Jorge Cuesta
Jorge Mateo Cuesta Porte-Petit (1903-1942) fue un químico, poeta, ensayista y editor mexicano.
Nació en Córdoba, Veracruz, en donde realizó sus primeros estudios. En la Ciudad de México estudió la carrera de ciencias químicas. En 1927 conoció a Guadalupe Marín (entonces esposa del pintor Diego Rivera), que más tarde sería su esposa, y ese mismo año publicó su polémica Antología de la poesía mexicana moderna.
En 1928 viajó a Europa, donde estuvo en contacto con André Breton, Carlos Pellicer, Samuel Ramos y Agustín Lazo. A partir de 1930 formó parte del grupo Los contemporáneos, quienes lo llamaron "El Alquimista".
Su poesía es descarnada, racionalista, utiliza los como temas la ansiedad, el pesimismo, la vejez, la muerte, el equilibrio, etc. Privilegió la forma del soneto. Su poema más ambicioso y mejor logrado es "Canto a un dios mineral", que es agrupado por la crítica en la tradición mexicana del poema filosófico junto con "Primero Sueño" de Sor Juana Inés de la Cruz, "Muerte sin fin" de José Gorostiza, "Blanco" de Octavio Paz e "Incurable" de David Huerta.
Colaboró en la Revista Ulises, El Universal, contemporáneos, Voz nacional, Letras de México y El Nacional. En 1932 fundó la revista Examen.
Su poesía fue recopilada póstumamente en dos ediciones, una prologada por Alí Chumacero y otra por Elías Nandino y Rubén Salazar Mallén. En 1964 la Universidad Nacional Autónoma de México publicó todo lo que se conoce de su obra poética y ensayística en cuatro volúmenes.
Jorge Cuesta se quitó la vida el 13 de agosto de 1942 en el sanatorio del doctor Lavista, en Tlalpan. Tenía 38 años cuando, aprovechando un descuido de los enfermeros, se colgó con sus propias sábanas de los barrotes de la cama. Había sido internado por un segundo acceso de locura que lo había llevado a acuchillarse los genitales. Recaía en una crisis de paranoia que había superado en el Hospital Mixcoac dos años antes.
Una noche, en un café, Cuesta dejó escrita la siguiente frase en un papel: "Porque me pareció poco suicidarme una sola vez. Una sola vez no era, no ha sido suficiente". Con el tiempo estas palabras se han convertido en profecía cumplida pues, efectivamente, el suicidio de Cuesta tiene que ser revivido por cada lector que se interna en su "Canto a un dios mineral" con el ánimo de entender este poema que ha sido calificado de "hermético". Porque, en realidad, como dijo Rubén Salazar Mallén, su poesía es oscura sólo para quienes no conocen su vida o, en palabras de Alí Chumacero, su poesía es poco diferente de lo que vivió.
Bibliografía
Huerta-Nava, Raquel (compiladora). Jorge Cuesta: la exasperada lucidez. México, 2003. Contiene ensayos de Janitzio Villamar, Juan armando Rojas, Luis Enrique del Ángel, Juan Carlos H. Vera, Raquel Velasco, Norma Garza Saldívar, Édgar Valencia, Eduardo Cerecedo y Rodolfo Mata.
Alberto Pérez-Amador Adam: La sumisión a lo imaginario. Nueva edición, estudio y comento de ‘Canto a un dios mineral’ de Jorge Cuesta. Madrid / Frankfurt: Vervuert - Iberoamericana 2001 (ISBN 84-95107-67-8)
Soñaba hallarme en el placer que aflora
Soñaba hallarme en el placer que aflora;
pero vive sin mí, pues pronto pasa. Soy el que
ocultamente se retrasa
y se substrae a lo que se devora.
Dividido de mí quien se enamora y cuyo amor
midió la vida escasa,
soy el residuo estéril de su brasa y me gana la
muerte desde ahora.
Pasa por mí lo que no habré igualado
después que pasa y que ya no aparece; su
ausencia sólo soy, que permanece.
Oh, muerte, ociosa para lo pasado,
sólo es tu hueco la ocasión y el nido del defecto
que soy de lo que ha sido.
Anatomía de la mano
La mano, al tocar el viento,
el peso del cuerpo olvida y al extremo de su vida
es su rastro último y lento.
