Emilio Sosa López
(Córdoba,ARGENTINA 15/01/1921 - 29/05/1992)
Emilio Sosa López: Apuntes para una biografía
Por Marcela Benavides*
“Emilio Sosa López fue uno de los intelectuales más destacados de nuestro país y un creador de no común energía” (1); poeta, pensador y novelista, nació en Córdoba, Argentina, el 15 de enero de 1921, y murió en la misma ciudad el 29 de mayo de 1992.
“La obra de Sosa López merece sitio perdurable, por su intensidad y su fe” (2); autor de numerosos libros publicados en Argentina, México y España, como poeta es “Tal vez el mejor entre los continuadores de la línea anglosajona —Eliot, Pound, en particular—, es decir, de una poesía de refinada elaboración intelectual, libresca, reflexiva, en la que el límite fonético del verso es dictado por el ritmo interior de la imagen y el poeta contempla el mundo desde una áurea imparcialidad” (3); entre sus volúmenes en verso podemos citar los siguientes: Cuadernos de poesía (Córdoba, 1948); Sentimiento de la criatura (Losada, Buenos Aires, 1950); Los encantamientos (Losada, 1954); La fábula (Losada, 1957); Por amor de la fiebre (Córdoba, 1962); Isla cercada (Losada, 1969); Máscaras (Losada, 1972); Encantamientos (1946-1983, Universidad Nacional de Córdoba); Cielo sin nadie (Universidad Nacional de Córdoba, 1985); Encantamientos (Mundi-Lerner, Córdoba, 1987); La hidra (Mundi-Lerner, 1990); posteriormente, junto con los poemas de Una playa sembrada de maderos (1989-1991), reunió su producción en ese género en la tercera edición de Encantamientos (Mundi-Lerner, 1991), volumen que consideró su definitiva obra poética, pero a la que hay que agregar la publicación póstuma de Últimos poemas (Mundi, 1993). “A esta altura, por la ductilidad de estilo adquirida, nada más hubiera necesitado Sosa López para que su poesía empezara a mostrarse como una isla en el panorama de las letras argentinas e hispanoamericanas.... Vista en su totalidad no es fácil rendir una imagen que englobe todas las características de esta poesía. Siendo como es Encantamientos una obra caudalosa, ella no se muestra por acumulación, sino a través de un largo proceso selectivo en constante renovación que le evita caer en obsesivas reiteraciones. Tampoco ha consentido en quedarse en una expresión amanerada, con una gramática monocorde, como sucede con muchos de nuestros autores. Por el contrario, por ahondamiento y concentración reflexiva busca y experimenta una forma adecuada, ventaja que le otorga sin duda su rico mundo mental, logrado a través de diversas disciplinas que de hecho lo vinculan a lo más avanzado del pensamiento contemporáneo. Elaborada pues con extrema conciencia estética, su obra poética reposa en un suelo de referencias eruditas incalculables que, sin embargo, no alejan al lector; lo acercan más bien al clamor de fondo que implica la condición humana” (4). Dos libros de relatos: Los sueños de Medusa (Emecé, Buenos Aires, 1981) y Cuentos para una época incrédula (Mundi, 1994). Como novelista, los títulos El dios momentáneo, La subversión y Gorgo, todos ellos editados bajo la denominación Mundo de dobles (Sudamericana, Buenos Aires, 1972), El visionario (Joaquín Mortiz, México, 1978); estos cuatro, junto con los libros Orfeo, Porras y La contradicción, fueron reunidos en lo que constituye su ciclo novelístico Mundo de dobles (2º edición, completa, Lerner, Córdoba, 1989). De su intensa obra como pensador, caben señalarse sus escritos filosóficos Vida y literatura (Losada, 1959), El hombre interior (Fondo de Cultura Económica, México, 1962), Mito y realidad (Troquel, Buenos Aires, 1965); La ideación de la historia (Sudamericana, 1971) y Ser y pensar (Universidad Nacional de Córdoba, 1982), reunidos estos cinco con el título de Ser del hombre (Mundi, 1993). “Ser del hombre, de Emilio Sosa López, instala el pensamiento argentino en uno de los capiteles mejor labrados de la metafísica occidental” (5). Define Sosa López: “Asumir con firmeza el principio del destino humano, más allá de todas las crisis y todas las limitaciones, ha de darle indudablemente al hombre la fortaleza suficiente como para vivir —si no con optimismo, si no con escepticismo— con la necesaria y suficiente alegría con que uno puede hacer las cosas sin olvido de los otros hombres” (6). Y los ensayos literarios Poesía y mística (Sudamericana, 1954), Los ideales literarios modernos (Troquel, 1968), Literatura e información (Universidad Nacional de Córdoba, 1972), La novela y el hombre (3ª edición, Gredos, Madrid, 1968), El conocimiento poético (1ª edición, Emecé, 1974), El espíritu de las letras y La razón ardiente, conformando estos últimos cuatro el volumen El espíritu de las letras (Mundi, 1995). En El conocimiento poético, afirma Sosa López: “La relación verdadera de la poesía con la vida es exigencia de perfección”.
