Carl Adamshick. Poeta. Nacido en Toledo (Ohio). Estados Unidos
Ha publicado: Curses and Wishes (Louisiana State University Press)
La soledad de un damasco
Lejos del toque de la hoja, de la ramita.
Lejos de las manchas y de las huellas
de los otros. Más allá de la noche, negra como pizarra
que se llena de lluvia. Más allá del somnoliento
origen de la tristeza. De regreso
en el cuarto encarnado. El lugar
donde se guarda todo lo que se ama y se lo ordena
para el recuerdo. El delicado agarre
y el reordenamiento cariñoso de lo que falta,
como ciertas palabras, un color reflejado
en el agua hace algunos años ya. Damascos
y lo que arde. Obtuvo lo que es.
Dulce con una piedra. Dulce con
la concesión de un par de afirmaciones,
de un par de vidas que tocará sin lastimar.
La confesión de un damasco (Carl Adamshick)
Amo incorrectamente.
Hay algo de solemne en las manos, la forma
en que las palmas se curvan
adaptándose al contorno de la piel,
la manera en que cuentan historias.
Tendría que ser como un peregrinaje.
Un regreso a las fuentes.
Es lo que santifica.
Esta plegaria. Esta misericordia.
Quiero ser peregrino para todos
y mantenerme cerca de lo inexacto y de los desagrados
astringentes, de la díscola paz, de las palabras
privadas. Quiero estar cerca de lo revelador.
Quiero escuchar a todo el mundo susurrar.
Tras el florecimiento, me suspendo.
La encíclica que vino a través de las ramas
nos insta a echar raíces, a volvernos
el diseño que está ahí dentro encapsulado.
Carne que ayuda a que la piedra se convierta en árbol.
No quiero sostener la vida
a mis extremidades, ver cómo se prepara
para mi perpetuación.
Quiero tocar y ser tocado
por cosas similares en el mundo.
Y quiero conocer algunos pocos días seculares
de perfección. A fines de esta larga temporada única,
la luz difuminada de la mañana oculta el horizonte
del mar. Y todo adquiere
un color de pizarra, una lápida blanda
donde imprimir una filosofía.
http://zaidenwerg.blogspot.com/2011_07_01_archive.html
Confesión de un albaricoque
Amo equivocadamente.
Con solemnidad en las manos,
en el modo en que la palma se curva
conforme al contorno de la piel,
a cómo desencadenará una historia.
Tal debería ser el peregrinaje.
El tacto de un manantial.
Eso es lo que santifica.
Esta súplica. Esta misericordia.
Que mi peregrinación alcance a todos,
cerca de cada inexactitud, de la astringente
mordacidad, de la paz caprichosa, de las palabras
privadas. Querría estar cerca del habla.
Sentir el suspiro de cada uno.
Después de florecer, colgaré.
La encíclica que ha llegado
por las ramas
nos enseña a arraigar, a convertirnos
en el diseño que nuestro interior esconde.
Carne que ayuda a la piedra a ser árbol.
No quiero llevar la vida
a mis extremidades, ver cómo se preparan
a sí mismas para perpetuarme.
Quiero tocar y ser tocado
por cosas parecidas de este mundo.
Quiero conocer algunos días de perfección
secular. Ya tarde en esta gran estación
la luz difusa de la mañana
esconde el horizonte marino. Todo
tiene el color de una pizarra, una suave lápida
en la que apretujar una filosofía entera.
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