gatogrillé Ediciones. Rosario, Argentina. 2006
DODECAEDRO. (Poesía) Ed. del Concejo Deliberante de la Municipalidad de Rosario. Argentina. 2004
LOS QUE SIGUEN. Veintiún Poetas Rosarinos. Ed. Los Lanzallamas. Rosario, 2002
Zócalo
En esta plaza ancha, el viento
entrevera bífidas lenguas
con los pasos apurados de la gente.
Se expresa el revés de las épocas,
la consigna titánica de la vida: agua
sobre la piedra.
El tiempo dicta.
Desde el principio
un hombre sabio al que llaman primitivo
inventa los nombres de las cosas
entre los astros y la tierra.
Rueda la fuente.
En el rumor de los cántaros,
la sangre.
Huellas de los ancestros
en campos de lavanda
de una isla del Adriático.
Otros pican piedras
bajo el techo de los Alpes,
hábiles, rubios. Más allá,
el secano. Campesinos
color aceituna
junto a antiguos olivos.
Hoy, en esta plaza
todos bullen y conversan.
Algo que es mucho
se vuelca y aquilata. Frío
golpea en las paredes,
en todo poro, entre los duros
aguijones que en cada uno se clavan.
De un modo infinito aprendo
el color de las civilizaciones, la ley
del deseo, la libertad en llamas. Sé
del dolor y sus formas, de los poemas
perfectos, del poder como un ácido
que transforma y sepulta.
En esta plaza
donde todos vocean y caminan
callo lejos del bullicio.
Mi pequeño silencio
hace escalar las hiedras de los muros.
Plaza de pueblo
Por un camino que baja
creo subir.
No llego así nunca
al lugar que debía.
Pregunto: ¿debo?
Ahora cruzo esta plaza
donde los viejos discuten
y juegan al dominó
sobre mesas de concreto.
Un aire dice lo que no quiero.
El mapa se perdió, faltan
señales.
Alguien me toma de la mano
y no pregunto nada.
Los viejos mueven sus fichas,
piensan: “Qué muchacha alegre.
¿Dónde irá?”.
Rambla
Del puerto parte el barco en lo que dura un cigarro
en apagarse. Busca la noche faros
para que el horizonte vista de camino. Río
inmenso cobija brisas dulces, plata
en el oleaje lejos.
Pide el susurro un poema como si fuera fácil
descubrir el alma sin aviso. Igual
carne viva en el silencio de este instante
que no vuelve. Patria,
donde el amor afinca y se queda.
Brota espuma del golpe en las piedras y espero
donde esa patria aguarda sumergida pero no quieta
en las vetas que refulgen, fija al viento.
Pero el viento pasa
y pasa.
La ciudad ajena
I
Volveré a este lugar. Atardece,
la ciudad se detiene
en verjas con jirones de un alegre vestido.
A estas flameantes banderas me debo,
volveré cuando necesite
desbrozar el pasado. ¿Dónde
será oportuno?
Balcones de preguntas olvidadas,
terrazas místicas, blondos
edificios, niños de fieltro
que fuman pesadillas acurrucados
lejos de mis estandartes.
O en mi propia ventura,
donde el tiempo tatuó su elegía.
Volveré a la ciudad, ya mía.
Llena y rebalsa,
desde adentro.
II
La ciudad se sucede. La construyo.
Ancha avenida, sueño
de hombres “probos”
que inventaron el país
con un ojo en Francia
y un pie sobre los criollos.
Tantos ruidos del tiempo acusan
un mundo ajeno. Vengo del llano,
cerca del agua y de los campos
amarillos.
La ciudad. Secuencias, pasadizos
y rincones fuera de toda sospecha.
Escondida la sombra, pide la luz
permiso. La ciudad sucede
en la trampa del amor
por nuestras manos urdida.
Jardines de Palermo, ferias de Pompeya,
peatonales donde los antihéroes de Arlt
aún viven. Construyo
archivos de la historia
que me sigue y encuentra.
La patria es el lugar
donde hemos sido felices.
Pronunciamiento
Honduras de América,
miro
y me duele la memoria.
Por eso, urgente y apurada,
pronuncio una palabra: no.
No al abuso, bota
que prevalece enhiesta
sobre la mejilla de nuestros países.
No a las piras
donde arden por la fuerza sueños,
logros y fracasos de la paz. Niego
la prepotencia de esta pesadilla.
Cómo pudiera un poeta
detener el tiempo de la guerra
y de la peste, las noches
elegidas por las bestias
para usurpar los caminos de la patria.
Apenas el poema suma, alerta,
desafía. Modesto verso,
aliento o piedra donde se construye
fe para los dignos. Voz
que restituye el hilado
de un común destino.
América,
cuando te miro honda
regurgito
palabras para impugnar la indeferencia
y el olvido.
