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lunes, 6 de junio de 2011

4097.- SALVADOR REYES DE CÓZAR


Salvador Reyes de Cózar es un poeta español, nacido en Sevilla, en 1980. Hasta la fecha, ha publicado 2 libros, Eclipse Ocular que recoge el poemario completo Tiempo en Re menor, Ediciones Logosur (2007), y Los calendarios anónimos, Editorial Cocó (2009), además de una plaquette Las Horas Vanas con la que obtuvo el Premio de Poesía Municipal de Sevilla (2000), en la que se recogían algunos poemas de sus comienzos. Su andadura literaria comienza en 1996 cuando colabora y aparecen sus primeros cuentos y poemas en la revista Girándula, más tarde, es publicado por la revista electronica El Ideario y es frecuente la aparición de sus poemas en la revista de cultura de la Universidad de Comunicación de Morelia (México). En la actualidad, Salvador se encuentra trabajando en un libro de relatos de misterio que llevará por nombre Buscando a Ligeia en un claro homenaje al famoso escritor estadounidense Edgar Allan Poe que tiene previsto salir al mercado en 2010. Además de su trabajo como escritor, Salvador ha participado como actor, co-director y guionista de dos cortometrajes: La vida en Rosa y Emisión en pruebas (Ambos en 2006, ver enlaces más abajo) en colaboración con Eduardo Almiñana de Cózar, cortometrajes de sello independiente: Producciones Cocó, que sería la antesala para que un año más tarde (2007) naciera Editorial Cocó: una editorial de gran proyección, joven e independienten que en pocos años se ha convertido en un modelo y referencia para muchas editoriales de su sector.
En la obra del poeta, podemos apreciar un estilo cuidado y elegante, un interés superlativo por el ritmo y la musicalidad en la lectura, así como un lenguaje cargado de expresión, sentimiento, melancolía y nocturnidad. En sus poemas se conjugan, con una precisión de relojero, una técnica bien adquirida por el poeta junto a la frescura propia de las nuevas generaciones de poetas que vienen pidiendo a voces un espacio en el panorama nacional. En su estilo diverso, podemos encontrar tanto poemas que llaman a la relfexión del lector, como otros de corte onírico, así como otros de un estilo más directo y espontáneo. Girando, casi siempre en torno al amor y todo lo que de él deriva, el dolor, la nostalgia, la meláncolia, la alegría, el deseo, el recuerdo y el olvido. Entre sus muchas influencias cabría destacar poetas como Ángel González o Luis García Montero. Críticos y lectores, consideran a Salvador, un poeta de gran proyección y seguimiento aunque pocas veces cabe la oportunidad de poder disfrutar de sus apariciones en público ya que su carácter reservado, humilde y discreto le lleva a alejarse, habitualmente, del reconocimiento y a dosificar, con cuentagotas, sus eventos.
En su faceta de relatista, Salvador denota una clara influencia de escritores reconocidos como H.P. Lovecraft, Edgar Allan Poe, Guy de Maupassant, Thomas de Quincey, Arthur Conan Doyle y Lord Dunsany entre otros de los que se reconoce fan incondicional. En sus relatos se aprecia un dominio eficaz del lenguaje de la época y una adaptación rejuvenecedora y llena de frescura. Salvador Reyes de Cózar, nos enseña en sus relatos como aún es posible ser original y atrevido en un género, el relato de misterio, en el que a menudo se cae en los tópicos. Sus relatos abordan temas desde lo sobrenatural a lo real, de la ficción más onírica y surrealista hasta el viaje más atrevido hacía los lugares de la mente humana donde habitan la perversión, la traición, la demencia y la maldad.
Salvador Reyes, además de sus inquietudes literarias, muestra un interés especial por la música, faceta que le llena plenamente como demuestra su aprendizaje en instrumentos como la guitarra o el piano.

Bibliografía
Las Horas Vanas, Premio Municipal de Poesía del Ayuntamiento de Sevilla.
Eclipse Ocular, Ediciones Logosur (2007).
Los Calendarios Anónimos, Editorial Cocó (2009).
Buscando a Ligeia, Editorial Cocó (2010).

Cortometrajes
La Vida en Rosa
Emisión en Pruebas







De pronto tus ojos.

Y de pronto fueron los helados grises de la noche,
de pronto tus ojos, yo solo fui un espectador anónimo,
el olor de los álamos, la tierra húmeda,
llovía aquel diciembre y de pronto tus ojos.
La noche era una ventana de azules y mármol,
una caricia ámbar de tu boca,
fue como deshojar las horas como pétalos,
y yo, arañado por las calles del Sur,
entendí aquel mensaje escrito en la botella,
era esperar y esperé como espera la costa
la siguiente ola que bautice las sedientas arenas,
pero todos los mensajes tienen un posdata,
y yo nunca fui un poeta de los de letra pequeña,
así que encendí un cigarro, di cuerda al reloj,
y los minutos fueron un ejercito de viento.







Minuendo

El silencio dibuja en el espacio las palabras de la noche,
se balancean en el aire como acariciadas por las sombras,
junto a ellas no soy mas que un péndulo inexacto,
un metrónomo.
Un corazón arrítmico que bombea huellas sincopadas.
Estériles.
La noche es un desierto de luciérnagas, un reflejo que asola
las desnudas voces del anonimato, el tiempo pierde relevancia.
Se suceden digresiones, Verano y Otoño se evaporan,
Enero detona con fanatismo inusitado pero a través de tus labios
sigo llorando octubres aritméticos, cárceles de mármol.
Minuendo y azules en un vaso.








