Carlos Mastronardi (* Gualeguay -provincia de Entre Ríos- en 1900) fue un poeta y ensayista argentino.
Heredero del simbolismo tardío (con su trabajo Tierra amanecida, en 1926), expuso sus ideas sobre la poesía como ejercicio perfectible en el ensayo Valéry o la infinitud del método (con él ganó el premio municipal de literatura en 1955). Se destaca su poemario Conocimiento de la noche (en 1937).
Perteneciente a la rama de los criollistas o nacionalistas, donde se vuelca al canto del paisaje y la tierra, con un lenguaje directo. En sus obras encontramos predominio de la imagen sensorial que imita la realidad natural: la metáfora no es audaz ni se basa en las asociaciones insólitas.
"Entre agudos cardales ponen ritmo al verano los grillos, naturales relojitos del llano."
Mastronardi murió el 5 de junio de 1976 en Buenos Aires, a los 75 años de edad.
Memorias de un provinciano
Autor mítico y a la vez clandestino, Mastronardi fue una voz singular entre los vanguardistas de los 20. Traductor obsesivo y poeta, despreciaba la "facilidad obscena" de cierta lírica "sin plan ni sacrificio".
MARTIN PRIETO.
Opacada su figura por la de sus contemporáneos y amigos Borges y Juan L. Ortiz, y opacada también su obra por no responder a las convenciones de la época en la que fue escrita, Carlos Mastronardi es como una moneda cuyo valor sólo es comprendido por quienes están en materia. Parafraseando a George Steiner —quien hablaba del Borges de los años 50 en Europa—, Mastronardi es hoy algo clandestino, perteneciente a una minoría, que se transmite de una persona a otra a través de susurros, y cuyos devotos se reconocen mutuamente. Para muchos otros, en cambio, Mastronardi es un mito: el amigo entrerriano de Borges, el único interlocutor argentino de Gombrowicz, el curioso fotofóbico que sin embargo le cantaba a la luz, el verdadero traductor de las enseñanzas simbolistas en el Río de la Plata, el extraño caso del vanguardista antivanguardista, son algunos de los sinceros apotegmas que ocultan una obra que, salvo casos excepcionales (antes Juan Carlos Ghiano o Saúl Yurkievich, hoy Ricardo H. Herrera, o María Teresa Gramuglio) no es leída por nadie y que, de hecho, no circula desde 1982, cuando la Academia Argentina de Letras publicó un pequeño volumen titulado "Poesía completa", hoy fuera de catálogo (al que alude el poeta Luis Tedesco en la contratapa de esta edición).
De allí el interés y la expectativa que generó el Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral al dar a conocer recientemente —después de un año de dilaciones— que publicará la obra completa de Mastronardi. Fue Claudia Rosa, profesora y crítica entrerriana, quien llevó adelante el proyecto desde 1996: tal como ya había sucedido con la Obra Completa de J.L. Ortiz, también se sospechaba que la de Mastronardi estaba cargada de materiales inéditos. Entre ellos, su cuaderno de traducciones, que finalmente no fue encontrado entre sus papeles, y que incluía sus versiones inéditas de los Poemas en Prosa de Mallarmé, encargadas —según cuenta César Aira— por un editor y realizadas por el entrerriano con sus proverbiales minucia y parsimonia; tantas que cuando terminó el trabajo, la editorial había cerrado hacía décadas.
Lo que no se buscaba entre los papeles y sin embargo se encontró fue una serie de hojas sueltas, señaladas con una B mayúscula y manuscrita (de las que ofrecemos fragmentos), una suerte de libro en proceso en el que Mastronardi, entre los años 40 y 60, valora y discute la obra de Borges, y que puede ser leída hoy como un documento esencial para comprender el lugar que ocupaba el autor de Ficciones entre sus contemporáneos más luminosos. Es interesante recordar que también Adolfo Bioy Casares tuvo su B. Su Borges, que permanece inédito, es el diario de una amistad incandescente desde el punto de vista literario.