Entre otros cargos y actividades académicas y docentes, fue Vicepresidente (1960-1962) y Presidente (1962-1964) de la Sociedad Argentina de Escritores (Córdoba); Director General del Consejo de Enseñanza Secundaria del Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba; creador, primer Presidente y fundador del Consejo General de Enseñanza Secundaria Normal y Especial (el primero del país) (7), y creador del Instituto de Ciencias de la Educación, siempre en el citado ámbito ministerial; docente del Colegio Nacional de Monserrat, Profesor de Antropología Cultural del Instituto de Sociología de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Profesor Titular de la Facultad de Filosofía y Humanidades, todos dependientes de la Universidad Nacional de Córdoba; Director de la Escuela de Letras de dicha Facultad y Vicedecano de la misma, de la que fue también Director de las ediciones Colección Cuarto Centenario; Director de su Departamento de Publicaciones y Director de la “Colección de Estudios y Ensayos” de la Dirección General de Publicaciones de la Universidad Nacional de Córdoba. Fue también catedrático y conferencista, entre otras, de las Universidades: Nacional Autónoma de México, Northern Illinois, Pittsburgh y Vermont, Estados Unidos (en esta última en calidad de Fulbright Professor).
A lo largo de varias décadas, diversos trabajos suyos de Literatura, Filosofía, Antropología y Sociología, tanto creativos como críticos, se publicaron, principalmente, en Uruguay, Venezuela, Estados Unidos y Francia, colaborando en los suplementos culturales de diarios y revistas de su provincia, del país y del extranjero; así, en “LA GACETA”, “LA NACION”, “LA PRENSA” y “CLARIN”, SUR, REUNION, REALIDAD, REVISTA IBEROAMERICANA (Estados Unidos), CUADERNOS AMERICANOS (México), REVISTA DE OCCIDENTE (España), LA GACETA DEL F.C.E. (México), CUADERNOS HISPANOAMERICANOS (España), HISPANIA (Estados Unidos), ENCYCLOPAEDIA UNIVERSALIS (Francia), SYMPOSIA (México), LOST & FOUND TIMES (Estados Unidos) y otros.
Obtuvo el Primer Premio Nacional “Leopoldo Lugones” para ensayo, otorgado por la Sociedad Argentina de Escritores de Buenos Aires (1956), y, posteriormente, la “Faja de Honor” de la misma por su trabajo La novela y el hombre (1962).
Fue Miembro Asociado del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana (Pittsburgh, Estados Unidos), socio y miembro activo del PEN Club Argentino; participó de distintos congresos internacionales de escritores y poetas en el país y en el exterior; entre otros: Congresos Internacionales de Literatura Iberoamericana (1954 y 1959); Jornadas Internacionales de Poesía (Uruguay, 1962); Congreso de Escritores Latinoamericanos, organizado por el PEN Club Argentino (1962); Congreso Internacional de Filosofía (México, 1963); Congreso Internacional de Sociología (1963); y fue Secretario del II Congreso Nacional de Filosofía (1973).
Fundador del sello editorial Mundi. Director de la REVISTA DE HUMANIDADES (Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba) y fundador y director de las revistas literarias NACE EN PROVINCIA (con Martín Sosa) y MUNDI (con Armando Zárate), esta última considerada, luego de SUR, la más importante en su género que se haya hecho en la Argentina, y que fuera premiada en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires en 1991; sobre esta publicación leemos: “La imagen del mundo concierta siempre gratas referencias al vincularse a revistas literarias notables” (8). Como consecuencia de un acuerdo en Pittsburgh, EE.UU., en noviembre de 1982, entre los profesores Emilio Sosa López (Univ. Nac. de Córdoba, Argentina), Alfredo Roggiano (Profesor Emérito de la Univ. of Pittsburgh, Director del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana de EE.UU.) y Armando Zárate (Univ. of Vermont, EE.UU.), se decidió, por iniciativa de Sosa López, crear MUNDI; fueron los poetas y escritores Sosa López y Zárate sus Directores; el escritor Martín Sosa su Secretario de Redacción; el Comité de Redacción estuvo integrado por Enrique Anderson Imbert (Profesor Emérito de Harvard University, EE.UU.), Horacio Armani (de la Academia Argentina de Letras), Roberto González Echevarría (Chairman y profesor de Yale University, EE.UU.), el citado Alfredo Roggiano (Univ. of Pittsburgh), Timothy Murad (Chairman y profesor de la Univ. of Vermont, EE.UU.) y Donald A. Yates (Profesor Emérito de la Michigan University, EE.UU.); el poeta Carlos Culleré (funcionario de la UNESCO en París, Francia) fue su Coordinador, y, entre sus corresponsales, estaban el ensayista René Zapata (Univ. de La Sorbonne, París, Francia) y la escritora Rosalba Campra (Univ. de Roma, Italia).
