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miércoles, 10 de noviembre de 2010

2008.- PEDRO LUIS CASANOVA


Pedro Luis Casanova, nace en Jaén en 1978. Tal vez animado por la labor docente del profesor Morales Cuesta, comienza a escribir desde muy joven. Vive en esta ciudad hasta pocos años después de finalizar sus estudios universitarios en Química. Actualmente ejerce como profesor de enseñanza secundaria en la especialidad de Física y Química.
Por este motivo, ha residido en diversas ciudades de La Mancha, como Cuenca, Albacete o Almansa, aunque su vínculo con Jaén permanece activo.
Tiene dos libros publicados: “La Anatomía del eco” (1999) y “Café” (2001).



Este poema encabeza su último volumen,
aún inédito, Puedo enseñar mi dentadura.

La palabra es silencio o nota, no la razón sino su pulso
en el canto la envilece o la aclama
vida que a los sentidos vuelve
con su espejo en blanco y la mar salvaje
contra el agrio
mutismo de los días.
He aquí el poema:
su palabra es imagen que oímos
lo que queda del ser
cuando nada resiste
y el olvido asume realidad y tiempo
es su tacto en la desolación
lo que emociona y nos salva de las rejas del frío.
Así,
no el episodio íntimo nos refleja
su prisma: no es el suceso
materia de la luz que se refracta.
Tan sólo por su música
tocamos la memoria: porcelana rota
que aún no existe ni ha sido nunca
tiempo acaso:
violencia de escombros cuyo canto
desfila ante la hoguera del sueño, vida
que arranca su velcro y nos enseña el lugar donde moja
su pluma la justicia.

(REVISTA EL COLOQUIO DE LOS PERROS)






CATEDRAL

La mañana conoce todos los preludios.
La ciudad se despierta por su arista de sueños,
y desnudo,
como el recuerdo que desanda
en la memoria
los viejos callejones,
el tiempo se reparte a los relojes
con el aire mojado
de jazmín y campanas.
Mas,
habitando la brújula de los arrabales,
como luna que afila
en la noche su risa,
emerge cada torre del silencio
de la piedra. Ya lejos
lejanamente exactas,
esconden
bajo el agua de los charcos
la eterna cicatriz que, como el tiempo, sucede
por ser ya solamente
desfiladero en tierra de la nada.
Ahora,
incrustada la arena en el tablero
renacen, ya marcadas,
las piezas sobre el mármol.
Y así,
como un jaque perpetuo, manchado de olvido,
la vida se reparte a los peones
con el lienzo de antaño.
Huérfanos de su hora,
por la misma vereda del silencio,
lentamente adelantamos
los pasos que jamás nos escribieron:
preludios todavía, madrugada que ahoga
en ti
la sombra del deseo.

(Del libro Café)








CIMA

Cierro los ojos, abro la mirada:
el paraje contemplo diluido en claridad
―el olivar rizándose la peña,
sus esmaltes de viejo coronel caído―
lejos de mí desalma el aguarrás las caserías:
saca los niños a la nieve el perro cojo.
No en el horizonte sino en el viudo
postigo de la sangre halla su límite la sombra
el jeep
la carretera
del alba que respira libertad qué gracia
al viento la memoria.
Huyen, vuelan muy alto los cuervos de la infancia.
No ha pasado el peligro.
Por el barranco, su latir sin agua la visión cincela.
Como un árbol de otoño rastreará el olvido
este candil cobarde, este dolor acorralado
por el hacha, por el dulce galope
con que mienten al estómago las huellas del perdón.
De su eterno patíbulo en la altura la luz parece hablarme.
Lejos de todo, el sol va calcinando lo limpio del color,
tierra que es brisa y vientre donde sueña
la cal reconciliarse con la aurora.

(Del libro “Café”)








TESIS

Vuelcas
una sobre otra la materia
de los tubos, la íntima violencia
que pudiera estallar en los matraces: una ciencia rendida
cuando late en tu luz la ceremonia del ausente.
Y analizas
los posos, no con la intención del farmacéutico o la curandera
por salvar la tragedia que en la piel de la palabra
se revela.
Muy al contrario,
sólo notar su cascabel, la deuda de un amor que entre las sombras
flota hacia la cal como una lágrima
desde el vacío,esperas.
Ese es tu hallazgo,
contemplar si el contador de la memoria te saluda entre los muertos por la risa,
o si es que más bien besas como a un premio
de barro o de papel tu extrema sumisión a la distancia y a la pérdida.

(Inédito)





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