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martes, 7 de febrero de 2012

5947.- ALEJANDRO FONSECA



Alejandro Fonseca (Holguín, Cuba, 1954). Poeta. Ha publicado los libros de poesía: Bajo un cielo tan amplio (Holguín, 1986), Testigo de los días (Holguín, 1988), Juegos preferidos (Holguín, 1992), Advertencia a Francisco de Quevedo y otros poemas (Madrid, 1998), Anotaciones para un archivo (La Habana, 1999), Ínsula del cosmos (Miami, 2006) y La náusea en el espejo (Miami, 2009). Reside en Miami.






EL DISCURSO


Nada de lo trazado sería historia:
ubicuidades de la sombra
se ensartan al brillo del animal
que pierde señales en el bosque.
Nada perfecto, ni los nacimientos
apenas las bondades de los difuntos.
Mi espacio se sumerge en los días
en los sueños ciudades se atrincheran.
Se descongela el mundo, a mansalva
escucho náufragos, una noticia
me abre pétalos en los ojos.
Por ninguna parte la primavera.
Pajarracos se suman a la montaña.
El discurso pudiera comenzar.












EL CANTOR


Carente de profecías
el refugiado que canta
se acoge a las vírgenes:
cátedras octogenarias
canciones que el polvo
atraganta al sur de la ciudad.
Por la orilla del mar
expulsado del Caribe
es cualquiera que multiplique
el deseo y los tesoros
y entone sacristías
ante fornicaciones
en yerbazales cuando niño.
Los herrajes, su pátina
cerraduras sin cuerpo
ciudad que se pierde, traslaticia
no vislumbra coordenadas
ni voz que se adentre.
El refugiado revisa auroras:
contempla puentes
ajustables a la memoria
que no ha podido recrear.
Hay sólo noventa millas.
Las vírgenes siguen acechando.
Hay música en la boca de los bares.
La acrobacia del refugiado
que canta equívoca furia
apetece victimas, hendiduras
donde acomodar sus miserias.














PLAYAS


Fragancia costosa
se expone al escarnio.
Pero si eres extranjero
los cristales sólo te interrogan.
El cosmos espera paciente:
marionetas con música
y una adolescente secuestrada
Si pudiéramos todos
trazaríamos canciones
para el advenimiento.
Los alcaldes, sin acordarlo
en playas discursivas.
En los urinarios hay trampas.
Cotorras que se ahuyentan
traen noticias de dictaduras.
Entre los días los escenarios
ensayan el bienestar de la locura.
Se hunden negociaciones.
Nos extinguimos en el verano
sin que nos devuelvan el país.
Qué horror mirar hacia el pozo
faltándome un ojo, la respiración.
En los trenes hay prófugos:
me iré a la mar que no envejece
al otro horizonte, pesadumbre.
A esta orilla llegan botellas vacías.














ACECHANZA


Vuelven a confundirse los relojes
la tarde augura conversaciones:
mi madre por el aire acontece
ventanas de un paisaje que destila.
En la boca persiste el regusto
de palmares y cabildos al resistero.
Ahora no alcanzan las monedas
apenas el mensaje y las palomas.
Todavía el poeta puede vociferar
por los suburbios primordiales.
Al otro lado la acechanza
golpizas que regresan en la confusión
un milagro creciendo en la piel
animales que enloquecen
sin flores para alimentarse.
Mientras el pan se evapora
en los patios cementerios.
La primavera extradita golondrinas
su extrañeza enardece a los que huyen.
Aburrido de lucrarme, a toda costa
buscaré un vocabulario para difuntos.
Acaso la coherencia nos enseña a discernir.
Amarrados los ladrones convencen a Cristo.
En junio y en enero bacanales
amputaciones retornan por el norte
una ronda de turistas contaminados.
Se han abierto círculos, parlanchines:
saliva del político perpetuándose.
Una discreta noticia enemiga
quiere hundirse en la respiración.
Detrás de las puertas ataúdes:
promesas en los muros y en el aire.
Todavía podemos alejarnos por el mar .










