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jueves, 23 de febrero de 2012

6130.- JULES SUPERVIELLE




Jules Supervielle (1884-1960).
Poeta, narrador y dramaturgo francés, nacido en Montevideo (Uruguay) el 16 de enero de 1884 y fallecido en París el 17 de mayo de 1960. Autor de una extensa y variada producción literaria que progresa por los géneros más diversos, destacó fundamentalmente en el ámbito de la creación poética, donde logró imponer una tensa distancia entre la autonomía de su estética particular (tendente a la conservación de la mejor herencia clásica de la tradición poética francesa) y los postulados radicales, rupturistas y renovadores de la Vanguardia (de los que aceptó algunos elementos básicos, como la importancia de lo onírico preconizada por los surrealistas, pero sin ubicarlo fuera del alcance de la razón consciente).

Vida y obra
Hijo de padres franceses y francés, por ende, desde su nacimiento, vino al mundo en la capital uruguaya después de que sus progenitores se hubieran conocido allí a raíz de los negocios de la rama paterna de su familia. En efecto, Bernard Supervielle (un tío del poeta que, en 1880, había fundado un banco en Montevideo junto a su esposa Marie-Anne) requirió desde allí la colaboración de su hermano Jules, quien al poco tiempo de haber llegado a tierras de Ultramar contrajo matrimonio con Marie, la hermana de su cuñada Marie-Anne.

En 1884, a los pocos meses del nacimiento del futuro escritor, Jules (que era de origen bearnés) y Marie (natural del País Vasco francés) decidieron regresar temporalmente a Francia para visitar a sus familiares y presentarles al hijo que acababan de tener. Ya en su país natal, durante una estancia en la localidad de Oloron-Sainte-Marie (perteneciente al departamento de los Bajos Pirineos), los padres del pequeño Jules perdieron la vida de forma fulminante, sin que los biógrafos del escritor se hayan puesto de acuerdo en atribuir esta terrible y prematura orfandad a los efectos devastadores del cólera o al consumo de aguas corrompidas vertidas por un grifo emponzoñado. La custodia del bebé -que sólo contaba ocho meses de edad cuando ya era huérfano de padre y madre- quedó en manos de una abuela suya, quien en 1886 atendió a la solicitud de Bernard desde Uruguay y envió al pequeño Jules a la ciudad donde había nacido. Allí, sus tíos Bernad y Marie-Anne criaron y educaron al futuro escritor como si de su propio hijo se tratase, de suerte tal que Jules no tuvo noticia de que no eran sus auténticos padres hasta 1893, cuando, con nueve años de edad, descubrió por casualidad que era hijo adoptivo. Pero esta revelación no fue para él demasiado traumática, pues ya por aquel entonces había caído bajo la tiranía de una precoz vocación que le absorbía gran parte de su tiempo: la creación literaria.

En efecto, antes de haber cumplido los diez años de edad el jovencísimo Jules ya había comenzado a redactar, aprovechando los espacios en blanco de un cuaderno de registros del Banco Supervielle, una serie de relatos que agrupó bajo el título de Livre de fables. Poco después, tras el traslado de su familia de adopción a París, inició en la capital francesa su formación secundaria (concretamente, en el liceo Janson de Saylly), claramente orientada hacia el conocimiento de las disciplinas humanísticas y, en especial, hacia esa materia literaria que venía fascinándole desde su infancia. Fue así como entró en contacto con las respectivas obras de algunos poetas decimonónicos que le sedujeron en su adolescencia e influyeron decisivamente en su inclinación hacia la escritura poética, modalidad creativa que ya cultivaba profusamente -bien es verdad que en secreto- hacia 1898, cuando contaba catorce años de edad. Estos poetas predilectos durante aquel período de formación fueron Alfred Musset (1810-1857), Victor Hugo (1802-1885), Alphonse de Lamartine (1790-1869), Charles-Marie Leconte de Lisle (1818-1894) y René Sully-Prudhomme (1839-1907). Fruto de esta temprana pero intensa dedicación al cultivo de la creación poética fue la publicación, a los diecisiete años de edad, de una pequeña plaquette titulada Brumes du passé (Brumas del pasado, 1901), cuyos gastos de edición corrieron por cuenta del precoz poeta.

