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miércoles, 8 de diciembre de 2010

2600.- ERICH KÄSTNER


Erich Kaestner
(Alemania, 1899-1974)
Poeta y novelista alemán. Kaestner nació en Dresde el 23 de febrero de 1899. Estudió en las universidades de Leipzig, Rostock y Berlín. Se doctoró en Historia pero se dedicó al periodismo y a escribir novelas juveniles. Sus libros fueron prohibidos y quemados durante el periodo nazi y él encarcelado en 1933. A la salida emigró a Suiza. Volvió al periodismo en 1945, y publicó sus memorias, Cuando era niño, en 1957. Murió en Munich el 29 de julio de 1974. Los poemas de Kaestner, publicados en 1935, y otras novelas, como Fabian (1930), expresan una actitud despegada y satírica ante la vida. Sin embargo, es mucho más conocido como autor de novelas como Emilio y los detectives (1929), su primera novela tuvo un gran éxito en la que un grupo de niños se convierten en detectives, El 35 de mayo (1931), La clase voladora (1932), que trata de la vida una escuela, y Lottie y Lisa (1949), la historia de dos gemelas que utilizan su parecido físico para crear situaciones de confusión. Éstas y otras de sus novelas para jóvenes han sido adaptadas con frecuencia para la radio, el cine y la televisión.




La otra posibilidad

Si hubiéramos ganado la guerra,
con rumor de olas y rugido de tormenta,
Alemania ya no se podría salvar,
y se parecería a un manicomío.

Se nos domesticaría con notas musicales
como a una tribu salvaje.
Al llegar los sargentos, saltaríamos
de la acera y nos cuadraríamos.

Si hubiéramos ganado la guerra
seríamos un estado orgulloso.
Y hasta en la cama apretaríamos
las manos contra la costura del pantalón.

Las mujeres deberían parir niños
Un niño al año. O a la cárcel.
El estado necesita niños como conservas.
Y la sangre les sabe a zumo de frambuesa.

Si hubiéramos ganado la guerra,
el cielo sería nacional.
Los curas llevarían charreteras
y Dios sería general alemán.

La frontera sería una trinchera.
La luna sería el botón de un soldado raso.
Tendríamos un emperador
y un casco en vez de cabeza.

Si hubiéramos ganado la guerra,
todos seríamos soldados.
Un pueblo de cretinos y afustes.
¡Y por todas partes alambradas!

Se nacería siguiendo órdenes.
Porque los hombres son bastante baratos.
Y porque sólo con cañones
no se ganan las guerras.

La razón estaría encadenada.
Y la llevarían a todas horas ante los jueces.
Y habría guerras como operetas.
Si hubiéramos ganado la guerra -
¡afortunadamente no la hemos ganado!









¿Conoces el país donde florecen los cañones?

¿Conoces el país donde florecen los cañones?
¿No lo conoces? ¡Lo conocerás!
Allí están los apoderados orgullosos y audaces
En las oficinas, como si fueran cuarteles.

Allí crecen botones de soldados debajo de la corbata.
Y se llevan cascos invisibles.
Allí se tiene cara pero no cabeza.
Y el que va a la cama, ¡se reproduce inmediatamente!

Allí cuando un jefe quiere algo
- y es su profesión querer algo -
la razón primero se cuadra y segundo se pone firmes.
¡Vista a la derecha! ¡Y la cabeza agachada!

Los niños nacen allí con pequeñas espuelas.
Y la raya hecha.
Allí no se nace civil.
Allí se asciende al que se calla.
¿Conoces ese pais? Podría ser feliz.
¡Podría ser feliz y hacer feliz!
Allí hay campos, acero y piedra
y empeño y fuerza y otras cosas bonitas.

¡Incluso espíritu y bondad hay allí a veces!
Y verdadero heroísmo. Pero no en muchos.
En cada segundo hombre hay un niño
que quiere jugar con soldados de plomo.

Allí la libertad no madura. Allí se queda verde.
Cualquier cosa que se quiera construir, acaba saliendo un cuartel.
¿Conoces el país donde florecen los cañones?
¿No lo conoces? ¡Lo conocerás!








Preguntas y respuestas

Sí, es así: Son las preguntas
de las que nace lo que queda.
Piensa en la pregunta de tu hija:
“¿Qué hace el viento cuando no está soplando?

