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viernes, 4 de marzo de 2011
3410.- LUIS ENRIQUE BELMONTE
Luis Enrique Belmonte. Caracas, Venezuela, 1971.
Psiquiatra, poeta, residente en Barcelona en la actualidad.
Ganador del Premio Adonáis de poesía en 1998.
Ha publicado los poemarios Cuando me da por caracol (Mucuglifo, 1997); Cuerpo bajo lámpara (1998), ganador del premio Fernando Paz Castillo, mención poesía, otorgado por el Centro de Estudios Rómulo Gallegos; Inútil registro (Rialp, 1998), ganador del Premio Adonáis, y Paso en falso (Mucuglifo, 2004). En narrativa, su novela Salvar a los elefantes (2006) ha obtenido el reconocimiento de la crítica.
Es tarde, el sol se quiebra
en las ondulaciones de un agua oscura.
Voces tardías devuelven el eco
del caminante extraviado.
Abajo los portales, las sillas, la madera, el fuego abajo.
Ya el dolor siempre amarillo,
ya el umbral y su bostezo dejaron el mórbido aroma del cansancio
en los gestos que te animan.
Es tarde, y se podría decir que no de tiempo
sino de alas, de boca, de manos blancas.
De Cuerpo bajo lámpara, 1996
Esto no tiene porque (sic)salir de aquí,
aunque se deje de creer en muchas cosas, hay algo
que no debería traicionarse;
no la insistencia en sogas y árboles
sino ese bajo continuo
que marca el paso que no es fúnebre, el paso sin astucia,
el paso de estar con la oreja en la espera
de que bajen los santos sin su borrachera habitual
por las cortinas donde se enredan,
a manera de preludio de Lohengrin,
La señal del eremita retiene
quizás para nunca
este instante de pobre certidumbre
que no debería salir de aquí
como la luz de la oquedad.
De Cuerpo bajo lámpara, 1996.
POEMA DE LAS MARAVILLAS
Supongamos que el cristal se reblandezca, volviéndose suave,
suave como el humo, y podamos traspasarlo. ¡Oh, pero si es verdad que se
convierte en una especie de niebla! No será nada difícil pasar ahora al otro lado.
Lewis Carrol "Alicia en el País de las Maravillas"
Traspasar el cristal
donde nos espera la llama
de una vela que ayer apagamos,
y entrar con los presagios que no se cumplieron.
Las flores desaparecidas encima del desván, las flores
que el tiempo transfiguró en cenizas e insectos,
quizá allí, tras el cristal, exhalen aromas olvidados
de su paso por la niebla
donde se queda lo que se fue para ser otra cosa.
Volverse humo, ser lo suaveen el traspaso
y más suave aún que lo suave en el desvanecimiento del espectro;
tránsito insólito por un efímero transcurrir, duplicación que se anula,
y es el nudo de los hilos invisibles
en el aire del traspaso por el cristal sin nombre
donde el tiempo es música sin sonidos,
es el compás en blanco
donde se anula la grafía del estar corpóreo.
Júbilo entronizado que deshace el sostén
para entregarlo a la nebulosa
de lo que se dijo y está por decirse,
en el etéreo encogimiento de lo que fue y será.
Así, el insólito transcurrir por bosques
donde se pierde el nombre
y se suma en el reverso hasta extinguirlo en festiva
anulación,
detrás del cristal la sonrisa del gato sin el gato,
la sonrisa nada más
también el olor de las gardenias, dos gardenias
recuperadas-.
Qué sorpresa recobrar el rostro arrebatado, la pezuña
que nos robó la noche, o los pequeños objetos,
que sin darnos cuenta, traspasaron el cristal
para ser otros y parecerse a sí mismos
-un cielo, un monte, o una pieza de ajedrez-.
Cuánto júbilo en la llama que creíamos extinguida,
cuánta espera hecha presencia inaudible, cuánta baraja
sin su número,
cuánta apertura sin su contraseña oclusiva,
cuánto de lo insólito en el transcurrir,
en fin, cuánta niebla en el traspaso del cristal
haciéndonos nada difícil pasar al otro lado
donde nos espera
la llama de una vela que ayer apagamos.
Dios tenga piedad de los errantes
Dios mío, ten piedad de los errantes,
pues en lo errante está el dolor.
Heberto Padilla
En la errancia está el dolor
del dromedario extraviado: un violoncello
colgado como una res
en el patio inundado por lluvias de junio.
Toda la espera, toda la alquimia insomne
en la diáspora de un hombre abandonado a su devenir,
con las hojas quebradizas de otoños acumulados,
con manos abiertas y ojos inundados en el andén.
Sólo en la errancia todo el dolor concentrado
a la manera de un menjurje
donde la yerbabuena machacada
destila el líquido aromático
de su comunión truncada con la tierra.
El resquebrajarse de un dolor tieso que se acumula, y suma
los lápices partidos, los cabellos caídos,
humedeciéndose en la madrugada, el llanto
bajo las almohadas, todo el sucio descifrado
de la ropa zurcida, todo lo que sopla y se inflama
en los minutos que ensanchan la errancia.
Dios tenga piedad de los errantes,
y que el agua brutal de sus ánforas se torne en vino;
que una musiquilla ascienda hasta sus labios
haciendo mecer
los eucaliptos de la huida.
Oración del carnicero
Señor, lame nuestros cuchillos,
ensaliva las costillas y las vértebras.
Que estos tajones en la res
sean ranuras para llegar hasta ti.
Que la jifa no atraiga a las hienas,
y que los ganchos no hieran a los aprendices.
Diluye con tu lluvia toda la sangre que avanza,
lenta, espesa, por debajo de las puertas.
No dejes que los pellejos
sean vendidos a los traficantes,
ni dejes que nadie alce los fémures
de los que se han sacrificado.
Míranos a través de los ojos desorbitados de los bueyes.
Que la luz exangüe de nuestra única bombilla
ilumine tu escondrijo, entre venas, nervios
y tendones. Señor, deja que nos ensañemos esmeradamente
hasta llegar al suculento blanco de tus huesos
y que sienta tu presencia
en las manchas de los delantales o debajo de las uñas.
Bendice lo que queda, este banquete para perros,
moscas y zamuros, Señor, bendice lo más puro.
Y refrigera en tu silencio
toda la carne que amamos.
Paso en falso, Ediciones Mucuglifo,
Mérida, Venezuela, 2004
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