Salvo sus estadías en el extranjero en los años 60 y 80, toda su vida y su obra, de proyección internacional, las realizó en su ciudad de nacimiento.
NOTAS:
1: Modern, Rodolfo E. (de la Academia Argentina de Letras, Secretario): La razón del pensamiento: El espíritu de las letras, LA PRENSA, Buenos Aires, 4 de agosto de 1996
2: Armani, Horacio (de la Academia Argentina de Letras): La poesía de Emilio Sosa López, LA GACETA, Tucumán, 30 de mayo de 1993
3: Aguirre, Raúl Gustavo: Poesía Argentina Contemporánea, Antología, Dirección de Cultura, Universidad de Carabobo, Venezuela, 1973
4: Zárate, Armando: Una poesía visionaria, Estudio sobre la poesía de Emilio Sosa López, Mundi, Córdoba, Argentina, 1987
5: Villanueva, Héctor: Ser del hombre, LA PRENSA, Buenos Aires, 9 de enero de 1994
6: Zaragoza, Celia: Con Emilio Sosa López, reportaje, LA NACION, Buenos Aires, 7 de enero de 1973
7: Este Consejo creado por Sosa López fue el primero de Enseñanza Secundaria de Argentina, y su institución mereció un elogioso Editorial del diario LA NACION de Buenos Aires el 8 de febrero de 1957
8: Mazzei, Ángel (de la Academia Argentina de Letras): Mundi: Válido aporte de una revista, LA NACION, Buenos Aires, 23 de noviembre de 1986
1: Modern, Rodolfo E. (de la Academia Argentina de Letras, Secretario): La razón del pensamiento: El espíritu de las letras, LA PRENSA, Buenos Aires, 4 de agosto de 1996
2: Armani, Horacio (de la Academia Argentina de Letras): La poesía de Emilio Sosa López, LA GACETA, Tucumán, 30 de mayo de 1993
3: Aguirre, Raúl Gustavo: Poesía Argentina Contemporánea, Antología, Dirección de Cultura, Universidad de Carabobo, Venezuela, 1973
4: Zárate, Armando: Una poesía visionaria, Estudio sobre la poesía de Emilio Sosa López, Mundi, Córdoba, Argentina, 1987
5: Villanueva, Héctor: Ser del hombre, LA PRENSA, Buenos Aires, 9 de enero de 1994
6: Zaragoza, Celia: Con Emilio Sosa López, reportaje, LA NACION, Buenos Aires, 7 de enero de 1973
7: Este Consejo creado por Sosa López fue el primero de Enseñanza Secundaria de Argentina, y su institución mereció un elogioso Editorial del diario LA NACION de Buenos Aires el 8 de febrero de 1957
8: Mazzei, Ángel (de la Academia Argentina de Letras): Mundi: Válido aporte de una revista, LA NACION, Buenos Aires, 23 de noviembre de 1986
ELEGÍA HACIA EL SUR
(A Hart Crane)
GRITOS DE GAVIOTAS SOBRE LAS ISLAS
hacia el sur,
y la bruma que el aire empuja
como un promontorio,
entre aguas que se estrechan o desfondan
formando anillos de arrebatos insomnes,
o fantasmales trapos húmedos
de vientos que cabalgan en la oscuridad
junto al cloquear de los embarcaderos,
dan un duro reposo a la noche
que cae sobre tus hombros.
Pero un día nuevo viene hasta tu mano
alzando rojas cabezas sobre el horizonte,
entre grúas o vigas lanzadas contra el cielo,
mientras hace girar la llave o se refleja
en un jarrón de azuladas burbujas,
luz que desciende a los abandonados
y ojos de hojalata de mujeres vacías.
Y muerto en la terrible posesión de la hora,
su cuerpo otra vez reciben las aguas,
y vuelve a nuestros labios para pronunciar
todo el amor que entretejen las sombras.
