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jueves, 27 de enero de 2011

3097.- ÁNGEL EMILIO HIDALGO


ÁNGEL EMILIO HIDALGO
Guayaquil, Ecuador 1973. Poeta e historiador. Licenciado en Ciencias Sociales y Políticas. Coeditor de Casa de las Iguanas (Revista Virtual de Poesía y Cultura) y Director de la Revista del Archivo Histórico del Guayas. Con su primer libro, Beberás de estas aguas, gana el Premio Nacional de Poesía “Ismael Pérez Pazmiño”, en 1996. Su segundo libro, El trazado del tiempo (Ediciones de la Línea Imaginaria-CCE, 2003), obtiene Mención de Honor en el Concurso Nacional de Literatura “M.I. Municipalidad de Guayaquil”, 2002. Coautor del libro de ensayo historiográfico Guayaquil al vaivén de la ría (Ediciones Libri Mundi, 2003). En el 2006 publicó, junto con Luis Carlos Mussó, Ernesto Carrión y Fabián Darío Mosquera, la muestra de poesía Porque nuestro es el exilio (Editorial Eskeletra). Está próximo a aparecer su poemario Libro del fuego.




POEMAS


Vivo de la noche enarbolando sus ofrendas
vertiendo el agua hospitalaria de los cuencos
sobre las pieles húmedas
de edificios encendidos de pólvora y madeja.

La poesía es rumor brillante que viene del pasado
caracola que bruñe
el escarceo de la ola
pira que redime su natural presencia
eco y vorágine
que no apaga su luz
en los bordes infinitos del silencio.

(inédito)







las paredes tienen muros
los muros, rostros que asesinan formas
las formas, escrituras de cemento
en el cemento yacen los poetas

(inédito)








Todo lo que ves se hace perenne
se nutre del silencio de los cuerpos.

Todo tiene su música escondida:
los sueños
remotos hilos que se unen sin tocarse.
El tránsito del polvo
que silencioso estalla
bajo la piel del día.

Me acerco a los objetos
y ellos ven los rostros que se cruzan:
el ángulo y el punto
buscando el vacío más cercano.









A Óscar Castro, hermano

Alguna vez anduve entre los soles
visité viejas moradas
territorios escogidos por la luz.

Reconocí en los brazos los amigos
el perfil de los fuegos encendidos
el destello del vino en la mañana.

Pero la vida te espera en otras calles:
el rumbo de tus pasos
ya no es el mismo que abrazaste
debajo de la lluvia.

Solo el tiempo nos hizo comprender
que nada vuelve a ser estanque de agua clara.








Hasta aquí transitan las ciudades
el olor y el tedio de los caminantes.

Hasta aquí los límites del viento
la opacidad secreta de las formas.

Esperaba volver
recorrer los mantos grises de la noche
esa estera de prisiones nómadas
que son los puentes del suburbio.

Pero la soledad perenne
en todo gesto inacabado se acentúa.

Demasiado largo el camino hacia la noche.






BEBERAS DE ESTAS AGUAS. Fragmento.

Como el sombrero del mago
es oscuro e infinito
el viaje que
me espera hacia tu centro
El cuero de la luna
una comilla que sostiene el auditorio.
En ese instante el tiempo se detiene
y es un espectador más
aplaudiendo el número del día.
Ahora ya puedo recorrer
converso
tan denodado sortilegio.









La muerte es pasajera.
Todo acude a mí como un instante.
en ti me reconstruyo...
Tu colmas en mi calma la habitación vacía.
La ciudad es un campo minado de estupor.
A las casa le salieron canas
y los días se retiran
tras el humo que exhalan las baldosas.
Una última escapará de las cenizas
y yo me detendré a pronunciar en alta voz
la algarabía de mi muerte.
Para entonces; habré rescatado a la ciudad
del olvido profundo de la tierra.
Otros ojos que sepan los mismos
leerán en una lengua muerta
una extraña inscripción que anunciará:
"La muerte es pasajera"
Deja que la luna resbale
pálida desde tu nuca
como un presentimiento.
Mis manos esparcirán su luz sobre la tierra.
El sendero de la humedad está trazado.
Sin dubitaciones
el surco ineludible de tu astro
me reflejé en tu espalda y desearé atravesar
con vocación de vértigo
Línea tras línea
mis dedos escribirán
el aguacero de tu piel.













Escucha el silencio del nogal fumando niebla
prestidigita sus crines que apuñalan la tormenta.
La hierba del volcán
la raíz de la savia compartida
ha derribado la estructura del demonio
de los pájaros y te ha visto humedecer
al amparo confidente de la lluvia
y desmemoriar el fuego que te ata.
Aquí
donde los estertores de la noche
te han puesto a salvo del aniquilamiento
siguen resonando los tambores de la luna
desde su guardia de roedor inalcanzable.
Goteando multitud de signos
a través de la rendija de habitaciones soñolientas
alfabetos que perdimos
proponen a ese mundo
que empieza y termina entre tus manos
un antiguo poema hecho de carne
todo acude a mi como un instante.


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