JAIME FONTANA
Víctor Eugenio Castañeda era el nombre verdadero de Jaime Fontana (Tutule, La Paz, HONDURAS 1922-1972), uno de los poetas fundamentales de Honduras, país que describió entre la dulzona nostalgia y la más acérrima rabia lírica.
En las palabras del Ministerio de Cultura (junio de 1997): "Color Naval y otros poemas" reúne el contenido original de la edición bonaerense (Argentina, donde vivió) y otros textos publicados en diarios y revistas. Se pretende así divulgar la totalidad de la obra poética de Jaime Fontana y, con ello, hacer justicia a uno de los autores fundacionales de nuestra historia literaria comtemporánea"
Este volver a Honduras
Parece que no habrá nada más tierno que este volver a Honduras:
llegar con el amor iluminado por años y distancias,
decir esta es la sierra, este es el aire y este es el río del cuento,
recuperar las voces salpicadas de burlas familiares,
resumir la niñez en el dormido sabor de esta naranja
y en este olor –que es casi de muchacha- de savia y de panales
que sólo dan los árboles autores de nuestro propio canto.
Porque volver a Honduras es ir de madrugada a los maizales
para espantar los pájaros bisnietos de aquellos que espantamos,
vivir en un mugido, en un relincho, que vienen de la noche,
los sueños, alegrías y peligros de los antiguos campos.
Parece que tendrá mucho de triste nuestro volver a Honduras:
hallar que el calendario no era broma leyendo algunos rostros,
saber que algo no vuelve en estas naves aunque el viajero vuelva
y besar en la frente lo que un día besamos en la boca.
parece que también será de lágrima este volver a Honduras:
preguntar por hermanos, por amigos que no nos esperaron,
y el horror de buscar en una tarde de cal y de cipreses
unos nombres: Julián o Federico, Carlos, Daniel o Marcos.
Parece que será feliz y trémulo nuestro volver a Honduras:
vagar por los caminos que asolearon el verso de la infancia,
llevar hasta una loma coronada de flores amarillas,
de la mano, a los hijos que fundamos sobre lejanas playas
-más allá de las nieves absolutas, de selvas y de mares-
y decirles al fin: esta es la cuna y este es el peñón exacto,
esta es la tierra nuestra, la amorosa, la que espera a sus niños,
aquí esparcen su calcio generoso los huesos de mis padres
y el calcio va a la hierba y hace al pino más jubiloso y alto:
así trabajan todavía quienes nos prestaron su sangre.
Todo será feliz y doloroso, será trémulo y tierno
porque volver a Honduras… me parece que es retomar el canto.
REGRESO AL PRIMER VERDE
He venido hasta acá porque la vida
con fronteras exactas me asediaba,
he venido de lejos: pretendía
embriagarme de espacio y libertad,
ver mi pupila en el azul diluida,
quitar toda la herrumbre de mi espíritu,
bañándolo en las fuentes de mi primera edad;
quería festejar a mis retinas
con orgías de luz lejana,
con derroches de forma y de color;
he venido hasta aquí porque sentía
sed de paisaje, sed de clorofila,
avidez de montaña, hambre de sol...
Y estoy aquí, tendido en la hojarasca,
las hojas -allá arriba- recortan el zafir,
pero ¿qué significan las lluvias de azahares
que el follaje desata sobre mí?
¡Ah, -si no me equivoco- mi naranjal amigo
me está retribuyendo los suspiros que di!
-¿Te acuerdas todavía
de aquel abril dorado, hace unos años?
Allí escribiste los primeros versos
para el ideal de entonces, que prefirió ser nada,
y en cada espina de mi fronda oscura
hay siquiera una sílaba clavada..
Guardas aquel amor, mi juventud
quedóse prisionera entre tus ramas,
yo guardo tu dolor y tus suspiros,
tú guardas todo...menos la esperanza;
esa se fue conmigo, se hizo añicos
contra la ruda arena de la vida,
surgió de nuevo entre las ruinas grises,
más rebelde, más fuerte... dejó de ser la misma...
¡Ojalá que sí hubiera cuajado esa ilusión!
Ojalá - dice mi alma-, volando hasta aquel día
de ayer, en que el futuro fingía florecer -,
ojalá -dice ahora- pero no es lo que ansía
porque no puede ansiarse lo que no puede ser....
Mas el dolor que quiso ser eje de mi vida
ya no hará de mis sueños sumisa caravana,
ya logré rebelarme, y haré de cada herida
un surco en que se gesten los trigos del mañana.
Han pasado esos años, y todo está como antes:
el naranjal, las aves, la eterna lejanía......
