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viernes, 2 de julio de 2010

559.- VÍCTOR BOTAS


Víctor Botas (Oviedo, 1945-1994) cursó estudios de Derecho en la Universidad de Oviedo. Entre 1969 y 1979 ejerció la abogacía, trabajó en los servicios financieros de un banco y colaboró como docente en la cátedra de Derecho Romano de la Universidad de su ciudad. A partir de entonces, el autor afirmaba andar «a su aire, en negocios». Sin embargo, su principal dedicación desde este momento fue la literatura. Su primer libro de poemas, Las cosas que me acechan (1979), influido por la lectura de Borges, muestra ya un inventario temático -la ausencia amorosa, la pervivencia de la poesía sobre la vida, el transcurso misterioso del tiempo- que desarrollará en su producción posterior. Su siguiente libro, Prosopon (1980), incorpora el cuaderno Homenaje (1980), editado de forma exenta unos meses antes, y enriquece la impronta borgiana con los ecos de un lirismo que oscila entre la cadencia elegíaca y la serenidad elocutiva.
Tras la publicación de estos libros iniciales se abre una etapa lúdica centrada en la búsqueda de una voz personal. Segunda mano (1982) se compone de un conjunto de versiones poéticas (en ocasiones apócrifas) donde Botas se apropia de los textos que le sirven de modelo mediante la actualización de sus claves retóricas y la parodia de sus fuentes literarias. La redacción de este libro discurre paralelamente a la de Versiones libertinas, unas traducciones libres del epigramista Marcial que sólo verían la luz varios años después, como apéndice del volumen crítico La obra poética de Víctor Botas (1995), coordinado por José Luna Borge. La faceta humorística de Botas se completa con el cuadernillo Aguas mayores y menores (1985), que prolonga la vocación festiva y desmitificadora que caracterizaba a los ejercicios literarios de la tertulia del café Oliver, entre cuyos miembros se encontraban José Luis García Martín y el propio Botas.
La obra de madurez de Víctor Botas se inaugura con Historia antigua (1987), finalista del Premio de la Crítica. En este libro, del que el autor ya había dado un adelanto en Arcana Imperii (1984), cristalizan sus obsesiones recurrentes: una tenue pátina culturalista, un confesionalismo apenas tamizado y un diálogo continuo con los poetas de ascendencia grecolatina. Por este camino transitan también Retórica (1992), que da una nueva vuelta de tuerca a los tópicos instituidos por la tradición literaria, y Las rosas de Babilonia (1994), un conjunto de poemas irónicos y sentenciosos que fue editado póstumamente bajo la supervisión de José Luis García Martín. La producción lírica de Botas se ha reunido en Poesía (1979-1992) (1994) y Poesía completa (1999).
Aunque su repercusión ha sido menor que la de su obra poética, Botas desarrolló una relevante labor narrativa, a la que se desplazan las obsesiones fundamentales de su poesía. El autor publicó tres novelas: Mis turbaciones (1983), un texto donde se confunden apuntes biográficos, eróticos y metaficcionales; Rosa rosæ (1992), recreación picaresca de la Roma clásica que incide en las similitudes entre la historia romana y la historia actual, y Yanira (1996), narración breve de género detectivesco ambientada de nuevo en el mundo latino. En este contexto habría que anotar además la colección de relatos El humo del Vesubio (1997), una galería miscelánea donde se dan cita desde el homenaje a los cuentos de fantasmas de Henry James hasta la relectura desmitificadora de La muerte en Venecia, de Thomas Mann. Reaparece aquí la aleación entre historia, ironía y experiencia que define el universo estético de Víctor Botas.
Luis Bagué Quílez



LA VENGANZA

Ponerte un nombre: Dafne, Isis, Diosa,
o simplemente Nadie, como Ulises.
Nadie o Nada. O tal vez. Y convertirte
en sólo una ficción –en nada menos
que una ficción sin muerte-, un alto espectro
que agita su melena, frunce el ceño,
congrega la belleza en esos ojos,
y se escapa de mí como la corza
del cazador, bajo la plata antigua
de la celeste luna de los bosques,
mientras la noche teje delicadas
rosas de sangre que en la sombra abren
sus pétalos, y mueren en tu pelo.
Bien lo sé, es mi destino: urdir fantasmas,
temblorosos perfiles, formas huecas,
curiosos arabescos que aquí dejo
sorprendidos, clavados en la hoja.
Y también estar solo. Estar muy solo.
Rodeado de hidras, voces, lenguas
Que enloquecidas corren por mi cuarto,
Furtivas y temibles, como ratas.
Pero yo aún sé vengarme: un diacepán,
y se van todas juntas a hacer gárgaras.