Viajaba, por aquel tiempo, con cierta frecuencia y regularidad a su Uruguay natal, en donde pasó los veranos de 1901, 1902 y 1903, en casa de los familiares que allí le quedaban. Entretanto, una vez obtenido el título de Bachiller había empezado a cursar en la Universidad de la Sorbona estudios superiores de Letras, carrera en la que obtuvo el grado de licenciado después de haber cumplido con el servicio militar. Debido a su frágil salud, soportó mal las penalidades de la vida en el cuartel, por lo que durante muchos años guardó un pésimo recuerdo de ese forzoso período castrense. Una vez liberado de sus obligaciones militares y licenciado en Letras por la Sorbona, Jules Supervielle continuó ampliando sus conocimientos con estudios de Derecho e Idiomas, actividad intelectual que compaginaba con sus visitas a Uruguay, en donde conoció a Pilar Saavedra, con la que contrajo matrimonio en 1907, en la ciudad en la que había nacido el poeta. Fruto de esta unión fueron seis vástagos que vinieron al mundo entre 1908 y 1929.

De nuevo en París, Jules Supervielle siguió ampliando sus estudios de Letras y, en 1910, presentó un proyecto de tesis doctoral bajo el título de "Le sentiment de la nature dans la poésie hispano-américaine" ("El sentimiento de la Naturaleza en la poesía hispanoamericana"), trabajo que le granjeó un cierto reconocimiento como crítico literario, merced a algunos extractos que vieron la luz en las páginas del Bulletin de la bibliothèque américaine. En el transcurso de aquel mismo año, dio a la imprenta un poemario titulado Comme des voiliers (Como unos veleros, 1910), obra que anunciaba desde el privilegiado frontispicio de su título la afición del poeta a los viajes. Continuaba, en efecto, por aquel tiempo recorriendo numerosos lugares del mundo, hasta que en 1912 decidió instalarse definitivamente en París, en un apartamento sito en el número 47 del boulevard Lannes, en el que habría de residir por espacio de veintitrés años (sin dejar por ello de cruzar el Atlántico en múltiples ocasiones, pues no soportaba permanecer alejado durante mucho tiempo de Uruguay, país al que amaba tanto como a Francia).

En 1914, el violento estallido de la Primera Guerra Mundial provocó la inmediata movilización de Jules Supervielle, a quien, en atención a sus problemas de salud (padecía desde su juventud serias complicaciones cardíacas) y a sus brillantes competencias lingüísticas (dominaba a la perfección varios idiomas), se exoneró de ir al frente, al tiempo que se le asignaban relevantes funciones dentro del Ministerio de la Guerra. Durante todo el dilatado período bélico, el escritor nacido en Montevideo aprovechó para leer con fruición las obras de numerosos autores franceses y extranjeros, con singular entrega a la poesía de algunos poetas que le habían fascinado, como sus compatriotas Paul Claudel (1868-1955), Arthur Rimbaud (1854-1891), Stéphane Mallarmé (1842-1898) y Jules Laforgue (1860-1887) -este último, considerado como uno de los grandes precursores de la poesía de Supervielle-, y el norteamericano Walt Whitman (1819-1892).

Acabada la contienda bélica, Supervielle dio a la imprenta una nueva colección de versos que, agrupados bajo el título genérico de Poèmes (Poemas, 1919), despertaron la admiración de algunos autores consagrados como André Gide (1869-1951) y Paul Valéry (1871-1945), quienes contribuyeron decisivamente a la consolidación del prestigio literario del autor montevideano en los principales foros y cenáculos artísticos e intelectuales de la capital francesa, y le presentaron a Jacques Rivière (1886-1925), recién nombrado director de la Nouvelle Revue Française. A partir de entonces, Jules Supervielle empezó a colaborar asiduamente en esta célebre y difundida publicación, uno de los principales órganos de difusión de las nuevas tendencias estéticas que florecieron profusamente en la Francia del primer tercio del siglo XX.