Lentos amaneceres que la luz distancia
o finge al caer como una antigua imagen
de negros canturreando a la orilla,
multitudes que habitan en su corazón
o cargamentos que lleva el río
en noches túrbidas,
ululando al partir o resonando aún
en su cráneo que yace bajo el mar.
De ISLA CERCADA (1969. Buenos Aires: Editorial Losada, S. A.)
FIGÓN DE ARLES
SOLÍA DEJAR DE PRONTO SUS PINCELES
van Gogh
y ramos de gladiolos
se consumían en sus ojos,
para luego subir lentamente
el camino
y llegar a un figón de Arles
donde muero.
Atropellaba sillas y mesas
y un odio de fuego
transportaba al cielo la escena;
se veía que llevaba a Dios
como una amante
pegada al cuerpo.
Todo poder era posible en él.
Absorto miraba las astillas resecas
de muebles que retornan
rígidos
a su azufre,
mucho más rápido que tú
en quedarse así,
en la absoluta quietud
del desamparo.
Y sentía desgranarse
como un pan vivo la luz,
pero más poderoso era, por cierto,
para él
lo que el trazo del pintor
con terror oculta,
interiores de cartón y ventanas
de insomnio
donde no hay salida.
De MASCARAS (1972. Buenos Aires: Editorial Losada S. A.)
TODA HISTORIA
TODA HISTORIA ES UNIVERSAL
aunque deploro que así sea.
Pap entró como un relámpago
y alumbró las visiones del más allá.
Cambió todo.
Con él se vino abajo
la sermocinanda
del Juicio Final.
Nuestra cañada atravesaba N. Y.,
ciudad trascendida como una batalla.
Y vi un escarabajo sobre el mantel
y mami gritó.
Lipoleum gritóovarrhounewnskawntown
y todos los muertos de pie
gritaron en Beresina.
¿Mi barrio? Jabberwocky.
o mejor, Urgothlande.
Me paseo por Kaufbeuren (Allgäu)
y vivo a trasmano en Noruega.
Oh incestuosa muerte
con la que cohabito.
Calles de anticlima
rinevropnis,
enem igoci eloes mer ilad oy
pocorzodofibanal.
De MASCARAS (1972. Buenos Aires: Editorial Losada S. A.)
BALADA
Como la soledad sin imagen de hombre
a orillas de mi piel lengua de fuego o musgo
veo el día que sale de las profundidades
Es su belleza un cúmulo en desorden
una red que aprisiona estaciones marchitas
secas mentiras yertas palabras irrisorias
es su luz un gemido que me recuerda el mar
el mar el mar tirado como un triste mendigo
Oh contra él ha ejercido odios la eternidad
con mano cruel deshizo su rostro hecho de espuma
dejó su ser sin norte entre rocas aullantes
clavó su corazón contra un muro le puso
niebla a su transparencia y dolor a su nombre
Su quejido fue arena para los ojos
piedra que hiere la voz de su ternura
polvo que cae su palabra
polvo
el día fue ese polvo que gravita invisible
Sin embargo recuerdo su belleza surgía
como espada translúcida fulgente igual al aire
su blancura curvaba un raudal y esplendía
como un diamante alegre traspasado de verde
oh día en que mi ser era su plenitud
Yo construí este silencio sólo para alabarle
imaginé los ríos las alondras los prados
derramé todo el cielo por su sangre
le sumé a sus cabellos la brisa de la tarde
le vi caer desnudo sangrante resonando
sacudiendo el espacio en un golpe de sombras
despertando los mares al caer
yo cantaba llorando con su silencio en torno
yo bebía el silencio de las piedras y ardía
a orillas de mi piel como un agua nocturna
Vi tu ser en las ruinas del mundo
el dorso de tu sueño hecho de un duro engarce
tu eterna juventud prisionera del moho
vi tu ausencia y no quise
llorar tu muerte a solas
Tu caída prolonga una lenta ceniza
tu claridad qué arroyo rememora qué olvido
quién promueve en las calles tu presencia y dispone
la luz en derredor
como un grito o un frío
Como tu soledad sin imagen de hombre
por huir de este mundo que dejaste soy nadie
aire que no aspira sed que no se apacigua
olvido entre las rosas coindición entre espinas
soy sombra que acompaña a un ser que muere en todo
Tú eras fuerte lo mismo que el mar una columna
perfecta en los instantes de la música pura
pero fue tu dominio tan alto que tuviste
ya el tiempo por prisión encadenado a un día
la eternidad no tuvo piedad de ti de mí
Rodaste hacia el abismo como centella o nube
fue mi carne el castigo al orgullo de amarte
mis ojos ya no vieron más que el duro silencio
