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jueves, 2 de enero de 2014

MAURICE ECHEVERRÍA [10.603]


Maurice Echeverría 

Nació en 1976, en la ciudad de Guatemala, en la cual reside. Es escritor y periodista Estudió Filosofía y Letras. 

Ha publicado los siguientes libros:

Este cuerpo aquí (1998) La Ciudad de los ahogados (1999) Encierro y divagación en tres espacios y un anexo (Editorial X, 2001), Sala de espera (Magna Terra, Guatemala, 2001), Labios (Magna Terra, Guatemala, 2003) y Diccionario Esotérico (Norma, Guatemala, 2006), Los falsos millonarios (Catafaxia, 2010).

En formato blog, los libros Plegarias Mutantes (Zanate, Guatemala, 2008), Setenta y dos ángeles tullidos (Zanate, Guatemala, 2008), Los poemas de Saffron Lane (Zanate, Guatemala, 2008), La oreja en tu mano (Zanate, Guatemala, 2009), y Ciento setenta y siete (Zanate, Guatemala, 2010), Pana no existe (Zanate, Guatemala, 2010), Zona 3 (Zanate, Guatemala, 2010), Poemas gerascofóbicos (Zanate, Guatemala, 2013), La glándula infinita (obra en progreso, Zanate, Guatemala). 

Sus cuentos figuran en las antologías Los Centro­ame­ricanos (Guatemala) y Pequeñas resistencias 2 (España). Tam­bién ha ganado en varios certámenes literarios nacionales e internacionales; entre  ellos el concurso de Novela Mario Monteforte Toledo (2006) con su obra Diccionario Esotérico .Actualmente es columnista de un diario capitalino.




Hay el día en que la madre muere 

Hay el día en que la madre muere. 
Hay el día de las cortaduras 
de las estructuras estamentales. 
Hay el día para el vuelco 
patológico de todos los dados. 
Hay el día–caja. 
Hay el día de los pájaros 
que migran borroides, sin hígado. 
Hay el día en que la madre muere: 
debajo de una lechuza, 
entrelazada con lo plástico. 
El útero se rompe cuando ella expira. 
Somos membrana, pero los cuchillos gravitan. 
Viviremos hacia afuera, químicamente, 
antiángeles, oleaginosos. 
Hay el día lacerante. 
Hay la laceración. 
Habrán lacerados, tremolando los últimos 
ovarios, plañendo a la Progenitora, 
que se convertirá en comida 
–para cientos de gusanas. 







Si yo pudiera me cogería el televisor 

Si yo pudiera me cogería el televisor, 
me cogería el televisor, 
si el televisor tuviera un hoyo fosforescente 
en donde yo pudiera meter mi casi negra verga, 
créanmelo, estaría ahora mismo metiéndosela 
con crueldad y con todo el desdén del mundo, 
así hasta hacerlo llorar, al televisor, 
hasta sacarle un millón de lágrimas televisas, 
me lo cogería en la cama, en el piso, y por detrás, 
obligándolo a pedir perdón por todo, 
por los sitcoms, por los reality, 
por CNN, por lo demás. 
Lo único que deseo a estas alturas de la vida 
es humillar sexualmente a mi televisor, 
y que aprenda a bajar la mirada.








El hombre sin tres esquinas

Yo soy un hombre sin tres esquinas. 
El día que me quede sin la cuarta 
dejaré de ser habitación, 
y el día que deje de ser habitación 
dejaré de ser mundo: habré muerto. 
Viviré en ajenas hectáreas de aire, 
respirando la asfixia.








Tus enemigos 

No puedes tocar las costillas de todos ellos, 
tus enemigos, 
sus asquerosos cuerpos huesudos, 
y hacerlos desaparecer, borrarlos por arte de magia. 
Eso sí que es locura. 
Tus enemigos, sus manos amarillas, 
es lo que hay para siempre, 
y por fin debes aceptar 
que eres como un murciélago sin alas 
cubierto por los pellejos de ellos, tus enemigos, 
más viscoso, 
más triste así luchando, 
más solo y más enemigo por odiar solamente, 
por odiarlos a ellos, tus enemigos. 
Tú eres el enemigo. 
Y la noche es la carne de tu osamenta.







Te vi tocar la guitarra, mujer 

Te vi tocar la guitarra, mujer, 
cantabas y escarbabas la tierra 
en busca de los blancos gusanos, 
se acercaron los ángeles a merecerte. 

Te vi tocar la guitarra, mujer, 
desaparecieron 50,000 kilómetros cuadrados 
de la faz de la tierra, 
de los volcanes rodaron perlas negras, 
a la vecina se le cayeron los dientes, 
y en fin: que todas las señales estaban ahí. 

Te vi autonacer, 
te vi tocar la guitarra, mujer, 
y casi muriendo nos diste la sílaba maldita. 
Algo cabal, algo justo nos mostraste, 
algo mucho más que el ayer.






Buenasnoches 

Hay que recogerlo, 
como al anciano 
rígido, sangrante 
del accidente. 