Consagrado, en fin, como una de las grandes revelaciones de la nueva poesía francesa, Supervielle confirmó las buenas expectativas creadas por sus poemarios anteriores con la publicación de una espléndida colección de poemas titulada Débarcadères (Desembarcaderos [París: Gallimard, 1922]), a la que pronto añadió nuevos volúmenes de versos que le mantuvieron a la cabeza de la lírica francesa de los años veinte y treinta, como Gravitations (Gravitaciones [París: Gallimard, 1925]), Le forçat innocent (El forzado inocente [París: Gallimard, 1930]), Amis inconnus (Amigos desconocidos [París: Gallimard, 1934]) y La fable du monde (La fábula del mundo [París: Gallimard, 1938]). Tras un largo paréntesis de más de diez años, abierto por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Supervielle reanudó su actividad poética y publicó otras colecciones de versos como Oublieuse mémoire (Olvidada memoria, 1949), 1939-1945 (París: Bibliothèque de la Pléiade, 1946), A la nuit (Por la noche [París: Bibliothèque de la Pléiade, 1947]), Naissances (Nacimientos [París: Bibliothèque de la Pléiade, 1949), En songeant à un art poétique (Soñando un arte poética [París: Bibliothèque de la Pléiade, 1951]), L'escalier (La escalera [París: Bibliothèque de la Pléiade, 1956]) y Le corps tragique (El cuerpo trágico [París: Bibliothèque de la Pléiade, 1959]).

Mientras incrementaba esta copiosa producción lírica, Jules Supervielle trabajaba también en el cultivo de otros géneros como la prosa de ficción y la escritura dramática. Ya en 1923 -año en el que le habían presentado al poeta y pintor de origen belga Henri Michaux (1899-1984), que acabaría siendo íntimo amigo suyo- se había dado a conocer como narrador merced a la novela titulada L´homme de la pampa (El hombre de la pampa [París: Gallimard, 1923]), obra a la que siguieron otras narraciones extensas como las tituladas Le voleur d'enfants (El ladrón de niños [París: Gallimard, 1926]), Le survivant (El superviviente [París: Gallimard, 1928]) y, casi al final de su vida, Le jeune homme du dimanche et des autres jours (El joven hombre del domingo y de los otros días [París: Gallimard, 1952]). Además, cultivó con singular éxito el género cuentístico, al que aportó algunas colecciones de relatos tan notables como L'enfant de la haute mer (El niño de alta mar [París: Gallimard, 1931]), L'arche de Noé (El arca de Noé [París: Gallimard, 1938]), Les B.B.V. (París: Gallimard, 1949) y Premiers pas de l'univers (Primeros pasos del universo [París: Gallimard, 1950]). Su obra narrativa se completa con el relato autobiográfico Boire à la source. Confidences (Beber de la fuente. Confidencias [París: Gallimard, 1933]).

Autor fecundo y polígrafo, Jules Superville también escribió algunas piezas teatrales que gozaron de gran aceptación entre la crítica y el público de su tiempo. Entre estas obras dramáticas del escritor montevideano, cabe recordar las tituladas La Belle au bois (La bella del bosque [París: Gallimard, 1932]), Bolívar (París: Gallimard, 1936), Robinson (París: Gallimard, 1948) y Shéhérazade (Paris, Gallimard, 1949).

Ubicado, en fin, desde los años veinte en el epicentro del París literario y artístico, Supervielle compartió amistad no sólo con los grandes figuras citadas en parágrafos anteriores, sino también con otros escritores de la talla del alemán Rainer Maria Rilke (1875-1926) -a quien conoció en 1925-; el narrador, ensayista e infatigable animador cultural Jean Paulhan (1884-1968) -con el que llegó a tener tanta confianza que, a partir de 1927, sometía a su juicio todos sus borradores-; y el narrador, ensayista y crítico de arte Marcel Arland (1899-1986). Durante la década de los treinta, a medida que iba dando a la imprenta o estrenando algunas de las obras recientemente citadas, Jules Supervielle siguió gozando de un gran prestigio literario tanto en Francia como en Uruguay. Este reconocimiento unánime de la crítica, los lectores y el público teatral le animó, desde entonces hasta el final de sus días, a revisar y corregir constantemente sus obras, ofreciendo múltiples reediciones de un mismo texto que, en ocasiones, llegaban a presentar un cambio de género respecto a la versión original.