que envolvía las lentas estaciones del año
yo vi el color de tu alma pronto a reverdecer
Me mostraste en el sueño tu voz desnuda rostro
que no miré abriendo los ojos desgarrando
de un manotazo el velo oh luz de oscuridad
vi ya ciego que estaba la luz amaneciendo
vi la luz en los pórticos de la oscura ciudad
Yo estaba recordando el mar vi que fluía
de mi voz como el día de las profundidades
de pronto se tendió se quedó sin orillas
SISTEMA Y PEREGRINAJE
Yo regreso a menudo entre voces que imploran
cayendo hacia el abismo de las noches vacías
la soledad o el sitio donde el amor se regocija
donde flores esplenden y fuentes se responden
con el gozo del mismo entrañable poder
de estar y padecer, de redimir y ver
la integridad del alma concentrada en palabras
y también entre voces de amor regocijadas
que afirman con el ímpetu de olas enamoradas
los instantes curvados sobre la sed de amar
que es llorar y tornar y al fin recuperar
el tiempo de la gracia entre tiniebla y lágrima
junto al sitio o al término donde las voces callan
donde la tierra calla como una inexpresada
voz que olvida los vínculos y crea sin palabras
un canto sin comienzos aún mayor que el silencio
como un peregrinaje a través de otro cuerpo
de otra voz, de otro sueño que nunca es el recuerdo
SENTIMIENTO DE LA CRIATURA
Usquequo, domine, oblivisceris me, usquequo
avertis faciem tuam a me?
1
Término de madurez el fruto rojo cae
y así como a la tierra desciende apartado de su rama
mi alma, desprendida de ti, me sobrecoge en la muerte.
Señor, yo no soy nadie para que así me instruyas
depositando en mí tanto ardor sin memoria.
Compadéceme que cuanto en mí te sea
habrás de recogerlo en despojo y ceniza
y cieno para tu sagrado nombre.
Porque de toda piedad exenta mi sangre irá
a tus pies teñida por el crimen.
Toda impureza es menor que tu gracia
pero ella ha de prevalecer
puesto que te has ido.
2
Así cosecharás tu belleza, hincando garras
en la tierra, mezclando sus raíces, oh fruto sin pudor,
bajo las lluvias, en el lodo vivo.
Tu desnudez, Señor, en esta ruinosa corteza,
quedará ofrecida al filo de los días.
Y tantos golpes descargarán las horas, los instantes,
tanta agresividad vendrá a roerte,
desde el pájaro al paciente gusano,
desde el rayo al luciente rocío de la mañana,
que habrás de merecer la impiedad laboriosa,
el aguijón de cada criatura que impulsas,
la corrosión al menor roce del viento, el sol o el riego,
tu creación convertida en tu enemiga.
Y aun cuando desprendida de ti
en nuestro tronco funerario queda la gota de tu lumbre,
eres nuestro dolor y el dolor te contiene
y estás preso en la simple gota que has derramado,
en ese ínfimo trozo que no es nuestro y consume
nuestro cuerpo, tu cárcel, Señor, tu inmensa cárcel,
tan pequeño para la muerte, tan despojado y solo
y débil nuestro cuerpo, Señor, ante la muerte.
3
Y en las noches sin fin las ramas te dirán
cuando el tormento del invierno se asemeja a la fe,
golpeando sin descanso las ventanas de luz falsa
donde nadie reposa.
Y aquél que viviendo te olvida,
recuerda en el olvido su fatiga al despertar,
arrancado de sí, en un bosque de imágenes.
En medio del bosque cada árbol es tu morada
y tomas las formas
de las cosas siempre vistas.
Pero no sé, Señor, ya que te has ido,
a quien busco en las sombras desconociendo su rostro.
No sé qué es lo que encuentro que no recuerdo qué busco.
De todo habré de partir, a todo abismo descenderé,
nada podrá albergar, ni aliviar ni agotar
sed, fatiga y olvido.
Ni sabré merecerte pues en todo te ignoro.
Rodeado de ti, vuelve tu rostro.
Yo buscaré tu rostro, no lo apartes de mí.
4
Y desligada de mi carne como un río de lágrimas,
el alma traspasada por tu imagen de fuego,
brotando limpiamente de mí, ay, te verá.
Y sobre mis entrañas reflejada
vendrá a reposar, como al final de un día,
junto al corazón dormido,
sin recordar, al despertar, nada de ti,
ciega en el seco tronco de esta prisión humana.
Esta prisión donde se oye el sonido del tiempo,
donde la tierra resuena con palabras confusas
y alancea el viento
y borra el día sus signos contra el sol.
