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miércoles, 14 de diciembre de 2011
5568.- RAFAEL GARCÍA GOYENA
Rafael García Goyena (Guayaquil, Ecuador, 31 de julio de 1766 - Ciudad de Guatemala, 9 de noviembre de 1823), fue un escritor, poeta y jurista guatemalteco. Una de sus obras más conocidas es "Los animales congregados en Cortes". Su obra poética tiene carácter didáctico y satírico, y está contenida en el volumen "Fábulas y poesías varias" (Guatemala, 1825). Su estilo es sencillo, a la vez que agudo, y la estructura de los poemas ingeniosa. Es el más relevante poeta de la época de la Ilustración en Guatemala. Según apunta Chinchilla Aguilar, nuestro autor contribuyó, más que ningún otro literato de su época, a ridiculizar el sistema colonial y a orientar la vida política de la República.
Los animales congregados en Cortes
de Rafael García Goyena
Ya sabes que, por genio o por capricho,
vivo en este retiro, Delio amado,
al trato de las gentes entredicho.
En mi sola existencia confinado,
aprendiendo del tiempo las verdades
que me enseña el presente del pasado
Interrumpe, tal vez, mis soledades
uno u otro jurídico negocio
que me hace conocer las sociedades.
Cuando esto no sucede, gasto el ocio
en repasar atento los avisos
de Horacio Flaco, mi perpetuo socio.
Evacuados ayer los más precisos
asuntos que ocurrieron en el día,
me puse a leer gacetas y concisos.
Repleta me quedó la fantasía
de cortes, juntas y demás sucesos
que llenan hoy de honor la monarquía.
Revueltas mil fantasmas en los sesos,
con la cabeza me acosté tamaña;
y padecí del sueño los accesos.
Dormido me ocurrió la idea extraña
de que voy a hacer puntual diseño,
porque puede apropiarse a nuestra España.
En el difícil cuanto heroico empeño
que tiene contra el déspota absoluto,
atiende, pues, amigo: va de sueño.
En la trampa sutil del hombre astuto
incauto cayó, al fin, el fuerte León,
del imperio animal monarco bruto.
Llevado de su noble condición,
no teme los engaños, ni recela
de quien tiene por dote la razón.
Noticia semejante al punto vuela,
discurre por aquel y este hemisferio
y a todos horroriza la cautela.
Las bravas fieras de su grande imperio
se enfurecen, alarman y disponen
a redimir al rey del cautiverio.
Entre otros medios, muchos se proponen
celebrar una junta o gran congreso
de cuantas clases la nación componen.
Líbrase circular, mandato expreso
que a todos los cuadrúpedos emplaza
en beneficio del ilustre preso.
El reino todo se levanta en masa,
y de ariscos y fieros animales
un individuo va de cada raza.
Aun las especies entre sí rivales
se dan y estrechan la amistosa mano,
con otras señas de cariño iguales.
El audaz, el sangriento Tigre hircano,
con sus bigotes y manchada piel,
se mira popular y cortesano.
Sus garras disimula el Oso cruel,
y en el público teatro se presenta
como patriota, ciudadano fiel.
La Pantera feroz, siempre sedienta
de sangre de los hombres, allí toma
asiento, y a los suyos representa.
El Leopardo, acullá, también se asoma
erizando la crin o la melena,
y el ligero Cerval de nariz roma.
No dejó de asistir la cruda Hiena;
desamparando su nevado monte,
en las cortes también su voz resuena.
¡Oh membrudo y sagaz Rinoceronte!
el Búfalo. Hipopótamo y el Uro,
el Reno, la Jirafa y el Bisonte,
Todos asisten al común apuro.
Allá se mira la pintada Cebra;
también la Danta de pellejo duro;
el Unicornio acá, de quien celebra
la fama el cuerno, que aplicado sana
la mortal picadura de culebra.
De nuestra ínclita parte americana
allí miro al Cebú, oigo al Coyote
aullar en la junta soberana,
el Huanaco, el Espín, el Ocelote,
el Babirusa, el Llama y el Zorrillo,
el tardo Armado, el Corzo y el Pizote;
el bravo Jabalí de cruel colmillo,
el gordo Tepescuinte, grato al gusto;
el Onagro también y el Huroncillo,
todos a consultar el común susto
se congregan de ambos continentes,
y forman el congreso más augusto.
Por las otras especies obedientes
al duro yugo del dominio humano,
acordaron poner votos suplentes.
Como por el Caballo lusitano,
la Oveja confinada en vil encierro,
la Cabra y el doméstico Marrano,
y así de los demás; menos el Perro,
que por su natural inclinación
hacia los hombres, se le imputa el yerro
de la más alta y pérfida traición,
y en cuantas tiene más de treinta castas
proscrito lo declara la nación.
De los desiertos y regiones vastas
del orbe, vienen en unión social
cuantos usan colmillos, uñas y astas.
