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miércoles, 8 de febrero de 2012

5971.- LUIS FLORES ROMERO




Luis Flores Romero (Ciudad de México, 1987) es uno de los poetas más interesantes de su generación. Lirismo, y un eficaz ejercicio de la metáfora y de los recursos prosódicos de la lengua animan a sus versos. Flores Romero recibió en 2009 el premio de poesía joven Jaime Reyes y en 2010, el Premio Punto de Partida.





Entomofilia




Estrella para un grillo


No sé si organillero, jazzista o charanguero,
no sé si tartamudo, dadaísta o filarmónico,
o acaso un orador exótico y chirriante,
no sé la cantidad de erres que es el grillo,
no sé si el grillo es yámbico o trocaico,
¿por qué su ritmo de serrucho,
su mucho dale y dale, su mucha jitanjáfora,
su mucho rechinar y rechinar?, tampoco sé
si solamente dice una palabra
que la repite y la repite y la repite y sobre todo
no sé su relación con las estrellas,
pero las estrellas saben hablar en grillo,
las estrellas tintinean como grillos, es decir
que las estrellas grillan, grillan, grillan,
y si la noche suena es porque un grillo lleva.








Sangre para un zancudo


Mi sangre áhi va volando,
más bien un grano de mi sangre áhi va volando,
un grano imperceptible que fue ingerido por
un díptero sediento milimétrico vampiro;
áhi va mi sangre pues, caliente y absorbida
por un avión impuro de alas membranosas;
áhi va mi ADN, va una muestra
de mi ansiosa hidrografía, va un trocito
de mis eritrocitos, va una gota
de mi sangre volando en esa gota
viva, turbia y alargada, en esa espina
ridícula, aeronáutica y letal, en ese dardo
va volando una pizca de mi sangre,
y siento de repente volar toda mi sangre
ligera, libre, limpia, no sólo esa partícula,
no sólo ese rocío, ese zancudo, sino todas
mis fluviales raíces y es mejor
darle mi sangre al aire que a la tierra.








Antes para una cucaracha


En esos dos a tres centímetros
de la cucaracha no encontré
motivo para odiarla con la suela del zapato;
sólo encontré su perfección cobriza,
su vestimenta gótica y vidriosa,
su incógnita manera de recorrer la estufa,
sus tijeras filiformes, su presencia
carbonífera o tronante, su elegancia
de lámina o madera, su silencio
resistente, remoto, futurista,
su mezcla de cafés, pero no vi razón
para el insecticida, solamente
la encontré citadina, barnizada,
bohemia y nutritiva; la encontré
sobre una lata, apareció
cerca de la basura, apareció
hace muchísimo, los dioses
apenas son un poco más antiguos
que las cucarachas y no dudo
que si un dios escribe a.C. quiere decir:
antes
de la
cucaracha.








Dilema para unas moscas de fruta


Hay una que otra mosca
y una que otra fruta en la canasta,
no decido si comer frutas o moscas,
si comer una guayaba, si mejor
será una mosca, pues la uvas
ya son un poco moscas y las moscas
ya eran uvas desde antes, y tal vez
el mango ya se habrá contaminado
de la mosca y la mosca ya sabrá
tal vez a mango; considero
que si las frutas se mosquean,
también las moscas enfrutecen;
somos lo que comemos, me debato
entre el vuelo y la dulzura, sonreír
porque seré un pedazo de sandía, o volar
porque seré una mosca en la sandía, me debato
entre correr el riesgo de las alas y correr
el riesgo de pudrirse, no decido
entre ser plátano y ser mosca.








Autopista 11:00 pm


El viento (carro) es una noche transparente,
el cielo es una noche (curva) de humo derramado,
una noche apretada (curva, carro) son los árboles:
noche arborescente (carro, carro), noche de raíces;
en la neblina (carro) hay una noche (curva) respirable,
en cada llanta (curva) hay una noche (carro) que da vueltas,
cada monte (curva, curva) es una noche ensimismada,
el túnel (carro) es una noche (curva) previa (carro),
y (curva) el conductor hace a la noche (carro, curva) deslizarse.








Pulgar para unas hormigas


No tienen tiempo las hormigas
para saber si existe o no la gravedad,
por eso no se caen de la pared, por eso no
sienten acrofobia o quieren suicidarse;
tampoco tienen tiempo para cambiar de ruta,
para leer a Borges, para creer en Dios,
o bailar sincronizadas o formar un sindicato;
la verdad no tienen tiempo sino para
sólo ser hormigas; los humanos, por decir,
tienen tiempo para ser de vez en cuando cerdos,
pero a las hormigas no les cabe en su tamaño
el tiempo suficiente para volverse azúcar o elefantes;
nunca se detienen porque no tienen tiempo
para creer en la quietud, para pensar que la pared
es algo sensitiva y sufre una terrible comezón
mientras ellas avanzan cosquilleantes y obedientes,
ascienden y descienden constantes y uniformes,
como sobre un papel se trazan monocordes, manuscritas,
igual que una secuencia de puntos suspensivos;
y aunque no tengan tiempo para temer la muerte,
nada justifica al maldito pulgar
de mi mano derecha que aplastó por placer,
por el puro placer, a tres o cuatro al mismo tiempo.








