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lunes, 6 de junio de 2011

4096.- EMILY ROBERTS


(c) Fotografía de Mercedes Fernández Laguna.



Emily Roberts es el pseudónimo de Laura de la Parra Fernández. Nació el 8 de enero de 1991 en Ávila. Reside en Madrid y estudia Filología Inglesa en la Universidad Complutense. Empezó a escribir a los cuatro años y desde entonces la literatura ha estado siempre presente en su vida.

Escribe novela, poesía y relato corto. Es autora de la novela breve Lila (Ediciones Oblicuas, 2011) y ha publicado los relatos Las hadas de Arlington Row (2009), Rutinas (2010) y El vuelo pálido de los pájaros (2011, en prensa) en las publicaciones colectivas del Premio Jóvenes Creadores del Ayuntamiento de Ávila, y el relato Ritual en el libro Al encuentro de todo (Escuela de escritores, 2011).

Ha sido antologada en Tenían veinte años y estaban Locos (por Luna Miguel) y Birds Poems (por María Ramos). Sus relatos y poemas han sido publicados en las revistas Prisma, Retratos Magazine, Poesía Salvaje y Ohio.

Una selección de sus poemas aparecerán publicados próximamente en la versión impresa de Tenían veinte años y estaban locos (La Bella Varsovia, septiembre 2011).

Ha traducido poemas para Quimera y Estaban Locos. Es becaria en el grupo de investigación literaria LEETHI de la Universidad Complutense. Actualmente trabaja en un libro de relatos y en un poemario.





azoteas y otros peligros.

Hemos aprendido a quedarnos callados
ignorando
las señales
del desierto,
hemos aprendido a no llorar
visitando
nuestras carencias
de vez en cuando.

He estado pensando en aquello
que dijimos:
alquilar un barco,
vender todas nuestras
cenizas
a los muertos,
traficar con nuestra parte
de la casa, el invierno.

Hemos sitiado con nuestros ojos
las palabras de la ciudad,
sólo queremos deshacernos de lo que ya
no hemos vivido:
no hemos sabido respetar
nuestras promesas, y por ello
nos sentimos orgullosos.

Hemos aprendido a olvidar
todo lo que nos enseñaron,
también el instinto
de supervivencia.








Contingencia.

Tres cosas le encantaban a él:
los pavos reales blancos,
las oraciones vespertinas,
y los mapas desteñidos de América.
(Anna Ajmátova)*



Le gustaban las cosas
contingentes:
aquellas que
bien podían
ser
o desaparecer.

El frío al salir a la calle,
la espuma del café,
las ciudades,
los pintalabios,
los amantes,
el invierno,
los besos.

No le gustaba dormir
ni beber leche,
llevar abrigo,
ni los insectos, los terremotos o las
inundaciones.

Le gustaba aquello que,
cuando se va,
nadie pregunta
cómo,
adónde,
ni por qué.

(Emily Roberts)

* traducción del ruso de Natalia Litvinova.








phonetique.

la pequeña viajera
moría explicando su muerte

sabios animales nostálgicos
visitaban su cuerpo caliente

(Alejandra Pizarnik)




pronuncio el nombre de las cosas tristes
que ya son viejas
y no lloro.

pronuncio tu nombre como un gato
que maúlla y se retuerce
en los brazos de otro.

pronuncio el silencio y tiemblo
ante el frío de la palabra,
defensa y soledad.

las luces se pasean por las calles
como lunas nuevas
y más brillantes.

las paredes derruidas por dentro
parecen limpias a primera vista.

porque el frío no se pronuncia
porque el silencio no se pronuncia
porque la muerte, tan abrazada a nuestros alientos,
nunca se pronuncia.






trenes que no vuelven.

Se enfriaba, desvalido, mi pecho,
pero eran ligeros mis pasos.

Me puse en la mano derecha
el guante de la mano izquierda.

(Anna Ajmátova)



El pasado es un lugar
de la memoria que olvidamos,
es piel muerta,
deshojada como
margaritas,
querer o no querer.

La memoria que nunca vuelve,
es la sangre, es la sangre
derramada,
arrojada
sin piedad.
No va a volver.







Inquietud

No hay lugares
suficientes.
¿No lo entiendes?
Allí nunca será
mediodía.

Escribo
la melodía de tu rostro
en los árboles.

Mi cuerpo ya no es casa,
es sed,
sin calor,
ni luz,
ni aire.







9.30 pm

En los charcos de Madrid
crecen pájaros azules.

Una sartén chisporrotea
en la ventana.
No es tu casa, no es tu casa,
las palabras amasadas en tu garganta
como burbujas de pan.

Yo miro como quien mira
la televisión.
Invitada, invasora,
telespectadora neutra
y sentimental.

Vuelvo a mi casa
pero las piedras
tampoco me reconocen.

Perdida, desconocida, sin nombre.
No busco, porque ya no espero.
No sé si seré piedra,
pájaro
o charco
en el asfalto.

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