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lunes, 16 de septiembre de 2013

ENRIQUE MÉNDEZ CALZADA [10.507]


Enrique Méndez Calzada 

(1898-1940)
Nació en General Belgrano (provincia de Buenos Aires, ARGENTINA) el 7 de febrero de 1898. Cursó estudios en España y completó la carrera de abogado en la Uni- versidad de Buenos Aires. Fue activo periodista y llegó a dirigir el suplemento literario de La Nación durante el período 1928-1931. Su obra como poeta, narrador y crítico abarca Devociones de Nuestra Señora la Poesía (1921), Jesús en Buenos Aires (1922), El jardín de Perogrullo (1925), Las tentaciones de Don Antonio (1926), Y volvió Jesús a Buenos Aires (1926), El hombre que silba y aplaude (1927), El tonel de Diógenes (1928), Abdicación de Jehová (1929) y Pro y contra (1930). 

Se quitó la vida en Barcelona en julio de 1940, tras haber desempeñado la corresponsalía de La Nación en París.


Dijo Dalmira del Carmen López Osornio de Fernández Moreno:

.... Voy a arrancar la primera envoltura con estos epígrafes: amistad, simpatía, cordialidad, elegancia del espíritu y de la otra, agudeza, moderado señorío, y comienza a surgir el positivo del desaparecido autor. Nuestro hogar se iluminaba de una amable y fina ironía, más bien suave humorismo, cuando al sonar de un timbre se anunciaban los seguros pasos de Méndez Calzada. Todo lo que diga tendrá la medida de lo exacto, dentro de la posibilidad que nos haya dejando el transcurso y degaste de las horas. Por lo pronto, tento ante mi vista un retrato en el que se lo ve andando, con Fernández Moreno, desde el Congreso hasta mi casa situada entonces en Alsina al 1600. Casa que honraba con sus visitas todos los sábados. Aparece caminando con la mano en acción, con una casi sonrisa qie iba siempre más allá, como si se adelantara a llevar su pensamiento en la presentación de su palabra. Era una especie de rito que durante mucho timpo cumplió con fidelidad de dogma, y que no rompió, creo, hata que se fue a París. Desde allí recibimos una tarjeta con unas breves palabras, y nada más. Sí, y mucho más, ya que la última vez que lo vi en una cena de despedida, en casa de parientes, al levantarnos de la mesa, me indicó galantemente el camino de la sala, y al pasar delante de èl, me dijo, como con despreocupada voz: "Bueno, me voy a dejar mis huesos en Europa." Estas palabras quedaron sin respuesta, peo sí con un ademàn de estupor y desconcierto. Hoy creo que entonces necesitaba y buscaba solidaridad humana; y trataba de quebrantar la soledad que lo acompañaba como sombra, y tal vez de defender una existencia que adivinaba no se prolongaría mucho...

(de Méndez Calzada, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1962. Biblioteca del Sequiscentenario. Colección Antologías)


Dijo Verónica Cardozo: 

La profunda sensibilidad de escritores y artistas los hace ingresar - a veces - a los lugares más inhóspitos del espíritu. Así atraviesan las cavernas de la mente donde quizás están encerrados algunos secretos del mundo. Esa fragilidad puede ser vista, además, como un maravilloso don que vuelve demasiado vulnerables a ciertas almas que no soportan determinados condicionamientos de la realidad. Esto se agrava para ellos cuando ese mundo real les resulta demasiado incomprensible. Por eso, en su condición de naturalezas impresionables y perceptivas - y al no poder modificar el entorno - algunos deciden terminar con sus vidas. 
Se han tejido muchos mitos con algunas de esas muertes voluntarias; se cuestionaron 
vidas, se alimentaron razones, se intentó incluso, descubrir los dolores más íntimos de cada cual…
¿Enfermedad, desengaños de amor, designios de familias, azares del destino? ¿O simplemente se trata, como algunos suponen en primera instancia y sin profundizar, de meros actos de cobardía?
Sólo ellos supieron del padecimiento en ese minuto fatal y lo llevaron a sus tumbas.
Las predestinaciones o azares del destino hicieron que en un lapso de meses, murieran por decisión propia tres poetas consagrados: Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni. Amigos. Compañeros en el camino. Cada uno con su estilo, inclinaciones políticas y formas de vida pero, siempre, incansables observadores del mundo.
En la esfera de la política y teatro hubo también suicidios como el de Lisandro de la Torre, Enrique Méndez Calzada, Víctor Juan Guillot, Enrique Loncán, Florencio Parravicini y Eduardo Jorge Bosco.
Muertes acaecidas en una época en que el país atravesaba una asfixia social y económica de corrupción y ”mishiadura”, como eternizó el tango en muchas de sus composiciones. La década del ‘30, esa “infame”
Tiempos amargos reflejados en las letras pero eternizados también, por los grandes poetas suicidas…

(de http://www.letravivadigital.com.ar/letraviva15/nota8.html  )






El  autor declara

Yo soy el sacerdote de un santo sacrificio
en el que se desbrda mi religiosidad.
La vida: ese es el Dios de mi sagrado oficio.
Bien, Verdad y Belleza: he dicho mi Trinidad.

(Colofón de Devociones)


Con Baldomero Fernández Moreno


Frente al espectáculo

Mi vida es una eterna vacilación. Mi vida
oscila entre los polos de la risa y el llanto.
Y oprime mi alma el peso del cósmico quebranto:
ya en ella el duende alegre de las burlas anida.
¿El mundo, es una vasta tragedia dolorida
digna de que el poeta la enaltezca en su canto,
o es, como me murmura la voz del desencanto,
una farsa vulgar, grotesca y aburrida?
Oh, el complejo espectáculo de la vida... me inquieta
saber si he de cantarlo con alma de poeta
o he de mofarme de él, lo mismo que un juglar.
Y ante el arduo dilema, reflexiono,vacilo;
entre el llanto y la risa como un péndulo oscilo
y no séqué es mejor: si reir o llorar!

(de Devociones, Buenos Aires, José López García,1921)






Nuevas devociones

Yo soy el que, en ingenuas horas de adolescencia,
componiendo pueriles versos sentimentales
buscó, si no remedio dulce para sus males,
pretexto fútil para soportar la existencia.

Y hogaño, soy el mismo. Sólo que la experiencia
y las elementales normas de los manuales,
me enseñaron que las efusiones cordiales
deben dosificarse con singular prudencia.

Rasco el viejo violón, sólo que con sordina,
y gimo acaso, bajo mi máscara de harina,
como el clown de la vieja figura literaria.

Y no tiene la culpa mi piedad de creyente
de que la vida torne mi rezo irreverente
o convierta en blasfemia lo que iba a ser plegaria.

(de Nuevas devociones, Buenos Aires, Babel, 1924)







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