Todo está desprendido del centro de tu nombre
y gira en tumultuoso desenfreno.
5
Más allá, más allá no es posible seguirte.
¿Qué alcanzaré que mis ojos no puedan divisar?
Cegado me ha el rayo de la muerte
y no hay sino tinieblas a mi alrededor.
Esta es tu mano, tu mano me consuela.
Tu sangre es ésta y bebo sólo de ella.
Esta es tu cruz y en ella habito.
Pero tu rostro está tan inclinado,
tan inclinado sobre la noche.
6
He aquí el límite de mi pobreza.
He aquí la pobreza como un resplandor de tu agonía.
No quieras para ti tanto tormento y tanta privación.
7
Señor, es hora de que el fruto que tu dedo ha señalado
devuelva a la tierra su despojo para renacer.
Y brotando de tu mano
sea la llama que ilumine tu rostro ensombrecido.
Es hora, Señor, de acallar todo impulso,
de aquietar toda impaciencia, de impedir toda lucha.
Que en esta quietud seas tú el que retorne,
el que mueva las ramas
y aliente las cenizas de nuestro ardor.
SALMO DE LA ENCENDIDA SOMBRA
Esta encendida sombra que me viste
de desnudez el alma y arde fría,
es tu carne, Señor, la que gemía,
la que en el tiempo del vivir hubiste.
Es memoria del ser en que sufriste
la soledad del hombre, carne mía,
llama que ahora en tu pasión sombría
sólo es humo de un sueño, oh noche triste.
Tú soñaste al morir, Señor, tu muerte,
mas el solo vivir es nuestra suerte.
Suéñanos en la gloria de tu nada.
Que esta carne aunque sombra es brasa mía
y como yo no tengo otra agonía
revivo en tu ceniza fatigada.
VIRGO VENERANDA
Te recuerdan tardes de dorados racimos,
verdes senderos sueñan con volver a besar
tus plantas descendidas de las nubes.
Cándida de los vientos, diste forma al silencio
con la llama ceñida de tu túnica.
A las fieles auroras trascendiste tu música
y hoy estás con un pie sobre mi corazón
hollándome muy hondo con el peso del cielo.
¿Dónde te retuvieron como visión primera
mis ojos que tantos ensueños guardan
bajo sus párpados desiertos?
¿Qué soledad de sol mágico, antiguo,
confunde tu leyenda con las irradiaciones
de ciudades mecidas por las olas?
Amante de tus cabellos, palpitante, desnudo,
el sol habrá trenzado sus memorias en ellos.
¿En qué tiempo fue todo esto? ¿Qué flores del año
tendidas dulcemente hacia el crepúsculo
vienen a decir con la delicia de los aires
cosas que el alma no resiste?
Callas poniendo márgenes al mundo.
Pero tú que pusiste una sonrisa sobre el día
¿no puedes volver de tu imperio de sombras
al lado de las rosas? ¿No puedes ceder a otra muerte
en tu destino inmarcesible?
Ellas que aún aguardan como blancas esclavas
tu retorno, están deshojándose por ti
con el gesto de los atardeceres.
Sus días, tan pronto consumados,
sólo dejan perfumes que son como plegarias.
Y más que en la alegría de sus gracias efímeras
nos sumergen en tu alma. Tan profunda es tu ausencia
que alguna vez tú misma, al borde de una fuente,
pensaste en el poder que alentaba tu carne.
Y sonreíste para morir, viva flor del olvido,
dando a la luz el don de tu fugacidad,
sometiendo a tu signo los designios del tiempo.
Ahora que tu nombre clausura los espacios,
resguarda en lo invisible este mundo cerrado,
¿qué pena en mí revive tan antigua y tan honda
como esa consolación que traen los otoños?
Lo mismo que mis súplicas caen las hojas de oro...
Y tú que no amarás más con humano celo
estás piadosamente mitigando las horas
ajenas siempre o muertas
para encumbrar un juramento,
fuera del tiempo, oh, sí, fuera del tiempo,
como tu ser profundo que reposa
en riberas de cielo.
Y puesto que eres todo lo que viviendo se derrama
¿qué decir de estas pobres manos desamparadas?
LOS SANTOS
Cuando el vaso del cielo derrama el oro de las sombras
y las hojas como hombres arrastran plegarias,
y entra en la procesión del tiempo
el viento que ha de barrer
sueños y memorias, imágenes condenadas del fuego,
húmedas hiedras asidas a los muros,
nuestra voz desciende a las entrañas del silencio,
y puebla los bosques con palabras y nutre
con secretos torrentes la tierra descarnada,
haciendo brotar el fruto como un salmo pequeño.
