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sábado, 24 de mayo de 2014

SERGIO LOO [10.696]


Sergio Loo 

Sergio Loo (Ciudad de México, 1982 - 28 de enero de 2014) fue un poeta y narrador mexicano.

Nació en 1982 en la Ciudad de México.
Entre 1997 a 2003 conformó el colectivo multidisciplinario Parodia de Vivos, también preparó una antología de poetas mexicanos nacidos desde 1977.
En 2003 fue incluido en las obra Fantasiofrénia. Antología del cuento dañado, en 2004 Paso del Frente, Descifrar el Laberinto en 2005, y en 2006 El fungible: especial de relatos y escribió Claveles automáticos.
En 2007 publicó el libro de poemas Sus brazos labios en mi boca rodando, con una versión digital que fue publicado en 2013 por la editorial española Foc.
En 2011 su novela, House: retratos desmontables (México, Ediciones B), compuesta por microcapítulos ordenados evocando el ritmo de música house y con episodios de inspiración almodovariana, en los que abunda el sexo y la marginalidad. Según Fidel Reyes Rodríguez, la novela
es la crónica dolorida y sentimental de una generación, de una época; es un canto a la amistad y a la deslealtad; es un grito de horror ante la fugacidad de las cosas, de la vida. Y es, asimismo, el autorretrato de seres marginados que encuentran un refugio a sus diferencias en otros seres marginados. (Drogadictos, homosexuales, identidades dark, narcotraficantes…)
En 2012 publicó Guía Roji.
Fue becario de Poesía de Jóvenes Creadores entre 2013-2014.
Nunca negó su condición de homosexual, algo importante para comprender su obra.
Falleció el 28 de enero de 2014, a la edad de 31 años, por las complicaciones del cáncer que padecía, detectado en una pierna en 2011.








Azar es un beso bien dado

en un lugar

en el lugar

y a la persona 
más o menos

correcta.






Cuerpos sin nombre 
difuminados
en las sábanas. 

La cama queda lista
para que dos, algunos dos,

algunos hipotéticos dos;

tú y yo, 
por ejemplo,
crucen en ella la noche.








Cuerpos sin nombre 
difuminados
en las sábanas. 

La cama queda lista
para que dos, algunos dos,

algunos hipotéticos dos;

tú y yo, 
por ejemplo,
crucen en ella la noche.







Apura las manos,
desabotona mi cuerpo

Apura
y viérteme 
tu boca, 
tu lengua.

Ofrécete a mis dedos, 
ofrécete manojo de órganos 
y silencio.

No repares, no hay tiempo ni perdón.


Para nosotros
ni sal 
ni llanto.








Necrófaga comisura de tus labios se remienda a la mía 
y nuestra sonrisa, que ahora es una sola,
desangra claveles rojos, claveles oxidados,
claveles a borbotones.


Ramillete chorreando sin raíces de arrepentimiento.








Su cuerpo en un extremo y el mío en el otro de la cama,
tensos. Ojos en blanco. Manos tensas palpan
el cuadriculado silencio emergido
donde antes, apenas unos días,
pliegues de sábanas eran, 
para nosotros,
laberinto amurallado
vuelto jardín.
Hace apenas pocos días que mi centauro cuerpo en el suyo no se pierde
porque
hace algunos días,
entre frases mal tiradas, puestas en jaque por sí, noté
el hilo de un extraño internado entre sus piernas.
Hace apenas unos días enrocados 
entre el “Es tarde, hablamos luego”, que nuestras miradas
párvulas 
avanzan 
casilla
a
casilla,
esquivas
para no comerse.

Sobre blanca sábana, cada vez más breve,
atrincherados cuerpo a cuerpo en un lecho que clama guerra,
nos mantenemos quietos, con las miradas paralelas, rumbo al techo.
Cuidadosos, 
porque cada palabra 
son dieciséis piezas ennegrecidas contra el otro.

Quietos y cuidadosos, buscando la quinta torre para ahí guarecernos, buscando
el movimiento menos contundente.







Déjame pensar que esta vez no eres tú y no soy yo,
sino el embone de un engrane 
de una maquinaria carnívora sin fin
y nada más.