PROSOPON
(Breve antología poética)


Yo sé que mis palabras te parecen
cosas sin importancia; te equivocas:
perdurarán intactas y el transcurso
de los días del tiempo y de sus noches
no las marchitará. Vendrá un futuro
momento en que otros labios, aún secretos,
acaso las pronuncien no sin cierto
temblor. Tú y yo seremos polvo, y distintos
mármoles vocearán nuestras victorias
y el hierro habrá cedido al prepotente
rumor de la clepsidra. Mas tus ojos
seguirán alentando en cada línea,
perennemente jóvenes. También algo
de aquel jardín que nunca compartimos.


LA LUNA
a J.L.B.

La luna que miramos desde el Tíber
o aquí, bajo la noche de los astros,
es única y común. Ritos y magias
de antiguos sacerdotes que oficiaban
orgullosos misterios, la coronan
de fórmulas y flores fenecidas,
de jóvenes efebos que salmodian
olvidadas canciones, para siempre.
Estas cosas pasaron. Son ahora
mientras veo la luna y no comprendo
qué estoy haciendo aquí, por qué es tan triste
contemplar esa luz, si se está solo.




VENUS DE CNIDO

Las manos de la diosa
no prodigan
calor.
Vale mil veces
más la humilde ternura de esas otras,
comunes y encontradas
en la noche del puerto,
que toda la destreza de Praxíteles.



LLUVIA

En tus ojos de lluvia
crecen pálidos árboles
de hielo
Entre sus ramas
tiembla
labrada en roca viva
la imagen de un ansioso
dios que sonríe
y mata.




EPITAFIO

Os encomiendo, padres, a la pequeña Erotion
que hacía mis delicias, para que
no sufra, temerosa, ante las negras
sombras ni me la asuste —pobrecilla—
la insólita mirada de Cerbero.
A punto estaba
de cumplir seis inviernos. Que, contenta,
juegue en tan venerable compañía,
balbuciendo mi nombre, como ayer,
con su boquita aún torpe.
Suave césped
cubra sus blandos huesos. Y tú, tierra,
—ella lo fue contigo— séle leve.



ANACREONTE. MIS ESCASOS CABELLOS

Mis escasos cabellos ya son blancos.
Mi juventud se fue. También mis dientes. Lloro
e intento rebelarme: el más allá
es sombrío y me queda
tan poco ya de vida.
Triste juego
es este del morir, que nos arrastra
para siempre. Y yo tengo
tantísimo temor a dar el paso...




LAS ROSAS DE BABILONIA

No me preguntes cómo pasa el tiempo.
Liu Kiu Ling

No me preguntes cómo pasa el tiempo.
El caso es que ya estoy un poco sordo
y el pelo me blanquea. Sin embargo,
aún siento un no sé qué, algo muy tenue
(como un temblor de luna en un estanque),
aquí, justo en la boca del estómago,
cada vez que te miro. Qué curioso,
qué curioso, ¿verdad? Qué raro: el tiempo,
que en Babilonia destruyó las rosas,
que terminó con Júpiter y a polvo
redujo los imperios y las caras
(que todo se lo llevó por delante
como un rinoceronte enloquecido),
me parece que hoy se va a dejar
los dientes (por lo menos), en su inútil
empeño de ir borrándote esos ojos
que intactos —yo lo quiero— aquí se quedan.




AEROPUERTO

Como el árabe aquel
que el otro día estaba,
anacrónico y alto, haciendo cola
para tomar el vuelo
de Londres, y olvidaba
(es posible) las viejas caravanas
y la antigua
libertad del desierto que, no obstante,
su ropa a mí me trajo
a la memoria,
así nosotros
de una manera u otra
nos iremos marchando por la puerta grande
(o quizá pequeñita)
de la muerte.
(Ya sé,
ya sé que me repito; no lo hago
más que para ir acostumbrándome).



1962

Dialogar mal que bien cada mañana
con Cicerón y César.
Descubrir el amor bajo la sacra especie
del junco más flexible y la melena al viento
mientras las olas mueren en la playa
y es una fuga el tiempo, trepidante de twist
quisiera ser y quiéreme
muy fuerte amor.
Tener sólo presente
—sin memoria ni fábula: perfecto—
como una joya inquieta
entre las manos.
(Allá fuera las calles
de Madrid se cubrían
de silenciosa nieve y yo enterraba
el año y estos ojos
en aquellos contrarios que no lo parecían
de tan así que eran.)
Ser yo mismo y no extraños
fantasmas en la noche.
Y lo más importante
lo más interesante a estas alturas: vivir
para contarlo.




