ÓSCAR ALBERDI SÁINZ (Bilbao)
Poeta autodidacta, mientras llega su oportunidad como asesino en serie dirige un negocio de comidas rápidas. Su poesía recibe todo tipo de calificativos, a saber: prosaica, sucinta, de la experiencia, realismo sucio…
El la que más acepta es la de los tatoos que regalan en las bolsas de chetoos. Ha conseguido, eso sí, previa suscripción, ser publicado en alguna revista literaria, pudiendo encontrarse sus colaboraciones en la sección de contactos de las mismas.
Ha sido colaborador de espacios de radio para la difusión cultural de los que ha sido expulsado tras negarse a dejar propina al telepizzero que traía las pizzas. Ama la poesía de Gil de Biedma, Caballero Bonald, aunque su manera de escribir se sitúa en las antípodas de los mismos, sólo por joderles. Lleva escribiendo desde la adolescencia aunque aprendió a leer en un curso para mayores de Caritas hace escasas semanas.
Lo cierto es que tras mi sentido del humor escondo que no tengo biografía literaria. Comencé a escribir hace años, siendo un adolescente, luego me vino una de esas crisis pueriles en que lo primero que destruyes es lo que mas amas. Había publicado en fanzines de aquí y de Madrid. Hice guiones para cómics, uno de ellos hasta tuvo un premio. Pero esa crisis de saber que quieres ser, a que te vas a dedicar, quien eres, o si te estas engañando cuando sabes que nunca escribirás como los que admiras....
Soy cocinero por vena familiar, mi padre tiene un restaurante y los veranos los pasaba gracias a mis notas, trabajando. Nunca he dejado de leer, primero a los clásicos: Miguel Hernández, Lorca, Salinas, Borges, Machado, Blas de Otero....luego más tarde, descubrí a Cortazar, Benedetti...en prosa mis gustos son más amplios y leo hasta lo que no merece la pena. Tuve mi época Bukowski pero he procurado olvidarla. Filosofía, Miguel de Unamuno, Rilke, Sartre…
Hoy día en poesía voy desde Roger Wolf y Carmelo Iribarren hasta mí siempre muy amado Gil de Biedma, mi intrincado caballero Bonald y Villena.
Volví a escribir, lo necesitaba, había estado mucho tiempo taponando una arteria principal, una necesidad a la que engañaba cada cierto tiempo emborronando una cuartilla. En aquellos y en estos momentos, esa necesidad es doble, satisfacer ese síndrome y exorcizar mis demonios; demonios azules, blancos, negros, grandes fantasmas, pequeños fantasmas, fantasmas de los que dudo de su existencia y fantasmas de toda la vida.
He publicado en el Tejedor de Palabras, en la Bolsa de Pipas, en el Elefante Rosa, en Icaro Incandescente... en la revista Eheu!
Colaboro, o lo hacía, en el Club de los Sentidos y en la Mar de Músicas de Radio Popular de Bilbao. Me he presentado hace un par de meses, vencida mi repugnancia a esos certámenes, a varios concursos. Aún continuo esperando se me confirme una buena noticia y sino...no pasa nada.
No sé catalogar mi trabajo, no he conocido aun a nadie con quien identificarme poéticamente y lo que es peor, no conozco físicamente a ningún poeta. Mi trabajo es un poco a lo Robinson Crusoe. Los consejos que recibo los administro, he aprendido a hacerlo.
Soy consciente que lo que me da de comer es mi restaurante y mi otra afición, cocinar.
Y como no sé hablar de mí (hay un refrán bilbaíno que dice: jamás les cuento a los amigos mis penas....que los divierta su puta madre...) si alguien quiere saber quién vive bajo esta apariencia de matón de la mafia, de sicario a sueldo, de mala bestia... no tiene más que preguntarme lo que desee.