Pero este período de fama literaria, prestigio intelectual y bonanza económica se interrumpió bruscamente con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que no sólo le impuso -como ya se ha apuntado más arriba- un forzoso mutismo en su actividad poética, sino también la necesidad de abandonar con presteza esa Francia ocupada en la que, como tantos otros escritores, artistas e intelectuales, se sentía seriamente amenazado. Lastrado, pues, por la tensión reinante en todo el mundo, así como por el empeoramiento de su salud quebradiza (con problemas pulmonares complicándose con su crónica dolencia cardíaca) y por las dificultades económicas derivadas de la inestable situación bélica, Superville tomó el rumbo del exilio y se afincó en su segunda patria, en donde habría de permanecer por espacio de siete años (1939-1946). Confiaba en que, a su llegada, la entidad financiera fundada por su tío contribuyera a socorrer su precaria situación económica; pero, al poco de haber arribado a su Montevideo natal, quebró el "Banco Superville", con lo que se encontró, de repente, en la ruina. Por fortuna, el reconocimiento literario que le arropaba le permitió subsistir con el producto de su pluma, aunque obligándole a trabajar sin descanso: ganó algo de dinero con los montajes de sus piezas teatrales, puestas en escena por los mejores actores y directores del mundo -como su compatriota Louis Jouvet (1887-1951)-; se alzó con varios premios literarios que le reportaron algunos beneficios económicos; y recurrió a su condición de políglota para convertir sus traducciones en una importante fuente de ingresos -vertió al francés obras de Lorca (1898-1936), Jorge Guillén (1893-1984) y Shakespeare (1564-1616)-. Y recibió, simultáneamente, algunos honores y distinciones que, aunque no repercutieran directamente en su hacienda, contribuyeron a ensalzar su nombre y a elevar su caché como escritor, traductor y conferenciante (fueron muy celebradas las disertaciones que, centradas en la poesía francesa contemporánea, ofreció en 1944 en la Universidad de Montevideo); entre estos reconocimientos y galardones, cabe destacar su nombramiento como Oficial de la Legión de Honor (1939).

Acabada la guerra, Supervielle regresó a Francia con el cargo de agregado cultural honorario de la embajada uruguaya en París. Publicó entonces algunos cuentos mitológicos -agrupados bajo el título de Orphée (Orfeo, 1946)- y empezó a trabajar en su ya mencionada autobiografía, así como en sus poemarios y narraciones de madurez. A comienzos de la década de los cincuenta, próximo a alcanzar ya la condición de septuagenario, la inestable salud del poeta sufrió una recaída ocasionada por las secuelas de su antigua dolencia pulmonar, complicadas con esa arritmia cardíaca que le venía acompañando desde su juventud. Continuó, empero, cultivando el género poético y, un año antes de su muerte, dio a la imprenta el que habría de ser su último poemario -el ya citado El cuerpo trágico (1959)-. Poco después, recibió el título honorífico de "Príncipe de los poetas", otorgado por sus propios colegas; pero apenas tuvo tiempo de saborear este honor, ya que la muerte le sobrevino a los pocos meses en su residencia parisina. Su cadáver fue trasladado a Oloron-Sainte-Maire, donde recibió sepultura junto a los restos mortales de sus progenitores.
J. R. Fernández de Cano.
http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=supervielle-jules








Saisir


Saisir, saisir le soir, la pomme et la statue,
Saisir l'ombre et le mur et le bout de la rue.


Saisir le pied, le cou de la femme couchée
Et puis ouvrir les mains. Combien d'oiseaux lachés


Combien d'oiseaux perdus qui deviennent la rue
L'ombre, le mur, le soir, la pomme et la statue!