Esos materiales se encontraban en Gualeguay, en casa de un señor Eisse Osman, médico que atendió al poeta hasta días antes de su muerte, producida en Buenos Aires el 5 de junio de 1976, a los 74 años. Junto con ellos se hallaron también otros materiales inéditos o dispersos: cartas, conferencias, artículos periodísticos (Mastronardi vivió toda su vida del periodismo), ensayos y poemas, como éste titulado "Mother o la vejez": "Zaguán sin cartas. Nadie acude./ Al piano, un vals que bailó el 900. Toca ese/ vals, curvada y mínima sobre el teclado./ Disgregación general. Maleza en los patios./ Objetos sin dueño./ Como en la infancia: nada tiene sentido".
El valor de la obra de Mastronardi no está en relación directa con su reconocimiento. Basta releer "Luz de provincia" —parar citar uno de sus poemas más famosos— o "La medalla", uno de los últimos, sobre cuyo asunto pedestre (unos com pañeros de trabajo condecoran al que se jubila) se sostiene el tema del paso del tiempo ("Acuden, pues, a la firmeza/ del oro o del bronce/ para dar ilusoria persistencia/ al incierto recuerdo que vacila"). Allí, otra vez, entre argumentos comunes ("Las cosas que yo nombro no son muchas") y simplezas cotidianas ("Pobre salgo de toda maravilla") se construye una voz grande y singular que, como las de la vanguardia y la de Juan L. Ortiz, le encontró la vuelta a uno de los problemas centrales de la poesía argentina del siglo XX: cómo escribir después del Modernismo.
Mastronardi nació en Gualeguay en 1901. A los 19 años se fue a vivir a Buenos Aires, donde muy pronto hizo amistad con el grupo de poetas y escritores que un par de años después iban a dar forma a la primera agrupación de vanguardia argentina, el martinfierrismo. Pero Tierra amanecida, publicado en 1926 en la misma editorial donde Roberto Arlt publicaba ese mismo año El juguete rabioso, no da con ninguna de las notas de la vanguardia ultraísta: en lugar de metáforas, comparaciones; en lugar de verso libre, combinaciones de endecasílabos, heptasílabos y alejandrinos; en lugar de aeroplanos y prismas, parejas de labriegos y campo. Como señaló Raúl González Tuñón, Mastronardi, contemporáneo de la vanguardia, no formó parte de su núcleo esencial: "En sus poemas se advierte la ausencia del desenfado y el empuje característico del grupo". La vanguardia, sobre todo por el prestigio adquirido posteriormente por buena parte de sus actores (Borges, el mismo González Tuñón, Oliverio Girondo, Marechal) es tal vez el capítulo principal de la historia de la poesía argentina del siglo XX. Mastronardi, relegado de él, pareciera quedar afuera de todo el sistema.
De hecho, en los mismos años 20, estaba más en sintonía con los autores que la vanguardia se imponía relevar, como Lepoldo Lugones, que con sus contemporáneos, lo que le valió un reconocimiento tardío después de publicar en 1937 su tercer libro, Conocimiento de la noche, que contiene "Luz de provincia". Entonces Mastronardi fue revindicado por los poetas que comenzaron a publicar en los años 40. Reunidos en torno de algunas revistas e ideas, entre las que se destacaba el desprecio por lo que entendían una "frivolidad lúdica" del martinfierrismo, estos poetas vieron en Mastronardi a su maestro y precursor. En perspectiva, podemos ver que la falta de peso de los poetas de los 40, que ni siquiera conformaron estrictamente una generación, atentó contra la tardía revalorización de su obra.
Impertérrito, para esa época Mastronardi cultivaba la ironía en las notas bibliográficas que publicaba en la revista Sur, donde iba calibrando su prosa ensayística que años más tarde dio dos productos notables: Valery o la infinitud del método (1955) y Formas de la realidad nacional (1961). En tanto deja de escribir poesía —o escribe mucha menos—, quizá tratando de eludir lo que llamó "el mito de la facilidad obscena": "La poesía lírica, para muchos de sus cultores locales, excluye todo plan y no supone sacrificio alguno. Permite seguir la línea del menor esfuerzo: todo consiste en dejarse llevar. En cambio la narrativa, la crítica, el ensayismo (casi baldíos entre nosotros), exigen tareas preparatorias y desarrollos orgánicos".