Óscar Alberdi Sainz
FALLECIÓ EL POETA ÓSCAR ALBERDI
El 27 de Diciembre de 2011, falleció el poeta Óscar Alberdi, publicó, con la Editorial Poesía eres tú, su poemario Conviviendo con el caos. Era amigo de la Plataforma 29 de junio y ya no vendrá a ponerle flores blancas al busto de Blas de Otero. Fue uno de los fundadores de las Noches Poéticas que sirven para llevar poesía y arte por cafés y bares de Bilbao y también puso en marcha las Noches de La Iguana. Fue un activista en activo para el acercamiento de la poesía a la gente de calle y a sus poetas anónimos. En este momento tenía ilusiones. Trabajaba sobre un nuevo libro “Antes de Saquear el Cielo”. Actualmente, salvo alguna espina, su vida estaba llena de ganas de vivir. A la vez que escribía descubrió otra vez el amor recientemente y disfrutaba de él y de su hijo Adrián. Ahora que tenía ilusiones y esperanzas…
Amo la noche
Vivo en la noche; me oculto en ella
de la luz del día que, por si no lo sabéis, mata;
porque son las radiaciones del día a día
con sus tantos meses y años de aburrimiento,
con sus décadas de decadencia y lustros de desengaño,
los que consumen, arrugan y envenenan la piel
y lo que pudiera quedar dentro.
Por eso vivo la noche; bebo la honda oscuridad
de escuchar al mar en silencio
mientras mezo mi reflexivo insomnio,
estremecido por esa grata sensación de frío
que recorre con un rugido mi cuerpo
metido, como mis manos
en los bolsillos, dentro del abrigo;
y mis ojos contemplan hipnotizados
las brasas incandescentes de una hoguera
de parpadeantes luciérnagas que hacen de estrellas
a las que pido predicciones acerca de mi futuro.
Atrapo las noches para usarlas como cebo
en el barullo de los bares de copas,
mirando a los ojos sin vida como los de los peces
de mujeres sin brazos ni calor en los labios,
mientras aguardo a que un rayo parta mi cabeza,
desahogándola de críticos pensamientos
y la arranque esa música estridente
que surge de violar a un silencio
excavado en el vacío;
eso sí, sin borrar en ningún momento
la permanente e inalterable sonrisa
estirada hasta ser mueca,
- que alarga las patas de gallo
y marca como surcos más profundos las arrugas-,
y es que pocos conocen la dura rutina
en que se convierte la obligación de hacer
que todas las noches lo sean de fiesta en el osario.
Me alimento de la noche
y no abandono sus calles
ni dejo de morder sus orillas
más que cuando recibo la alarma
del canto nervioso de los pájaros
hambrientos de amanecer
deslumbrados por el espejismo
de las luces de las farolas aun encendidas;
cuando sucede eso, abordo como quien se sube
a uno de esos espectrales autobuses nocturnos,
mis tísicas sabanas y la cómoda realidad,
en que me abastezco, de mis sueños;
y todo, porque siento que el día
con sus febriles exigencias
tira de mí como el peso muerto
del cuerpo que ahorca al suicida,
que lo aplasta contra la acera.
Amo los ruidos imprecisos
y el silencio de estampida de la noche
porque en ella releo lo hoy escrito
con la conciencia de ayer.
A mi hijo
A mi hijo,
siempre le tengo dicho
que cuando peor vayan las cosas
lo mejor que puede hacer
es cambiar de identidad.
A mi hijo,
le explico que si acaba en la cárcel
lo único en que deberá de pensar,
a partir de que se cierna tras él
el eco metálico de la puerta de su celda,
ha de ser en como escapar.
Podría empeñarme como el resto
de bien intencionados padres
-sin manual de instrucciones
pero voluntariosos para que en el futuro
nadie (eso se creen) les pueda echar nada en cara-,
en aleccionarlo con otra serie de valores
que no son más que buenos consejos
con los que se consuelan
por no poder ya dar mal ejemplo.
Mi propia experiencia, me ha demostrado
que si con el tiempo no los pisotea
lo único para que los usará
será como rehenes
para pasarse al enemigo.