Decirle: 
buenasnoches, 
muérete ya, 
te damos permiso. 

Y luego rellenarlo 
con los viejos pergaminos, 
las viejas fórmulas, 
las consignas 
que a veces sirvieron, 
todo adentro, 
así quemarlo. 

La tierra quedará azul. 
Allí plantaremos el árbol. 
Pronto. Vengan a ver. 
Un nuevo amor, 
un algo entre las cosas. 








Me hablan los talvez muertos 

Me hablan los talvez muertos. 
Talvez muertos y quizá entacuchados. 
Susurran baladas frías y acariciantes. 
Con los talvez muertos 
abrimos las moradas botellas de vino, 
al sonido de las últimos palomas. 
Ellos ya no miran horizontes, 
pero en cambio hablan de vagos intersticios 
en el corazón de la materia. 
En verdad los únicos amigos 
son los talvez muertos, los únicos, 
los únicos, los ausentes del espejo. 
Los espejos son duros. Ellos talvez. 







Porno Tube 

Oye mujer 
de la pantalla 
de Internet: una 
criatura, algo 
feo y mío 
desea entrar 
en tu llaga; 
cucas nacen 
de tu cárdeno 
clítoris; eres 
sucia y bizantina, 
te arqueas 
mentirosamente… 






Maurice por Maurice 

Maurice por Maurice, 
esculpido, barrenado por Maurice, 
por azar y por causa de Maurice, 
arrastrado del pelo por Maurice 
hasta la dimensión de los oscuros 
mástiles de la muerte 
en donde Maurice a veces vive, 
pulmonarmente, 
tan tierno cuando grita, 
tan Maurice y desamparado 
ante los dos toros de la medianoche, 
helos los dos, allí dorados y sangrientos, 
Maurice por Maurice, 
siempre y no siempre. 



{Los falsos millonarios} (2010)

“Pero después el Obsesionador
hizo que ambos
resbalaran y cayeran de allí”.

Corán

¿No ves lo insensato que es salir hoy por la noche?

¿No ves lo insensato que es salir hoy por la noche?
¿No entiendes que hay un pie gigante allá afuera,
que espera, es gigante, aplastará?
No voy a salir, no voy a ir como un ciego
en esos lugares tocando cosas tibias
y viscosas, o arriesgarme a que desconocidos
me susurren adioses, me den múltiples
rosas envenenadas. He visto ya los once
mil pavimentos, y allá en el puerto no hay nada
para mí salvo muerte, un accidente feroz.
Conozco sí lo nocturno, la nación condenada
llamada noche. Así que no me vas a convencer.
Nadie está a salvo. Tú misma no estás a salvo.
Resbalarás en un cerebro y quedarás paralítica.
Alguna serpiente misteriosa te roerá los intestinos.
Te caerá del cielo un satélite oxidado.
No me contradigas. Yo sé de estas cosas.
Desconfía de la gente: licántropos, bestias.
Oh, te darán perfumes: torcerán tus pensamientos
por medio de toda clase de visiones boreales:
pero tu sangre será donada a faraones malditos.
Lanzarán tu cuerpo desde un helicóptero a las calles excoriadas.
¿No ves lo insensato que es salir hoy por la noche?



Mientras él esté vivo

No seremos felices
mientras él
(el Suplente)
esté cerca,
esté vivo.
Pero incluso muerto él
no seremos felices.
Sólo muertos nosotros
seremos los niños perfectos
que juegan en el prado.




Te fuiste

Te fuiste corriendo, te fuiste.
Ni adiós, te fuiste.
Esos tacones.
El silencio.
En parte me gustaría llamarte.
En parte estoy feliz de que hayas desaparecido.
En parte sangro.
De mí sale todo ese ensangramiento, esa ondulación.
Ojalá el mundo fuera una vasta playa pedregosa.
Tus ojos en la noche dijeron lo indecible.
Criaturitas en forma de glande se deslizaban por el piso.
No me ufano de nada.
Sé que en este cráneo hay una melodía cínica,
ronca, que vocifera, me hace pensar las peores cosas.
Los ángeles, hasta ellos me ignoran.
Recortan su prodigiosa vista para no ver mis cagadas.
Están socialmente desencantados de mí.
No hay nada convincente en la posición de mis manos.
Te fuiste. ¿Era yo ése gritando? ¿Era yo ése vaciándonos?




Los huevos

Caminando por el parque,
o por el mercado,
o yendo al trabajo,
el dolor: un huevo.

Voy dejando huevos
ocres o grises en toda la ciudad,
gigantescos objetos venudos,
que por lo demás nadie mira,
y a nadie interesan.

A vos te da asco tocarlos,
lo sé bien, aunque nunca decís nada.




El Cristo

Los clérigos
se dan de bruces
contra algo,
cada vez que intentan explicar el amor.

El amor es
un laberinto,
un considerable cangrejo
incrustado en lo espeso de tu vientre.

Un Cristo frío y ártico nacerá
de todas las combinaciones.