Modernidad para una abeja


Día de campo, mi familia
después de haber comido sale a caminar;
los refrescos destapados y de pronto
el viento suelta proyectiles amarillos,
un escuadrón de helicópteros discretos
o signos zigzagueantes que acuden a la mesa,
rodean una flor gasificada
y una sola abeja se introduce en esa flor:
sagaz se desliza, succiona y extrae la dulzura,
después complacida se va y otra abeja la suple:
desciende y absorbe más luz pegajosa y la danza
se repite un par de veces hasta que
llega mi familia y disuelve el alboroto,
y no falta la tía que se asusta y pega gritos,
y el escuadrón desvergonzado lentamente
se deshace en el viento; conclusión:
si mi familia bebe refresco
le da diabetes, y si la abeja
bebe refresco le da lo mismo, y si mi tía
bebe refresco produce gases, y si la abeja
bebe refresco produce miel.








El horno de microondas


Amenazó
con regalarme una flor diaria;
las flores nunca fueron, pero dijo:
tal vez las tirarías o tal vez
harías un poema de la flor;
las flores nunca fueron
pero por ser posibles
yo practiqué el poema de la flor:
pensé en la flor amenazante,
la cotidiana flor, el resultado
de todo un mes de flores y pensé
en ensayar la flor en el poema;
y acabado el poema
no había flor alguna,
más bien no había poema o si lo había
hablaba de otra cosa:
hablaba de un león, de un sexo
recién herido por mi tacto,
hablaba de mis padres, el poema
hablaba de un cuchillo, de mi flora
intestinal o qué
sé yo, cualquier asunto;
quise ensayar la flor en el poema
pero el poema hablaba de la muerte;
quise escribirle versos a la flor
y me salió un escrito sobre
la frecuencia electromagnética
en el horno de microondas.








Insuficiencia


Me duele la mujer, no tanto como
para lograr sesenta versos elegiacos,
me duele apenas como
para seis adjetivos,
dos verbos, tres o cuatro sustantivos
y diez interjecciones;
duele pero no tanto como
para llamarla por la línea telefónica,
a lo mucho me duele
para llamarla por la noche ensordecida;
duele pero no tanto como para
prenderle fuego a sus retratos,
sino tal vez lo suficiente como para
prenderle fuego a un cigarrillo;
sí duele pero no lo demasiado como
para que el verso se convierta en una espada,
si acaso en un cuchillo
para untar mantequilla.








Al vestido desde su mujer


Ese vestido está lleno de mujer,
le nace una mujer de los extremos,
o pájaros de aroma
que escapan lentamente,
es un vestido hinchado de mujer;
del cuello, de las mangas,
de la parte inferior del abanico,
le brota una mujer incontenible,
ese vestido está lleno de mujer.








Tulipanes de repente


Yo no esperé ningún tipo de pétalo
salvo la caricia de memoria
de la piel acostumbrada y, sin embargo,
tulipanes;
la calle, según yo, no estaba para dar
sino huellas o colillas de cigarro, tal vez
alguna hormiga y, sin embargo,
tulipanes;
no se prestó la noche
para hablar de metáforas, de Holanda,
del olor, del surrealismo y, sin embargo,
tulipanes;
nadie planeó ningún otro placer
que no fuera el de la nube
mojada en luz lunar y, sin embargo,
tulipanes;
no resbalaron de tus senos tulipanes,
no los soñó tu sexo,
no los soñó tu sexo y, sin embargo,
tulipanes.








Pulsaciones


Escribí un verso y luego otro:
no quedó más que el puro canto,
la pura sensación del río sin el río;
cuando escribí caballo se marchó el caballo,
dejó en las hojas su galope,
versos dactílicos dejó;
pensé en un pájaro y después de haberlo escrito
sólo quedó el puro gorjeo,
la pura sensación del pájaro en las sílabas;
una libélula escribí
y ya no la distingo, solamente encuentro
la sensación de la libélula en la ele,
la pura sensación de una palabra esdrújula;
de la campana quedó sólo la oclusiva,
es decir el puro eco,
la pura sensación de un golpe repetido;
rompí la hoja, la arrugué,
la quise condenar al basurero, pero
la hoja no dejó su ritmo ni un instante:
era un papel que palpitaba.









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