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miércoles, 20 de agosto de 2014

MARÍA CEGARRA SALCEDO [10.937]


María Cegarra Salcedo

María Cegarra Salcedo (La Unión, 1903 - Murcia, 1993) fue una poetisa española, así como la primera licenciada de España en Ciencias Químicas.

De padre comerciante y madre maestra de origen andaluz, el precedente literario en su familia lo ocupa el hermano Andrés Cegarra Salcedo, autor de una breve pero estimable obra narrativa. Tras el suceso doloroso de la muerte de dicho hermano, María publicaría su primer poema, Cristales míos, y tras el fallecimiento de su hermana, muy cercano a su propia desaparición, surgiría su última obra, Poemas para un silencio. Su poesía es humana, profunda, de exquisita verbalidad pero despojada de preciosismo; su temática es afín al espíritu trascendentalista de las generaciones de los años 1940 y 1950.

Sin embargo, decidió que su profesión fuera la Química, tarea que llegó a fascinarla. Al parecer fue la primera mujer que obtuvo un diploma de perito químico en España. Abrió su propio laboratorio de análisis mineralógico, como auxiliar de la industria que entonces hacía vivir a su ciudad natal.

Alternó su trabajo con la actividad docente, siendo profesora de Ciencias Químicas en la Escuela de Peritos Industriales y Maestría de Cartagena, así como en otros centros de Formación Profesional y Bachillerato.

Mujer independiente y voluntariosa, sublimó su vida en soltería perpetua. Se distinguió por su piedad católica y mariana. Ello no le impidió brindar amistad, antes de la Guerra Civil Española, a relevantes escritores y personajes contemporáneos de distinto talante político: el periodista Raimundo de los Reyes; el crítico Antonio Oliver; los poetas Carmen Conde, Miguel Hernández y Ramón Sijé. Ella misma se encargó de disipar rumores sobre un supuesto romance con Miguel Hernández, cuyas visitas a La Unión se fundaban en mera y sincera amistad con la joven profesional. Durante años, y hasta la definición del poeta oriolano como republicano y libertario, María y él mantuvieron correspondencia. De signo ideológico opuesto, ella optaría por la activa militancia en la Sección Femenina de Falange Española, partido de naturaleza fascista. Con todo, en sus últimos años mostró simpatía por la huelga obrera y por ideales de solidaridad y paz.

A través de su organización política contribuiría a la formación de jóvenes puericultoras, contribuyendo así a paliar el problema de mortalidad infantil de la posguerra española. Asimismo, se mostró activamente humanitaria en la distribución de ropas (especialmente "canastillas" para recién nacidos) y alimentos a los necesitados, máxime en los difíciles años 1950, tras la estabilizaciones monetarias decididas por el gobierno.

Colaboró en las revistas La Región, La Verdad, Tránsito, Levante Agrario, Títiro canta, Monteagudo, entre otras. Publicó su Poesía completa en 1987, con introducción de Santiago Delgado.





De "Desvarío y fórmulas"

He sido
una sencilla profesora de química.
En una ciudad luminosa del sureste.
Después de las clases contemplaba el ancho mar.
Los dilatados, infinitos horizontes.
Y los torpedos grises de guerras dormidas.
He quemado mis largas horas en la lumbre
de símbolos y fórmulas. Junto a crisoles
de arcilla al rojo vivo hasta encontrar la plata.
No he descubierto nada.
No tengo ningún premio.
A Congresos no asistí.
Medallas y diplomas
nunca me fueron dados.
Minúscula sapiencia para tan grandes sueños.
Pequeñez agobiante para inquietudes tantas.
Y rebelde ha surgido, como agua en desierto,
el manantial jugoso, intenso, apasionado,
-dulce herencia entrañable- que tiene la riqueza
de llenar de poesía tan honda desolación.







Fragmentos de Poemas para un silencio

“Las lágrimas lavan mis ojos.
Borran su contacto con la tierra.
Puedo mirarte sin distancias.
Tenerte fuerte en las pupilas,
Entre limpios celajes.
El tiempo, de silencios cansado.
Tu voz por mi frente palpita.
Yo sola la percibo y entiendo.
A mí sola entrega su secreto.”
“Corrió su nombre entero hacia el cielo de los nombres.
Callar es mi destino.
No puedo nombrarla, no me responde.
Su nombre navega sin eco ni sonrisa,
Palpitando perdido.
Quiero que sean mares, cielos, soles,
Tierra caliente y levantada quienes me lo devuelvan.
Quiero que sea Dios quien abra el cielo de los nombres
y lo deje caer sobre mi frente fría.”






Saeta dedicada al Cristo de los Mineros

Dame el marro compañero,
Que tengo que desclavar al Cristo de los Mineros
Y no voy a “relevar”.
No tengo miedo a las minas
Ni le temo a los barrenos
Porque conmigo camina
El Cristo de los Mineros
Sangrando por las espinas.
No necesitas sepulcro,
Que la galería te espera
Con los cirios de pirita
Y el sudario de galena.







Del libro Desvarío y fórmulas

Praderas de números
Vertientes de letras.
Quiero espigar rosas
Y corto símbolos.
Busco el agua
En el cristal y susurro
Y surge la pizarra
Con su negro intenso.
Castigo y consuelo
Debatirse
Entre el no y el sí
De tu mandato;
Entre el sí y el no
De tu misterio.
Y llegar a encontrarse
Palpitando llena de incertidumbres
Y deseos.








DESPUÉS

Me moriré en La Unión junto a las minas,
con un rumor de mar a mi costado,
el cante de mi tierra como rezo,
y el trozo de un amigo por corona.
Tengo miedo que me cubra la tierra.
Pero el amor callado de mi ensueño,
desgarrará la oscuridad silente
alcanzando la luz inconsumible.
Mi mesa con su enredo de cuartillas.
Cartas que no alcanzaron su respuesta.
Un libro abierto, un retrato escondido.
Envuelta en soledad de soledades,
sin que nadie la recoja y la viva,
la emoción de mis versos al olvido.







Presencia de Miguel

Nadie,
-ni antes ni después de ti-
Supo, sabe
Pronunciar mi nombre.
Hacías una creación de la palabra,
Del tono, del sonido, del acento…
Entonces…
Te recuerdo en mi nombre
-aprendido de ti-
Que conmigo inseparable, llevo.
Inconsumible, ingrávido.
Sin muerte y sin dolor.








De "Cada día conmigo"

Hoy, mar.
Te he visto joven y alegre.
Has mojado tiernamente los pies,
de un hombre triste, descalzo,
que paseaba solitario por tu orilla.
Le has regalado una "chapina" blanca,
estriada moneda de tus sueños.
Con una gota de agua dentro,
redonda, transparente,
llena de versos y caminos.
Para la sed de un pétalo perdido,
O el bautismo de una mariposa.
Acaso aparecida lágrima
por las que nunca lloraron.








Necesito arena.
Un poco nada más.
La que cabe en la palma de la mano.
Pero ha de ser limpia, suave, seca,
sin conocer orillas ni marcas,
ignorando pisadas y desnudos.
Sin voces ni ruidos.
Que no sepa de peces ni de ahogados,
ni del rumor de caracolas.
Sin tortura de ramblas.
Blanca y pura arena, recogida con cuidado.
Sola.








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