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martes, 12 de febrero de 2013

AQUILES GARCÍA BRITO [9320]




AQUILES GARCÍA BRITO (La Isleta, Las Palmas de Gran Canaria, 1959).
Su vida laboral ha estado ligada a la actividad bancaria en una entidad de relevancia, ocupando cargos directivos en toda la provincia. De siempre le interesó y le ocupó la actividad artística. Actualmente escribe poesía y relatos, y participó con el cuento "El color de los alisios", en el libro colectivo Voluntad y palabra [coord. por Marisol Llano Azcárate] (Colección Tid Mayor, Ediciones Idea, SCT, 2009), en la colección de relatos Antología 2011 (Editorial NACE, LPGC, 2011) con el cuento titulado "Esperando la visita", y con el poema "Comida casera" en el Proyecto Art Food Para comerte mejor (publicación en soporte CD editado por Editorial PUENTE PALO y JAVIER CABRERA, LPGC, 2011). Se publica  el poema "Canción de las banderas", traducido al rumano por la Universidad de Bucarest en la revista Orizont Literar Contemporan (número 6 / noviembre-diciembre 2011), y la revista electrónica internacional de arte, cultura y literatura Cultura Colectiva (noviembre 2012) publica su poema "El sicario", elegido entre todos los presentados a nivel mundial para el Festival Poético Escritores por Ciudad Juárez.
En 2011 ha publicado el poemario La voz mirada (Coed. Ediciones Idea / Editorial Aguere, SCT, 2011).
Es presidente de la Nueva Asociación Canaria para la Edición y miembro de la Asociación Canaria de Escritores.
Correo electrónico: agarciabrito@gmail.com






La casa grande

Quiero una casa grande con las puertas abiertas 
para que entren todos los nombres, 
quiero una casa grande, a la rosa de los vientos 
con fachada a todos los signos, 
con azotea para toda voz 
que ulula en este firmamento 
de fugaces estrellas.

Quiero una gran estancia sin murallas y franca 
para que venga toda voluntad, 
no quede rechazada ni una, 
irrumpan felices las albas 
a esta latitud muerta.

Quiero una con terraza como puerto, 
de donde también parta nuestra bisutería 
trabajosamente compuesta, 
y rebase los muros de este Olimpo 
como el grácil velero de las blancas banderas 
sortea el arrecife sin ni siquiera verlo, 
en las pleamares de las ideas.

Una casa que solo no puedo acabar quiero. 
A ver si a mis amigos de las sopas de letras 
y de castillos en el aire, 
les queda alguna fuerza para darle una mano 
de verde vivo.

Aquiles García Brito, 
Las Palmas de Gran Canaria a 3/mayo/2012







El sicario

Tiempo ha,
te presentaste 
para mostrarme qué se interponía 
entre yo y las mujeres. 
Maté a mi padre. 
No fue  impune, pues dejé de ser niño.

Después, 
arrastraste cadenas ante mi
y maté un policía que llevaba muy dentro, 
al fondo.
Hoy tengo conocidos en el cuerpo 
y veo la cosa de otra manera, 
no tan estricta.

Ahora vuelves, 
muestras tus ojos de novillo 
y señalas  con un círculo el mapa.
Preparo el arma contra Nestor, 
que arenga 
<< nadie, pues, tenga prisa 
hasta dormir 
con la esposa, la hermana 
o la hija del vecino>>. 

En el futuro
seguiré asesinando a los  deiformes 
que hieren de lejos,
desde muy lejos,
en este caballo de Troya.

Aquiles García Brito, 
La Isleta, veintisiete de agosto de dos mil doce, 20:45





Del poemario La voz mirada  
(Coed. Ediciones Idea / Editorial Aguere, SCT, 2011).



PHOENIX CANARIENSIS

El columpio que me llevaba, 
me traía y de nuevo ahora 
me eleva a su follaje, 
es la misma certeza
que bajo su fresca caricia 
adquirí en la fugaz infancia: 
Esta es mi casa. 
Cuna de dioses mitológicos, 
árbol de vida, hija del mar 
en los reinos antiguos,
la rosa de los vientos 
que un millón de sueños al joven 
señaló en todas direcciones. 
Sin embargo hoy, 
tiene una difícil tarea, 
cargando el saco del cansancio 
duro se me hace el juego, 
imposible alcanzar 
con el propio impulso la brújula 
de sus hojas abiertas siempre.
Y sé 
que no debo esperar jamás 
el renacer de un pájaro único. 
Hábitat protector, 
palmera canariensis, 
El ave fénix que resurja 
de sus cenizas esta vez, 
debo ser yo.








Cada libro alrededor de la cama 
tirado, en desorden cada volumen, 
es una ilusión que quiso ser culmen, 
sueño incompleto, una parte de tanta

vida ajena que no llega a ser tu alma. 
Cada relato escrito a la mitad 
viaje aplazado sin caducidad, 
los poemas rotos, renuncia clara.

De aquellos al rescate tus abrazos 
acudieron, de éstos fueron tus besos 
los que me apartaron apasionados

para comenzar periplos lejanos. 
Quiero creer que son tus recovecos 
los que me hacen olvidar otros barcos. 