Reencuentro
Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí.
César Vallejo
Por dónde el Tiempo que no me daba por vencida,
el próximo paso y el mejor día. Luz, arco
donde ansiaba mecerme.
Exhuma las crisálidas este regreso,
en su reverso los demás también añoran.
Alguien apoya las yemas en un cristal
y deja huellas. Otros llaman por mi nombre.
Nuevo deseo: profanar la lápida
que sobre ellos puse. Cómo hilvano
las causas perdidas sin nostalgia
y las cargo otra vez en mis costales.
Dónde, ahora, lo poquísimo, lo simple.
Aquella costanera del verano, pies en el río,
estrellas tras la isla. Mucho faltaba,
menos el hábito de ser infelices.
Noticias de Rosario
¿Has visto el viento cuando se arremolina
entre dos torres
en lo poco que queda de vereda ancha?
Quienes aman las cosas inútiles
atienden el juego de esa rueda,
todo se lleva en su camino. Hojas
pequeñas arrastra, sedimentos,
papeles minúsculos, ya sucios,
en los que podría haberse escrito
un poema perfecto. Residuos
de lo que fuimos se come esta boa
al recostar su osamenta invisible
sobre las grises lajas de la calle.
Tales cosas suceden últimamente
en Rosario. El aire lava espacios,
huellas y cáscaras
de lo que vamos dejando de ser.
Para la mayoría absorta,
un espectáculo desapercibido.
Quiero advertirte: estas calesitas
donde nadie saca la sortija
un día pueden enredarnos
en su movimiento artero y a la vez
vívido.
Hermano, hoy he visto girar los remolinos.
Algo decían esos vuelcos
de lo que se fue,
no de lo que ya sabemos que se ha ido.
Saludos desde el llano, a la espera
de la lluvia.
Observaciones
I
El barrio por el que camino no tiene cordones:
veredas que al asfalto sutura
una concavidad de la tierra.
El agua se estanca y revela
nauseabunda
desde la mínima profundidad de la zanja.
Pero al cruzar la esquina
por un precario puente
siento que podría caer en el abismo.
Quién me rescata de este paisaje ajeno,
de la impotencia que produce la pobreza
a quien la observa de cerca.
Iguales mis ojos negros a los de la vecina
que en la puerta de su casa espera,
no la mirada.
Punzo todo objeto vivo e inanimado
con los prejuicios de mi clase,
hasta las moscas que en mi patio pululan
cada tarde, parecen distintas
sobre las canaletas de estas cuadras lejanas.
Les temo.
Ante los insectos persecutorios quiero
llorar, pero imposible entre estas gentes
para quienes la resistencia es costumbre.
Hablaré en su nombre en las sobremesas,
en los confortables bares del centro
donde se discuten nuevas ideas.
Los amigos me admirarán por la fuerza
con la que anhelo cambiar
el mundo.
II
Por un pasillo blanco, blanquecino
camina de noche un viejo, al final
hay luz. Veo
el cuadro desde afuera,
desde la calle,
en un instante mientras paso
sin apuro. Vengo
de hacer cosas inútiles:
corazón y cerebro se permiten
descubrir la ciudad en sus pequeños
gestos, hilos descosidos del tiempo
en que fuimos jóvenes
flaneurs, cuando quisimos
cambiar algo
del paisaje y de nosotros mismos.
Por un pasillo sobre el que se erige
un edificio, camina
un hombre cansado. No repara
en mí, en cambio aquí estoy
atenta para observar su marcha.
Hoy la ciudad se abre a mis sentidos,
no sólo en la magnificencia de sus cúpulas
ni en lo terrible de sus niños descalzos
sino en el cansino paso de un viejo
que podría ser mi padre
yéndose.
Yéndose.
Pateo la hojarasca que dejan
a veces las pasiones.
He aprendido a callar
pero mi silencio no es
olvido.
Tarde de mayo
En el paisaje gris de las terrazas,
la estrella federal.
Regalo rojo y generoso de la fría
tarde, despunta
desde el patio contiguo.
¿Habrá pensado el vecino este cuadro
al plantar la semilla que fue tallo enjuto
primero, luego arbusto y ahora
enormes ramas que se elevan rectas
con sus puntas granates sobre el muro
para que una mujer sola detrás de un vidrio
crea en la voluntad del color y de la vida?