¿El? Está como entonces, no ha cambiado, sus ojos
siguen siendo la noche donde florece el día;
yo sé que al fin ha vuelto, de nuevo para verme,
mas, aunque él es como antes, el pasado no es hoy;
él en nada ha cambiado, pero ya no es el mismo,
pero ya no es el mismo porque he cambiado yo.
Sé que todo concluye
y a los minutos prófugos no volveré a llamar,
todo concluye -sí-, pero el paisaje
se esmera en repetirme aquel abril
y en mí siento que un átomo rebelde
se encapricha en gritar:
¡Eternidad!
Color naval
Piloteando su sueño entre la aurora,
llegó hasta mí con intención naval
(Lactó en la nube, se educó en el viento)
y fue inmigrante de mi soledad.
Oriunda de la ausencia, precedida
por la fluvial prestancia de su voz
se detuvo en la arena de mi espera
y me estrechó la mano y la canción.
Antes, sin que llegara, supe de ella
como supe del aire y de la sal;
ya conspiraba, suelta entre mis venas,
su presencia de alondra intemporal.
Tutora de luciérnagas y frutos,
aroma y trino en actitud visual,
tertulia de metales en la risa
y la mirada de color naval.
Y sus labios hurtando a la palabra
algún raro sabor sin estrenar
y ese sabor inédito en su canto
y el canto en plena posición solar.
Ella es así. Y anarquizó mis venas
para imponer y vertebrar mi afán.
Tiene el deber agrario de las lluvias;
las lluvias alimentan y se van.
Fundando golondrinas en mi sueño,
inaugurando nervios en mi voz,
estuvo en mí, fugaz, entre la noche,
piloteando su ensueño se alejó.
Nadie ose atarla, emigra hacia la ausencia
siempre nuevas ausencias la urgirán:
Ya está en el patrimonio de los vientos
su incorregible vocación naval.
EL PINO DE MI PUEBLO
Un verde alcor sobre el macizo andino;
sobre el alcor, granítico peñón;
sobre el peñón, un solitario pino;
sobre el pino... su sueño de ascensión.
Cuando el pueblo tirita entre la suave
neblina cual friolento caracol,
índice audaz, el pino es una grave
acusación al negligente sol.
Y en el estío, cuando el triste ruego
de los campos, llagados por el fuego
hasta su plinto de granito sube,
el providente pino de mi sierra
mata la sed de la abrasada tierra,
abriéndole goteras a la nube.
II
Dios vegetal barbado de esperanza,
nervio y raíz del solariego rito,
en ti la savia de mi suelo alcanza
la geometría funcional del grito.
Eje del viento. Elevas tu osadía
hasta indicar su ruta a la centella;
áncora verde con que el monte
ansia atracar en la rada de la estrella.
Sigue subiendo entre el azul,
erguido, que ni las llamas te verán vencido
ni el huracán te infligirá desmayo
ni el hacha artera cortará tu anhelo:
¡si un día has de morir, será en el cielo
por haber ido a provocar al rayo!
III
Vas al cenit. Mientras tu alcor gallardo
es el parnaso criollo en que el sonoro
zorzal serrano y el cenzontle pardo
discuten trinos con la chorcha de oro.
Yo te he visto subir, y me he nutrido
con tus aires untados de resinas...
¿Te acuerdas? Tu paisaje colorido
solía retozar en mis retinas.
Maestro de horizontes, en la ausencia
destilo tu recuerdo, cuya esencia
vuelve hasta ti con intención votiva
y cuando el mundo mis afanes niega,
para ganar alientos en la brega,
repito tu lección: ¡Arriba! ¡Arriba!
LOS CAMINOS DEL MAR
Quise ir al mar plenario, al mar que muerde
la carne de la selva, áspera y tibia;
a ese mar cimarrón, primario, fuerte.
(No al mar domesticado de los puertos
ni al prisionero mar de las salinas).
Fui a preguntarle al río. Sabía que los hombres
olvidaban el viaje primordial.
(Cuando chico, mi madre me dijo que los ríos
se saben de memoria los caminos del mar).
Viajé hacia los remotos subsuelos de mi sueño.
(Mi sangre es nieta de ese mar).
Entre agua y sombra, entre molusco y astro,
busqué la alquimia germinal.
El mar, nocturno y solo, me habló de sus recuerdos:
de la primera clorofila, de la primera voz,
y de aquella sonrisa terrible -la primera-:
la sonrisa del Hombre cuando ha inventado a Dios.
El mar me dio el secreto: la herencia de su oleaje
sigue rigiendo en el olear del grito,
en las melenas de la fiera,
en el verso, en el fruto; en las caderas
como olas de mi amada;
en los naufragios de la idea;
en el sístole y diástole infinitos.
Se rió de las menudas hazañas de mis dioses
el mar, con su tremenda carcajada.
El mar que inventó el sexo, las alas, las raíces,
e hizo -a su imagen- la primera lágrima.
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