Entonces nos arrodillamos
sobre el umbral de nuestro suelo árido.
Y vemos que otro sol
ha bajado aquí para empobrecernos
como a ciegos avaros que la ceniza consume.
Y con tristeza volvemos a morar
en el reino doliente,
ebrios de un esplendor nostálgico,
maravillados detrás de nuestros ojos muertos.
Y oramos junto a un mundo de macilenta belleza
en tanto que junio nos aguarda
para unir tierra y cielo.
Así, en desolación y despojo,
el florido bosque de la oración propaga hacia septiembre
su incendio de flores.
Y nosotros, más humildes que troncos,
pacientes como colinas sumidas en terror,
entramos en deslumbrante ámbito
con el verano en nuestros brazos.
CANTA CON EL DOLOR
El agua que de la frente baja al mundo
canta con el dolor de los frutos maduros.
Da nacimiento a la muerte, perpetúa
el sonido de la luz. Pero aún más arriba,
¡qué claridad de gozo, qué bello indicio
de vida alientan los follajes de las nubes!
¿Acaso puede alguna vez
morir en torbellinos de ceniza, esa hermosura
irreal de las altas columnas,
esos moldes de flautas hurtados a los aires?
Yo anudo mi vida, le doy raíz, sustento,
a mi día futuro.
Doy abrigo a una gota
para nacer de nuevo.
Y con secas semillas vuelvo a los ciclos de la tierra.
No soy, por cierto, el que cosecha tu belleza.
Apenas soy dolor en este viento que ronda
aquí abajo,
áspero y alanceado como lengua de piedra.
Esto ya es el desierto con su árbol endeble,
la más baja escala de tus colinas florecientes.
Y es difícil sostener aquí la majestad del día
con sólo voltear, con diferentes nombres,
el único fruto de la muerte.
Mas, erguido, encrespado por rayos ocultos, digo:
--¡Estoy aquí!
Y levanto mi corazón de las cenizas.
Pero tú lo sorprendes una vez más,
lo colmas de luz nueva,
lo purificas con el llanto.
Oh, Cosechador, ¿es que súbitamente
irradia con tu obra la gracia del mundo?
NARDOS
(Jn. XII. 3)
El acre aire de la tierra trae un polvo lejano
que seca los labios con sus palabras muertas.
Allí los bosques están quemados y nada florece
ni fuente repite el cántico
de la incesante integración.
No hay ya espejo para el cielo, ni límite puro
donde un ramo se incline para reverenciar
el rayo alado que lo enciende.
Ah, pero un perfume va
entre cosas que son materias de silencio.
Va desnudo
como el pie que soporta
la columna del cielo.
Y no hay corazón que implore como él
pues es todo alegría en medio del dolor.
Ya no tenemos ojos para ver, es cierto,
pero El estaba entre nosotros,
tan dulcemente inmerso en la agonía del tiempo
que el cabello más puro le besaba los pies.
Tan dulcemente como ahora vuela
la fe de nuestras frentes como nardos.
EL QUE ACOMPAÑA
En los temblores que la noche dilata
de cuerpos que naufragan sin hallar la muerte,
en tanto que haya uno con humildad
que acompañe a la vida, en su rincón,
sabiéndose preservar, con obstinado impulso,
de las iras que acechan
tras el cansancio o el miedo,
hay un sonido como un umbral
lleno de soles inmortales
para abrir o tentar una alabanza
entre las cosas del mundo,
por más que los tiempos o las épocas
hayan cedido adelantándose
al clamor o la ruina de sus ciudades espléndidas.
Casi sin el auxilio de la memoria,
cuando sólo unos ojos resistan
a la intención de frustrar o desviar
el curso de la inocencia o las lágrimas,
habrá una rosa que cantar
por cada imagen de la vida destruida;
vendrá tan silenciosa a morar en los labios
que su esfera de cielos aprisionados y leves
infundirá en las fibras del aire o de las aguas
el nacimiento de la luz,
como el rumor de un árbol varonil
nutrido de aflicciones bajo los arcos fulgurantes.
Y en tanto que unas manos
sean poderosas en su caridad
que anuden con signos
el telar de las voces para sostener
el sonido que la vida dimana
contra lo multiforme que se espesa y no muere,
alguien que en su rincón está consigo enemistado
hallará lo luminoso,
y volverá hacia aquél que armado de dudas
grita contra el sol;
hundirá sus dedos maduros
en una tierra justa,
con igual caudal que los ríos del sueño,
hasta alcanzar la suplicante
alma que aherrojada yace y canta.