Breve lección: a veces una estrella
alumbra la soledad de lo oscuro. Basta
saber que existe sin tenerla
para adoptar con fe
el próximo destino.
http://www.terraustral.com.ar/index.php?pagina=salinas
SEGUNDA SELECCIÓN DE POETAS ARGENTINOS, Asociación de Poetas Argentinos (APOA). Buenos Aires, 2009
POETAS DEL TERCER MUNDO, Editorial Ciudad Gótica, Rosario, 2008
DIECINUEVE DE FONDO (Poesía). Gatogrillé Ediciones. Rosario, 2008
LAS 40. Poetas santafesinas 1922 – 1981. Ed. Ministerio de Innovación y Cultura y Universidad Nacional del Litoral. Santa Fe, Argentina. 2008
PULPA. (Poesía) Gatogrillé Ediciones. Rosario, Argentina. 2006
DODECAEDRO. (Poesía) Ed. del Concejo Deliberante de la Municipalidad de Rosario. Argentina. 2004
LOS QUE SIGUEN. Veintiún Poetas Rosarinos. Ed. Los Lanzallamas. Rosario, 2002
Zócalo
En esta plaza ancha, el viento
entrevera bífidas lenguas
con los pasos apurados de la gente.
Se expresa el revés de las épocas,
la consigna titánica de la vida: agua
sobre la piedra.
El tiempo dicta.
Desde el principio
un hombre sabio al que llaman primitivo
inventa los nombres de las cosas
entre los astros y la tierra.
Rueda la fuente.
En el rumor de los cántaros,
la sangre.
Huellas de los ancestros
en campos de lavanda
de una isla del Adriático.
Otros pican piedras
bajo el techo de los Alpes,
hábiles, rubios. Más allá,
el secano. Campesinos
color aceituna
junto a antiguos olivos.
Hoy, en esta plaza
todos bullen y conversan.
Algo que es mucho
se vuelca y aquilata. Frío
golpea en las paredes,
en todo poro, entre los duros
aguijones que en cada uno se clavan.
De un modo infinito aprendo
el color de las civilizaciones, la ley
del deseo, la libertad en llamas. Sé
del dolor y sus formas, de los poemas
perfectos, del poder como un ácido
que transforma y sepulta.
En esta plaza
donde todos vocean y caminan
callo lejos del bullicio.
Mi pequeño silencio
hace escalar las hiedras de los muros.
Plaza de pueblo
Por un camino que baja
creo subir.
No llego así nunca
al lugar que debía.
Pregunto: ¿debo?
Ahora cruzo esta plaza
donde los viejos discuten
y juegan al dominó
sobre mesas de concreto.
Un aire dice lo que no quiero.
El mapa se perdió, faltan
señales.
Alguien me toma de la mano
y no pregunto nada.
Los viejos mueven sus fichas,
piensan: “Qué muchacha alegre.
¿Dónde irá?”.
Rambla
Del puerto parte el barco en lo que dura un cigarro
en apagarse. Busca la noche faros
para que el horizonte vista de camino. Río
inmenso cobija brisas dulces, plata
en el oleaje lejos.
Pide el susurro un poema como si fuera fácil
descubrir el alma sin aviso. Igual
carne viva en el silencio de este instante
que no vuelve. Patria,
donde el amor afinca y se queda.
Brota espuma del golpe en las piedras y espero
donde esa patria aguarda sumergida pero no quieta
en las vetas que refulgen, fija al viento.
Pero el viento pasa
y pasa.
La ciudad ajena
I
Volveré a este lugar. Atardece,
la ciudad se detiene
en verjas con jirones de un alegre vestido.
A estas flameantes banderas me debo,
volveré cuando necesite
desbrozar el pasado. ¿Dónde
será oportuno?
Balcones de preguntas olvidadas,
terrazas místicas, blondos
edificios, niños de fieltro
que fuman pesadillas acurrucados
lejos de mis estandartes.
O en mi propia ventura,
donde el tiempo tatuó su elegía.
Volveré a la ciudad, ya mía.
Llena y rebalsa,
desde adentro.
II
La ciudad se sucede. La construyo.
Ancha avenida, sueño
de hombres “probos”
que inventaron el país
con un ojo en Francia
y un pie sobre los criollos.
Tantos ruidos del tiempo acusan
un mundo ajeno. Vengo del llano,
cerca del agua y de los campos
amarillos.
La ciudad. Secuencias, pasadizos
y rincones fuera de toda sospecha.
Escondida la sombra, pide la luz
permiso. La ciudad sucede
en la trampa del amor
por nuestras manos urdida.
Jardines de Palermo, ferias de Pompeya,
peatonales donde los antihéroes de Arlt
aún viven. Construyo
archivos de la historia
que me sigue y encuentra.
La patria es el lugar
donde hemos sido felices.
Pronunciamiento
Honduras de América,
miro
y me duele la memoria.
Por eso, urgente y apurada,
pronuncio una palabra: no.
No al abuso, bota
que prevalece enhiesta
sobre la mejilla de nuestros países.
No a las piras
donde arden por la fuerza sueños,
logros y fracasos de la paz. Niego
la prepotencia de esta pesadilla.
Cómo pudiera un poeta
detener el tiempo de la guerra
y de la peste, las noches
elegidas por las bestias
para usurpar los caminos de la patria.
