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miércoles, 22 de septiembre de 2010

1440.- TONI QUERO


Biografía del autor
Toni Quero (Sabadell, 1978) es licenciado en Filología Hispánica. Actualmente trabaja de editor. Su primera obra, Los adolescentes furtivos, ha sido galardonada con el Premio Internacional de Literatura Antonio Machado, que concede la Fondation Antonio Machado de Collioure. El libro ha sido prologado por Pere Gimferrer, quien ha elogiado la calidad literaria de la obra: «Lo más sobresaliente aquí, sin duda, es lo que, en todo tiempo y lugar, caracteriza al verdadero poeta: el don de la imagen certera y exacta». Traducido al francés, Quero ha sido saludado como una de las voces más prometedoras de su generación.
www.toniquero.com




Ficha técnica
Toni Quero, Los adolescentes furtivos

Premio Internacional de Literatura Antonio Machado 2009

Prólogo de Pere Gimferrer

Edición bilingüe castellano/francés

Rústica con solapas, 136 pp

1ª edición: marzo de 2010

Perpignan, Cap Béar éditions

Distribuido por Nordest Llibres, S.L.

POEMAS:


Oculta la noche huecos
enormes grietas
donde la luz pervive
como tributo último
a profetas olvidados.

Bajo las simas,
entre oquedades,
arriban taxis a deshora
y los neones ofrecen limosnas
en una calle de Tokio.
Ámame japonesa, japonesa.

En esas horas,
los adolescentes
gimen desnudos,
y las mujeres arrastran
sus labios
desde lugares remotos.

Llegué yo también aquí,
una noche de invierno,
sin más hatillo que
cuatro torpes versos
y los restos de un naufragio.

Abracé los tópicos
y la belladona
y amanecí
derramando
los párpados
por las esquinas.

De mis fragmentos,
esparcidos como ofrendas
sobre la grava,
nada supe
hasta el instante último
de tu venida.

Nos amamos,
bien lo sé.
Canté tu cuerpo
trabado al mío
y glosé la tierra
donde aún palpitas.

Hoy,
el tiempo
cobija
las azules horas
y el rostro prematuro
que las nombrara.

El alba
desbordó
la materia
y su memoria,
el viento irisaba
las pestañas.

Nada rehúyo.
Desnudo
conjuré
la noche
y sus temores
y di inicio
a este poema.

(Noche)

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De madrugada,
las calles se tornan feraces,
el vaho vivifica las raíces que brotan de las calzadas
y el violento carmín de los tacones de aguja
se protege de la lluvia
en los párpados ocres de centeno
que duermen en las fachadas.

En los portales,
late un murmullo de acero y cuerpos deseantes,
los maestros de esgrima se baten en duelo
y entre adoquines
flotan cadáveres de enamorados
que ensayan caligramas.

Es oscura la noche entonces.
Las chicas hispanas desenredan sus trenzas en las cabinas
y anotan versos de nueve cifras sin remite,
los canes enloquecen con su propio rastro
y apátridas del cielo descienden
a trocar sus penas en los billares.

A esas horas, la luz es un animal herido,
que danza, como las tribales formas se contemplan,
en el latón abandonado de las esquinas
y en los verticales rostros
que aguardan tras las ventanas
su propia resurrección.

(Madrugada)

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Sobre los muelles del Hudson
los pilotos trazan loops inverosímiles
y dibujan esferas tornasoladas.

El nocturno lagrimal
de los árboles
humedece la vaporosa
luna de las cafeterías.

El sol leva el día.
Los adolescentes
lamen la belleza
que exhala
de sus propios cuerpos.

En Central Park
el resplandor de las teselas
atrae bandadas de turistas
y coronas de difuntos.

El dial tambalea los descapotables.
De Pompeya a Brooklyn
ícaros de barro esbozan
trovas en las azoteas.
Don’t stop the music.

(El resplandor)

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La perpendicular enhiesta que separa tu cuerpo y el mío tiene una pequeña falla corva, exactamente a cinco pies sobre el nivel del mar. En ese punto, descienden un número finito de vértebras hacia el vértice meridional. Remontando los peldaños, en las regiones boreales, la cerviz conserva su frescor primitivo y pervive en ella la estela olvidada de antiguos exploradores.

(Cuello)

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Tengo un lunar nuevo, dijiste.
Rápidamente desplegué su cuerpo buscando ese raro accidente geográfico. Mi sorpresa fue mayúscula, pues moraba en una de mis áreas de recreo predilectas. Desoyendo a la razón y oráculos, emprendí la marcha avanzando concéntricamente por mor de las Erinias. Próximo a sus faldas, las brújulas enloquecieron y el peso de la gravedad se hizo insoportable para mis porteadores. Sobre la cumbre observé la lógica iniciática de sus formas y la certeza del imposible regreso.

(Lunar)

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Estamos en el camino,
volvemos de ninguna parte.
Arde el asfalto.

El viento torrencial
alborota su pelo, el mío.

Nada permanece.
El paisaje se desdibuja, muta,
se recompone a cada paso.

Tiene
el gesto vuelto hacia mí.

Afuera la quietud, leyes.
No me alcanza.
Atrás.

Ella acaricia mi pierna.

Somos jóvenes,
tenemos toda la vida por delante.

(Camino a Sant Pol)

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En ocasiones, el pintor borracho despierta aturdido
junto a una prostituta de torpe acento
que roba monedas entre telas y jirones.
Una chica rubia huye por los bulevares,
y un pésimo poeta, de tez altiva y breve,
la enésima encarnación del bardo de fuego,
sorbe hediondo un café en el barrio latino.

