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sábado, 8 de enero de 2011
2971.- CLARA VASCO
Clara Vasco nació en Caracas (Venezuela) pero desde los 8 meses vive en Argentina. Estudió Ciencias de la Comunicación en la universidad de Buenos Aires. Su primer contacto con la poesía fue en su casa familiar. Concurrió al taller de poesía de Gianni Siccardi y al taller literario “El tren de la palabra”, coordinado por Lidia Rocha e Inés Manzano. Su poesía ha sido seleccionada para la plaqueta 11 poetas jóvenes y difundida en varias antologías. De su primer libro Lavandera de la noche, dijo la poeta Mónica Melo: “En este universo, la imagen del mundo, amor y aves es metáfora. Aquí nada dice lo que dice, ningún pasado se ha quedado inmóvil. Las piedras de la garganta han sido del silencio y ahora de la voz que escribe. Los yunques y el barro golpean debajo de la lengua. Esta lavandera de mares atraviesa las vidas del agua como una náufraga, carne de barcos, oleaje de peces, ancla en la noche del cuchillo y de los puertos. El río sabe el nombre oscuro de las cosas: las conmueve, modifica y alimenta. Que el resto del dolor y la dicha, de las voces de la lluvia y de la entrega sean ahora de los remos que se acercan. De quien llega. De quien lee”.
Umbrales
cuando salgo del amor ando por la calle
con un puñal en la garganta y otro en el corazón
me entrego a los umbrales como a un regazo
las calles de los hombres que amo son misteriosas
guardan el perfume de sus cabellos
y el gesto de la mañana cuando salen a vivir
las calles donde están las casas de los hombres que amo
guardan retazos de mar en las ventanas
una violencia me obliga a transitarlas
como una sonámbula
buscando rastros de piel
siento el mundo apretándose en mi cuerpo cuando amo
laten conmigo los pájaros de la cuadra
y otros hombres que pasan y me ven así
me dicen obscenidades
o piropos inocentes
y yo los perdono
Heladera en flor
nada me tranquiliza tanto
como inclinarme frente a la heladera
con la puerta abierta
permanezco
pensativa y concentrada
mirando mis entrañas
me siento acompañada
y luego cuelgo una foto mía
¿Crees que es tan sencillo
cerrar la boca de una herida?
Jean Cocteau
Los Ahogados
Esto que traigo
como una cabellera de ahogado
me deja con sed cada noche
es collar de alambre a la madrugada
Antes de nacer
mi madre me salvó de todas mis muertes
(mi madre tiene un cántaro en el pecho)
Yo bebí la leche dulcísima de su cuerpo lunar
de su cabeza en flor
(es que antes del nacimiento hubo una fiesta)
Después
ni fiesta ni piernas ni viento en la cara
ni mano sobre mano
Una tarde inconclusa
la leche se cortó
vinieron los ahogados
y esto que traigo
persiste en acompañarme
como un perro sin dueño
de “Lavandera de la noche”, 2008.
UNA MUJER
La escena es ésta: un ataúd y una mujer de negro.
Que hago con el cadáver? Que hago con el cadáver por Dios?
Son muchos… son más de uno, son muchos cadáveres de una mujer, la misma, con distintas edades. Todas las edades en que murió. Y un cadáver de hombre.
No se sabe si la mujer de negro está velando, o se despide. No sabemos que hará con el cadáver, que le pesa mucho y aún lo lleva en sus brazos.
Están cerca de las vías del tren. Se oye la señal y se levanta la barrera. Cuando el tren pasa entonando ritmos de inmigrantes que van bajándose en lo pueblos litoraleños, un hombre la observa desde la ventana. El tren se detiene en esa estación unos minutos.
El hombre la mira y ella cree que le dice que deje el cadáver. Que lo guarde en el cajón. Que lo eche a la tierra, no al mar. Porque del agua un cadáver siempre retorna.
El tren parte lentamente rozando la piel de los andenes. Hay un niño en un banco, jugando.
La mujer de luto se le acerca y el niño siente miedo. Pero ella tiene el rostro suave y una mirada perdida. El niño le dice, porqué no lo deja? No puede caminar así. Porqué no lo deja en el cementerio del pueblo?
