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lunes, 23 de enero de 2012

5845.- JUAN CARLOS OLIVAS

Juan Carlos Olivas. Turrialba, Costa Rica, 1986. Estudiante para la enseñanza del idioma inglés en la Universidad de Costa Rica. Se desempeña como docente y poeta. Cofundador de distintos grupos literarios junto a otros poetas de su ciudad natal, entre los cuales cabe destacar el Grupo Literario “Los Despiertos”. Actualmente trabaja con el Círculo de Poetas Costarricenses. Su obra ha sido publicada en revistas, antologías, periódicos nacionales y páginas web. Asimismo, algunos de sus poemas han sido traducidos al italiano. Tiene en su haber los siguientes premios y reconocimientos: Primer lugar, Certamen Nacional de Poesía Lisímaco Chavarría Palma, de la ciudad de San Ramón, Costa Rica; Primer finalista, Premio Internacional de Poesía Ángel Miguel Pozanco 2009, de la Biblioteca de Ciencias y Humanidades de Barcelona, España. Tiene dos libros publicados: La sed que nos llama, 2007; y, Lo sucio de los Ángeles, 2009






EL LAMENTO DE ERATO


Atado a los caballos de la muerte
este poema cruza la sed de los instintos,
atado a los ojos de un corcel herido en mi ventana,
esta es la luz primera
que ansía el galope de las banales cosas,
cuando dios es un pistilo de aire
en medio de las ráfagas,
y suenan como un acordeón oscuro
las voces de los ángeles que duermen,
y de mí sólo sé que he muerto y he nacido
y he vuelto a morir
en los racimos de polvo
que desprende la mañana.


Así es la belleza que me guía,
conozco el escarnio de mis hijos,
el cielo me reprende
con un batir de alas luminosas
y mi imperio es la lira
que entre los ojos del pecado sucumbe.


Limpia de culpa mi mano sangra,
se aferra a las crines del espíritu,
y no hay ritual, no hay ritual,
Dios mira a un Dios tardío entre mis ojos,
por un instante es la felicidad
la loca espada que atraviesa mi lengua,
por un instante es la mentira
un templo a mis pies y no hay ritual,
un ala tiembla y se rompe,
el ciervo brama entre los riscos,
una mujer desnuda los espejos,
y todos me nombran
cuando una flor oscura germina,
y del aroma se sabe
que fui yo quien la dio a luz
con la ferocidad de un niño.


No hay ritual,
soñé una vez resucitar a un poeta de fuego
que cantase mi belleza,
ordené la lascivia de los hombres
para que amaran mi sexo en todas las ciudades,
e incluso me derramé en un trueno de amor
que bastaría para vencer al fiero Luzbel
que habita entre los bosques buscando un corazón.


Mas nada llenó el odre de mi canto,
ni las notas de mi lira
donde la luz a si misma se perdona,
donde la sangre encuentra cerradas
las puertas de mi reino si no canto,
si no cierro los ojos y los abro
para que todos vaticinen de mi carne.


Nada pudo llenarme, no hay ritual,
contemplo el gran vacío del mundo que soy yo,
hay ciudades nocturnas y relojes,
la sombra se baña entre mis ciénagas,
y ya no queda nadie, ya todos me adoraron,
mis hijos se fueron anteriores al cielo
o al infierno inmaculado de los hijos ilustres,
y sólo puedo verlos en esa tumba
que los ciegos llaman luna, ahí están,
no hay nadie al lado de mi sombra,
no hay ritual,
todo lo que soy lo he soñado
y ya no queda nada.
Se han roto algunas cuerdas de mi lira,
las pirañas royeron mis vestidos,
lejanas víboras se han enrollado a mi pelo,
y sólo oigo los cascos de un caballo
perdiéndose en mi pecho o en mi luz
donde una vez até al poema,
mas no,
no hay ritual, no hay ritual.
Ay de mí que canto para siempre ante la ausencia
y vivo de las pesadillas.


(inédito, 2009)












VIAJE DE OQUEDADES


Yo no te di la fe
para que huyeras,
te la di para salvarme.


Aquí cada dios
hereda ausencias,
volcanes decayendo
en el bajo remanso de tu nombre.
Yo les ofrezco mi adiós
y los perdono,
los perdono porque fueron de tí
la oquedad sin más verdades,
que esta verdad con que cumples
las ciegas libaciones del olvido.


Yo te di la fe
y ahora debo de creer,
pero el poema es un viaje
de emboscada ceniza,
el revés de la muerte
cuando teje su visita ante la lucha,
la insistencia de niebla
en cada calendario
que borramos mintiendo.


Y sólo esto aprendí:
después de la fe
ya no queda la poesía,
quedan bandadas
que escuchan el dolor
para soñarnos.


