Thomas Hood
Thomas Hood (23 de mayo, de 1799 - 3 de mayo, de 1845) fue un humorista y poeta inglés.
Hijo de Thomas Hood, un librero de origen escocés, nació en Londres. A la muerte de su esposo en 1811, su madre se trasladó a Islington. Obtuvo sus primeros ingresos literarios revisando para la prensa una nueva edición de Pablo y Virginia.
Fue admitido en una firma contable de un amigo de la familia, pero pronto su salud se resintió y lo enviaron a vivir con unos familiares en Dundee, Escocia. Allí llevó una vida saludable, y se hizo un lector incansable; pronto contribuyó a periódicos y revistas provincianos con artículos poéticos y humorísticos.
A su regreso a Londres, en 1818, se dedicó a los grabados, lo que le permitió ilustrar sus propias creaciones humorísticas.
En 1821, John Scott, editor de la London Magazine, murió en un duelo, y el periódico pasó a manos de unos amigos de Hood, que le propusieron ser subdirector. Este cargo le permitió conocer a los literatos de la época: Charles Lamb, Henry Cary, Thomas de Quincey, Allan Cunningham, Bryan Procter, Serjeant Talfourd, Hartley Coleridge, el poeta campesino John Clare y otros que publicaban en la revista. Este contacto le permitió ir desarrollando sus capacidades literarias. Se casó en 1825.
Escribió Odes and Addresses, su primera obra, con su cuñado J.H. Reynolds, amigo de John Keats. De esta misma época son The Plea of the Midsummer Fairies (1827) y el romance dramático, Lamia, aunque fueron publicados más tarde. The Plea of the Midsummer Fairies era un volumen de poesía seria.
En 1830 comenzó a publicar las series del Comic Annual. Se hicieron bastante populares. Trataban los asuntos del momento de una manera caricaturesca.
Conforme ganaba en experiencia, su dicción se hizo más simple. En un anuario llamado Gem apareció la historia de Eugene Aram. Comenzó una revista con su propio nombre, asegurándose las contribuciones de otros literatos, pero era su actividad la que principalmente la sostenía.
Fue apreciado, sobre todo, por sus versos cómicos y satíricos y juegos de palabras. Sin embargo, son los poemas serios que escribió antes de morir los que hoy en día se recuerdan como sus obras maestras: Song of the Shirt (1843) y The Bridge of Sighs (1844), sencillos poemas que narraban las condiciones de vida de la época.
Quizá el más conocido sea el poema melancólico "Song of the Shirt (Canción de la camisa)", que apareció anónimamente en el número de Navidad de la revista Punch, 1843:
Con dedos cansados y magullados
Con párpados pesados y enrojecidos,
Se sienta una mujer, en harapos poco femeninos,
Manejando aguja e hilo
¡Cose, cose, cose!
En la pobreza, el hambre y la suciedad,
Y aún, con una voz doliente
Canta la "Canción de la camisa."…
Contribuyó a la revista Athenaeum, de James Silk Buckingham, durante el resto de su vida. Su prolongada enfermedad le causó problemas económicos, paliados al recibir una pensión.
Nueve años después de su muerte, Richard Monckton Milnes, primer barón de Houghton inauguró un monumento conmemorativo, alzado por suscripción pública, en el cementerio de Kensal Green.
Obras
Odes and Addresses to Great People (1825)
Whims and Oddities (Caprichos y extravagancias) (dos series, 1826 y 1827)
The Plea of the Midsummer Fairies, hero and Leander, Lycus the Centaur and other Poems (1827), su única colección de verso serio.
The Dream of Eugene Aram, the Murderer (1831)
Tylney Hall, a novel (3 vols., 1834)
The Comic Annual (1830-1842)
Hood's Own, or, Laughter from Year to Year (1838, segunda serie, 1861)
Up the Rhine (1840)
Hood's Magazine and Comic Miscellany (1844-1848)
National Tales (2 vols., 1837), colección de relatos cortos
Whimsicalities (1844), con ilustraciones inspiradas en diseños de John Leech; y muchas contribuciones de periódicos contemporáneos.