LA DIOSA DE LA GUERRA

Hay ángeles caídos allí donde tú miras
Fernando Pessoa


Negro temblor de orquídeas en la noche
Viento
del este
Quieto
relámpago que parte en dos el cielo
que lo anonada
y rasga
Anillo
que aguarda su destino
inmóvil bajo el Támesis
Virgen insomne
Virgen silenciosa
Virgen
que surca las tinieblas
temblorosos los labios
gritando profecías
Rosa
violenta y roja y repentina
Torre
de soledad
Gota
de música
Irrumpes en mi vida
como el toro en la plaza
Vienes
con ramos de narcisos en las manos
racimos en la boca
chorreantes
los cabellos de bálsamo y guirnaldas
Isis
Core
Proserpina o Perséfone
lo mismo
da
si cortas
con igual maestría
el hilo del destino
(Bajo un telón de sangre
las pirámides sueñan con su muerte
se mecen
en el tiempo
los párpados
sellados
las cinturas
ceñidas por la bruma)
Plantada ante el crepúsculo
tu frente se parece
muchísimo a la frente de Belona
la que blande la antorcha y la alta lanza
la diosa de la guerra
Así
sobre la faz del mundo eres el fuego
con que grabar los signos asesinos
de una historia de amor
Y si me miras
—si me miras, Dios santo—
a la sombra de un árbol sestean cien leones.




SONETO DE LOS MISTERIOS DOLOROSOS

Ciertos andares levemente hombrunos;
un diente que ahí está… descolocado;
la nariz regordeta, o bien, alzado
su arco un poco más de lo que algunos
puristas (pienso en Fidias) aconsejan.
Aquella piel tan pálida que muertos
ya sus pies te parecen; los inciertos
pasos adolescentes que se alejan
(¡y, oh Dios, con qué torpeza!) de ti; esa
diabólica sonrisa… Cuántos años
y no entender aún de qué extraños
ardides usa el Ciego con su presa.
¿Tras qué desastre, pues, tras qué impostura
te esperará la fiera, insomne, dura?





FLORENCIA


Una luna encarnada
allá en el aire
y sola
El repentino aroma
de un ramo de violetas
al salir
de un café
en vía Clazaiuoli
Aquella
rosa herida
de muerte entre los pliegues
de seda del crepúsculo
El puente
El frío
Arno
Fiésole
Los cipreses
soñando en las colinas
La noche
la de siempre
la de todos
los días
ésa
la que ya se te enreda en las pestañas





VIA CRUCIS

No te engañes: no hay más que dos caminos.
Mas puedes escoger, así que deja
tu estameña y el cuenco de las gachas
y cúbrete en silencio de orgullosa
púrpura, suave lino, azul diadema,
o de húmedas guirnaldas palpitantes,
y avanza como un rey o como un toro
que inmolaran los flámines a Júpiter.
No te engañes: no hay más que dos caminos.
Y por los dos irás al matadero.



NOCHE OSCURA DEL ALMA


Tu carne
tan desnuda
quieta
en la oscuridad
Tus pechos
dos
temblores
dos
lunas
en medio de la noche
Mis brazos
te rodean
violento
cuerpo a cuerpo
lucha
que sólo acabará
conmigo
sobre ti
conmigo
que me voy enredando en esas algas firmes
húmedas
suaves como tentáculos
Hasta que allá
en la calle
se acerque el alba de puntillas
sorbo
una a una tus lágrimas
gozosas
mansamente te lamo
chupo
igual que chuparía
un niño un caramelo
de frambuesa
Tu boca
ahora me sabe a almíbar
ahora
a cortezas amargas de naranja
Veo
a Dios
justo en ese momento en que mi cuerpo
se vacía de golpe entre tus piernas
Dices
(y es muy cierto)
que soy tímido y muy muy indeciso
y que siempre consigo lo que quiero
—lo malo
es que tan sólo quiero
un poco más
de ti
un poco
más
en esta larga noche que se niega a morírsenos
así de cualquier modo
entre las manos
Estoy solo
Amanece
Una campana salta como un gato
sobre todas las cúpulas
las cópulas
y todos los tejados humeantes
La bruma
suelta su pedrería en la ventana
araña
los cristales
y me muerde la espalda con desgana.



AMANECE EN LA PLAYA


Como un gigante ciego
levanta el mar sus brazos
cargados de esmeraldas
chorreantes
al cielo indiferente
Círculos
de gaviotas se agitan en el aire
piensan
sin duda huir al interior
El viento
muerde las banderolas
gira
enloquecido en torno a los cordajes
y una luna muy pálida se borra lentamente
sobre un rumor de árboles
Y yo
que voy por este largo paseo de la playa
muy cerca de la arena
con el mar
de tu pelo temible ondeando allá lejos
con
las negras gaviotas de tus ojos
venga y venga a gritar
sin otro pensamiento que irse de mi lado
con
el tono de tu voz
quemándome los tímpanos
y la pálida luna de tu frente
tan remota e impasible como la luna aquella que moría
tranquila entre las copas
de los pinos
Con un poco de bruma
por toda compañía.








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