FRANCISCO ONIEVA nace en Córdoba en 1976. Es profesor de Lengua Castellana y Literatura en el IES Antonio María Calero de Pozoblanco, donde reside. Ha publicado diversos poemas en revistas como Renacimiento, Reloj de arena, Navalá o La hamaca de lona. Su primer libro, Los lugares públicos. Con su segundo libro,Perímetro de la tarde, ha conseguido un accésit del Adonáis. Fue cofundador y codirector de la revista Zarisma y, en la actualidad, forma parte del consejo de redacción de la revista Cuzna. Además, de la vertiente creativa, ha publicado diversos estudios sobre Rivas, Alberti, Unamuno, Teresa de Jesús, Onetti, Borges, Quevedo, Bécquer, Aleixandre, Cernuda, Cervantes... Ha coordinado, igualmente, un volumen colectivo titulado Palabra compartida.
EL CENTRO DE LA PIEDRA
El agua – compasiva, nueva y justa –
cae con precisión por fin
sobre el lentisco.
Entre su vertical existencia,
la luz secreta y frágil
de un sol primero
mide la masa exacta
de cada ser.
Su claridad acuosa
muestra la intimidad
de lo que nos rodea.
La piedra ocupa el sitio de la piedra.
Como río discurre el río
y los pájaros se guarecen
como pájaros,
hechos ovillos de silencio y espera,
bajo un árbol
que tiene aspecto de árbol.
La humedad de los días invernales
va acercándonos a la transparencia
olvidada del mundo
y nos confirma
las razones del agua
que cae más allá
del centro de la piedra
desnuda.
LLEGADA
Llegas como cualquier amanecer,
mezcla frágil de sueños, frío y luz.
Desnuda te derramas suavemente
sobre la piel. Sin ruido.
Te entregas, con arena
en tus palabras,
perdiéndote en el pozo
de unos brazos que tienen la medida
de la espuma del mar.
Levantas con tus manos
castillos de papel,
pentagramas de jaras,
la marea de un charco
y las alas quebradas del deseo.
Tú, guía, que presentas el anverso
de la luz de ciudad,
la penumbra del labio amado,
que traes a los sueños
el aroma de las escurridizas
leyendas infantiles.
No bastan las cenizas que se vierten
sobre el tallo sesgado del jazmín
ni el aire que se escapa a bocanadas
por las rendijas entreabiertas
del cielo.
La vida es una torpe elipsis
y nos cuesta.
MILENARIA CURIOSIDAD
Cuando el agua se enfría
y adquiere su mayor volumen,
las carpas recelosas
y adormiladas, sobre el lecho inmóvil,
se tragan la corriente
con su invernal torpeza.
De un movimiento seco
y preciso, pretenden capturar
las burbujas de sol
que penetran el cuerpo sagrado de las aguas.
Inútiles. Aguardan. Inflexibles
y obstinadas.
Pero cuando el invierno se muestra más benigno,
miran con milenaria
curiosidad
la pizarrosa orilla
y te buscan en cada ion de silencio.
Se alejan de la orilla una palabra.
Aprovechan las sombras de los árboles
y de las rocas
y remontan el fluir
detenido del mundo.
(Los poemas pertenecen a Perímetro de la tarde)
FALTA DE COSTUMBRE
La luz amolda el mundo a nuestra mente:
las señales que visten tu cuerpo son mi cuerpo,
mis manos que recogen tus cenizas son ceniza.
El dolor es un huésped desolado
y sepia que regresa
a una casa que nunca abandonó
y que pone debajo de la lengua
una moneda azul de miel,
en los momentos más inoportunos.
Y todo lo que está a los ojos
es imagen de un mar
con olor a madera envejecida
sobre el que la marea traza surcos,
lenta, como las mulas.
El dolor y tu cuerpo
se amoldan a las normas de la luz,
y yo no me acostumbro a las palabras.
Francisco Onieva, Perímetro de la tarde, Rialp,
Madrid, 2007.
Con su segundo poemario, Francisco Onieva
ha obtenido uno de los dos accésit del Premio
Adonais de 2006.
Me parece oportuno señalar que este poeta nació
en Córdoba (1976), que es Licenciado en Filología
Hispánica y que ejerce la docencia en un instituto
de Pozoblanco.
Además, es o ha sido promotor de diversas revistas
literarias (Zarisma, Cuzna), colaborador en otras
y autor de estudios sobre escritores españoles e
hispanoamericanos. Pienso que estos datos aportan
luz a la lectura de Perímetro de la tarde, que
consta de tres partes: Alba: Mirada, Perímetro
de una tarde y Como el ala del pájaro.
Ante todo, hay que señalar la calidad y la variedad
expresivas. Se nota el esfuerzo por mimar la palabra
y el cuidado del ritmo del poema, así como la riqueza
y la originalidad de las comparaciones y metáforas.
La nieve, por ejemplo, es caleta abierta al mar, /
avefría perdida entre las lomas, leemos en unos
versos de la primera parte del libro; la corriente,
/ que lame los guijarros, / ofrenda un cenicero al
tiempo / y permanece / tan fugitiva que parece
quieta, nos dice en uno de los poemas de la tercera.
Hay, por tanto, madurez y unidad a lo largo de todo
el libro, que es una metáfora de la existencia tomada
del discurrir de la mañana, del día y de la noche.
Los poemas son más bien breves y en la mayoría de
los casos parece que surgen de la atenta mirada
del poeta en torno al paisaje que lo rodea.
Se trata, por lo tanto, de un canto a la naturaleza
y, para ser más precisos, a las tierras del norte
de Córdoba, en el que no hay apenas referencias
urbanas. La descripción casi pictórica da paso a
la introspección contemplativa, sin solución de
continuidad. Francisco Onieva muestra una
especial sensibilidad para descubrir el misterio
y la belleza en los detalles (una hoja que cae,
una brizna de hierba, las agujas de los pinos,
un pájaro refugiado en una rama, el tañido de
unas campanas…).
El poeta observa y se interroga e interroga al
lector, por eso a veces del yo pasa al tú: Con
qué cuidado marcas tus pisadas. / Quizá temes
hundir tu pie / entre la hierba amarilla /
de la memoria.
El trasfondo son los grandes temas de siempre:
la fugacidad del presente, el amor, la muerte,
el dolor…, pero el tono y la expresión son serenos,
casi senequistas, exentos de todo barroquismo,
que hermanan a Francisco Onieva con poetas del
norte de España como Antonio Colinas y Julio
Llamazares, entre otros, a los que considera
maestros junto con Alejandro López Andrada.
En las dos primeras partes, la mirada se extiende
sobre paisajes generalmente solitarios,
humanizados por el andar del poeta. En la última,
hay una progresiva apertura a los otros, pues se
podría hablar de paisajes con figuras y con las
huellas que dejaron acontecimientos en los que
se manifiestaron el amor y la solidaridad.
Lo que veo en tus ojos
es el vacío de una ausencia,
es la luz azufrada,
detrás de la colina,
de un sol envejecido,
que agranda la alameda
y echa la llave
del horizonte.
Lo que veo en tus ojos
son las piedras heladas de las lindes,
las ramas doloridas de los álamos
–también sienten el frío–,
es el silencio
que en tus palabras se oye,
es la honda humanidad
de la luz de diciembre.
Luis Ramoneda
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miércoles, 11 de agosto de 2010
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