Silencio
Hay un silencio donde jamás habitó el sonido,
Hay un silencio donde ningún sonido puede ser,
En la fría tumba -bajo el profundo mar-
O en el amplio desierto donde la vida es un mito.
Pero las nubes y sus sombras vagan libres,
Y nunca han hablado sobre el yermo duro,
O en las ruinas verdes, sobre desolados muros
De antiguos palacios, donde el hombre supo ser,
Y aunque el zorro aúlle y las hienas lloren,
Y los búhos furtivos oigan el reflejo
Del suave viento que gime en sus ecos,
Allí, el verdadero silencio, aguarda.
El lecho de muerte
Observamos su respiración a través de la noche,
Su aliento suave y apagado,
Mientras el mar de la vida, agotado,
En su pecho se mecía sin descanso.
Tan silenciosamente parecíamos hablar,
¡Tan furtivos nos trasladábamos!
Mientras toda nuestra atención volcábamos
A estirar su vida por un rato.
Y esa misma esperanza refutó nuestros miedos,
Miedos refutados por nuestra esperanza,
Pensamos que moría al dormir
Y que dormía cuando estaba muerta.
Débil y triste el alba comenzó a aparecer,
Helándonos con su rocío cerrado,
Sus ojos tranquilos por fin descansaron,
Despertando a otro amanecer.
El Puente de los Suspiros
¡Ahogada! ¡Ahogada!
Hamlet.
¡Una infortunada más, cansada ya de respirar, temeraria e impaciente que se fue a la muerte!
¡Tomadla con ternura, levantadla con cuidado: tan frágil, tan joven, tan bonita!
Mirad su vestido, pegado al cuerpo como un sudario, mientras el agua gotea sin cesar de sus ropas. ¡Levantadla en seguida, con amor, sin repugnancia!
No la consideréis despectivamente, pensad con dolor en ella, dulce y humanamente, no en sus máculas: todo cuanto queda de ella es ya pura mujer.
No escudriñéis muy hondo su rebelión irreflexiva y culpable; más allá del deshonor, la muerte ha dejado en ella sólo lo hermoso.
A pesar de sus errores, es de la raza de Eva, limpiad el cieno viscoso que mancha sus labios; recoged sus cabellos gruesos y rizados, sus hermosos cabellos castaños, mientras os preguntáis perplejos dónde estaría su hogar.
¿Quién sería su padre? ¿Quién su madre? ¿Tendría una hermana? ¿Tendría un hermano? ¿O habría alguno todavía más querido, alguien más cercano que todos los demás?
¡Ay, que extraña es la caridad cristiana en este mundo! ¡En una ciudad rebosante de gentes, ni un hogar que llamar propio!
Hermanas, hermanos, padre, madre: ¡Qué cambiados sus sentimientos hacia todos! El amor, toscamente derribado ante sus ojos, y hasta la providencia de Dios, ausente ya y ajena.
A la luz de los faroles que allí parpadean en lo hondo del río, con tantas ventanas iluminadas desde el desván hasta el sótano, sólo ella, trémula y confusa en medio de la noche, carecía de albergue.
El tórrido viento de marzo la hacía estremecer y tiritar; no, no era el gran arco oscuro del puente, ni el tenebroso río que corría debajo: enloquecida por la historia de la vida, jubilosa ante el misterio de la muerte, pronta a lanzarse en ella... ¡A cualquier parte, a cualquier sitio fuera del mundo!
Se arrojó temerariamente. ¡Qué importaba que el agua estuviese tan fría!... ¡Piensa en esa agua, hombre disoluto: imagínala, sumérgete en ella, lávate en ella, bébela, si es que puedes!
¡Tomadla con ternura, levantadla con cuidado; tan frágil, tan joven, tan bonita!
Antes de que sus helados miembros se pongan demasiado rígidos, dulcemente, bondadosamente, disponedlos con decoro y cerrad esos ojos abiertos que observan tan fijos.
Que miran tan terriblemente a través del légamo impuro, igual que cuando miraban con la última vista inexorable de la desesperación fija en el futuro.
