Mohammed Dib
(Argelia, 1920-2003)
Poeta, novelista, ensayista y dramaturgo argelino nacido en Tlemcen. Trabajó en el periódico Alger Republicain desde 1951, y en 1959 fue expulsado de Argelia y se instaló en Francia donde hizo amistad con Louis Aragón. En 1975 viaja a Finlandia, país al que volvió en numerosas ocasiones. Mohammed Dib fue un puente espiritual y literario entre Argelia y Francia, y uno de esos escritores que en sus novelas y poemas descubría una clarividencia vital mediante una lengua sencilla y directa que cautivó a tantos lectores especialmente de las costas del Mediterráneo. Entre sus obras podemos destacar La grande maison (1952), El Incendio (1954), En el café (1955), Qui se souvient de la mer (1962), Cours sur la rive sauvage (1964), La Danse du roi (1968), Dieu en Barbarie (1971), Le Maître de Chasse (1973), Habel (1977), Les Terrasses d'Orsol (1985) y su libro de poemas, El niño jazz (1998), por el que fue galardonado con el premio Mallarmé. Fue profesor de la Universidad de California y en 1994 recibió el Grand Prix de la Francophonie. Mohammed Dib, considerado junto a Kateb Yacine, el escritor argelino en lengua francesa más universal, falleció el 3 de abril del año 2003.
La bestia
Una bestia vino a buscarlo
No tuvo miedo a permanecer inmóvil
Atravesaron la puerta
La entrada de la oscuridad.
El muchacho cerró los ojos
Las palabras no hablaron más
Algo había en el camino
Lo traspasó compasivamente.
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EL NIÑO JAZZ
Mohammed Dib
Traducción: Naima Banaicha y José Marzo
Aquí
La cosa
La cosa no sabía hacer nada.
Sólo dormir en los rincones.
La cosa se quejaba
Y sólo sabía dormir.
El péndulo que se mecía.
No sabía mucho más.
Allí sólo estaba la cosa. La cosa
Y él, y su madre.
Aunque el día clarease.
O la lámpara velara, luciera.
La cosa sólo sabía.
Hacer de cosa, sólo dormir. Nada más.
El reloj hablaba. Sí,
También nosotros, a veces.
La cosa sólo sabía dormir.
La cosa no se despertaba.
El jardín
Negro dormía el jardín.
Y a veces suspiraba.
Sólo eran ruidos
Negros en la oscuridad.
Y la propia casa,
Entregada a la noche,
Una negra dependencia.
Sin embargo estaba allí y
Quién avanzaba, se detenía.
Y reemprendía su marcha sin ruido.
Volvía a detenerse, esperaba.
Quizá escuchaba. Escuchaba.
Inclinada sobre los árboles,
Sobre la casa, la noche.
No decía ninguna palabra pero
Proporcionaba amparo.
Una llegada de lejos
Y negra que se esforzaba
Por reconocer, por ver
El mundo con sus manos.
Una cosa
Una cosa olvidada.
Una cosa irresistible.
Del tamaño de un árbol.
Eso nunca acaba de ser,
¿El qué?, dijo. No es nada.
Estamos solos en casa.
Como un golpe de aire
Que llega del jardín,
Un instante que no pasa.
¿Y este corazón olvidado? ¿A quién?
¿A quién pertenece? dice el niño.
Pero ya no respira.
El perro
La calle vacía.
Luego pasó un perro.
Luego otra vez vacía.
Pronto la noche cayó.
Cayó despacio.
¿Qué vendría ahora?
No fue un perro
Lo que pasó. Sino el tiempo.
Así pasaron mil años
El niño podía creer
Que siempre seguía allí.
El río
El reflejo del agua era para él.
No para la madre sentada abajo.
Ella, como a la orilla de un río.
Sin hablar. Esperando. Sentada.
Que el río acabara de pasar.
Y él parpadeó.
El río que nunca pasaba.
El sueño que nunca pasaba.
Tampoco él, nunca pasaba.
Cerró los ojos. El río se desbordó.
No paraba de desbordarse. ¿ Y bien?
La madre seguía sentada allí abajo.
El momento
En ese preciso instante
Y en el instante siguiente.
Sin guerra ni muertos.
Cuando las personas abren
Los ojos y se quedan dormidas.
O cuando las flores brotan.
Por más que se les demuestre amor,
O uno se acerque, o se aleje.
No cambian su expresión.
Otro lugar
Abrió una puerta.
Se encontró en otro lugar.
Caminos que subían,
Tumbas floridas.
Aún quedaba por ver
En la copa de un árbol
El silencio y la luz
En cruz ¿Quién era?
Y de nuevo será, dijo
No tristes sino blancas
Unas sombras también se movían.
Sombras solamente blancas.
Ellos
Pasó uno.
Las cosas se complicaron.
Otros volverían a pasar.
Pasó otro.
Los árboles juntaron las manos.
Los veía desde la ventana.
Llegaron otros.
Tras los cristales veía
Simplemente esta violencia.
Pero además veía, veía
Simplemente los cabellos blancos
Cortado por las nucas.
Estos guijarros pulidos, estas nucas.
Nucas, rostros inicuos
Devolviendo mirada por mirada.
La mariposa
Quizá ciega.
Quizá sorda y ciega.
Sólo ella libre
En la luz del crepúsculo,
Una mariposa aún danzaba.
Mudos los árboles, mudo el cielo.
Mudos los matorrales, mudos los prados.
Sólo sus colores vivos.
Y la cosa venía, ciega
Muda y quizá sorda
La casa
Ser una persona
Que entra por esta puerta,
Dijo el niño.
¿Por qué?
En la casa todo
Ya está vacío.
La calma abre
De par en par los ojos.
¿A qué espera?
¿a ver a quién?
Yo, dijo el niño.
Muy alto: yo.
El loco
Este loco, decía el niño,
Que se ha dado rápido una vuelta
Y no hace más que buscarme.
Aquí estoy, decía.
Aquí, y va a buscarme lejos.
¿Habrá perdido la vista?
Va a buscarme lejos.
¿Qué le pasa? dijo el niño.
¿No ve que estoy aquí?
Y el dios buscaba.
Como si no lo viera.
Como si no supiera.
La risa
Estos murmullos perdidos.
Esta luz, este oro.
Que colmaba el viento.
El niño dijo: quizá
Saldrá un monstruo
Pero ¿ por qué decirlo?
Un monstruo muy hermoso.
Quizá seamos felices.
Tan hermoso, dijo.
Hubo entonces una risa.
Tan hermosa y una sola vez
Y no se repitió más.
Si se supiera todo, dijo
¿Qué quedaría por saber?
Oyó sollozar.
La guerra
I
El niño vio
Lo que hechizaba el jardín.
La guerra iba a hablar.
Volvió a cerrar la puerta.
V
¿Habría venido la guerra
Sin otro propósito
Que el de postrarse
A sus pies?
¿Qué más haría?
¿La guerra habría cantado y,
Sin mirar atrás,
Se habría marchado?
Quizá él hubiera tenido
Tiempo de escucharla.
XX
Hizo un gesto
Se sintió observado
Tan sólo que la guerra
Arrastraba mucha belleza
Se podía morir por ella.
Yo no, decía él.
Hubiera querido gritar.
La guerra avanzaba iluminando
La calle con su rostro.
Yo no, decía él.
Yo no. Este vacío oscuro
Que no acaba.
La oscuridad es mi amiga.
Y la luz de la guerra
Que inunda la calle.
Llego ante un muro
Y grito. Grito oscuridad.
El niño-jazz
Mohammed Dib
Ed. Bassarai
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