Esta ha sido la junta más cabal
que se ha visto de brutos congregados,
desde la del Diluvio universal.
Reconocidos los poderes dados,
se declara su fuerza por bastante;
y de acuerdo común, los diputados
eligieron, ninguno discrepante,
por medio de sufragios singulares,
por cabeza del cuerpo al Elefante.
Dando los pasos, pues, preliminares,
el sabio presidente abrió el congreso
entre vivas y aplausos populares.
En un discurso que estudió para eso,
exagera la grave, atroz injuria
hecha al monarca que lloraba preso.
Exagera también la humana furia
que a todos predomina y avasalla,
llenándoles de males y penuria.
«Todo el reino animal cautivo se halla
-dice aquel orador-. De todo el globo
se hace dueño absoluto esta canalla.
«Sus satélites son la muerte, el robo;
no respeta la hacienda ni la vida
del humilde Cordero o fiero Lobo.
«Contra el hombre tirano bruticida,
este grave congreso se ha instalado:
recuperad la libertad perdida.
«La libertad de nuestro rey amado,
que en las redes cayó de oculto lazo;
la libertad del reino y del estado...»
«¡Libertad -grita el Tigre- en todo caso
para que por las plazas y las calles
me pueda yo pasear sin embarazo!»
«Libertad absoluta sin detalles»,
al mismo tiempo reclamaba el Oso
para rugir por montes y por valles.
Repite libertad el cauteloso
Jacal, poniendo su mirar ferino
en el Conejo débil y medroso.
«Tengamos libertad -dice el dañino
Lobo-, para dejar la oscura gruta
y salir a las claras al camino».
Demanda libertad la Zorra astuta,
y que mueran el hombre y el mastín
para que pueda ser más absoluta.
Nuestro Gato montés y el Tacuazín
son de la libertad declamadores;
y todos piden libertad al fin.
El Mono entonces dijo así: «Señores,
la amable libertad es el objeto
de las públicas ansias y clamores;
«que la conseguiremos me prometo,
si descubre la luz de esta asamblea
el medio de salir de tanto aprieto.
«El común enemigo se pasea
por nuestras posesiones muy altivo,
mientras la junta libertad vocea.
«Pero ¿qué libertad, según percibo,
no es la que más conviene a la nación
ni la que necesita el rey cautivo?
«Particulares libertades son
las que oigo reclamar a cada uno
conforme a su específica intención.
«Libertad para hablar sin freno alguno,
libertad para hacer cuanto se quiera,
se pretende en un tiempo inoportuno.
«No se consigue el fin de esa manera;
el reino seguirá tiranizado
y el príncipe en poder de aquella fiera;
«la salud del monarca y del estado
es el único objeto, el punto fijo
a que debe atender nuestro cuidado.
«y no refiero, por no ser prolijo,
otras muchas más cosas en abono».
Aquí la maliciosa Zorra dijo:
«¡Oigan al charlatán; miren al Mono,
cómo quiere con gestos y parola
imponernos la ley y dar el tono!
«Pensará que solo él ha dado en bola,
y que sabe pensar como la gente,
sin mirar por detrás su larga cola.
«¿Cómo tuvo valor el insolente
de acusar al magnífico concurso,
no menos que de necio, impertinente?
«Que no sabe elegir aquel recurso
que a la necesidad actual conviene,
careciendo de todo buen discurso?
«Nada ignoro; ya sé de dónde viene
esa mordacidad; todo es resabio
del humano comercio que mantiene.
«Discurrir como el hombre, con agravio
de nuestra majestad (¡injuria atro!),
es por más parecérsele en lo sabio,
«así como en la cara tan feroz,
y merecer con él alto renombre...»
El señor presidente alzó la voz,
diciendo así: «Nadie se asombre,
si como un animal el hombre opina,
que haya bruto que piense como el hombre».
Aquí, amigo, la fábula termina
porque quiso un ridículo fracaso
interrumpirnos la sesión felina.
Sabrás que en otro tiempo vi de paso,
leyendo antigüedades de Heinecio,
cierta doctrina conveniente al caso
Así dormido me esforcé bastante,
y con voz tartamuda dije recio:
«Ha hablado en su lugar el Elefante;
«ese mismo dio causa a cierta ley,
en el juicio de un sabio protestante».
Al escuchar mi acento aquella grey,
me reconoce, grita y se agavilla,
diciendo: ¡El opresor de nuestro rey!»;
me cerca la brutal fiera cuadrilla;
me embiste con furor y con denuedo;
a mí me despertó la pesadilla,
y al escribírtelo ahora tengo miedo.
Me parece que todo es realidad,
y continuar la epístola no puedo.
Consideréme solo, a la verdad,
entre aquella furiosa multitud,
que a título de pública salud
me acusaba de lesa majestad.
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