LEVE PAN
I
Leve pan
donde ninguna arena gime,
donde no alancea el agua,
piedad del corazón
agrietado en sus fibras,
oh, constrúyeme,
vierte la tremenda luz
sin resquicios,
en piedra sobre piedra
y ornamentos que aderezan
la preciosa cabeza.
II
Una lengua en las frías junturas
de los huesos ruge.
Y miro y ardo
en la sed del tiempo,
hermosa torre a los ojos
de la firmeza.
Pero el desvelo de un hombre
aturdido por los astros
es sólo lágrima y temblor;
ni coraje ni sostén
para las horas que avecinas.
III
Débil es el corazón
para sostener
tanto hierro de noches
y tinieblas enrojecidas.
Y, sin embargo,
tamizados los tendones
de la carne,
vaciados los miembros
como arena fina,
aún vuela,
vuela hacia los parapetos
del cielo.
IV
Y esta voluntad que se levanta,
día a día,
hacia lo alto,
no conoce la vida al fin.
Sólo el estremecimiento de la materia perecedera,
su abismo junto al muro.
Pero aún más arriba
abrasas como boca
hambrienta de resurrección.
V
Oh pan de claridades,
¿bajo qué forma o signo
esta obra que exalta
en ruinas
la nobleza del tiempo,
habrá de merecer
tu asistencia y tu brillo?
¿Eb nombre de qué gloria
el día único
quiere herirnos,
perdernos,
con doble angustia o miedo?
VI
Piedad del corazón,
certeza en la trepidación
del polvo,
integridad en la agonía
del agua que corroe.
Fuerza es que el hombre sea
sólo un acorde
entre las piedras y el viento,
un resplandor en la belleza
que desconoce y ciega.
CAUTIVO ENTRE AZUCENAS
¿Cómo los cielos no impidieron esas llagas
que desde el pie derecho
te subían por la espalda?
¿Por qué no fue disuelto tu cuerpo
en música,
evitando así tu sufrimiento entre piedras?
Dado que entre piedras te hallabas mejor
que entre los hombres, como dijiste.
¿O es que el dolor es también música?
Antes de morir, muerto para ti mismo.
Antes de vivir, ya vivido por Cristo.
Con humildad mediste tus pasos en todo
sabiendo que caminabas sobre la nada.
Y tu visón de excelsitud
fue del Señor que con su cruz caía
a un abismo sin fondo.
Tú mismo dibujaste esa caída,
mirándolo desde arriba,
apoyado al parecer
en un parapeto muy alto.
¿Y qué es esto de estar tan alto
cuando en verdad se está tan en lo bajo?
¿Cómo es posible condecir todo esto?
Tu cántico espiritual
no era otra cosa que silencio.
Sin embargo las palabras
por sí mismas se expresan,
originan imágenes, ideas,
traman actos.
Por ello no está claro que lo que escribiste
sólo plasmara la sustancia del alma.
Tan terrenal es huir por collados y montes
como hallar gozo en tus llagas.
Lo místico como negación es turbación,
estruendo en las oscuras
cavernas del sentido.
La luz es tiniebla, la tiniebla luz.
Tal, con paradojas, tensiones y contradicciones,
la muerte hace su telar con la vida.
Y no es más que un grito tu carne,
tu ceniza
eco de ese grito.
Estrecha es entretanto la sabiduría
cuando la cruz es la puerta.
La puerta es la cruz, decías,
pensando sólo en la gloria de Cristo.
Pero la muerte nada distingue,
borra la persona, sacude un polvo seco.
Tampoco es luz entonces
el sol a mediodía.
¿Adónde alcanzan pues tus meajas que caen de la mesa del Señor?
¿De qué gracia indecible hablabas en fin
si de eso mismo apenas balbuceaste?
Detrás de las palabras sólo hay oscuridad.
Nuestra luz se marchita entre azucenas.
ISLA CERCADA
De ojos que enceguecieron ante el Verbo
y manos de extrañas arpas
--zarpas
en la mañana enmarañadas--,
el hombre es una isla cercada por Dios.
Los paramentos aún reflejan, litúrgicos,
el horror del instinto,
techos, bloques o muros superpuestos
derribando los aires bajo el sol.
O bien trepa en escalas a las alas
o ámbitos del pecado
tras el rostro o el rastro de la luz.
Guaridas
de la bestia ancestral.
Y límpidos como arcángeles sus puentes curvan cánticos
entre resplandores o memorias del cielo.
O se postra en sus hierros
como una gemna ardiente,
en soledad.
Ahora vomita fuego, escarba
sueños pétreos,
acomete
espectros en la oscuridad.
O alza su pesada cabeza
sin rostro humano ya,
en su primera hora de eternidad.
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