Gabriela Sambuccetti. (Argentina)
Poetisa y bajista del under, esta chica sale a buscar imágenes para delinear un mundo tan cercano, como feroz y mágico. Cuidado, tiene superpoderes.
Gabriela Sambuccetti no necesita ir a sesiones espiritistas para hacer lo suyo. Denle una lapicera y cual médium invocará las energías que andan dando vuelta (después las ayudará a ocultarse). Es que la autora de Los vidrios aman quebrarse asegura ver poesía en cada objeto vivo o inanimado, en un recuerdo, en un trabajo, en las charlas con amigos: siempre. “Me gusta que aparezca esa figura, una capa, algo que no es claro, juego con eso”, detalla. Pueden ser cráneos que ruedan por oficinas, fantasmas sepias insistentes, señoras que limpian los baños para nadie o una “vieja enferma chupando limones”. “No me gusta revelar tanto los poemas -dice- tengo presente el sentido y quiero ocultarlo un poco. Me sale mejor no ser evidente. Creo que me podés encontrar en el libro, pero tampoco. Es como describir las imágenes que tuviste en un sueño, una aparición, no sabés bien que es lo que viste pero ahí está”, musita y por lo menos, todavía, no se esfumó frente al grabador. Tal vez haya voces en la grabación, ¿quién sabe?
En su prosa, hay algunos -pocos- fantasmas amigables como Casper (“es el éxtasis de un árbol en el campo”) y otras son invocaciones provocantes (“conozco las huellas de los monstruos”). Y si Karl Marx hablaba de uno que recorría Europa, por momentos Gabriela se deja crecer una barba imaginaria y hablará de “máscaras burguesas”. “La literatura es una mentira, es un rasgo, y cuando escribo siento que me libero de las hipocresías de la vida cotidiana -apunta sin grandilocuencia-, aunque en realidad escribo para ser feliz, no tengo grandes ambiciones en ese sentido”. En ese viaje, Gabriela deja rendijas para espiar. De hecho los veintiocho poemas de su obra no tienen nombre, salvo uno, que se llama -seca pero pensadamente- ‘Libro’. “Soy tu cazadora”, se presenta.
Desde adolescente que visita a una amiga de su abuela quien le hizo conocer poetas franceses y le enseñó a respetar los ritmos y silencios. “Veo mucha similitud entre la música y la poesía, está muy presente cuando escribo, en dar con la palabra en el momento justo, algo que te golpea”. Por si quedan dudas, Gabriela es bajista. Tocó con Diego Billordo, lo hace en ese experimento denominado Lavarropas de Tambor Horizontal y anda preparando dos dúos. Todavia está fascinada por el despliegue de Les Claypool en vivo aunque aclara que su estilo sobre el escenario es menos extremo. “Desde la reserva capto y llamo la atención, estoy a un costado y no es que pego saltos. Toco. Hay gente que me ha dicho de la mirada, creo que la sensibilidad da peso ahí arriba”, arroja. Y si Gabriela se va soltando, su escritura también mudará. Bueno, se niega a dar el nombre de su segundo libro -a punto de entrar a impresión- pero suelta algunas pistas: “Es mucho más crítico sobre el día a día, tomo una posición más firme, y también está abierto más al debate, “eh, para no”, me la pueden discutir”. Uno de esos poemas habla de que no hay batallas invencibles por la identidad y de lo que retorna como la humedad. Pide leerlo y afuera, una nube espesa se volvió chaparrón.
Para seguirla Losvidriosaman.blogspot.com
“Al nudo lo que nos quitó” ed. De Los Cuatro Vientos- Buenos Aires- 2012. Gabriela Sambuccetti
I
En
este
mundo
del
revés:
los
nenes
mueren
con
los
pies
atados.
Los
ángeles
revientan
como
globos
perfumados.
Sus
lágrimas
queman.
Se
vuelven
rocas.
Y el carisma
es
el
esqueleto
que
se
hace
con
las
palas
y
la
tierra.
II
Tantos vidrios
nos separan
que tal vez
solo las piedras
puedan salvar
nuestras distancias.
VII
Hay un jardín.
Ser.
Las víctimas de su pasto.
Sucumbir.
Porque la tierra roza la espalda.
Volar.
Para alcanzar el sabor demente.
Agitar.
La niebla con el verbo.
Destrabar.
Las moscas oprimidas.
Devolver.
Al nudo lo que nos quitó.
Decir.
Decirlo todo de una vez.
XIII
Los amantes
siempre miran
el atardecer.
Hablan
despacio.
Hablan al oído.
En sus abrazos
de
sociedad,
hay una
nuca,
hay un
hombro.
Hay un cerrar
y abrir
de las pestañas.
Hay una pollera
que se vuela
con el viento.
Y un pantalón
de tela
abultada.
Ellos
saben
suspirar.
Ellos saben
dar piruetas
en el aire.
Hasta que
bajo
la luna…
Sale
a la luz
la daga.
Los amantes
se apuñalan
todo el anochecer.
Uno cae
por el
río.
Otro corre
hacia
algún tren.
La luz de
las
velas
se apaga.
Los detalles
se vuelven
imprecisos.
Los espejismos
se inundan
de rostros.
El saco
vuelve
a su perchero.
Porque esta noche:
no hay
champagne.
Corren
las locas
desesperadas.
Dos muertos.
Dos deseos.
Un solo reloj…
Atrás.
Adelante.
En cada
vuelta
nueva…
La periferia
de lo
estéril.
La
vorágine
detrás del ramo.
XXIV
Las
balas
las
compran
los
que
no las
necesitan…
pero
las
heridas
no
están
después
de los
disparos.
Algunas
flores
se
abren
en
la
mañana,
mientras
el
viento
las
balancea.
Miles
de
amapolas
mueren
por
las
maldades
del
rubí.
Por
las
ametralladoras
del
ruiseñor.
En
cada
pétalo
nuevo
está
la
sombra
del
cristal.
Y el
pasado…
no se
cura.
Queda
encerrado
en
el pecho
del
caballero.
La
huella
late
cuando
la bicicleta
arranca.
Y mientras
más
oscuro
es
el
domicilio
del
documento,
menos
vecinos
entienden
los
gritos
de los
nenes.
En
la
batalla
por
la
identidad,
no
hay
frentes
invencibles…
Hay
cicatrices
incomunicables,
fracturas
incómodas
que regresan
con
la
humedad.
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