Entre 1930 y 1974, Mastronardi llevó adelante una suerte de diario de escritor, publicado póstumamente, en 1984, bajo el título Cuadernos de vivir y pensar. Allí, cuando todavía no tenía 30 años, escribió: "No parecerse a nadie todavía no es parecerse a sí mismo". La primera parte del programa, Carlos Mastronardi ya la había llevado a cabo en muy pocos años, rompiendo los tenues lazos que lo unían con los martinfierristas. La segunda, en cambio, le llevó una vida y una obra. En 1974 anotó: "Por lo general, la literatura refleja el carácter que, a su vez, refleja hábitos y costumbres. Este es el antecedente conservador de la letras. Soy el que fui: tiempo acumulado".
Mastronardi murió dos años más tarde, en 1976. Dejaba una obra que se comenzará a publicar este año de modo completo en tres tomos, organizados cronológicamente según el orden previsto por la compiladora Claudia Rosa. El primero abarca hasta 1937 e incluye lo que ella denomina los "pre-textos" de "Luz de provincia", Tierra amanecida, Conocimiento de la noche, artículos periodísticos, conferencias inéditas y la parte de Cuadernos de vivir y pensar que corresponde a este primer período de su trabajo. El segundo tomo abarca el período 1938-1959 e incluye Valery y la infinitud del método, otros poemas no publicados en libro, el B, algunas conferencias y los artículos publicados en Sur. El tercero toma Formas de la realidad nacional, los Siete poemas, de 1963, Memorias de un Provinciano, de 1967, nuevos poemas inéditos, conferencias y artículos publicados en El Hogar, El Mundo, La Gaceta de Tucumán y La Nación. Su carácter ácrata, personalísimo, fuera de toda voluntad gregaria, no impide leer en el conjunto de estos textos la teoría y la práctica de un primer simbolismo argentino, del que Juan L. Ortiz fue el mayor beneficiario.
ENTRADA EN EL DESIERTO
Dicen que en este lugar he vivido,
pero no reconozco ni personas ni casas,
que si alguna vez miré, se disiparon.
Paso junto a unas puertas y unos patios sin voces,
indescifrables, mudos,
como si los hubiesen dejado en un desierto.
Nada de lo que tuve me espera en este pueblo.
A quién preguntar por aquel árbol
y por aquel jilguero que cantaba
en la serena siesta, si no quedan recuerdos,
y las cosas existen y se afirman
en el pasado mutuo, cuando alguien las comparte
y no se derrumbaron con las almas.
Soy el desconocido, el forastero,
como siempre le ocurre a alguien que retorna
cuando ya se borró lo que fue suyo.
Sólo advierto - quimera y simulacro -
unas sombras ruidosas, unos rostros anónimos.
Quiero saber de aquella madreselva
que era agasajo y sueño de unas tapias
rojizas, vacilantes por el lado del río.
Nadie responde. Llegan los meses agradables
y es otra, sin embargo, esta delicia,
esta luz que en noviembre inspira al pájaro.
Regreso después de años, y me digo
que en los acuerdos íntimos se asienta
la realidad incógnita. No hay señales ni me ampara
esa querida gente que acaso huyó con ella.
Ya no queda ninguna,
ni siquiera enemigos para exaltar el ánimo.
No encuentro el sauce pródigo que me obsequiaba sombra,
ni esa piedra pulida por el tiempo,
ni aquel grillo selvático que esperé muchas tardes.
Yo estaba y era en ellos. Me ayudaron
a cavar el abismo del futuro.
En las cosas me apago,
ya que, agónica y siempre, la versátil sustancia
vacila entre su fin y su principio
en vaivén que consume nuestros días.
Todos han muerto. Espejo sin imagen,
enfrento una penumbra despoblada.
El pasado se adueña de la noche
y anda en el lastimado viento solo,
que al desvelar distancias
sufre un idioma de ladridos pobres.
No hay un alma. Lo extinto reaparece
cuando la vida calla, y se apacigua
para sentir más cerca los ausentes.