El jardín imaginario en el que se siembran las preguntas y crecen las respuestas es grande. Hay preguntas útiles tal como hay plantas útiles y se cosechan respuestas nutritivas. Hay preguntas ornamentales, y las respuestas floridas de colores nos sientan bien. Decoran la casa de manera excepcional hasta que se marchitan. No tienen en mente otra cosa. Hay preguntas ostentosas, Tucholsky las llamó “proplemas”. Las respuestas pavoneadas a ellas ocupan mucho espacio en el jardín. Pero son populares y ampliamente extendidas. Hay preguntas y respuestas parásitas. Suelen asentarse en verdaderas, nudosas y sombrías respuestas y, inadvertidas por ellas, vivir de segunda mano. Hay respuestas incomibles y venenosas, que casi no se distinguen de las comestibles. Malas hierbas que nadie había sembrado, proliferan entre hierbas aromáticas y respuesta de col rizada. A veces, vienen los jardineros con sus tijeras y podan respuestas grandes y poderosas, para que no perturben el ameno paisaje. Y de vez en cuando, unos bromistas ponen flores de papel de impresionantes colores entre dalias y ásteres. Puede pasar que entonces un botánico miope no se dé cuenta de la broma y escriba un libro gordo sobre la supuesta nueva variedad.

Especialmente bonitos y dignos de verse son los bancales especiales situados en las márgenes del jardín, donde afloran respuestas a preguntas que no se nos ocurrirían a sencillos ciudadanos como nosotros. Tienen un aspecto exótico como orquídeas o incluso como si estuvieran tejidas con alambre de colores. El domingo pasado me quedé mirando uno de estos bancales especiales. En un cartel se podía leer que el servicio de información médica había sembrado aquí una pregunta esencial. La pregunta era: “¿A quién pertenecen los objetos extraídos en una operación?” Algunas de las respuestas que habían echado tallo ya, tenían un aspecto bastante curioso. Los empastes, por ejemplo, pertenecen a su poseedor solamente durante su vida. Cuando se muere, son parte de la herencia y pertenecen a los herederos. En el caso de las balas de rifle o restos de granadas que extrae el médico la cosa es distinta. El enemigo, es decir el tirador o artillero, ha cedido su derecho de posesión voluntariamente. La “cosa” se ha quedado con ello sin dueño y seguirá así en el cuerpo del receptor. Si se trata sin embargo de objetos más valiosos, como por ejemplo un brillante o un diamante que un ladrón de alguna manera se ha comido, entonces estos corresponden después de la intervención exitosa a la víctima del hurto. ¿Pero cómo sería en el caso de unos cálculos renales? Estos no son del todo objetos sin dueño tras la operación exitosa. No pertenecen ni al poder desconocido al que se los debemos, ni al médico que los ha extraído. Siguen siendo, a pesar de ser de gran interés científico, propiedad de su poseedor. Él puede, si lo quiere, hacer de ello una donación totalmente legal. Pero también puede enseñarlas sin mala conciencia a la hora de la tertulia.

Así más o menos son también las cosas en el jardín de la civilización, y la administración del jardín, amante del orden, está muy ocupada para que no les inunden ni a ella ni a nosotros las respuestas, y para que los subjardineros no cojan la bolsa de preguntas equivocada a la hora de hacer su trabajo. Los jardines se cubren de malezas rápidamente. Ahora, los jardines salvajes pueden tener su belleza. Pero la administración del jardín está en contra. Hace poco hubo una justificada agitación en el despacho del director. Un escuadrón español de aviones de combate había escrito en el cielo las palabras “PAX CHRISTI” con lazos blancos, cuando un dignatario clerical leyó en Barcelona el mensaje del Papa al congreso eucarístico. Y un sub-jardinero imprudente había plantado en un bancal la pregunta “¿El Papa y la fuerza aérea española están hablando del mismo cielo?”. Por suerte, un vigilante descubrió el error. La respuesta se pudo arrancar antes de que echara raíces. El subjardinero fue trasladado al invernadero.