Asir


Asir, asir la noche, la manzana y la estatua,
asir la sombra, el muro y el sin fin de la calle.


Asir el cuello, el pie de la mujer tendida
y abrir después las manos. ¡Cuántos pájaros sueltos!


Cuántos perdidos pájaros convertidos en noche,
en calle, muro y sombra, en manzana y estatua.


Versión de Octavio Paz












Ne tournez pas la tête…


Ne tournez pas la tête: un miracle est derrière
Qui guette et te voudrait de lui-même altéré:
Cette douceur pourrait outrepasser la Terre
Mais préfère être laà, comme un rêve en arrêt
Rente immobile, et sache attendre que ton cœur
Se détache de toi comme une lourde pierre.








No gires la cabeza...


No gires la cabeza un milagro está detrás
Te acecha, te quisiera por él alterado:
Esta dulzura podría sobrepasar la Tierra
Pero prefiere estar ahí, como un sueño detenido.
Quédate inmóvil, y sabe esperar a que tu corazón
Se desate de ti como pesada piedra.
















Prière à l'inconnu


Voilà que je me surprends à t'adresser la parole,
Mon Dieu, moi qui ne sais encore si tu existes
Et ne comprends pas la langue de tes églises chuchotantes.
Je regarde les autels, la voûte de ta maison,
Comme qui dit simplement: voilà du bois, de la pierre,
Voilà des colonnes romanes.
Il manque le nez à ce saint.
Et au-dedans comme au-dehors, il y a la détresse humaine.
Je baisse les yeux sans pouvoir m'agenouiller pendant la messe,
Comme si je laissais passer l'orage au-dessus de ma tête.
Et je ne puis m'empêcher de penser à autre chose.
Hélas ! j'aurai passé ma vie à penser à autre chose.
Cette autre chose, c'est encore moi.
C'est peut-être mon vrai moi-même.
C'est là que je me réfugie.
C'est peut-être là que tu es.
Je n'aurai jamais vécu que dans ces lointains attirants.
Le moment présent est un cadeau dont je n'ai pas su profiter.
Je n'en connais pas bien l'usage.
Je le tourne dans tous les sens,
Sans savoir faire marcher sa mécanique difficile.
Mon Dieu, je ne crois pas en toi, je voudrais te parler tout de même.
J'ai bien parlé aux étoiles, bien que je les sache sans vie,
Aux plus humbles des animaux, quand je les savais sans réponse,
Aux arbres qui, sans le vent, seraient muets comme la tombe.
Je me suis parlé à moi-même, quand je ne sais pas bien si j'existe.
Je ne sais si tu entends nos prières, à nous les hommes,
Je ne sais si tu as envie de les écouter.
Si tu as, comme nous, un coeur qui est toujours sur le qui-vive
Et des oreilles ouvertes aux nouvelles les plus différentes
Je ne sais pas si tu aimes à regarder par ici.
Pourtant je voudrais te remettre en mémoire la planète terre
Avec ses fleurs, ses cailloux, ses jardins et ses maisons
Avec tous les autres et nous qui savons bien que nous souffrons.
Je veux t'adresser sans tarder ces humbles paroles humaines