Busco una calle, piso unas baldosas,
donde mis lentos pasos no resuenan
y doy con unas casas ignoradas
sin poder recobrarme. Soy ahora el extraño
que ha perdido las huellas del tiempo aquí dejado.
Esperaba un jardín, y miro un páramo.
El mundo real se oculta. Aquí no hay nada.
LUZ DE PROVINCIA
Cuartetas 1-7/57
A Eduarda Beracochea
Un fresco abrazo de agua la nombra para siempre;
sus costas están solas y engendran el verano.
Quien mira es influido por un destino suave
cuando el aire anda en flores y el cielo es delicado.
La conozco agraciada, tendida en sueño lúcido.
Da gusto ir contemplando sus abiertas distancias,
sus ofrecidas lomas que alegran este verso,
su ocaso, imperio triste, sus remolonas aguas.
Y las gentes de ahora, que trabajan su dicha,
los vistosos linares prometiendo un buen año,
las mañanas de hielo, los vivos resplandores,
y el campo en su abandono feliz, hondura y pájaro.
Las voces tienen leguas. Apartadas estancias
miden las grandes tierras y los últimos cielos,
y rumores de hacienda confirman lo apacible,
y un aire encariñado, de lejos, vuelve al trébol.
Gracia ordenada en lomas y en parecidos riachos.
En su anchura, porfían los hombres con la suerte,
y esperan suave fronda y unas tardes eternas
y los dones que piden a los cielos rebeldes.
Preparando cada uno los colores del campo,
capaz el brazo, justa la boca, el pecho en orden.
Para el ganado buenos pastajes y agua libre,
creciendo en paz la bestia, la tierra dando al hombre.
Lindo es mirar las islas. Una callada gente
en cuyos ojos nunca se enturbia el claro día,
atardece en sus costas o cruza con haciendas,
dichosa en la costumbre y en la amargura, digna.
Soledad
Aspiro el ramillete de los años
Y siento que estoy muerto en cada olvido.
Mis apariencias todas se gastaron
Alguien se iba de mi crepúsculo...
En mis tiempos marchitos hubo puertos,
Y pañuelos vehementes se alejaron...
desconocidas gentes han partido
del fondo de mi ser ya devastado.
Me quedé en la efusión de cada abrazo
y en los adioses layos y secretos.
De improviso me vi como un extraño
con mi presencia inexplicable y sola
Lo ausente habla un idioma que no alcanzo.
Inútilmente dóblanse las tardes ...
Nos vamos deshaciendo en los olvidos,
ya dispersé el recuerdo como un ramo.
Los Poetas de Florida
(Centro Editor de América Latina)
Últimas Tardes
La alta mujer dolorosa
venía del sur y estaba muerta,
El cansancio era dueño de su voz
cuando presenciaba la esperanza
creciendo hacia las tardes
en cuya luz indescifrable
el solitario anhelo perduraba
como un reino sin púrpura ni cetro.
Alguien la empobrecía desde lejos.
Ignorando las llaves
que franquean las ricas esperas
y los mecidos cielos,
tal vez era la sombra de una antigua delicia.
Las manos, las manos olvidadas,
las unidas y suaves perdiciones
y los queridos ojos sin codicia,
que ganaban y perdían el mundo,
serenos, y sabiendo.
Recuerdo aquella voz apenada y amiga,
y la ciudad, de pronto, incierta y decaída
bajo un cielo gastado y entre adioses.
Entonces parecía que cesaba una música.
La alta mujer, la rosa desganada,
tal vez aquella tarde
miraba desde un tiempo recóndito y futuro,
y un lúcido silencio se volvía,
un desierto esplendor, un descuidado mundo.
Para que la tristeza tuviera un hombre
yo me ofrecí a esa luz cordial, a esa callada.
La libreta de bolsillo (*)
Las otras noches,
en la soledad del café,
después de hojear el diario y vaciar mi pocillo,
extraje,distraído,la pequeña libreta
en que anoto las direcciones
y los nombres de amigos y conocidos,
como se acostumbra en toda gran ciudad,
donde los signos,las útiles convenciones
sustituyen a los árboles y las estrellas
que orientan en el campo nuestros pasos.
