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viernes, 8 de julio de 2011

4290.- NACHO ALBERT BORDALLO


Nacho Albert Bordallo nace en Málaga en 1974 y actualmente trabaja como redactor publicitario y guionista de cine y televisión. En los últimos años ha escrito, dirigido y producido tres cortometrajes que han contado con ayuda institucional y recibido diversos galardones. Como escritor alterna la prosa y la poesía y recientemente ha resultado finalista del Premio Extraordinario de Novela IV Centenario del Quijote-Diputación de Ciudad Real 2005 y del Premio Mario Vargas Llosa de Novela 2005. Ha publicado los libros de relatos Calendario de amantes y sombras, 1º Premio VII Certamen Internacional de Relatos Ilustrados 2004 (Diputación de Badajoz) y Clara en el espejo y nueve instantáneas, 1º Premio Certamen de Narrativa Gustavo Adolfo Bécquer 1999 (Huerga y Fierro Editores) además de los poemarios Por el sol que nos viene, 1º Premio de Poesía Málaga Crea 2005 (Ayuntamiento de Málaga), Piel incendiada, Finalista X Premio de Poesía Voces del Chamamé 2004 (Ediciones Vitruvio), La progresión del vacío, Finalista I Premio Internacional de Poesía Rafael Pérez Estrada 2002 (Ediciones Vitruvio), Los nombres de Amalia, Accésit XX Concurso de Poesía Ciudad de Zaragoza 2002 (Ayuntamiento de Zaragoza) y Agujeros negros, 3º Premio III Certamen de Poesía Fernando Quiñones 2001 (Ayuntamiento de Cádiz). Ahora trabaja en su tercera novela y tiene inéditos dos libros de relatos, Hebdomadario e Hijos de un relámpago, y un libro de poesía titulado Cornucopia.

Publicaciones
"Clara en el espejo y nueve instantáneas". Narrativa. 2000. Ver más detalles
"La progresión del vacío". Poesía. 2004. Ver más detalles
"Calendario de amantes y sombras". Narrativa. 2005. Ver más detalles
"La cartografía del desamor y otros relatos". Narrativa. 2009. Ver más detalles

Premios
Premio Gustavo Adolfo Bécquer de Literatura Juvenil. 1999. Narrativa. Instituto Andaluz de la Juventud.
Premio Epístola Género Amoroso. 1999. Narrativa. Ayuntamiento de Almuñécar.
Premio de Relato Villa de Cardeñosa. 2000. Narrativa. Asociación Cultural Santa Paula Barbada.
Mención Especial Certamen Villa de Cardeñosa. 2000. Narrativa. A. Cultural Santa Paula Barbada.
3er Premio III Cert. Poesía Fernando Quiñones. 2001. Narrativa. Ayuntamiento de Cádiz.
Acc. III Certamen de Relatos Martín Carpena. 2002. Narrativa. Centro de S. Sociales Puerto de la Torre.
Accésit XX Concurso Poesía Ciudad de Zaragoza. 2002. Poesía. Ayuntamiento de Zaragoza.
Certamen de Narrativa Ciudad de Baza. 2002. Narrativa. Ayuntamiento de Baza.
Premio III Concurso de Relato Corto de Almonte. 2003. Narrativa. Ayuntamiento de Almonte.
Premio VII Cert. de Libros de Relatos Badajoz. 2004. Narrativa. Diputación de Badajoz.
Accésit VI Premio Narrativa Joven Ciudad de M. 2004. Narrativa. Ayuntamiento de Monzón.
Premio XXXII Concurso José Calderón Estrada. 2004. Narrativa. Casa de Cultura Sánchez Díaz.
Premio Poesía Certamen Málaga Crea 2005. 2005. Poesía. Ayuntamiento de Málaga.
Mención de Honor XLII Certámen Poético. 2006. Poesía. casa de Cultura Sánchez Díaz.
Accésit VII Cert. R. Breve Ciudad de Arévalo. 2006. Narrativa. Ayuntamiento de Arévalo.
Justas Literarias de Reinosa. 2007. Poesía. Casa de la Cultura Sánchez Díaz.
Premio de Poesía Conde de Gondomar. 2007. Poesía. Ayuntamiento de Gondomar.
Certamen Literario Bustar Viejo. 2008. Poesía. Ayuntamiento.
Certamen de Poesía Acordes. 2008. Poesía. Ayuntamiento de Espiel.
Certamen Literari Juvenil Lletres Noves. 2008. Narrativa. Ayuntamiento de Santa Pola.
Premio de Cuentos Ciudad de Coria. 2008. Narrativa. Diputación Provincial de Cáceres.