UN GOLPE EN LA SOMBRA


Las mariposas giran
y el inocente no puede rebelarse.
El sol se avergüenza en mi frente:
estoy olvidando la riqueza del lenguaje.
Ah de la vida, un golpe en la sombra.
Por qué la extrañeza, el espía
que recorre el esplendor ajeno.
Hay música, gatos que huyen:
miseria en los sarcófagos abiertos.
La piel, los bolsillos, los aplausos
es palpable la amenaza que te lleva
y te despierta en habitaciones
que apenas tienen un dueño.
Ah de la tarde en que vinieron
barcos, fotógrafos vomitando.
Siento el olor de los caballos.
Los vecinos ensombrecen la tarde.
La misantropía será la ciencia del futuro.
Que absurdo ruge el unicornio:
animal que aún quiere bostezar
en una ciudad donde las puertas se derrumban
y un borracho propugna pentagramas.
Sólo el insomnio fabrica la belleza.










Jardines renovados


Una sensación de vicio me sobresalta.
Y aunque afuera permanece la noche
no es la baraja que puede ocultarse.
Me detengo en los patios que viví:
mi madre y mi culpa cruzan sin poder mirar.
Tuve la llave de un paisaje y sus natalicios.
Algunas postulaciones quedarán sin descifrarse.
Los espejos captan el espionaje de mi rostro.
Hay cadáveres a la deriva, animales de la creación.










Los mapas del Edén


Con esta torpeza del mortal asustado
quizás no asista a los convites de la pradera
y me quede ejercitando las argucias del bufón.
Ahora existo porque los sueños me visitan
porque olfateo los anuncios de las bestias.
Entre limbos y fronteras aún guardo
los mapas confusos del Edén.
No habrá un día para refugiar mi sicosis
en la oratoria de otro arcoíris danzante.
En mis ambiciones gravitan territorios
y alguna figura de fácil contemplación.
El destiempo y los campos minados
y los decretos que se dictan a mansalva
me prohíben amar el amor de los marineros.
Contra toda voluntad de reconciliación
seguirán crujiendo las puertas.










Luces en el cielo


Por mi cabeza cruzan furiosos
los animales de la intemperie.
De nuevo sueño con el paisaje de provincias:
me veo entre la neblina y el agua y la yerba al cuello
entre maquinarias de guerra que se pudren
en los patios de las barracas abandonadas.
Detrás de las puertas y las ventanas
que han ido perdiendo sus cantidades rosadas
la familia intenta azuzar el fuego de la noche.
Ahora estoy en una zona fosforescente
yendo hacia las columnas y el polvo agrietado
de lugares que se inoculan en la carne:
ojos que siguen siendo acechados
por tanto mirar hacia los caminos del mar.
No alcanzo señales ni páramos
ni sepulturas ni luces en el cielo.
Apenas tengo una brújula
para recordar ciertos nombres.
Toco la piel de las paredes
y compruebo que mi voz
aún se agazapa en sus desgarraduras.
Pudiera creer en un pacto razonable
en el regreso de los trashumantes
pero el espejo que me vigila se mofa:
descubre las verdaderas identidades de mi rostro.
Al otro lado de los puentes que naufragan
padezco el síndrome de ciudades
a las que sólo puedo alimentar con palabras.










Desde la miseria la poesía


El horizonte ya no puede alcanzar
la madera del arca que se escapa
pero ha sido una suerte adueñarnos
de la piel esclarecida de trasuntos
que servirán como alimento y bitácora.
Ahora extranjero es mi rostro: busca la sombra
que se esconde en el insulto de los espejos.
Sobre la tarde que se alarga:
resaca y vaguedades y el mar que apesta.
Los espantapájaros, hasta cuándo
en los trigales que se pudren bajo el cielo.
El astrólogo isleño no supo predecir.
Desde la miseria la poesía es cualquier hombre
que danza alrededor de su deuda.
Las golondrinas siguen cagándose.
Un oficio no alcanzaría para decorar ciudades.
Disfrutar del paisaje, perderse en la desmemoria
podría convertirse en un caso judicial.
Por las calles de mi pueblo
aún me sobornan los maniquíes
aquella tortura solidaria de sus ojos.





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