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viernes, 28 de octubre de 2011

5216.- ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ




ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ
Filósofo y pensador, pero también poeta, Adolfo Sánchez Vázquez (Algeciras, CÁDIZ, 1915 - México 2011) es uno de los españoles "del éxodo y del llanto" que hubieron de hacer su obra fuera de España, de donde salieron tras la victoria de las tropas franquistas. Como para tantos otros desterrados españoles, México fue la acogedora patria de adopción, en la que desarrolló una fructífera tarea de investigación y de cátedra, que ha hecho de él uno de los pensadores marxistas más relevantes del siglo XX.
En los años anteriores a la Guerra Civil, Sánchez Vázquez cursó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid. Ingresó en FUE y en las Juventudes Socialistas Unificadas, y colaboró en la sección literaria de Mundo Obrero, además de dirigir periódicos de compromiso marxista como Ahora, órgano central de las JSU. Su orientación y su activismo ideológicos no le impidieron iniciar una andadura creativa, en la línea estética de otros autores de la Generación del 36 -entre las propuestas de las vanguardias y la toma de conciencia social favorecida por la situación española en los años treinta-, que estéticamente estuvo marcada por el magisterio de los poetas del 27, en los inicios, y más tarde por el de Antonio Machado y Unamuno. La influencia de estos últimos, y el propio devenir de los acontecimientos políticos en España, propiciaron una poesía rehumanizada que acentuaba el compromiso del poeta ante las circunstancias históricas del momento, en línea con el realismo socialista. A este respecto, la poesía de Adolfo Sánchez Vázquez es un ejemplo magnífico de las zozobras estéticas de ese tiempo dominado por la contienda fratricida. Amigo en su primera juventud de los poetas del 27 -entre ellos Emilio Prados o Rafael Alberti-, colaboró en la revista Octubre, y, junto a Enrique Rebolledo, fundó y dirigió la malagueña revista Sur (1935-1936). Su libro El pulso ardiendo recoge poemas de los años anteriores a la guerra civil. Su publicación estaba prevista para el verano de 1936 en las prensas de Manuel Altolaguirre, pero el inicio de la guerra impidió que viera la luz hasta 1942, cuando el autor estaba ya en el exilio mexicano.

En México emprendió una intensa labor cultural y docente. Reanudó los estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, de la que posteriormente sería profesor hasta su jubilación, tras la que fue nombrado emérito. Participó además en la fundación y redacción de revistas del exilio como Romance, Ultramar y Boletín de la Unión de Intelectuales en México. Sánchez Vázquez ha repensado críticamente el marxismo frente a su codificación dogmática. Su obra es dilatadísima en títulos, entre los que destacan Las ideas estéticas de Marx (1965), Filosofía de la praxis (1967), Ética (1969), Rousseau en México (1969), Estética y marxismo (1970), Ciencia y revolución (El marxismo de Althusser) (1978), Filosofía y economía en el joven Marx (1982), Ensayos sobre arte y marxismo (1984), Escritos de política y filosofía (1987), Filosofía y circunstancias (1990), Invitación a la Estética (1992), Cuestiones estéticas y artísticas contemporáneas (1996), Entre la realidad y la utopía (1999), De Marx al marxismo en América Latina (1999), El valor del socialismo (2000), A tiempo y destiempo (2003) y De la estética de la recepción a una estética de la participación (2005). Importante es también su labor memorialística, en libros como Del exilio en México (1991) o Recuerdos y reflexiones del exilio (1997). Su labor filosófica le ha hecho acreedor a numerosos galardones y reconocimientos, entre los cuales se cuentan el Premio Nacional de Ciencias y Artes (México) o la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio (España), y más recientemente el Premio María Zambrano de la Junta de Andalucía. A ello hay que sumar numerosos doctorados honoris causa (Puebla, Nuevo León, UNAM, Micoacana, Guadalajara, Cádiz, Complutense de Madrid, Buenos Aires o La Habana).

En 2005 reunió su obra lírica, oscurecida tanto tiempo por su producción filosófica, en el volumen Poesía, que se divide en tres apartados correspondientes a otros tantos momentos de su trayectoria vital. El primero, "Poesía en vela", recoge sus composiciones iniciales, marcadas por el vanguardismo y el compromiso político. El segundo, "Poesía en guerra", es un compendio de la lírica de trincheras. Por fin, "Poesía en exilio", escrita en su destierro mexicano, presenta una conciencia crítica erigida contra la injusticia y la indiferencia humanas: al cabo, una manifestación moral de la memoria en lucha contra el olvido.
Francisco Ruiz Soriano








Poesía en vela
(1933-1936)



Siempre tu voz…

Siempre tu voz
como un río de esperanzas.
Fuerte su eco
cuando el silencio acampa.
Mástil sonoro
cuando las gargantas callan.
Faro de luz
cuando naufraga la alegría
en un mar de tristezas.

Sólo vientos que desgajan
las ramas inocentes,
que secan las flores
y congelan el trigo.
Sólo puñados de arena
que tapan los oídos.
Sólo el vidrio que acecha
la mano de un niño.
Sólo el muladar que espera enterrar
a la rosa más pura
ante tu voz,
clara, firme, encendida,
permanecen impasibles,
como estatuas de sal,
mudos como piedras,
o escuchándola airados,
sólo, sólo
para maldecirla.







Esta voz que nos convoca

Oigo esta voz que nos convoca
por hondos precipicios de gangrena
mientras nadan los peces homicidas
y la espuma se vuelve cómplice del crimen.