Parce qu'il faut que chacun tente à présent tout l'impossible.
Même si tu n'es qu'un souffle d'il y a des milliers d'années
Une grande vitesse acquise
Une durable mélancolie
Qui ferait tourner encore les sphères dans leur mélodie
Je voudrais, mon Dieu sans visage et peut-être sans espérance
Attirer ton attention parmi tant de ciels vagabonde
Sur les hommes qui n'ont pas de repos sur la planète.
Ecoute-moi ! Cela presse. Ils vont tous se décourager
Et l'on ne va plus reconnaître les jeunes parmi les âgés
Chaque matin, ils se demandent si la tuerie va commencer.
De tous côtés, l'on prépare de bizarres distributeurs de sang de plaintes et de larmes
L'on se demande si les blés ne cachent pas déjà des fusils.
Le temps serait-il passé où tu t'occupais des hommes ?
T'appelle-t-on dans d'autres mondes, médecin en consultation,
Ne sachant où donner de la tête
Laissant mourir sa clientèle ?
Ecoute-moi ! Je ne suis qu'un homme parmi tant d'autres.
L'âme se plait dans notre corps,
Ne demande pas à s'enfuir dans un éclatement de bombe.
Elle est pour nous une caresse, une secrète flatterie.
Laisse-nous respirer encore sans songer aux nouveaux poisons
Laisse-nous regarder nos enfants sans penser tout le temps à la mort.
Nous n'avons pas du tout le coeur aux batailles, aux généraux.
Laisse-nous notre va-et-vient, comme un troupeau dans ses sonnailles,
Une odeur de lait frais se mélant à l'odeur de l'herbe grasse.
Ah ! si tu existes, mon Dieu, regarde de notre côté.
Viens te délasser parmi nous.
La terre est belle, avec ses arbres, ses fleuves et ses étangs,
Si belle, que l'on dirait que tu la regrettes un peu
Mon Dieu, ne va pas faire la sourde oreille
Et ne va pas m'en vouloir si nous sommes à tu et à toi
Si je te parle avec tant d'abrupte simplicité.
Je croirais moins qu'en tout autre en un Dieu qui terrorise.
Plus que par la foudre, tu sais t'exprimer par les brins d'herbe
Et par les jeux des enfants et par les yeux des ruisseaux.
Ce qui n'empêche pas les mers et les chaînes de montagnes.
Tu ne peux pas m'en vouloir de dire ce que je pense
De réfléchir comme je peux sur l'homme et sur son existence
Avec la franchise de la terre et des diverses saisons
Et peut-être de toi-même dont j'ignorerais les leçons
Je ne suis pas sans excuses
Veuille accepter mes pauvres ruses
Tant de choses se préparent sournoisement contre nous
Quoi que nous fassions, nous craignons d'être pris au dépourvu
Et d'être comme le taureau
Qui ne comprend pas ce qui se passe
Le mène-t-on à l'abattoir
Il ne sait où il va comme ça
Et juste avant de recevoir le coup de mort sur le front
Il se répète qu'il a faim et brouterait résolument
Mais qu'est-ce qu'ils ont ce matin avec leurs tabliers pleins de sang
A vouloir tous s'occuper de lui ?