Así que, me esfuerzo por descubrirle cosas aconsejables;
por abrir sus pequeños ojos
acerca de lo poco acertado de llevar una silla a un bosque,
sobre todo si esta es de madera.
Que no es práctico usar los dedos
para llevar la cuenta de las estrellas.
Que no señale a las personas mayores por ser de mala educación,
y si le pillan disimule
haciendo como si estuviera contando estrellas.
Que no las interrumpa mientras hablan,
y si alguna lo interroga sobre lo que acaba de decir
porque le han sorprendido distraído a su explicación,
responda, con tono seguro, que contaba estrellas.
Que mire siempre a los ojos de la gente
para que no pierda nunca la virtud
de saber en cada momento quién le ama.
Que todo tiene sus límites.
Pero que ese todo dependerá
de a qué lado de la cerca se siente
o desde qué lugar contemple el cielo.
Aun así, el mayor de los temores,
con el que juego al escondite,
al margen de que le ocurra algo
ante lo que no me pueda interponer,
es que acabe por parecerse a mí;
y un día, se descubra a si mismo en cuclillas
ante unos profundos y diminutos ojos de Icaro,
kamikazes deseosos por contar estrellas,
repitiéndole con insegura convicción una afección
que antes me oyó a mí
y que ha planeado como un todo en su vida:
“no hagas nada que yo no haría”
“Hey Joe,
uh, where you going' with that gun in your hand?
Hey Joe,
I said where you going' with that gun in your hand? Alright “
Jimmy Hendrix
Hey txo!!!
Hey txo!
¿Dónde te metes?.
Desde que supimos lo tuyo
con la muerte
estuvimos esperando
que te pasaras a contárnoslo.
Hey txo!
No sé quién salió en tu busca
pero no regresó.
Poco a poco me fui
quedando sólo en el bar.
Todos se fueron yendo.
Incluso aquel tipo del fondo
que bebía huraño sentado en una banqueta
sin ver que en el espejo, tras la barra,
su reflejo también le había abandonado.
Hey txo!
Te estuve aguardando
para hablar como de costumbre
y que me repitieras otra vez aquella anécdota,
una vez más con un nuevo final,
del milagro de la lluvia
cayendo del techo de tu habitación.
Hey txo!
¿Significa esto que como planeamos
nunca viajaremos hasta la frontera
en esa moto prestada?.
¿Que aquel negocio de llevar gente hasta el desierto
para contemplar auroras boreales ha quebrado?.
Hey txo!
Todos cuantos salieron a tu encuentro
jamás regresaron
para contarme que era aquello
que nadie se explicaba
de tu enrollado con la muerte.
Presiento tus pasos a mi espalda,
me giro y me encuentro frente a ella.
Hey txo!
¿Qué es eso de que la maltrataste?.
¿Que te abandonó porque no fuiste
nunca cariñoso con ella?
Que bebías en exceso
y pasabas las noches
corriendo tras las ambulancias
o arrojándote al paso de las sirenas,
desnudo, contra los coches de policía.
Hey txo!
He decidido ir también en tu busca
en cuanto mi sombra salga de los lavabos
con los ojos como centellas
y una agradable sensación en la nariz.
Puede que solo encontremos la calle desierta
pero las farolas harán de estrellas,
indicándome el camino que nunca he seguido recto
Y si te descubro, a lo lejos en la calle,
gritaré: ¡Hey txo!.
Sé que andan diciendo por ahí de mí
Sé que andan diciendo por ahí de mí
que últimamente me paso con la bebida,
que rara es la vez que llego por la noche
sereno a mí cama;
que mi boca no se queda atrás ni cerrada,
y que incluso en alguna ocasión
un rosario de hostias la han cosido.
A pesar de que sea de mí del que hablan
y, de que en mi vida, ya lo sé,
os he vendido, más de un vez,
mi palabra como poco creíble,
debéis hacer una excepción ahora
y creer cuanto sobre mí se comenta.