Comprendí entonces que en libreta auxiliar
pese a sus frías referencias,es mi concisa historia,
pero está vieja y colmada de señas
de modo que deberé reemplazarla
por si el porvenir aún me trae
personas o lugares agradables.
(Al principio con aire negligente
sin buscar nada preciso
y después con espíritu (ánimo)curioso).
Repasé sus viejas páginas,
escritas por mi mano y que conservan
informes? que asenté hace muchos años.
Estas hojas descoloridas y atestadas
ya no permiten que el mundo irrumpa en ellas,
y si en verdad se agotaron antes que mi vida,
deberé acudir a otras,
por si algo me acontece todavía.
Mi lectura abarca muchos años,
y así pude dar con gentes inciertas,
como quien vuelve por un camino oscurecido.
Nombres casi olvidados,señas de casas
que visité sin dudas,hoy no me dicen nada :
quedan en el papel,no en la memoria.
(las retiene un papel?).
Aquí hay un Alberto Amable que se borró por completo;
quizá era el traficante en libros
que mantuvo trato conmigo
pero del que nada recobro,
y también doy con Laura,
la muchacha que anduvo por mis años
a quien yo saludaba y única,
hay apenas palabra sin imagen,
pues todo lo olvidé,y ni siquiera
me es dado reconstruir su rostro lejanísimo,
que se suma a este séquito de sombras.
Incluye mi lista un Abelardo;
pienso en aquel risueño condiscípulo.
Esto es cuanto persiste de aquel lejano amigo,
al que hace 30 años vi por última vez,
y de quien no recuerdo (retengo) ningún (rasgo) distinto,
salvo su fuerza y su audacia en el gimnasio,
cuando dejábamos las atentas clases.
Aquí hoy...no (recobro)otra cosa de aquel lejano amigo.
No sé quién puede ser este Julio insondable,
ahora convertido en inútil palabra;
sospecho que el excéntrico,estudioso muchacho,
que anduvo extintos reinos,brilló en antiguas guerras,
y aplicado a la historia,ensueño hereditario,
rechazó la concreta joven que lo quería
pues de había enamorado de Diana de Poitiers.
Inocentes,precarios,distraídos y nostálgicos,
quienes están ausentes de mi vida
si puñales me apagan y destruyen,
pues también su memoria,como es inevitable,
está llena de muertos insepultos.
Así,mientras repaso tantos nombres ociosos,
cuyos dueños salieron de mi ámbito,
pienso que unos son polvo pero que otros
perduran como intrusos en el mundo,
a la vez que vivientes (extinguidos),
desvanecidos,sueltos,vaporosos.
Nada puedo decir,tampoco,de Rolando,
de modo que deberé borrar su nombre vano (inútil).
Algo vuelve de él,ya sé,queda alguna huella (algún rastro),
y es el hecho mortal que presenció en el campo,
cuando era el más alegre de la fiesta.
Recuerdo que furioso y absurdo en su justicia,
mató al caballo que arrastró una legua
a su agónica hermana (novia) pisoteada.
Sólo esa tarde negra,el resto se me escapa;
su voz y sus facciones se perdieron.
(Aquí hay gratas personas cuyos rumbos ignoro,
pero que muchas veces caminaron conmigo).
Residuos,letras vanas,precisiones sin nadie,amigos misteriosos.
Tendré que desecharlos cuando lleve
a una nueva libreta las señales
de los que reconozco y puedo ver.Entonces
quedarán muchas páginas en blanco,
tan despobladas como el presente del viejo.
Seré en ese momento el capitán que vuelve
de la batalla,y al frente de los suyos
hace,grave,la cuenta de las bajas.
Amigos invisibles y rostros olvidados,
cuántos sepulcros,digo,cavamos en nosotros.
Yo también seré un nombre sin sentido
en la libreta de otros,que algún día
habrá de suprimirme con una tachadura.
(*) Este poema,y otros,aparece en uno de los diversos cuadernos utilizados para guardar artículos periodísticos o continuar con la serie de cuadernos privados.Las versiones fueron revisadas por el poeta Rodolfo Godino.
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