Nómina de incautos corazones
DE NACHO ALBERT BORDALLO

Lord Byron, 36 años

La tara compensada con la virtud y la incertidumbre con la pasión desatada.
Su torpeza vestida de distinción y singularidad.
En noches procelosas evocaba sus días de ortopedia y su inclinación innata
por los desheredados y los animales domésticos.
Patihendido y sodomita, abanderaba una vida ostentosa y disipada,
una aventura de golpes y besos en la última rama de su árbol genealógico.
Ada era tan bella de izquierda a derecha como de derecha a izquierda,
germinada en la ardiente zarza de su corazón, única flor legítima.
Desde Terranova no había amado a nadie con tanto ímpetu.
Pero de ello se hizo cargo cuando su veleidad era irreversible
y Lady Milbanke había extirpado ya de sus ojos a su primogénita.
Jamás lamer la hoja de su vieja espada fue sinónimo de melancolía.













Un hombre acaudalado saqueaba a los dioses.
Del manto oscuro sustraía una estrella para trabarla en su atuendo de fantasía.
No dudaba en aseverar que hacer el amor era tan factible como hacer la guerra.
Con idéntica destreza mataba en la trinchera los días pares
y los días impares copulaba en un canal con dos féminas y tres tiernos mancebos.
Aunque Thomas Moore urdió infinidad de jácaras para dignificar su vivir,
el incesto y la promiscuidad mancillan hoy las páginas de su biografía.
Detractor de seres cerriles y miradas torvas, halló en la esgrima y el boxeo
cobijo contra el pánico y la acechante vulgaridad.
Se desvivía por abandonarse a su suerte, engrosar su nómina de impúdicas
patricias
y meretrices con ínfulas, codiciosas todas de su hombría,
con cintura de avispa pero aguijón quebrado,
y dinamitar si acaso el delusorio prisma de la sociedad británica.
Aquel excéntrico poeta gustaba de flirtear con el frío y el óbito, 3
ambos tantas veces el mismo.








Arreciaba la tormenta y el insano propósito de engendrar dos horribles criaturas:
Frankenstein de Mary Shelley y El vampiro de Polidori.
Una plétora de uñas y colmillos crecen todavía entre los huesos de Byron
con la porfía del abrojo.
Mar y penumbra eran sus compañeros de viaje cuando escritas con sangre
afloraron
las palabras precisas: vida y tránsito;
y remontaba la amargura de oír expirar a Allegra.
En el agua estercórea hundió el remo Percy y la goleta arribó a la orilla de Caronte.
Si en sueños se debatía el vate entre Grecia e Italia o la malaria y la epilepsia,
su vigilia discurría entre la exacerbada carnalidad y los sabios consejos de Goethe:
vender el alma al diablo entre otros tardos suicidios.
Únicamente faltó tiempo a su obra porque cuenta la leyenda que los mártires
y los amados de los dioses mueren siempre jóvenes.
Aún restalla su voz de sepulturero en el conspicuo Rincón de los Poetas.
Nadie ha osado firmar el final de sus tribulaciones,
plausible modo de rendir pleitesía.
Descansa en paz, amigo mío; tu corazón y tu vida han sido grandes y hermosos.











Edgar Allan Poe, 40 años

Años antes de su alumbramiento hallaron su retrato en un vertedero.
Un ángel varado en una fría instantánea.
Una figura clavada con añoranza en un cristal colmado de intersticios.
Su candor abocado al más atroz desaliento.
No sabía de la luz y ya era parte del imaginario colectivo.
Sentenciaron que un dios persistía en encarnar la entelequia.
Tras la mácula de invierno, aquel hombre confundía una colina
con el costado de su amada y barajaba la posibilidad de saltar al vacío.
Un arma de fuego haría menos ruido que el bramido de sus vísceras
contra el fosco adoquinado.