Te siento

Te siento crítica
y bastante acobardada.
Como torpe, sin lo lúdico
de tus manos te siento,
incompleta tu colección
de sonrisas, menos
tomadora de café te siento,
no poética, perdidos
tus archivos de lo libre,
desencuadernada,
sin catedral, sola,
así es como te siento.




Besar calaveras

Yo quien ha besado el sexo resbaloso del César,
hoy solamente deseo no besar.

No besaré el caliente centímetro de acera.

No besaré la lengua lenta de la vaca.

No besaré más esos domingos
que se aprietan con la nada.

Ni los hombres cosidos a los autobuses.

No ese punto tibio,
blanco en el universo.

No besaré mis huesos viejos,
como un milenio.

Ni el espejo mil veces besado,
en donde negociamos por las mañanas nuestro rostro.

Ni el momento en dónde esta víscera
y la tuya resaltan perfectamente unidas,
no sé exactamente cómo.

Prefiero besar calaveras por el resto de mi vida
a besar tus propios labios oscureciéndose.

Que la saliva
de los enfermos nos cubra.



El vampiro

Te doy
sin dar.
Doy mucho
pero apenas.

Doy
fantasmalmente
como dan
los vampiros.

Doy quitando.

Te mueres
cuando de mí recibes.




Tener sed

La sed
sos vos.





La ciudad

Querida:
has endulzado mis días
con innumerables torpezas
que he tenido que guardar
en lo más profundo
de mi ano.

Allí adentro
están todas tus estupideces,
como en una ciudad subdesarrollada,
habitada por peatones, mercaderes,
y ciegos dictadores sin alma.

Una ciudad grande,
creciendo malthusianamente
en mi tracto digestivo,
con barrios y pandilleros
y cementerios sobrepoblados,
y cárceles en crisis.

He defecado durante siglos.
La ciudad sigue allí.





Buenos hombres torcidos

Buenos hombres
torcidos,
buenos
pero torcidos,
viviendo
sin entender
sus miserias
cerebrales.
Buenos,
pero con el puño
atrapado
en la pared
de nervios,
y llorando
un poquito
mientras
maldicen
de rodillas
a Dios
y a su mujer.






Mujeres

Me duelen,
todas me duelen.
Las que no he besado.
Las que no he tocado.
Las que no he lamido.

Tengo la sensación
de que la muerte
es no haberme tomado un café
con todas ellas,
las vivas pero también las muertas.

Las veo en la calle;
las extraño aunque no las conozco.

De mí se ríen, eternamente.

Porque saben que estoy contigo.




Te gusta manchar el corazón

¿Por qué
me estás esquivando,
por qué nos estás esquivando?

¿Por qué correr
hacia la tormenta
en donde te quebrarás
de todos modos?

Te extraño.
El corazón es un vehículo:
resplandece: es tuyo.
Pero te gusta mancharlo.

Cien suicidas.
Cien transiciones como inciensos oscuros.
Cien muñones frustrados.




Puentes colgantes

Por toda la ciudad
hay puentes colgantes,
de un edificio al siguiente.

Con frecuencia las personas me ven
caminar por esos puentes,
cuando te busco en la noche contaminada,
y apenas te encuentro.

No soy el único.

Otros amantes grises buscan
a sus amadas:
desesperados, hipnotizados,
sin pausa o sosiego,
atraviesan los puentes
como almas que han recibido un balazo:
y por eso se arrastran.



Argumentos, teologías, tonos y máscaras

Estuvimos hablando
con mi esposa.

Sobre la mesa
cada cual puso
argumentos, teologías,
tonos y máscaras.

Tales fueron los ingredientes.

Al cabo de una hora
un ser fantástico
y descomunal
agitaba venas
como látigos al aire.

Habíamos creado
un ser aberrante.

El animal crecía
con nuestra discordia.

Nos lanzaba escupitajos.

Nos gritaba cosas.

Pero es verdad que
mi esposa y yo
estábamos muy ocupados:
estábamos peleando.

Terminó aburriéndose.

Discretamente bajó de la mesa,
recogió sus cosas
(argumentos, teologías,
tonos y máscaras),
y salió por la puerta.

Pero ya en la mesa
se formaba una segunda Bestia.





Asesinato

Cuando tiré
del gatillo
pude sentir
una especie
de asentimiento
general del cosmos,
una marejada
de aplausos
provenientes
de todas las
cosas vivas
y muertas.
Mis pulmones
se alimentaron
en ese momento
del oxígeno más puro.
La escopeta
brilló bajo el sol,
intacta.
El rostro de la mujer
estaba completamente
desfigurado
por el ácido ardiente
de la pólvora.
Tras el sonoro disparo,
sólo quedaba
un silencio
integrador y místico.
El desierto,
antes famélico,
mendicante,
ahora rebosaba
de ser,
lleno
de la atmósfera
de este crimen.
Encendí un cigarro.
El humo serpenteó
en el aire, 
y luego se emparentó
con el cielo
perfecto y azul.






Nota roja

Esta crónica
llamada matrimonio,
esta nota roja
con un muerto
en la banqueta.



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