Cuentan, también, esas lenguas con pulmones de acero,
que le doy mucho a las drogas,
que me han visto visitar muy seguido
los cuartos de baño de los bares
donde me pago el tratamiento contra la dipsomanía;
y que al salir me acodo contra la barra
con cara de catador de vinagre.
A pesar de que nunca he dado un testimonio
ni en mi vida ha habido nada fiable,
en esto, también, debéis hacer caso.
No tengo dinero -¿sabéis lo caro
que cuestan hoy los vicios?- para encima
pagar a un abogado
que limpie una reputación a la que no conozco.
Sería como contratar a alguien
para que rompa las piernas a un desconocido.
No habría emoción.
Afirman, incluso cuando solo había entrado
a comprar tabaco, que me han visto salir
de más de un lupanar,
haciendo reverencias a la puerta
y caminado hacia atrás.
Si esto no es cierto o se debe a una raquítica
apreciación mía de la realidad,
que me devuelvan el dinero.
¡Joder¡, ¡que polvo¡ .
Pero para concluir os confesaré
que si os creéis todo cuanto se cuenta de mí,
todo sobre lo que de mi se exagera,
aunque lo hayáis oído de mis propios labios,
pretendiendo encima que os invite a una copa;
y os creéis cosas que ni yo creo
a pesar de haberlas hecho;
es por que pensáis que tarde o temprano padeceré
de algún extraño delirio de remordimiento,
cuando lo que realmente he elegido
es que habléis sólo de mis vicios
antes de que andéis a vueltas con mis fracasos.
En tratos con el diablo
He deseado en tantas ocasiones
que el diablo viniera a comprar mi alma,
en llegar a hacer algún trato con él,
que ahora, que me he hecho viejo de golpe
y repaso el censo de lo que hice
con la impresión de haber dejado escapar
tantas oportunidades,
caigo en la cuenta de las veces
que bailé contento
ignorando estar cogiendo su talle;
que incluso le llegue a besar,
desconociéndolo hasta después
de pasar juntos la noche
sin preocuparme por averiguar su nombre.
Que hoy, sí pretendo sobrevivir
un poco más,
he de estar a dieta de estos y otros
pequeños vicios;
que, en vez de ponerse de mi lado
cuando tan bien los he alimentado,
me traicionan,
aliándose para dar la razón
a quien analiza mis órganos
extrayendo conclusiones superfluas
de lo que fue hasta ahora mi vida
y haciendo predicciones nefastas sobre mi futuro.
Me preocupa
no tener ninguna noticia del demonio,
de aquel que se me metía y hacía innecesarias
las explicaciones de por qué hacía las cosas.
No regresa ni reaparece cuando más preciso
contar con sus servicios.
En cambio, detecto con alarma progresiva
en mi vetusta apariencia anatómica
cómo rezuma ese olor entre rancio y dulzón
confirmación de que inevitablemente me estoy haciendo viejo,
cómo predije, de golpe.
Al menos aún ese hedor no es a muerto
por lo que mantengo la esperanza
mientras le aguardo mordiéndome las uñas,
como cuando admiraba a aquellos chicos mayores
en sus cosas, con el nerviosismo pleno de ansiedad
que metía prisa por poder hacer ya como ellos,
y otra vez, una más, se cumpla que vuelvo a salvar el cuello.
Mi plan es sencillo, el negocio seguro
ahora que conozco todas sus caras
y puedo reconocerlo a la primera
nada más detenga su coche y me invite a subir.
Así no me veré en la obligación de andar
a vueltas con que he llegado al momento
de tener el deber de escribir cosas como “que será una tarde gris,
un jueves, por ejemplo, mientras llueve”.
Le solicitaré lo mismo que todos;
acostumbrado al trueque me pedirá lo de siempre.
