Ramón Irigoyen (Pamplona, 1942) es autor de cuatro libros de poesía, Amor en carne muerta (1972), Versos de entretiempo (1976), Cielos e inviernos (1979) y Los abanicos del Caudillo (1982).
Con un lenguaje libre, a veces agresivo y lleno de rabia, otras veces con ternura y con unos versos repletos de chistes, blasfemias y tacos, este autor es considerado uno de los contrapuntos a los novísimos.
Como narrador ha publicado Inmaculada Cienfuegos y otros relatos y Un placer inconfesable, libro compuesto por relatos escritos desde 1980, de los cuales sólo la primera parte permanecían inéditos.
Es, además, un reconocido traductor de griego. A esta labor le debemos Poemas, de Constantino Cavafis; Ocho poetas griegos del siglo XX, Orientaciones, de Odiseas Elitis y Medea, de Eurípides.
Como filósofo ha publicado Una pequeña historia de la filosofía (Oniro, 2008) en clave satírica donde califica a Platón de gángster y delincuente, a Heidegger de enfermo mental, entre otras lindezas; por otro lado ensalza a las mujjeres filósofas independientemente del valor de su obra, promoviendo una suerte de cuota de género que acompaña con curiosas teorías, como la que sostiene que quien no es feminista es un peligro público.
Poesía reunida Editorial Visor(1979-2011), que agrupa cuatro libros: Cielos e inviernos (1979), Los abanicos del Caudillo (1982), Romancero satírico (libro inédito) y La mosca en misa (libro inédito).
Arte Poética
Every poem an epitaph
Eliot
Un poema si no es una pedrada
-y en la sien-
es un fiambre de palabras muertas
si no es una pedrada que partiendo
de una hoda certera
se incrusta en una sien
y ya hay un muerto.
La Vraie Vie Est Absente
Hoy tampoco vendrá
llueve ceniza en la entrepierna de la tarde
y siento el frío ese que se siente cuando no hace frío
y hasta Rimbaud se me cae de las manos
en la memoria nieva lana sucia
mientras el otoño con sus dientes de rata despelleja los árboles
con sus dientes de rata los despelleja.
Y sé que no vendrá
porque la tarde se ha puesto ya su jersey negro
y el aire apesta a espinas oxidadas.
Para Esta Hora
Decir adiós, cuando uno aún no es viejo,
es como oler un perfume de hierbas
por la mañana, antes de ir al trabajo.
El baño se convierte en una sierra
anticipadamente fatigada.
El frasco de perfume es el emblema
de la montaña con tufillo a tinta
y en el espejo aletea un nardo
con las alas pisadas por la lluvia.
En el lavabo se ahogan unos tordos
que no pueden soltarse la corbata.
Decir adiós, cuando uno aún tiene ganas
de seguir por ahí a ver qué ocurre,
es respirar un humo que enamora,
por más que el humo, cuando es augurio
feliz, siempre lo es a corto plazo.
Aspirar hasta dentro el humo ese
es zambullirse en un río de soles
y sacarse un pañuelo del bolsillo
y alzar la mano a un árbol ya maduro
y limpiarle a la fruta los venenos
ante el asombro de las mariposas
que estaban ya poniéndose mohínas
al presentir en ese gesto
la tristeza de toda despedida.
Decir adiós, cuando uno tiene amor,
es imposible, pues los pies se agarran
a unos brazos con piel de golondrina
y uno se pierde en esos ojos grandes
y se esconde en el cielo de la boca
y siente que le nacen mil raíces
tan pobladas de pájaros y pájaras
que quiere aquí quedarse para siempre.
Decir adiós, estando enamorado,
es algo falso que la sangre niega.
Por eso hoy que estoy bien afincado,
nada puedo decir para esta hora,
aunque presiento oscuramente que
si muero en casa y alguien me acompaña,
le haré esta simple súplica:
por favor, abre bien esa ventana.
YERBIN DEL CORAZÓN
La amistad es una mata fresca que echa flores
blancas, rojas, azules y amarillas
y desparrama un aroma espeso
a alcoba alegre y recogida
donde durmieron muchos cuerpos jóvenes.
La amistad es una tormenta de licores
dulces, secos, amargos, lujuriantes
y uno se emborracha algunas noches
hasta rodar abriéndose hasta el cielo.
La amistad más caliente
huele a campo y a bar con mucha gente
y tiene las holguras bien dispuestas
de un puerto con mil barcas.
La amistad es una liebre con maneras de reina.
En su bosque cobija compañía y delicias,
también alguna espina.
Pero, igual que el amor se desmorona
y se convierte en una sombra paralítica,
la amistad más radiante se apaga algunas veces.
y entonces el amigo del alma
te invita a su chalé con muchas rosas
y saca unas cervezas poco frescas.
y en el jardín te sientas a su lado
y cuando aún con emoción le dices
¡Qué hermosos los ciruelos!
te contesta a un tiro de honda
acércame ese plato de aceitunas.
y ya nada hay que hablar.
y te levantarás con la tristeza de los árboles
y por primera vez no apretarás su mano al estrecharla
y rodarán al césped doce barbos.
Cielos e inviernos. Hiperión.
Tus hombros son como un ara
¿Que elocuencia, desvalida
y casta, hay en tu persona
que en un perenne desastre
a las lágrimas convida?
La frente, Amor, hoy levanto
hasta tu busto en otoño
que es un vaso de suspiros
y una invitación al llanto.
Tus hombros son como un ara
en que la rosa contrita
de un pésame sin sollozos
húmeda se deshojara.
Cuando conmigo estás sola
¿qué lágrimas ideales
te dan un súbito manto
con una súbita aureola?
Te vas entrando al umbrío
corazón, y en él imperas
en una corte luctuosa
con doliente señorío.
Tus hombros son buenos para
un llanto copioso y mudo...
Amor, suave Amor, Amor,
tus hombros son como una ara.
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