DE “FENÓMENO FLASH”

A símbolo
reducido tu cuerpo reducido
a imagen (tú) apariencia (tú) entorno
económico (tu
desnutrición)
Tú (juego de sombras) (enfoque ingenioso) (mirada audaz
del fotógrafo) (tu raza tu clase tu estatura) imagen eres
no eres      representas
ejemplificas dilemas sociales
desajustes económicos (desempleo) (ruido en la urbe) impactados
rotundamente en tu alimentación (la resequedad
en los labios denuncia la sed)
Reducido (vuelto poster
contra el consumo de cocaína
o alguna tribu urbana) a ilustración
de una artificial (diseñada) verdad (injertada) (oreja
plástica en el lomo de la rata
sonríe) permite
la imagen de tu cuerpo trasminarse
de convenientes significados
que nutran de felicidad a los demás (tu cuerpo
hecho pan      migajas
para alimentar a los cerdos) (trocitos de ti
para los peces) (tu dolor      migajas
esparcidas por un niño
en plena plancha del Zócalo un domingo por la tarde
para las venenosas palomas)
(palomas venenosas aleteando por el cuadrado celeste contaminado del Zócalo
Su mierda blanca tradicionalista escurriendo sobre la catedral
de tu cuerpo) Conclusiones políticas eres
no eres      representas         (hacen que representes
hacen que tu cuerpo diga las cosas que ellos quieren) Tu imagen
emerge
de tu cuerpo (poros) (pelaje) (cicatrices) (un ojo
más chico que el otro ojo) delata
la relación (confrontada) (conflictuada) (minada
de reajustes y
paréntesis y
remodelaciones a
baches sobre baches) que tienes con
lo que      se supone
eres (tu persona anclada a la imagen de tu persona anclada
a tu cuerpo)

Tu cuerpo anclado a lo que los demás quieren ver en la imagen de tu cuerpo








LOO
Te deletreo mi apellido: mis pómulos
ligeramente más
pronunciados que los de mi madre que menos
notorios a los de su padre. Es decir: ADN,
piedra gastándose con el roce, el eco del rostro
de mi bisabuelo en mi rostro se revela. Te deletreo
mi apellido: mi bisabuelo era chino y se llamaba
Luis, como mi abuelo y
el primero de sus hijos y el primero
de los hijos de mi tío. Es decir: dinastía para el hogar.
Mi apellido es sencillo pero por sencillo difícil
de olvidar, de pronunciar. Imposible
que se llamara Luis e imposible
que así se escribiese el apellido: fonética la traducción: traslación:
migración: un viaje de China a Sonora, México, a principios
del siglo pasado. Una foto
de un bisabuelo magníficamente joven
formal, en blanco y negro, y el cabello
en lustroso orden adentro
de un pasaporte atesorado que atestigua
pero no sabe decir más. Posible
pasaporte que a la vez
acta de nacimiento: un nuevo hombre
en un nuevo contexto: la Revolución.
Aquí mi apellido se llena de historias:
una india yaki
hermanas que se pierden
una traición
y se reencuentran años después
asesinato a los hermanos apenas arriban al aeropuerto.
La ciudad de México en los años cuarenta,
su modernidad naciente de pequeños rascacielos y en medio
un café de chinos (o restaurante, según
versión) y Luis ¿a los treinta, cuarenta años?
casado con la india yaki que no sabía leer pero muy bien contar.
Entre los varios hijos, el más apegado: el rostro niño de mi abuelo.
Y el café se perdió y el bisabuelo se perdió.
Y el idioma se perdió y el dinero se perdió, se desvanecieron.
Si acaso la leyenda de que mi abuelo sabe hablar chino pero no,
no quiere hablarlo. Ya no, dice. Ya no.
Se lo guarda como se guarda otras explicaciones: en su silencio
se desvanecieron.
Mi apellido pone al descubierto a los idiotas,
altaneros que después de la corrección
siguen pronunciando “Li”, “Laoe”, “Louo”, “León”;
a los que fingen conocernos y nos llaman “Lu”
(Reyna Lu, Pepe Lu, Claudia Lu,
Sergio Lu y Betzabel Lu; sí, por supuesto, claro que los conozco).
Después de todas esas historias y las que nos depararon años después
(dos cuartos de vecindad, una casa con cúpula en las escaleras,
un terremoto y varias, muchas bodas), como a mi abuelo,
después de tanto, nos da un tanto igual
cómo lo lean: no nos define su pronunciación. Dilo
como quieras pero al menos
escríbelo bien. Te lo deletreo: una “L”, una “o”,
y otra “o”.





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