Lenrie Peters nació en Bathurst (en ese entonces colonia británica), ahora Banjul, Gambia, el 1 de septiembre de 1932. Poeta, narrador, editor, médico cirujano y cantante de óperas. A los diez años trabajó como corrector de pruebas de un periódico editado por su padre, que en esa misma época le leía poetas grecolatinos. Autor de los libros de poemas: Katchikali; Satellites; y Collected poems y de la novela The Second Round, 1965. Todas sus obras fueron publicadas por Heinemann, en Londres, en la colección «African writers series». En Inglaterra realizó estudios de Ciencias Naturales y fue presidente de la Unión de Estudiantes Africanos. Se desempeñó como editor de uno de los primeros diarios gambianos, The Gambia Echo. Como Wole Soyinka, Chinua Achebe y otros, pertenece a la primera generación de escritores del África Occidental anglófona en ser reconocidos como tales, y en ser publicados en el exterior. Es un entusiasta defensor del panafricanismo. Poeta cosmopolita, sus densamente comprimidas estructuras estróficas se acomodan al espectro universal de la experiencia humana: envejecimiento y muerte, los riesgos del amor, la soledad del exilio. En su libro Satellites, 1967, el desapasionamiento del poeta doctor se constituye en una metáfora para el enraizado y doloroso aislamiento existencial, su escalpelo penetrando «el doloroso y caótico borde de las cosas». Aunque se enfurece ante la frustración del subdesarrollo africano, reflexiona sobre ciegos y enfermizos modelos de «progreso» que no presentan una continuidad con el pasado y destruyen más de lo que preservan. En su única novela, The Second Round, un físico entrenado en Gran Bretaña y víctima de la llamada «masacre del alma» traída por la occidentalización, retorna a la capital de su tierra natal lleno de «nobles ideas acerca del progreso de África» pero termina tomando un puesto en un remoto hospital selvático, y por ende arraigando en la experiencia tradicional.
Los paracaidistas dicen
El primer salto
Te arrebata la respiración
Los pies al aire molestan
Hasta que te acostumbras.
La tierra firme
No está donde la dejaste
Cuando te zambulles
Primero la cabeza tal vez
Mientras escuchas
Hablar a tus arterias
Aprendes a sostener la esperanza.
De repente estás sólo
Sosteniendo una sombrilla
En un lugar ventoso
Cuando la cálida tierra
Te alcanza
Te sosiega
El interregno vibrante ha terminado
Tratas de aterrizar
Donde el herbaje verde se entrega
Y cargas tu morral
A través de los campos
La violenta llegada
Descoyunta las articulaciones
La tierra no tiene adónde ir
Estás en el punto de mira
Saltando a través de mundos
En tiempo condensado
Después de la torpe caída
Estamos siempre en el punto de mira
* * *
Considera uno pequeño
Que podrías tomar
A lo largo de su recorrido
Frugal. No, circunspecto.
Su olvido prominente
Cimentado en humildad
Exaspera la idea
De energía. Diez años
Para alcanzar algún bocado
Verde en Marte
Es nada para un caracol; moralmente.
Bocado y clorofila
Esperarán amargos
Una generación o dos
Hasta que algún desamparado caracol
Se los apropie con
Menos arrebato; más fortuna.
Los caracoles temen la rapacidad
Prefijo de locura,
Como el rayo vagando
Por el cielo- ¿Dónde
Golpeará o morirá?
Los caracoles son infaliblemente
Sensatos e irónicos.
Deja a los vientos violentos
Llevar fantasmas hacia al mañana.
Vientos para holgazanear en
Desnudos árboles desérticos; atemporales.
Los caracoles se demoran oscuramente
En arenales, cercas, sombras a medias
Esencialmente frescas, esencialmente vivas.
¡Eternamente esforzándose, eso es todo!
* * *
Estas son las briznas de hierba
Sobre las que caminaste
Estos tus cabellos perdidos
Engarzados en el viento silencioso
Estos los pétalos
De tu encarnada florescencia
Este es mi corazón
El granero atestado
Este ardiente corazón reposará
Bajo una piedra; lavado
Por un frío arroyo transparente
Que con él pueda fluir
Mi sangre alrededor de tus bañados pies
Mis lágrimas sobre tus labios
Nunca, nunca, será encontrado allí
Nunca hasta los llamados
De otra reconstrucción del amor
Hasta que en tu arrobadora presencia
Esta agonía atemporal sea disipada
Entonces desde los años muertos
Como hojas marchitas rejuvenecidas
El amor valeroso desterrará al miedo.
Traducciones de Raúl Jaime Gaviria
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