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miércoles, 8 de diciembre de 2010

2599.- ISMAÍL KADARÉ



Ismail Kadaré
(Albania, 1936)
Poeta y novelista albanés, mundialmente conocido, cuya obra, muy metafórica, evoca el universo sofocante del totalitarismo. Nacido en Argirocastro (Albania), destacó tras publicar dos libros de poemas; más tarde estudió Letras en el Instituto Gorki de Moscú. A su regreso en 1960, se dedicó a escribir: El general del ejército muerto (1962); El monstruo, Los tambores de la lluvia, Crónica de la ciudad de piedra y El gran invierno (1973); El nicho de la vergüenza, El puente de los tres arcos, Abril quebrado, El crepúsculo de los dioses de la estepa, El palacio de los sueños, El concierto, La sombra y la pirámide (1988). En 1990 obtuvo asilo político en Francia, pero en 1992 regresó a Albania. Su obra (conocida en el extranjero desde 1970 y traducida a cuarenta idiomas) fue concebida y publicada bajo el estalinismo, durante la dictadura de Enver Hodja, que amenazaba su libertad y su vida a pesar de estar considerado como escritor oficial; sin ser nunca ni militante, ni disidente, muestra el trágico absurdo del totalitarismo, y también el peso del destino sobre la condición humana. Plantea interrogantes sobre las leyendas y la historia de Albania, llevadas a un plano universal. El universo de Kadare está lleno de mitos, y se inspira en escritores como Homero, Esquilo, Shakespeare, Cervantes o Gógol. En cuanto a referencias temporales, el Imperio otomano, China, Egipto antiguo, la Unión Soviética, Albania medieval o moderna vienen a coincidir en el infinito de un laberinto temporal. Su escritura, reflexión sobre el lenguaje y la leyenda, aúna, por una parte, el respeto a las tradiciones del cuento y la novela, y, por otra, una gran innovación dentro del terreno estilístico, sobre todo en lo que a la percepción del tiempo novelesco se refiere. La caída del comunismo no ha afectado a la temática de su obra, donde siempre están presentes el mito y la historia, lo real y lo onírico, como ponen de manifiesto sus más recientes obras: Spiritus (1996), una reflexión sobre la estrategia del terror en un sistema político opresor, Tres cantos fúnebres por Kosovo (1999), Frías flores de marzo (2000), Noviembre de una capital (2000) y Frente al espejo de una mujer (2002).



Pijamas y aeropuertos

Zumbando se posan las moscas
sobre las listas de los pijamas,
y los aviones, con estruendo,
sobre las pistas de los aeropuertos...
No me abandones jamás, vasto mundo.
¡Jamás tus puertas me cierres!

Hay amores pequeños,
primeros amores (nº 1),
devaneos
que zumban en la memoria como moscas,
que preparan chocolate,
que lavan camisetas;
hay amores grandes, libres como el viento,
desperdigados al azar por todo el mundo,
que no saben dónde estamos,
que dónde se encuentran no sabemos.

El amor pequeño reclama la devolución de fotografías;
a los grandes amores se los lleva el viento en los andenes;
son sus sollozos semejantes a sirenas,
a las sirenas resonantes de las separaciones.

¡No me abandones jamás, vasto mundo!
¡Sobre las listas de mis pijamas
sigan descendiendo los aviones!

Que en la cuerda de mi ventana cuelguen,
agitadas por el viento,
las camisetas de las nubes;
que se instale el sol
en el casquillo de mi lámpara de noche. ~

1961









Monólogo

En la noche glacial intenté encender un fuego,
pero la noche era fría, oh, qué negra y desolada.
Y así, para mantener el fuego vivo en tal rigor
algo más siempre era preciso con que lo alimentara.
Así como el monje vagabundo que reúne leña en las tinieblas,
arrojaba yo en aquel fuego mis miembros sin descanso,
mas como no fueran suficientes, después de ellos
a las llamas comencé a entregar jirones de mi alma.

Pues otro modo no existía, no, imposible que lo hubiera,
pues preciso era que alguien sostuviera aquella llama.
A la delirante luz que sólo el oleoso pábilo procura,
brillaban en derredor amenazantes figuras, y temblaban.
Tal vez las vierais, algo distinguisteis acaso,
en torno a mí la noche de tinieblas y de lobos se poblaba.
Pues todos sofocar pretendían aquel fuego,
unos por maldad, tantos por ignorancia.

Otros en lo alto de colinas bañadas por el sol,
sus hogueras avivaban y reían con desprecio,
incapaces de entender lo que aquí dentro sucedía,
cuánto esfuerzo requiere una llama nacida en la negrura.
Cansado, alguna vez llegué a pensar: dejaré que se extinga.
Ya que me repudian, caiga de una vez la noche eterna.
Mis ciegos ojos quedarán tal vez de esa manera
en la oscuridad completa sin que nadie los perturbe.

Mas de nuevo algo me empujaba a alzarme cual sonámbulo,
como el monje desolado que reúne leña en las tinieblas,
y sobre el fuego a arrojar mis miembros congelados,
y los jirones uno a uno arrojarle de mi alma.~


1984

Versiones de Ramón Sánchez Lizarralde


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