Especialmente peligrosas son las preguntas que pueden atribuirse a la imprudencia infantil. Así, hace un tiempo llegó una madre a la administración del jardín y quiso plantar la pregunta de su hijito: “Dios, ¿qué es, protestante o católico?”. Se le pidió que dejara la pregunta allí y en su lugar se le dio un alhelí. Luego, se quemó la pregunta sobre la confesión de Dios con otras semillas de malas hierbas.








Fantasía de pasado mañana

Y cuando empezó la siguiente guerra,
las mujeres dijeron: ¡No!
y encerraron a su hermano, hijo y marido
en casa bajo llave.

Luego se fueron, en cada país,
probablemente ante la casa del capitán
y tenían palos en las manos
y sacaron a los tipos.

A cada uno le pegaron una azotaina
de los mandaron hacer esta guerra:
a los señores del banco y de la industria,
al ministro y al general.

Algunos palos se rompieron.
Y algunos fanfarrones se callaron.
En todos los países se puso el grito en el cielo,
y en ninguno hubo guerra.

Las mujeres volvieron entonces a casa otra vez,
con el hermano, el hijo, el marido,
¡y les dijeron que la guerra había acabado!
Los hombres miraron por la ventana
y no miraron a las mujeres...








El último capítulo

El 12 de julio del año 2003
el siguiente mensaje de radio recorrió el globo:
que un escuadrón de bombarderos de la policía aérea
iba a exterminar a la humanidad.

El gobierno mundial, así se explicó, descubrió
que el plan para establecer definitivamente la paz
no se podría realizar de otra manera
que envenenando a todos los implicados.

Huir, se declaró, no tendría sentido.
Ni un alma podría quedar viva.
El nuevo gas tóxico entraría en cada escondite.
Ni siquiera sería necesario quitarse la ropa.

El 13 de julio salieron de Boston mil
aviones cargados con gas y bacterias
y llevaron a cabo, corriendo por todo el globo,
el asesinato ordenado por el gobierno mundial.

Las personas se arrastraron gimiendo debajo de las camas.
Se precipitaron hacia el sótano y el bosque.
El veneno flotaba amarillo como las nubes por encima de las ciudades.
Millones de cadáveres se encontraban encima del asfalto.

Cada uno pensaba que podría escapar de la muerte.
Ninguno escapó de la muerte, y el mundo se vació.
El veneno estaba por todas partes. Avanzó a hurtadillas.
Corrió por los desiertos. Y atravesó el mar.

Las personas quedaron tumbadas como gavillas pudriéndose.
Otros colgaban de las ventanas como muñecas,
los animales en el zoológico gritaron horriblemente antes de morir.
Y poco a poco se apagaron los altos hornos.

Barcos de vapor se balanceaban en el mar, cargados de muertos.
Y ni lagrimas ni risas quedaron en el mundo.
Los aviones fallaron, con miles de pilotos muertos,
debajo del cielo y se estrellaron en llamas en los campos.

Ahora la humanidad por fin ha alcanzado lo que quería.
El método no era muy humano.
pero la tierra por fin estaba en silencio y satisfecha y recorría,
totalmente tranquila, su conocido camino elíptico.









Verdún, muchos años más tarde

En los campos de batalla de Verdún
los muertos no encuentran la paz.
Cada día salen de la tierra
cascos y cráneos, muslos y zapatos.

Sobre los campos de batalla de Verdún
andan cristianos armados con palas,
barren costillas y cabezas
y meten a los héroes en cajas.

Arriba en el monumento de Douaumont
yacen doce mil muertos en la montaña.
Y en las cajas esperan en vano
ocho mil hombres ataúdes de su tamaño.

Y de los campesinos se apodera el horror.
Contra los muertos nada puede hacerse.
En los campos limpiados ayer
habrá mañana diez nuevos cadáveres.

Esta región no es un jardín,
y menos el Jardín del Edén.
En los campos de batalla de Verdún
los muertos se levantan y hablan.

Entre espigas y flores amarillas,
entre arbustos y helechos
sacan las manos de la tierra,
para advertir a los vivos.

En los campos de batalla de Verdún
crecen los cadáveres como herencia.
Cada día dice un coro de muertos:
«¡Mejorad vuestra memoria!»

Poemas extraidos de WAS NICHT IN EUREN LESEBÜCHERN STEHT (Lo que no está en vuestros libros de lectura, 1968), una recopilación de textos del autor.


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