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miércoles, 24 de agosto de 2011

4686.- JUAN ANTONIO GONZÁLEZ FUENTES


Juan Antonio González Fuentes (Santander, 1964) es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Cantabria.

Ha publicado los libros de poemas:
Además del final (Endymion, 1998), La luz todavía (DVD, 2003), Atlas de perplejidad (Icaria, 2004) y La lengua ciega (DVD, 2009) y Haikus sin estación, Ediciones Carena, Barcelona, 2010.

Está incluido en trabajos como Campo abierto. Antología del poema en prosa en España (1990-2005). Ha editado y antologado la poesía de José Luis Hidalgo, y escrito sobre la obra de José Hierro, Alejandro Gago, Manuel Arce, María Zambrano, Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre. Colabora en la revista digital Ojos de papel y en Revista de Libros.






Nada es ese mar,
de otro,
que yo es.

(de Además del final, Endymión, Madrid, 1998)







(octubre en la playa de La Magdalena)

En su retorno,
muy lejos cae la luz
sobre las hojas ciegas,
Sobre la frontera cierta
que sube tanto en nosotros,
y alcanza para nadie
otro fragor teñido de orilla,
la ruta que fecunda
el pliegue azul de este otoño
con muerte tan medida.


-Ejercicios de distancia (dos fragmentos)-



Tal vez en sí mismo
De azul el mar se prueba

*
En imagen de cielo
el mar con vírgenes trenza
un diluvio tras la mano

(de La luz todavía, DVD, Barcelona, 2003)





(de la sección Del tránsito y su pérdida)

I
Desprecio la amplitud de los mares y me acojo a la intensidad de la excepción, desde donde el mundo ­­–dicen- es sólo ocaso y un adiós sin invierno pronunciado.



(de la sección La última seguridad)

II
Con qué exacta lentitud el mar pospone su inocencia. Todo se reduce a perder en sus formas la huella labrada con la propia muerte, sin un silencio de luz en el invierno, con la lejanísima autoridad de quien profana y derriba los muros de un mundo antiguo.

(de Atlas de perplejidad, Icaria, Barcelona, 2004)







EL MISMO MAR

a Álvaro Pombo
El mismo mar, otra vez el mismo mar, el mismo mar del norte y su olor mendigo a humo; esa clase de amor iluminada a lo lejos por el calor de la piedra más sumisa.
Por delante y de mi hacia fuera el mar tenía sed. Pero para entonces se encontraba demasiado lejos de nosotros. Y así lo recuerdo al final de la mañana blanca, lejos, en el silencio que se pronuncia alto, cuando luce el sol y muere la voz sobre la voz sin sangre, voces hasta el cauce nuevo de la voz callada, vencidas por la música de un naufragio en otro mar que ya no es mío.

(de La lengua ciega, DVD, Barcelona, 2009)







36
Cobijo el aire
Bajo el peso azul del mar:
Ojo de cristal

41
Plata insonora
-coral los huesos del mar-
un pez muy quieto

(de Haikus sin estación, Ediciones Carena, Barcelona, 2010)






I

Ya nadie me llevará al Sur.
Salvatore Quasimodo

...desprecio la amplitud de los mares y me acojo a la intensidad de la excepción, desde donde el mundo –dicen- es sólo ocaso y un adiós sin invierno pronunciado.


II

Marcho como el mármol final de un sueño, como el espejo que solícito devuelve la guirnalda al calor de su entierro.


III

¿Dónde hiela el viento la nube que en la noche me sitúa? Tu ausencia se cierne con gozo entre mi sombra, y canto luego la mirada oscura, el golpe certero a la arena muerta.
Hierro es entonces tu bendición sin pausa.


IV

a Olvido García Valdés

En la llamada también la espera, la mañana distinta sin remedio, la nada que los cantos disponen como el leve margen de esa piel que el tiempo cifra cuando menos. Y de entonces será luego este final concreto, todos los motivos que concluirán el cerco, que en él advertirán la incisa fatiga de un después.