LAS HORAS DEL AMOR

El mar no tiene tiempo, 
es la felicidad. 
Las olas van 
y vuelven al mismo agua. 
Mira desde aquí, ahora, quieta 
y veras que ni las embarcaciones 
padecen cambios.
Así somos nosotros, 
hallarnos, la conquista, 
el compromiso fiel, 
un rato sólo. 
No hagas las cuentas de avaros ridículos. 
Las horas del amor 
son inconmensurables y contadas, 
como las épocas del mar, sin tiempo.







Tengo una llamada pendiente, 
no está perdida. 
Al igual que ahora estoy en un atasco, 
después puedo volver sobre mis pasos 
porque surjan imponderables. 
Si no giraré a cualquier lado, 
es más directo. 
Pero si finalmente retrocedo 
para liberarme de lo que me ata, 
procuraré sea una gestión ágil; 
hay una llamada que ilumina 
parpadeante 
en la oscuridad del viaje de vuelta. 
Ya no es tan constante como lo era antes, 
pero incluso por las mañanas, 
cuando me alejo, 
lo hago llevado de esa voz durmiente 
que allí dejo por las ocupaciones. 
Lo que unos dicen ajetreo, 
otros estrés, 
no es mas que el rastrear tras los obstáculos 
a lo que no suena en esos instantes.
Tengo una llamada presente, 
indicadora de una fuerza 
disimulada, 
que bautiza y ordena todas las cosas, 
corrige la sangre y la hace fluir
en este circuito cerrado, 
cuyo único fin eres tú. 
Del modo que los ciudadanos 
obedecen las leyes del mercado 
sin conocer de su existencia, 
responderé siempre a ese timbre 
intermitente. 







UN DÍA EN LA PLAYA

Despierta del insomnio 
que producen los ruidosos olores 
de los cuerpos de coco 
y zanahoria, 
dulzones, pegajosos, 
ese otro 
a escamas de pez en la piel, 
vivaz 
como clavada de espina en la boca, 
que avientan, sin dudarlo, 
los hombres que sujetan 
la tierra al mar con toscos aparejos. 
Y cuando aflojan los titanes 
la presión de las cuerdas por la noche, 
para iniciar la fiesta, 
y se aleja el océano, 
más cíclope, menos postal,
se descubre el jardín 
de mil y una incipientes flores 
y lunas encharcadas, 
origen de este aroma 
a guerra entre pandillas y cangrejos, 
a los amoríos entre las barcas 
varados, en la arena, 
al ventorrillo cálido 
donde fuimos gallitos. 
La orilla, un puerto 
de algarabía aventurera 
hacia afuera y hacia adentro.







Se organizó una fiesta de poetas
en los parques de Tombuctú.
Asistieron los grandes 
y los reconocidos
y los profesores sentados
 que sientan cátedra. 
En fin, la crema. 
Rápidos todos abrazaron causas 
y quemaron chuletas.
Uno dijo, ¡La religión ha muerto!
¡Viva la poesía!, 
y empezó a onomatopeyar 
mil caballos alados a tropel 
ardiendo en la noche platónica. 
Pero la megafonía advirtió,
No nos comportemos como animales. 
Informamos de que la poesía 
también ha muerto 
al fusionarse con la prosa.
Acto seguido, 
un laureado rompió en quejas, 
Deberíamos tirar confeti en los recitales; 
las encuestas dan ganadores a los cantantes.
Y escribió un libro entero 
con todos sus desleídos harapos 
y dejó para nunca 
las enciclopedias para entenderlo. 
Otro, un poeta maldito añadió, 
No nos comprenden porque somos buenos. 
El pinche de cocina murmuró, 
Toda emperifollada 
la poesía parece una vieja puta. 
No tendrá clientela. 
Al verso con el vecino, mejor, 
como cuando vamos acompañados 
a los funerales y los entierros. 
Ante tamaño escándalo 
todos huyeron a sus escondrijos 
y se terminó la verbena. 
Se celebró una orgía de poetas 
en el exuberante jardín de Tombuctú. 
Sí, pero no queda ni rastro. 
El desierto sigue avanzando 
y la universidad es solo barro.







LA VOZ MIRADA

Por esta urbe entre todas las ciudades, 
tras esquinas y calles adyacentes, 
un mullido susurro 
golpea sin piedad,
del mismo modo que el tráfico asfixia 
en lento transcurso por las arterias. 
A través de refugios 
como la casa propia,
parece que murmurasen sin fin 
las situaciones y las mismas cosas, 
y el gran ausente 
se pregunta qué dicen. 
Al no obtener respuesta alguna irrumpe 
con un discurso vacilante, tibio, 
contra tal abandono.
Se sabe en desventaja, 
un peatón que salta la mediana, 
pues su propio timbre es parte del ruido 
–resonante, qué grita–, 
y lo escrito está muerto 
y bien amortajado entre las páginas 
de los fracasos y éxitos medidos. 
Pero él ha de encararse, 
no apartarle la vista, 
escudriñarlo bien alrededor, 
a los lados y detrás, sus entrañas, 
pasadas éstas, como a un delincuente 
que te corta el camino, para tenerlo a raya. 
Amanecerá moderadamente 
aquellos pocos días en que el hombre 
consiga mantener 
la voz mirada.








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