Virginia soñaba con la vida.
En su lecho yacían vestigios de cruentos embates y severa abstinencia.
Bajo el quicio un ser desquiciado contenía la lágrima
en tanto transpiraba su cóctel de alcohol y láudano.
Sus resuellos regaban la mugre de un cartapacio y contaminaban el silencio
y la memoria.
Los pasajes sucesivos rezumaron el aire viciado de la desesperanza y la rabia.
Y a la rabia sucumbió por último este adalid de la inquina y el deseo celosamente
guardado.
Todavía se cubre Baltimore con la vestidura de la vergüenza
y persevera el desvarío de un súbdito venido a menos.








El miedo era una enfermedad,
el dogal de la más lóbrega existencia,
un agujero tan profundo como el hambre.
Cuerpo yacente y lividez amanecida;
y una plañidera entonó su llanto de tapir.
Al final del trayecto su mente errabunda apuntaba al infortunio,
consecuencia de excederse en la ternura y el verbo afilado.
Imagino un ventanal asomado a un hombre circunspecto
y no un hombre asomado a un ojo de buey.
Su defectuosa naturaleza será en breve extinta.
Sus maneras de orate, de este mundo arrancadas de cuajo.
Alma cruzada por el látigo de Dios.











Arthur Rimbaud, 37 años

En jergones desflecados y ajenos florecían los días y los versos vandálicos.
Esparcidos por el piso, tomos de una enciclopedia con las alas extendidas
anhelaban
dialogar con un calcetín raído.
En sentido figurado se suicidaban las consortes y salvaban la vida todos los
suicidas.
Dos fuerzas de diferente signo constituían la realidad circundante.
Fuera un cánido traicionaba a su amo y con irritante alegría se sacudía la lluvia,
sacaba la lengua, agitaba el rabo.
Con impericia se obstinaba el simoniaco animal en anegar el corazón incólume
de dos impúberes; como la pólvora corría por sus venas la ponzoña y de la yugular
desgarrada manaban ríos de inmundicia.
Los transeúntes esbozaban chuscos mohines cuando tras el pórtico libraban los
amantes
su estentórea contienda.
En su afán por arrullarse y como dicta el ritual de la mantis religiosa,
dos hombres afeminados anudaron sus extremidades y sellaron su amor
imperecedero.
De la desidia huía despavorido un carruaje
y en la bóveda un nimbo adoptaba la forma de un corazón atravesado por una
flecha.
Envuelta en papel celofán sostenía la vida una tarjeta que rezaba en tinta purpúrea
se ruega tocar, se ruega vivir.








Bajo los pies crujían las tablas, el pensamiento batía con brío sus alas
y alzaba el vuelo en pos de nuevas fisiologías.
Fortuitamente brotaban en la sábana intrigantes escorzos y la carta de navegación
de un sueño apacible, el mapa del Parnaso.
Entonces un desvencijado edificio de París era un bastimento a la deriva.
Pero los brazos del contrario se tornaban de pronto en los brazos de mar
que habrían de sepultar para siempre su voz y espantosos augurios sobrevolaban
el polvo suspenso y la pátina de su flequillo.
Aún esgrimía Paul su espingarda cuando Arthur se extravió en una delirante noria. 10
Éste prestó declaración, aquél fue arrestado por las fuerzas del desorden
y en última instancia condenado al celibato; no fraguó el ansiado duelo de titanes.
No obstante un poeta barbilampiño dejó entrever su devastada garganta y más
adentro
su alma de pendenciero.
En su mano muerta subsistía la rúbrica de su oponente.
Si el sol era un doblón de oro y la noche un crespón negro,
el día era un flagrante estallido y la luna un pasadizo secreto que comunicaba
con la ínsula barataria.
Tras la humarasca aguardaba expectante un bosque de ojos y de bajos instintos.
Todavía huele la estancia a ingesta de ajenjo y besos deletéreos.






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