Lugre

Cada minuto agotado perfuma la habitación
y explota en la distancia como una espora amarga,
he recorrido el trayecto equilátero de Hayaam,
el doble gesto de la añoranza.
Pero entonces todos los parpadeos
son hermanos en la noche,
convergen en el suelo
como desiguales otoños alfombrados
y mis ojos exhalan viudas púrpuras.
Quizá sea que por estos océanos no caduca el hemisferio
ni soplen de costado huracanes capaces de tumbar
ánimas con gavias, caricias de latón.
Háblame de los callados céfiros secretos.

Los calendarios anónimos ( Editorial Cocó, 2008).







No sé nada del amor.

“Nada sabe de amor quien no ha perdido
por amor una casa, una hija tal vez
y más de medio sueldo,”
(Luis García Montero)


A veces es verdad que te castigo,
y que mi voz daña como alfanje en tus heridas.
Incluso hay noches que mis manos son un salón
desierto y frío que caminas acariciando
de puntillas: olor a espera inútil.
Pero coses mi sed a mi nostalgia,
te haces real, apenas un rumor
que me sonríe con la desnudez de la noche.
Me besas, y tus labios son la helada
que rompe por debajo de la puerta.
Entonces dudo, pero no de ti, ni de nosotros,
sino del amargo sabor de la madera
que guardo en la garganta,
sombra cotidiana de los restos de naufragios,
astillas embarradas que la lluvia no disuelve.

Pero qué sé yo del amor por cuatro letras
si he conocido, en tus ojos, el invierno
-la tristeza verde, aún, sin adjetivo-,
una luz que a las sombras no reclama.
Qué sé yo del amor cuando claudico
y arrastro la rodilla
por escombros tallados por el viento,
exhausto de lidiar con la memoria.

Si tuviese el valor que a ti te sobra,
quizá no agotase el recurso de andar solo,
ni el de robarte otoño -ni septiembre-,
ni las grietas de los cobrizos árboles.
Quizá, también,
sería capaz de negarme tres
veces, incluso cuatro,
y ser capaz de sonreírte, por fin,
con la remota posibilidad de encontrar
en tu boca algún mérito,
Eso, claro está, si yo tuviese el valor.









Ausencias meridianas

Tu corazón es un atlas de ausencias meridianas
(Amor deshabitado, Laura de Miguel)

En esta habitación
sembrada de silencios,
amparo débil de los vientos huérfanos,
se encuentra una razón
apenas conciliada por el sueño.

Aquí yacen las horas prematuras,
esas horas fugaces y exentas de apellido,
indelebles y amadas -sin embargo-
como la verdad que habita tras el labio.







Epílogo

La ciudad es un cementerio de ladrillos,
un espíritu nómada de meandros,
sobre los tejados se hacen fuerte
las calladas enredaderas urbanitas,
yo las observo, así, mientras ellas callan,
mis ojos: un balcón rasgado y costumbrista.

Desde mi rincón observo los desnudos tallos,
imagino sus formas femeninas,
y entonces viene lo de perder el pulso,
lo de la memoria caprichosa y su falta de tacto:
los recuerdos son silencios a través de una arboleda,
caminan lentamente como espíritus anónimos.

Luego mayo avanzará como ordenado
por las vías de un vagón callado y trotamundos,
es cuando ser hombre significa ser viajante,
llevar el corazón en la maleta
y dos o tres palabras compañeras.
Es como mirar al cielo y encontrar dormidas
la luz balanceada de dos luciérnagas de fósforo.

Los edificios, como alambres fragmentados,
son modernas ruinas urbanitas,
cajones romos de otras eras llenos de pasado,
un ataúd que dispara tiempo al horizonte
como una maquina velada,
como cornisas de pestañas de unos ojos ya cerrados.

Será que a veces desamar,
es como un temblor de la esperanza,
recoger escombros de nostalgias, pensar en ti,
plantar los pies bajo el fango y ser alerce milenario,
pero en otoño todos los ayeres son caducos,
crujen en el suelo como una alfombra de cristales,
y dos vías que se cruzan rara vez son paralelas.

Diciembre, aunque te olvide,
seguirás siendo el último mes del año.







Desde aquí

Desde donde te escribo, a veces no huele a café,
ni huele a terrazas,
ni la lluvia -esa vecina incomoda-
se funde con el polvo de los parques dejándonos
olor a primavera.
Desde donde yo te escribo, también,
es más fácil perderte que encontrarme,
el lenguaje sólo es
un vehículo viejo e incapaz
que amortigua el perfume
anticipado de aquel rumor de las derrotas:
apenas un sabor más traicionero que bravo,
el murmullo sordo de los años que agotados
terminan por pasar sin darte cuenta.
Y es que, ya lo sé, desde aquí, donde yo te escribo,
los muros son más densos que el silencio,
y abrigan los amargos desconsuelos,
aferrados, como ese tesoro que uno guarda
debajo de su almohada, escondido
de otras manos y de otras voces y de otros ojos.
Pero no me juzgues, no, ni huraño me supongas,
tampoco huyas ni lances contra mí
tu ejército de inquinas.
Solo es el castigo que me queda porque elijo
escribir desde mi alma.








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