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martes, 25 de octubre de 2011

5204.- BRAULIO ORTÍZ POOLE


Braulio Ortiz Poole (Sevilla, 1974) es periodista y se ha especializado en el ámbito de la prensa cultural. Es autor de la novela Francis Bacon se hace un río salvaje (DVD Ediciones), con la que ganó el Premio Andalucía Joven de Narrativa, y del libro de relatos Biografías bastardas (RD Editores). Entre sus reconocimientos ha sido finalista del Ateneo Joven de Sevilla de Novela por su obra Como dicen que mueren los que aman y ha obtenido varios galardones de Creación Joven de diversos ayuntamientos andaluces. De él, la crítica ha destacado "su habilidad para construir personajes de enorme fuerza y su ambición a la hora de enfocar la historia desde diversos ángulos" (El Cultural) o su "humor, ternura y un tan sorprendente como agradecido dominio de diferentes registros literarios" (Diario de Sevilla). En la actualidad trabaja como redactor en el programa literario El Público, de Canal 2 Andalucía.

Publicaciones
"Biografías bastardas". Narrativa. 2005.
"Defensa del pirómano". Poesía. 2007.
"Francis Bacon se hace un río salvaje". Narrativa. 2004.
"Hombre sin descendencia" Poesía, Fundación José Manuel Lara, Colección Vandalia.


Premios
Premio Poesía Certamen Creación Joven. . Poesía. Ayuntamiento de Sevilla.
3er Premio V Certamen Creación Joven. . Narrativa. Ayuntamiento de Huelva.
Premio Andalucía Joven de Narrativa. . Narrativa. Instituto Andaluz de la Juventud.





ANDAR SOBRE LAS AGUAS

Un hombre es siempre un niño empantanado,
el achicar la lluvia de unas botas de agua,
la vela que repuebla los fulgores de iglesia,
el asombro virgen ante un equilibrista.

Si un hombre se desconcha, sólo es papel pintado:
la ornamentación nubosa del primer dormitorio.
O al menos eso afirman los psicólogos:
nuestro hierro candente
proviene de la infancia.

De nada serviría
cubrir los toboganes con mortajas,
cuando el fuego sucumbe ante cualquier orilla
y sigues habitando un castillo de arena.

Igual que un fruto maduro se hace arrojadizo
para la verticalidad conservas aquel álbum de cromos,
y buscas el rayo verde
de cada despedida.

No reniegues del tacto de la hierba
como si pidieras turno
en una funeraria.

Asúmelo:
ese impúber
será tu ángel hereje,
emergido en la pleamar de la morriña,
ligado en el vendaje del recuerdo.
Es el mismo espinazo
-idéntico delirio-
el que se yergue en ambos.

Abraza, pues, esta epifanía,
esta pureza vítrea preservada del óxido.

Donde han muerto los peces, es precisa la fe.
Andar sobre los mares
donde sólo hay zozobra.

(del libro Defensa del pirómano, inédito)






Fuiste un hombre

Y si puedes llenar el preciso minuto
con sesenta segundos de un esfuerzo supremo
tuya es la tierra y todo lo que en ella habita,
y lo que es más: serás un hombre, hijo mío.

Rudyard Kipling.



A mi padre, que murió hace once años,
le debo todavía encontrar la palabra
que retrate su ausencia y todo lo que deja
a su entorno más próximo.

(A mi padre, que murió hace once años,
le gustaban los ripios que yo escribía
en la infancia. Por eso este poema
tenía que ser sencillo, diáfano y preciso,
y abrirse a la solana como esos girasoles
entre los que él posaba).

A mi padre, huérfano en la guerra
que nunca acusó a nadie delante de nosotros,
le debo esta mirada ausente de rencores.
No quiso que sus hijos heredaran el odio:
sabía que de retales no se hace el futuro.

Nos legó una actitud distinta,
basada en el respeto. Una vivienda digna
alumbrada en lo humano
para morar en ella el resto de los días.

Mi padre, que murió hace ya tanto
y que sigue tan vivo, no perseguía el laurel
ni tampoco el dinero. Lo legítimo estaba
en no traicionarse, no manchar de codicias
un corazón puro: la cabeza tranquila
de la que hablaba Kipling.

Mi padre, que era un hombre prudente,
medía sus palabras. Por eso aún no he podido
encontrar la sentencia que describa su falta
ni este hondo recuerdo una vez que se ha ido.

Puedo hablar de una tarde, a principios de marzo
o al final de febrero. La enfermedad avanzaba:
yo estaba junto a él, a un lado de la cama.
Se volvió entonces a ofrecerme su mano.
Y en su tacto guardaba el secreto del mundo:
nadie muere del todo si el amor le sucede.


Hombre sin descendencia
Fundación José Manuel Lara,
Colección Vandalia.






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