Apenas el poema suma, alerta,
desafía. Modesto verso,
aliento o piedra donde se construye
fe para los dignos. Voz
que restituye el hilado
de un común destino.
América,
cuando te miro honda
regurgito
palabras para impugnar la indeferencia
y el olvido.
Reencuentro
Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí.
César Vallejo
Por dónde el Tiempo que no me daba por vencida,
el próximo paso y el mejor día. Luz, arco
donde ansiaba mecerme.
Exhuma las crisálidas este regreso,
en su reverso los demás también añoran.
Alguien apoya las yemas en un cristal
y deja huellas. Otros llaman por mi nombre.
Nuevo deseo: profanar la lápida
que sobre ellos puse. Cómo hilvano
las causas perdidas sin nostalgia
y las cargo otra vez en mis costales.
Dónde, ahora, lo poquísimo, lo simple.
Aquella costanera del verano, pies en el río,
estrellas tras la isla. Mucho faltaba,
menos el hábito de ser infelices.
Noticias de Rosario
¿Has visto el viento cuando se arremolina
entre dos torres
en lo poco que queda de vereda ancha?
Quienes aman las cosas inútiles
atienden el juego de esa rueda,
todo se lleva en su camino. Hojas
pequeñas arrastra, sedimentos,
papeles minúsculos, ya sucios,
en los que podría haberse escrito
un poema perfecto. Residuos
de lo que fuimos se come esta boa
al recostar su osamenta invisible
sobre las grises lajas de la calle.
Tales cosas suceden últimamente
en Rosario. El aire lava espacios,
huellas y cáscaras
de lo que vamos dejando de ser.
Para la mayoría absorta,
un espectáculo desapercibido.
Quiero advertirte: estas calesitas
donde nadie saca la sortija
un día pueden enredarnos
en su movimiento artero y a la vez
vívido.
Hermano, hoy he visto girar los remolinos.
Algo decían esos vuelcos
de lo que se fue,
no de lo que ya sabemos que se ha ido.
Saludos desde el llano, a la espera
de la lluvia.
Observaciones
I
El barrio por el que camino no tiene cordones:
veredas que al asfalto sutura
una concavidad de la tierra.
El agua se estanca y revela
nauseabunda
desde la mínima profundidad de la zanja.
Pero al cruzar la esquina
por un precario puente
siento que podría caer en el abismo.
Quién me rescata de este paisaje ajeno,
de la impotencia que produce la pobreza
a quien la observa de cerca.
Iguales mis ojos negros a los de la vecina
que en la puerta de su casa espera,
no la mirada.
Punzo todo objeto vivo e inanimado
con los prejuicios de mi clase,
hasta las moscas que en mi patio pululan
cada tarde, parecen distintas
sobre las canaletas de estas cuadras lejanas.
Les temo.
Ante los insectos persecutorios quiero
llorar, pero imposible entre estas gentes
para quienes la resistencia es costumbre.
Hablaré en su nombre en las sobremesas,
en los confortables bares del centro
donde se discuten nuevas ideas.
Los amigos me admirarán por la fuerza
con la que anhelo cambiar
el mundo.
II
Por un pasillo blanco, blanquecino
camina de noche un viejo, al final
hay luz. Veo
el cuadro desde afuera,
desde la calle,
en un instante mientras paso
sin apuro. Vengo
de hacer cosas inútiles:
corazón y cerebro se permiten
descubrir la ciudad en sus pequeños
gestos, hilos descosidos del tiempo
en que fuimos jóvenes
flaneurs, cuando quisimos
cambiar algo
del paisaje y de nosotros mismos.
Por un pasillo sobre el que se erige
un edificio, camina
un hombre cansado. No repara
en mí, en cambio aquí estoy
atenta para observar su marcha.
Hoy la ciudad se abre a mis sentidos,
no sólo en la magnificencia de sus cúpulas
ni en lo terrible de sus niños descalzos
sino en el cansino paso de un viejo
que podría ser mi padre
yéndose.
Yéndose.
Pateo la hojarasca que dejan
a veces las pasiones.
He aprendido a callar
pero mi silencio no es
olvido.
Tarde de mayo
En el paisaje gris de las terrazas,
la estrella federal.
Regalo rojo y generoso de la fría
tarde, despunta
desde el patio contiguo.
¿Habrá pensado el vecino este cuadro
al plantar la semilla que fue tallo enjuto
primero, luego arbusto y ahora
enormes ramas que se elevan rectas
con sus puntas granates sobre el muro
para que una mujer sola detrás de un vidrio
crea en la voluntad del color y de la vida?
Breve lección: a veces una estrella
alumbra la soledad de lo oscuro. Basta
saber que existe sin tenerla
para adoptar con fe
el próximo destino.
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