Yo volveré a tener desconocidas oportunidades,
él, se ira convencido de haber hecho una buena ganancia
ignorante de que mi moneda estaba devaluada;
y, que si la apariencia de mi cuerpo
le incitó incluso a él, que ha debido ver de todo, a la comprensión,
esta será la culpable de que no recontará
lo que rápidamente metió en su bolsillo,
para así, cuando tuerza la esquina, no ver
-pero pagaría lo recibido por contemplarla- la expresión de su rostro
al sacar el fajo y hacer balance de sus cuentas,
y comprobar con la indignación del timado
que mi depreciada alma que ha aceptado
está más enferma que su deteriorado aspecto en el espejo.
No sé decir no
A vueltas sin saber si es virtud o vicio,
a medio camino entre dar o recibir,
mi mayor defecto según mis mejores enemigos
es que no sé decir no.
El hilo de negra sangre colgando de mi nariz,
que limpio mirándome en el espejo del ascensor
antes de entrar en casa de madrugada,
os certificará que no me resisto a ninguna invitación
para ir a la puerta del bar o a sus lavabos.
Así es como busco también el amor
-o si lo preferís, la vida-
entre mujeres que nunca dijeron que no.
Bellas estúpidas y conflictivas mujeres
de ojos sin vida y pechos como nubes
de los que los incautos se enamoran
para acabar deseando estrangular.
Debe ser que tengo dos manos izquierdas
y es por ello que no puedo asir la barandilla
de la escalera de la salvación ni del cadalso.
Que me desenvuelvo con extrema torpeza
y cuando señalo algo que ambiciono
parezco estrábico, y Dios no acierta con lo que le pido
o, posiblemente, me castigue concediéndome
los juguetes de mis suplicas
pero desprovistos de alma
que llene ese absurdo vacío que cree necesitarlos.
Árbol rabioso
El nacimiento de mi nueva consciencia
coincidió con el paso de una estrella fugaz
por el cielo de una mañana soleada,
al escuchar a mi verdugo silbar una canción
mientras ultimaba los detalles para mi inminente ejecución,
que acabé por aprender y así comenzamos a silbarla juntos,
consiguiendo que nuestros respectivos ecos
compartieran libres los muros del patio y las galerías,
dando de si a los barrotes y haciendo nudos con las llaves.
A partir de entonces me convertí en un árbol rabioso
de cuyas ramas monos muertos de hambre
se descuelgan para caminar sobre dos patas
e iniciar el éxodo evolutivo que les lleve a doblar sus costillas
adorando a becerros de oro y a crucificar al Mesías.
Un árbol cuyas hojas perennes necesitan trasfusiones
de sangre de las infructuosas aves migratorias.
Un árbol cuyo fruto exhibe especuladora en su boca una serpiente
tan larga como la codicia que me encerró en esta cárcel,
en la que la redención significa tener de nuevo un arma en la mano.
Un árbol que creció de la zarza ardiendo
y que muestra orgulloso los tatuajes que cubren totalmente como una corteza
su cuerpo, prisionero incapaz de desintegrarse como la pastilla de jabón
para escapar de si mismo por el desagüe convertido en espuma.
Aviones de papel
Mis torturadores han esperado
hacerme confesar un crimen que no he cometido.
Mis enemigos, desean que aguante
solo con el mal intencionado deseo
de ver como se alarga inútil mí martirio.
Mi hijo, me mira con esa mirada que tanto temo
mientras le insisto en que se esfuerce en sus deberes.
-¿Sabes hacer aviones de papel?-
me descompone con sus ojos expectantes
y su inesperado nuevo retador desafío.
Finalmente, abandonamos las sumas y restas
para acabar lo que queda de tarde haciendo volar mis cuartillas
con el texto en blanco de poemas descartados
exigiendo el rescate por algo que nunca he poseído.
Aun así, tengo fe en que la suerte
me llegue algún día como botín
de quien jamás se ha rendido.
Mientras tanto, hago volar magníficos aviones de papel
que describen imprevisibles órbitas
en su vuelo ingrávido
decorando el vacío alrededor de nuestras cabezas.
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