(De Viaje de Oquedades)












LO SUCIO DE LOS ÁNGELES


Tú que tan solo me recuerdas
lo sucio de los ángeles,
no eres ya la herida
de una puerta cómplice y vana
que hiciste de la magia,
ese pleno pecado
entre las tardes borradas
de pequeñas desnudeces,
donde inocente
no sabe herirnos la muerte.


Tú que ignorabas
el peso de mi error en La distancia,
acumulaste chispas de azar
para tu nombre;
y te quedaste tardía,
amaneciendo
por los débiles recodos del insomnio,
aprendiendo que Dios no gusta
lamer las cadenas del invierno,
sino tu perdón por habitarte.


Tú que ya estabas muerta de mar
el silencio:
no te quedes a sangrar junto a mi furia,
no edifiques la batalla con tu asombro,
no reces más acariciando mis ventanas,
no inclines la fruta del suicidio
para que seas perfecta;
porque mi única opción es derrotarte.
Hasta que aullemos girando
ante el secreto del odio
y la sola cicatriz inevitable,
que vuelve y es poema
y nada más.


(De Lo Sucio de los Ángeles)












LA FE DESHEREDADA


A Rolando Merayo


“Voraces somos tus hijos”
Rafael Alberti




Créeme,
tu padre y mi padre mueren juntos
mientras tú y yo escribimos el poema.
Por eso huyeron,
buscando ciegos sus árboles de vida
y encontrando la cifra de su olvido
en esa voz inmadura, aún pobre,
en que la llama revive.


Ignoran que escribimos
por la oración que cada noche
tú y yo le canjeamos a la ausencia,
batiéndonos en este acto de fe
parecido al suicidio,
donde la herida empaña la sed
de puros, silentes epitafios.


Qué difícil es dudar hermano mío,
cuando duelen en la sombra
las fechas que nos guardan,
la ofensa del huérfano,
tanta saliva oscura
en el rostro que se quema
sin prisa tras lo mudo.


Pero la llama es dura
y nos oculta la verdad;
nuestros padres mueren juntos
no sé dónde,
y sus sombras nos dictan
sus propios crucifijos.


Solas como el recuerdo
de un solo negro río,
cada madre le enseña
a llorar a su poeta,
pero él miente, sueña o besa,
porque lleva demasiadas piedras
formándose en las manos
como ríos.


Pero tan solo créeme esta noche
de fuego pesándole al amor,
de muerte y silencio
pesándole a la infancia:
tu padre y mi padre
siguen muriendo juntos,
mientras tú y yo quizá,
escribimos el poema
entre las cosas que hieren,
se desdicen, y no vuelven
sino para sangrar.


(De La Sed que nos Llama)












Elegía hipócrita para Arthur Rimbaud


Quizás ya no importe
que seas una herida más ante mi puerta.
Todas las cosas te han vencido inútilmente
y sin embargo aún,
cuando miro tus pasos disecados,
sé que hay muchas formas
de mentirnos.


Cada poema es un gesto de duda,
y tú conociste el hastío de los hombres,
nos traicionaste hermosamente,
dejándonos en las manos
este fuego sin fe,
esta impaciencia de ganarle una faena
cada día a la muerte,
este cigarrillo imposible que fumamos
arrojando la ceniza entre la pólvora.


Por eso no me importa
que ahora seas tan precoz como el olvido,
que hayas mordido muchas veces
las manos que te dieron de comer,
o me hayas dado la vida,
hermano, padre o inconcluso enemigo.


Hoy el herido eres tú,
y caes a la vera de un umbral
que ya nunca abriré.














El olvido


A terrible beauty is born


W. B. Yeats


Bien sabes que la sombra no alcanza,
olvidarás mi nombre
y la miseria caerá de sus colinas,
y sólo escucharás
a ese niño que desciende
a los ríos impuros
que soñamos de jóvenes,
a la robusta caricia
de un Dios viéndose solo
en la mansión del fuego,
entre las multitudes que tú y yo
construimos al azar,
irreales camposantos
que maduraban en ti,
distraídas llamas,
flores baldías,
sonámbulos dolores
que maduraban en ti
y me escupían la verdad
como una sombra.
Bien sabes cuánta grieta socava tu miseria,
los bordes de la memoria
te prohíben besarme
y eres pura entre la lentitud.
Yo te entrego la luz
e inútilmente descorro
las blasfemias del mundo.
-Dios no tiene la culpa de soñarnos-,
un día pasará, un mes,
cerraremos los ojos
y oirás la eternidad inevitable,
y así olvidarás mi nombre,
un mes, un año, lo que dures,
y pasarás junto a mí
como un corcel,
encaneciendo las calles
que llevo entre mis pasos.


(Inéditos)

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