No da al sabor instrumento su lengua ciega y
hendida,
y sólo otra duda anida su duda de movimiento.
Mas como una sed en llamas
que incierta al azar disputa toda la atmósfera en
vano,
imita al árbol sus ramas
en pos de una interna fruta la interrupción de la
mano.
Qué sombra, qué compañía
Qué sombra, qué compañía
impalpable, más cercana,
al abismo de mañana
el paso me contenía,
si está la vista vacía,
y una desierta ventana
sólo es una presa vana
de las cadenas del día.
Del tiempo, estéril contacto
con el arrepentimiento
en que se parte y olvida
la frágil ciencia del acto,
es la posesión que siento, vacante, sobre mi
vida.
Este amor no te mira para hacerte durable
Este amor no te mira para hacerte durable
y desencadenarte de tu vida, que pasa.
Los ojos que a tu imagen apartan de tu muerte
no la impiden, sólo hacen más presente tu
ruina.
No hay sitio en mi memoria donde encuentre tu
vida
más que tus ya distantes huellas deshabitadas.
Pues en mi sueño en vano tu rostro se refugia
y huye tu voz del aire real que la devora.
Dentro de mí te quema la sangre con más
fuego,
los instantes te absorben con más ansia, y tus
voces,
mientras más duran, se hunden más hondo en el
abismo
de las horas futuras que nunca te han mirado.
Tu voz es un eco, no te pertenece
Tu voz es un eco, no te pertenece,
no se extingue con el soplo que la exhala.
Tus pasos se desprenden de ti
y hacen caminar un fantasma intangible y perpetuo
que te expulsa del sitio donde vives
tan pasajeramente y te suplanta.
Tanto mi tacto extremas y prolongas
que al fin no toco en ti sino humo, sombras, sueños,
nada.
Como si fueras diáfana
o se desvaneciera tu cuerpo en el aire,
miro a través de ti la pared
o el punto fijo y virtual
que suspende los ojos en el vacío
y por encima de las cosas en movimiento.
La mano explora en la frente
La mano explora en la frente,
del sueño el rastro perdido; mas no su forma, su
ruido
latir contra el tacto siente.
Un muro tan transparente poco recluye el
olvido,
si renace su sentido y está a la mano presente.
Si bien el sueño murmura
que al fin su nada perdura sobre un tacto ciego
y frío
que su espesor no sondea
y solamente rodea el rumor de su vacío.
La flor su oculta exuberancia ignora
La flor su oculta exuberancia ignora,
y que es por una vigilante usura de un mismo
azar, que evade su clausura
la miel, y la embriaguez, que se evapora.
Que no agota su pérdida de ahora, sino que otra
mayor dicha futura
la fruta embriagará cuando madura, no lo sabe
la flor, y se devora.
Extrema el polen como vivo grano,
y ella misma se siembra y restituye a sí misma
la vida que le huye.
No mira que su gozo es hondo en vano
y no lo niega al fin si lo disputa al más profundo
abismo de la fruta.
Paraíso perdido
Si en el tiempo aún espero es que, sumiso,
aunque también inconsolable, entiendo
que el fruto fue, que a la niñez sorprendo,
no don terreno, más celeste aviso.
Pues, mirando que más tuvo que quiso,
si al sueño sus imágenes suspendo,
de la niñez, como de un arte, aprendo
que sencillez le basta al paraíso.
El sabor embriagado y misterioso,
claro al oído (el mundo silencioso y encantados
los ruidos de la vida)
vivo el color en ojos reposados,
el tacto cálido, aires perfumados y en la sangre
una llama inextinguida.
Paraíso encontrado
Piedad no pide si la muerte habita
y en las tinieblas insensibles yace
la inteligencia lívida, que nace
sólo en la carne estéril y marchita.
En el otro orbe en que el placer gravita,
dicha tenga la vida y que la enlace,
y de ella enamorada que rehace
el sueño en que la muerte azul medita.
Sólo la sombra sueña, y su desierto,
que los hielos recubren y protejan,
es el edén que acoge al cuerpo muerto
después de que las águilas lo dejan.
Que ambos tienen la vida sustentada, el ser, en gozo,
y el placer, en nada
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