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martes, 10 de agosto de 2010

724.- FRANCISCO RUIZ UDIEL

Francisco Ruiz Udiel (Estelí, Nicaragua. 1977). En el año 2005 obtuvo el Primer Premio Internacional Ernesto Cardenal de Poesía Joven, con su obra "Alguien me ve llorar en un sueño". En el 2005 publicó "Retrato de poeta con joven errante", muestra de poesía escrita por jóvenes de la generación del desasosiego, como llama Gioconda Belli en el prólogo de la muestra. Fundador del Encuentro Nacional del Día Mundial de la Poesía en Nicaragua. Es miembro fundador del Festival Internacional de Poesía en Granada, Nicaragua. En junio del 2005 fue invitado por Casa de América de Madrid, España, a participar en el V Festival "La poesía tiene la palabra". Ha participado en festivales poéticos de España, Francia, Colombia, Cuba, Brasil, México, Panamá y países de Centroamérica. Su poesía ha sido traducida al sueco, francés, portugués e inglés. Actualmente colabora como reportero de El Nuevo Diario y además, es redactor de www.caratula.net, revista cultural dirigida por el escritor nicaragüense Sergio Ramírez. Sus más recientes poemas fueron publicados en Barcelona, en la antología centroamericana de poesía que lleva por título “Trilces Trópicos”.



Cada cuatro años nace una poeta suicida

A Sexton, Plath y Pizarnik
Nacidas en 1928, 1932 y 1936


Cada cuatro años la muerte
abre la llave del gas de una cocina,
se fuma un cigarrillo en el sofá y espera.

Otras veces enciende el motor de un automóvil
dentro del garaje
y canta Chair in the Sky,
un poco de jazz no despertará
a las muñecas recién maquilladas, piensa.

Cada cuatro años la muerte toma
anfetaminas para adelgazar,
pero se le pasa un poco la mano
y ya no despierta.

No se pone triste, ni alegre, ni neurótica, no.
pero cada cuatro años
la muerte amanece lúgubre
y observa la tarde roja
desde una ventana.
Alguien trata de invocarme, dice,
y cierra amargamente los ojos.

A mí me da pesar, no sé,
es como si ella quisiera decirnos
o contarnos algo desde su delgado rostro blanco,
como si estuviera cansada de estrangular mujeres.
Yo la conozco muy poco,
pero me consta aborrece
su funéreo oficio.
Últimamente la han visto respirar
cierto aire suicida.

Cada cuatro años a la muerte
se le irritan los ojos,
sabemos que ha llorado, lo sabemos,
pero callamos,
sabemos también que busca algún vientre
y como ella no tiene el privilegio
de la carne materna
aferra entonces sus fríos y delgados dedos
en el primer ombligo que encuentra.

Por eso cada cuatro años algunas niñas
ya vienen muertas.


Gesto desvanecido en esquina de una estación

Esta estación no será más una estación,
quedará únicamente mi gesto desvanecido
en el polvo de alguna ventana,
si acaso hay ventanas,
si acaso decido en las estaciones
desamparar algún gesto.

Esperaré junto a las cabinas telefónicas
a que las horas se desvanezcan azules
en mi cigarrillo encendido
de mirada triste e inclinada,
me verán apretar la mandíbula
para masticar, como las aves
que emigran de una tierra a otra,
cualquier bocado de aire
sin saber qué les espera.

El aire se ha vuelto amargo
y aún no sé en qué otras estaciones
abordará mi soledad otro cuerpo.



Hay noches en que no quiero saber nada

Hay noches en que no quiero saber nada
ni oír nada,
y lo único que busco
es sentarme en la desamparada calle
y mirar a un perro,
que en su silencio sabe,
permanecer solo quiero,
y desea hablarme con sus ojos
-pero recuerda- y calla.

Esta noche recitaré
a un hombre que perdió su paz,
un poema para morir en paz.

En el momento en que pienso esto
una sombra se me sube
por el pecho y me acaricia
con sus manos la frente
-entonces callo-

Ni la noche, ni la calle, ni el perro
podrán apaciguar esta ausencia.



Poema para quedar inmune

Llevo una reja en mis dedos
una prisión de viento que te habla
tócame y seré libre
llevo dos ojos que se abren
grandes en la noche
y un abismo que separa
a mi cuerpo
de otro cuerpo

Cuatro millones de años
me encerraron
cuenco aire en un costado
y me devuelve al suelo
incluso la libertad aterra
en el último instante

No me reconozco
en una madrugada de traidores
en una hoja oxidada
por el olor de mis muertos
ni en la fría corteza
de los árboles que esperan
será que ya me acostumbré
a que me entierren en los ojos
una amarga tarde
y dos agujeros de cielo

¿Qué más puede herirme?




El mar se quedará ciego

A Pablo Hernández

Me hubieras gritado
para que reaccionara
para que tus manos fueran
una bomba de oxígeno
sobre mi pecho.

Me hubieras golpeado
en la parte más baja
de mi soledad.

Hubieras reclamado
mi mirada de niño
que nunca encontraste
pues un día arrojé
mi corazón sobre
los cadáveres de los pájaros
cuando supe que éstos
al presentir su muerte
le arrancaban los ojos a los peces.

Te hubieras atado
dentro de este árbol
que se secó
y cuyo fruto sólo comieron
las mujeres sin nombres
las que devoraron
el desprecio de la noche
y jugaron dados con su sexo.

Hubieras hecho tanto
Yo sé
pero de qué hubiera servido
mañana el mar se quedará
ciego para siempre.



Nada

Nada es una palabra
inventada por Dios
para escupir su desprecio.

Yo soy la palabra de Dios.



DEJA LA PUERTA ABIERTA

A Claribel Alegría
su Majestad

Deja la puerta abierta.
Que tus palabras entren
como un arco tejido por cipreses,
un poco más livianos
que la ineludible vida.
Lejos está el puerto
donde los barcos de ébano
reposan con tristeza.
Poco me importa llegar a ellos,
pues largo es el abrazo con la noche
y corta la esperanza con la tierra.
Donde quiera que vaya
el mar me arroja a cualquier parte,
otro amanecer donde la imaginación
ya no puede convertir el lodo
en vasijas para almacenar recuerdos.
Me canso, de despertar,
la luz me hiere cuando ver no quiero,
el viaje a Ítaca nada me ofrece.
Si hubiera al menos un poco de vino
para embriagar los días que nos quedan
embriagar los días que nos quedan
que nos quedan.

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