V

No hay claridad en los hallazgos. Con su canto niegan la variedad de mi mano, o aquella luz que los cuerpos entumece y la nada enseña tras el relente fugaz de un viaje: ese tiempo donde se revelan las únicas certezas, y la lejana, la indómita autoridad de los paisajes.


VI

Queda sólo el color vertical del fósforo frío que ocupa el mundo y me sueña con la justa distancia, ausente apenas en el bulto erguido de esta lluvia tensa y cruda, que tras un solo tiempo discurre para al fin encontrarme aquí, perdido, como el dios más descuidado que siempre, siempre te persigue.


VII

a Antonio Gamoneda

Me dispongo atento, pero con arbitraria imprecisión, al solo esfuerzo de esa voz que normaliza la más abierta de las memorias, el álgido momento en el que se incuba la única integridad posible, su nutritivo y jubiloso término, aquel que nunca en todo será de nada.


VIII

a Jorge Riechmann

De la herida nos acepta su ritual invariable, la afirmación donde queda abierta la pujanza de un gesto, la tarde incalculable que tizna de aristas el final.
Mas insisto ahora en saber si aquella luz que a la espera obliga perdiendo claridad, será mañana semilla cierta de intemperie, ceguera insomne hacia algún otro lugar.


IX

Esta luz que sin noticias se hace fuerte en el retraso, en el espacio tembloroso donde unánime es el medio de mi paz. En ella, dentro de su mínimo sendero blanco, descubro con elegida esclavitud el rumor sin margen de una alegría casi cierta, la mano cerrada a la efímera indigencia, a la piedra fiera que encendida espera el último clamor de lo intacto.


X

Tu no cambias. Eres oscura.
Cesare Pavese

Es el exilio en el que crece la piedra con el arte de la flor inmóvil, con la súbita altura de una firme y repetida ofrenda, quien usurpa la distancia al aire vuelto y se eleva sólo por tensar un canto, el grito oscuro que nos dice, huyéndose en el más de cada instante.


XI

Concilio el secreto paso hacia dentro, y en mi memoria asciende la blanca lumbre del redoble que declina, del acierto que trae el ajeno invierno como rescoldo fingido de alzada prisa, como arena destejida que se marcha cansada y aún ardiendo, signo de espera en otra hondura.


XII

Alza la amplia discordia bronce del viento, su augurio acorde con la ociosa marcha que traza fugaz lo cierto.
Siente el gris que alude a la materia, acepta el incienso luminoso de la arena que inclina sonriendo la cabeza, pues serás testigo de esta herida que afirma por dentro mi empeño, que exalta mandíbulas y verbo y al final lo adorna todo con su ancho cauce, con su roto yermo de azul primero.





CONFIRMO Y SUBRAYO-(Homenaje inútil a John Ashbery)

Confirmo, y lo digo muy en serio, todos los pasos proclives escritos con tiza de cualquier bosque, el dar aliento estrófico incluso a la señal del invierno en los últimos libros, atribuirle un haber inútil a aquella extensión de fotografía negra que hallamos en el centro de la caja china.
Subrayo, lo sigo diciendo en serio, el punto menudo de un nombre en el atlas que se estudia vertical, un pequeño oficio sumiso al calor del día y las habitaciones responsables, el coro silencioso prendido en la rama mensajera donde nunca se llega, un sentido unívoco desde la orilla humeante y colectiva en connivencia con la rara lógica del abrazo sencillo.
Y quizá hacia atrás continúo además cayendo de la piedra que trae el viento virtuoso, que consiente un hilo secreto de vuelta en el paraíso bien llevado de nuevo durante algún tiempo.
Tiempo que empieza otro y cae libre por la pendiente aclamada de la elegía lenta, del puño muy menudo camino hacia nosotros.

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