Plegaria a lo desconocido


He aquí que me sorprendo hablándote, Dios mío, yo, 
que no sé todavía si existes
ni comprendo la lengua de tus iglesias susurrantes.
Miro los altares, la bóveda de tu casa
como quien dice simplemente: “Esto es madera, esto es piedra,
aquéllas son columnas románticas, le falta la nariz a ese santo,
y adentro como afuera hay un mismo desamparo entre los hombres.
”Bajo los ojos sin poder arrodillarme durante la misa
como si dejara pasar una tormenta sobre mi cabeza
y no puedo evitar el pensar siempre en otra cosa.
Me pasaré la vida pensando en otra cosa,
y esa otra cosa soy yo, tal vez mi yo verdadero:
es allí donde me refugio, y tal vez sea allí donde tú estás,
creo que nunca podré vivir sino en esas lejanías que me seducen.
El momento presente es un regalo que no he sabido aprovechar,
no sé bien cómo se usa, lo volteo para un lado y para el otro
y no logro que funciones su difícil mecanismo.
No creo en ti, Dios mío, pero quisiera hablarte a pesar de todo;
he hablado con las estrellas aunque las sepa sin vida,
con los más humildes de los animales aunque los sepa sin respuesta,
con los árboles que, sin el viento, serían mudos como la tumba.
Y me he hablado a mí mismo aunque no estoy seguro del todo 
de que existo.
No se si oyes nuestras plegarias, las plegarias de los hombres,
no sé si tienes ganas de escucharlas,
no sé si tienes como nosotros un corazón en alerta continua
y oídos siempre abiertos a las noticias más diversas.
No sé si te gusta mirar por aquí.
Pero querría recordarte a tu planeta la Tierra,
con sus flores, sus guijarros, sus jardines y sus casas.
Con todos sus seres; con nosotros que sufrimos y lo sabemos.
Querría dirigirte cuanto antes estas humildes palabras humanas
porque cada cual debe tentar ahora lo imposible
aun si no eres más que un soplo de hace millares de años,
una gran velocidad adquirida, una melancolía durable
que hace aún girar a las esferas en su melodía.
Querría, Dios sin rostro y tal vez sin esperanza,
que prestaras toda tu atención, entre tantos cielos vagabunda,
a los hombres que nunca pueden darse un respiro en el planeta.
Escúchame, corre prisa: todos van a desalentarse
y ya no podremos distinguir a los jóvenes de los viejos.
Cada mañana se preguntan si la matanza va a comenzar.
Por todas partes se preparan extraños distribuidores
de sangre, de quejidos y de lágrimas.
Se preguntan si los trigos no esconden ya fusiles.
¿Se acabó el tiempo en que podías ocuparte de los hombres?
¿Te llaman de otros mundo, médico de consulta
que sin saber por dónde empezar deja morir a su clientela?
Escúchame, no soy más que un hombre entre tantos otros:
el alma está a gusto en el cuerpo, el alma no quiere escapar
en un estallido de bomba;
el alma es para nosotros una caricia, un secreto halago.
Déjanos respirar sin pensar en nuevos venenos,
déjanos mirar a nuestros niños sin pensar todo el tiempo en la muerte.
No estamos para batallas, para generales.
Déjanos nuestro ir y venir de rebaño entre cencerros
y olor a leche que se mezcla al olor de la hierba espesa.
Ah, si existes, mi Dios, mira de nuestro lado,
ven y descansa un rato entre nosotros, la Tierra es hermosa 
con sus árboles, sus ríos y sus estanques, tan hermosa que uno diría
que la añoras un poco.
No te vayas a hacerle sordo una vez más
ni a sentirte conmigo, Dios, si te tuteo,
si te hablo con tan abrupta simplicidad:
creería menos que en cualquier otro en un Dios que aterrorizara;
y tú, más que por el rayo, sabes expresarte por las briznas de hierba
y los ojos del agua y los juegos de los niños,
lo cual no impide que haya océanos y cadenas de montañas.
No puedes ofenderte porque te digo lo que pienso,
porque reflexiono como puedo sobre el hombre y su existencia
con la franqueza de la tierra y de las diversas estaciones
y tal vez con tu franqueza cuyas lecciones ignoro.
No me faltan disculpas, consiente en aceptar mis pobres sutilezas,
tantas cosas se preparan solapadamente contra nosotros
que, por mucho que hagamos, tememos siempre que nos sorprendan desprevenidos,
tenemos ser como el toro que no comprende qué sucede:
lo llevan al matadero, no sabe adónde va,
y justo antes de recibir el golpe mortal sobre la frente
se repite que tiene hambre, y pastaría de buena gana,
¿pero qué pasa con esa gente de delantales llenos de sangre
para que así se empeñen todos en atenderlo esta mañana?










Un poète


Je ne vais pas toujours seul au fond de moi-même
Et j'entraîne avec moi plus d'un être vivant.
Ceux qui seront entrés dans mes froides cavernes
Sont-ils sûrs d'en sortir même pour un moment ?
J'entasse dans ma nuit, comme un vaisseau qui sombre,
Pèle-mêle, les passagers et les marins,
Et j'éteins la lumière aux yeux, dans les cabines,
Je me fais des amis des grandes profondeurs.




Un poeta


Yo no voy siempre solo al fondo de mi mismo
Sino que a veces llevo a otros seres conmigo.
Los que hayan entrado en mis frías cavernas,
¿Están seguros de salir aunque sólo un momento?
Yo acumulo en mi noche, como un barco que se hunde,
Sin distingo, el pasaje y la tripulación,
Y dejo a los ojos sin luz, y en los camarotes
Hago amistad con quienes gustan de lo profundo.







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