La mujer se aleja y para descansar un rato acomoda el cadáver en el cajón, que parece una cama dulce. Con los ojos blandos anegados, lo sube trabajosamente a un carro con ruedas y va por la carretera. No se sabe si se dirige al el cementerio o a su casa. No se sabe si el cementerio es su casa.
Muchas muertes, no pueden duelarse en un mismo día. Ella debiera comenzar por una. Habrá tiempo luego para las demás. Para todas. Si acepta.
EL NAUFRAGIO DE LA MUJER ANFIBIO
...
Estoy juntando
los restos de un naufragio.
Llevo
la estola de dolor del hombre príncipe
el mar
y las cigarras.
La piel atada con cebo
se ahoga en mis pulmones
queman los restos del palacio de oro
y las anclas oxidadas
abren tajos en las manos
anzuelos azules que no cesan
cajones de remedios
cajones de palabras
cajones de muertos flotando en la laguna
yo, sirena de penumbras,
me perfumo con las gotas de los cuerpos
que hacen un gesto desde la orilla.
Allí están todos mis queridos:
yo me sumerjo
entre las piedras umbrías del amor
y la salvaje tormenta del silencio
A mi me dieron de mamar
palabras de sangre
una leche inconclusa de flor en el desierto
Allí vienen todos los cajones
y nos sentamos a tomar el té.
Yo tuve humildes
que pisaron la tierra con zapatos de hierro.
Los frascos de dulce casero
se apilan en los estantes con los libros
y las flores que pintó mi abuela
la tapada
que calmaba el bullir de su savia
bailando alrededor de la mesa
(cuando se quedaba sola
y prendía la radio
y podía latir
sus manos delicadas
con anillos y zafiros ya extraviados)
¿Qué lluvia
qué esperma
qué vientre lleno de semillas
quedó atrapado entre las algas?
Echo un puñado de lágrimas al mar
hago un surco en la tierra
adiós! - digo -
sigo mi camino
Entre el agua y el fuego
nada queda del naufragio.
El ave de la vigilia me cubre el cabello
que se vuelve polvo.
A u t o r r e t r a t o i n s o m n e
Nada me tranquiliza tanto
como inclinarme frente a la heladera
con la puerta abierta
permanezco
pensativa y concentrada
mirando mis entrañas
me siento acompañada
y luego cuelgo una foto mía.
LAS AVES
El ya no vive cerca
Se mudó a otra mujer
Sus brazos se alargan con la lluvia
Para tocar el desamparo de las aves
En los puertos por donde viaja su alma
Yo
Pasajera del día
Más frágil que las aves
Saludo a la distancia
El habita sin embargo en mí
Polizonte
Hace maniobras en el agua de mi cuerpo
La tarde se ha puesto transparente
Es un sombrero de copa
La hojas anidan en el pavimento
El frío es un cuerpo que canta
Julio 2005
EL AMOR QUE DEJASTE ESCRITO
A Juan Antonio Vasco, mi padre.
Las hojas de la memoria las tazas de café
cuando tu amor impregnaba la calle French
el jardín, el cantero, y el lomo de los gatos
acariciado por tu pensamiento convertido en brazos
en pierna, en tambor.
No hay ausencia (estás en el mundo)
palabras de aire, palabras de fuego
dejaste escritas en la piedra del mundo
dejaste escritas tus mañanas
tu perfume de campo
de escuela primaria
de alumno
Dejaste escritas
la pasión de tu cabeza feroz, de tu corazón feroz
de tu alma
escrito tu amor en las hojas en el níspero
(en tus hijas, en tu mujer)
escrita tu elegancia de caballero, de maestro, de hombre
Tus abrazos imposibles los mandaste por carta
por transatlántico
a tus amigos
A todos nos llegaron
desde la silla inmóvil
y con la miel de tus cartas sembraste una red
que hoy sostiene las caídas de todos los abismos
Cómo hiciste
mi querido
para darme la mano a los 12 años
cuando me escribiste un poema
cómo hiciste para hacerme mujer
desde esa silla
Ya no tengo miedo
todo tiene un sentido
todo vale la pena
me explicaste:
la vida es para internarse a fondo en su corriente
no importa qué cosas se interpongan
que el río arrastre cadáveres, maderos
ramas de tormenta
que se despeñen rocas
cuchillos
o gárgolas negras
Estamos aquí para vivir
Estamos para ser lo mejor de nosotros
A tu salud
Brindo
Noviembre 2004
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