Sólo el viento que se bebe esa espuma,
sólo aires que congelan los trigos,
sólo estepas que calcinan las plantas,
sólo nieblas que aniquilan los sueños,
sólo tumbas que impacientes esperan
no escuchan esa voz
que entre presagios de espanto
insistente nos convoca.





El pulso ardiendo
(1935-1936; 1942)





Soledad adentro, II

¡Oh tronco adolescente, sin sabores,
navegante de nortes inflexibles,
prisionero de ramas impasibles,
lamiendo sangre y gangrenando flores!

Agua amarga desnuda tus dolores
hundidos entre escollos invisibles,
mientras nada en alientos imposibles
tu lengua moribunda y sin olores.

¡Oh, tronco, navegando sin ramales,
nacido del dolor —oscura suerte—
y empapado de enfermos ventanales!

¿Cómo olvidar tu pulso sin latido,
descendiendo del brazo de la muerte
cuando tengo yo el pulso bien mordido?







Soledad adentro, VII

¡Oh, corazón rodando sin esquinas
sobre blandas lagunas deshonradas,
buscando claridad en hondonadas
que sepultan las luces entre espinas!

¿Quién te esconde esa luz que tú adivinas
bajo trigos de espigas agostadas?
¿Por dónde van tus manos desveladas
si te niegan el sol cuando caminas?

¿Hacia dónde esa lumbre que se enciende
rondadora de un mar de soledades?
Pero mi duro pecho te defiende

y un tierno aletear en tu espesura
con rumbo a sumergidas claridades
levanta un nuevo sol por tu llanura.










Entrada a la esperanza

El huracán se acerca a nuestra mano
perezosa la luz de mi alegría.
Yo estoy de pie, clavado sobre un llano,
para igualar su muerte con la mía.

Una sed infinita me apresura
un temor impaciente en mis oídos.
Me persigue su oscura dentadura
y acuchillan mi espera sus latidos.

Ya conozco la piel de ese tormento
de morir esperando nueva aurora,
anclado sobre un mar de desaliento,
sin que apaguen la sed que me devora.

Ya no puedo esperar. Este silencio
huele a sangre y dolor sobre mis venas.
Sobre un campo inocente yo presencio
la muerte de inocentes azucenas.

Yo no puedo esperar, que ya los ríos
no conocen el mar que más venero.
Si unos ojos se clavan, ya vacíos,
ser ventana de luz es lo que quiero.

No me conformo, no, con una hoguera
cuando hay pulsos helados todavía:
¡un volcán siempre vivo! Y de bandera:
¡una llama lamiendo la agonía!








Poesía en guerra
(1936-1938)



Proclama

¡Camaradas!
Las antenas de todo el mundo radian vuestro heroísmo
mientras los fusiles desclavan la bandera del hambre!
¡Adelante!
Contra el fascismo,
contra su vientre,
contra su sangre,
contra los que dejaron un fulgor de vidrio
en la mirada de nuestros hermanos presos,
contra los que abrieron un canal de fiebre en los oídos
cuando el paro acuchillaba vuestras sienes,
contra los que desvelaron la risa de vuestros hijos
hasta convertirla en gritos.

¡Adelante hacia Córdoba y Granada!
Que el fascismo cierra los ojos de nuestros camaradas
y ametralla para siempre sus pupilas
y en cada gar ganta levanta
un muro de voces torturadas.

¡Adelante!
Que los disparos cerquen los silencios
mientras los palacios vomitan el lujo por ventanas turbias.
Que se despierten los cuerpos prisioneros
que la victoria aceler a sus latidos.

¡Adelante, camaradas,
que el hambre no dominará por vuestras venas
ni el paro acuchillará vuestras sienes,
ni iluminará vuestros ojos la luz dolorosa de la comisaría!

¡Adelante!
Que el fascismo se esconde en su agonía
tras un muro de pulsos derrotados,
mientras entre nosotros crece la nueva vida.







Poesía en exilio
(1940-1954)

Elegía a una tarde de julio, II

Y ahora sí;
ahora que el silencio
ya no puede perdurar sobre el grito;
ahora que la muerte se pone un uniforme,
ávida de recoger su ansiada cosecha,
olvidad vuestras dudas,
vuestros pasos inciertos.
De las tinieblas más viejas de la historia
va a nacer un río de sangre
que arrasará los campos y jardines,
soberbias torres y humildes monumentos,
altivos árboles y pobres matorrales.

Todas las lágrimas del mundo,
todo el odio que empuja
a las fieras dentelladas
va a reunirse de pronto
en esta tersa piel de toro.
Gritad, llamad,
hombres del campo y las ciudades
antes de que los prados se calcinen
y las casas se desplomen en llamas.
Pronto, pronto,
antes de que el huracán del odio
derribe en las ciudades
las primeras paredes
y quiebre en el campo las primeras ramas
de los temblorosos árboles.








Elegía a una tarde de julio, IV

Si la verdad en muertes sucesivas
allí donde el tiempo se detiene
y al amor, la alegría y la ternura
se le cavan ya sus tempraneras tumbas;
si voces incansables ya vienen denunciando
esa turbia hermanada de la cruz y la espada
y hasta los ciegos pueden ver
los mapas de sangre
que en los cuarteles se levantan;
si ya hay ojos que en la lenta madrugada
clavan impacientes sus miradas
en el reloj que marcará la hora
del asalto a la vida,
del rejón de la muerte
y si un sueño se puebla de sanguinarias aves
de picos y garras insaciables;
si el tambor del crimen redobla tenazmente
y la planta del dolor ya está madura
para ofrecer su indeseable fruto,
¿quién detendrá esa orgía de sangre,
quién apagará el incendio de este bosque
de lutos, de penas y de llantos
que entre rezos y arengas
ya está plantado?




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