A esas horas, París es brillo y nieve.
Los enamorados cruzan las calles
y juran mentiras bajo sus aspas.
Los gendarmes ruedan slapsticks
y, sin resuello, la chica rubia
cae muerta en brazos de Belmondo.
Mientras oculto bajo la arena
el adoquín donde grabé tu nombre.

(París)

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En Venecia la claridad no viene desde el cielo,
irrumpe, se abre paso,
vierte su luz entre los canales,
dando a cada mueca, a cada gesto,
el reflejo postrero de la máscara.

Y es un don, sí, pero aciago,
pues tras el fulgor, junto al relámpago,
pervive un destello, el estertor último
del rubio efebo envuelto en ceniza
y del poeta sediento de belleza
que arde primerizo en la Dogana.

Ciertamente fue allí,
varado en esas tristes horas,
del amarillo grave del que fenece consigo,
donde contemplé,
junto a quien tanto quise,
mi cadáver flotar junto a la dársena.

(Venecia)

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En mi veintiocho aniversario

Si yo fuera Kurt Cobain ya estaría muerto.
Un manto de flores amarillas ornaría mi tumba
y frágiles adolescentes, desnudos en una húmeda tarde de otoño,
entonarían mis versos con un estertor de ira en su mirada.

En esos días, en algún lugar ignoto, alguien alabaría mi obra,
un diario local celebraría la efeméride de un paso perdido
y una chiquilla, con la gélida belleza de aquel que lleva la muerte consigo,
tatuaría en su cuaderno dos nombres imposibles.
Esa noche, aquel que fue idolatrado y pasea aberrante su juventud impostada,
escribirá graves ofensas —incipiente y sobrevalorado—,
mientras un joven asiático hilvane ajeno un rostro de ceniza.

Si yo fuese él, nada diría.
El blanco encalaría un pequeño pueblo escarpado,
el azur irrumpiría en el sueño de un muchacho huidizo,
y al atardecer, frente al rumor del oleaje, todo habría acabado.

(Si yo fuera Kurt Cobain)

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De mí sólo sé decir
que soy carne de cuantos me precedieron.

Aceituneros de blancas sienes,
anarquistas abatidos en el Ebro
y famélicos ascetas que erraron
bajo el encarnizado yugo
de monarcas de endogámica figura,
comuniones bendecidas en malaria
y navegantes anegados en oro.

Antes que ellos,
turbas de labriegos feudales
sirvieron a ecuestres asesinos,
odiados en Flandes
y en sus propios campos.
Mozárabes e hijos de la estirpe de Set
vertieron sus lagrimas
entre los encintados capiteles
y las sinuosas basmalas almohades.

Es a ti a quien saludo,
tierra apátrida y de conejos,
en tus entrañas laten
ciegos filósofos del Imperio
y el ondulado vaivén
de las efigies griegas.

Ya estuve aquí antes,
en las ancestrales piras
y en la íbera piedra
de cuyas muescas
tomé mi nombre.

Atrás más atrás,
enterrados en la memoria,
simios desdentados
y formas perdidas
saludan primerizos
a un aterrador roedor
emergiendo de las aguas.

(Evolución)

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De estos huesos nada esperes,
su memoria se extinguió tras ellos.

¿Acaso las cenizas laten?
Sólo la piedra permanece.

(Ensayos para un epitafio)

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Vengo acumulando piedras por si acaso
algún día regresas.

Desde entonces son centenares,
las acopio sin mesura
de todo metal y tamaño.
Cada una lleva un nombre,
de mártir o de caído
según el viento dé.
A todas les hablo por igual
y todas por igual me responden.

Es dura la vida de la piedra.
Nada en ellas me es ajeno.
Asisto impasible a su erosión,
algunas se tornan más agrestes
otras dulcifican sus formas,
pero aun en ellas no te reconozco.

Tal vez no seas ninguna
y sólo quede de ti un recuerdo
que el polvo del camino esparce
en los labios de los peregrinos.

(A Joaquín Pasos)

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Sobresaltado, el farangi sacude las moscas atraídas por el ensortijado hedor de la cabellera.

Tambaleándose ignora al oromo que guarda la madrasa y dilata las ebrias pupilas entre los haces que huyen de la Shoa.

Je est un autre.

Con carnal indiferencia, conduce hacia el lecho a una aterrada amhara, súbdita de Menelik II el Grande, mientras examina el delicado prisma de que le hace objeto.

Jadeante, exhuma sus demonios: el zumbido antiguo de una bala y el eco de hermosos caníbales tiritando vocales bajo los arcos del Sena.

(El extranjero)

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Ella
es el extraño rostro que contemplo
cuando reverbera el día en los cristales
y danzan fugaces las pupilas bajo sus párpados.

Ella
cuyo cuerpo no diferencio del mío
permanece expectante en la memoria
mientras trazo versos en el metro.

Ella
que me salvó de tantas cosas
se encoge y enmudece sin consuelo
todos los miércoles de ceniza.

Ella
a quien amo pese a todo
y pese a todo pierdo
aplaza las horas de este extraño viaje.

Ella
quien me aguarda al caer la noche
aplacando la sed de tantas grietas
fue al cabo la respuesta.

(Ella)

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El temblor del alba,
pedazos de memoria interrumpida,
desamordazaba los cuerpos
entregados a la noche.

Abrir los ojos,
contemplar el vientre desnudo,
el animal dormido entre las sombras
amaraba el tiempo en la retina.

El viento bate las ventanas.
Finas láminas de celuloide
se desgajan de su cuerpo
parpadeando sin fin entre las sábanas.

No retornarme nunca.
La brisa ondea el vello
y el húmedo cauce de sus labios.

Una centella anuncia el día.
La siega afeita campos y pestañas.

(Albada)



LOS TEXTOS Y LAS FOTOS ME HAN SIDO CEDIDOS
POR EL AUTOR

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