Muerte sombría, a ella empujada por la glacial y tenaz indiferencia humana, por la frenética demencia de los hombres: cruzad modestamente sus manos sobre su seno, como si orasen en silencio; reconoced sus flaquezas, su mal conducta, y dejad humildemente sus pecados a su Salvador.
AUTUMN
SAW old Autumn in the misty morn
Stand shadowless like Silence, listening
To silence, for no lonely bird would sing
Into his hollow ear from woods forlorn,
Nor lowly hedge nor solitary thorn;--
Shaking his languid locks all dewy bright
With tangled gossamer that fell by night,
Pearling his coronet of golden corn.
Where are the songs of Summer?--With the sun,
Oping the dusky eyelids of the South,
Till shade and silence waken up as one,
And Morning sings with a warm odorous mouth.
Where are the merry birds?--Away, away,
On panting wings through the inclement skies,
Lest owls should prey
Undazzled at noonday,
And tear with horny beak their lustrous eyes.
Where are the blooms of Summer?--In the West,
Blushing their last to the last sunny hours,
When the mild Eve by sudden Night is prest
Like tearful Proserpine, snatch'd from her flow'rs
To a most gloomy breast.
Where is the pride of Summer,--the green prime,--
The many, many leaves all twinkling?--Three
On the moss'd elm; three on the naked lime
Trembling,--and one upon the old oak-tree!
Where is the Dryad's immortality?--
Gone into mournful cypress and dark yew,
Or wearing the long gloomy Winter through
In the smooth holly's green eternity.
The squirrel gloats on his accomplish'd hoard,
The ants have brimm'd their garners with ripe grain,
And honey bees have stored
The sweets of Summer in their luscious cells;
The swallows all have wing'd across the main;
But here the autumn Melancholy dwells,
And sighs her tearful spells
Amongst the sunless shadows of the plain.
Alone, alone,
Upon a mossy stone,
She sits and reckons up the dead and gone
With the last leaves for a love-rosary,
Whilst all the wither'd world looks drearily,
Like a dim picture of the drownèd past
In the hush'd mind's mysterious far away,
Doubtful what ghostly thing will steal the last
Into that distance, gray upon the gray.
O go and sit with her, and be o'ershaded
Under the languid downfall of her hair!
She wears a coronal of flowers faded
Upon her forehead, and a face of care;--
There is enough of wither'd everywhere
To make her bower,--and enough of gloom;
There is enough of sadness to invite,
If only for the rose that died, whose doom
Is Beauty's,--she that with the living bloom
Of conscious cheeks most beautifies the light:
There is enough of sorrowing, and quite
Enough of bitter fruits the earth doth bear,--
Enough of chilly droppings for her bowl;
Enough of fear and shadowy despair,
To frame her cloudy prison for the soul!
"Autumn" is reprinted from The Oxford Book of English Verse: 1250–1900. Ed. Arthur Quiller-Couch. Oxford: Clarendon, 1919.
THE BRIDGE OF SIGHS
NE more unfortunate,
Weary of breath,
Rashly importunate,
Gone to her death!
Take her up tenderly
Lift her with care;
Fashion'd so slenderly,
Young, and so fair!
Look at her garments
Clinging like cerements;
Whilst the wave constantly
Drips from her clothing;
Take her up instantly,
Loving, not loathing.
Touch her not scornfully;
Think of her mournfully,
Gently and humanly;
Not of the stains of her,
All that remains of her
Now is pure womanly.
Make no deep scrutiny
Into her mutiny
Rash and undutiful:
Past all dishonor,
Death has left on her
Only the beautiful.
Still, for all slips of hers,
One of Eve's family--
Wipe those poor lips of hers
Oozing so clammily.
Loop up her tresses
Escaped from the comb,
Her fair auburn tresses;
Whilst wonderment guesses
Where was her home?
Who was her father?
Who was her mother?
Had she a sister?
Had she a brother?
Or was there a dearer one
Still, and a nearer one
Yet, than all other?
Alas! for the rarity
Of Christian charity
Under the sun!
O, it was pitiful!
Near a whole city full,
Home she had none.
Sisterly, brotherly,
Fatherly, motherly
Feelings had changed:
Love, by harsh evidence,
Thrown from its eminence;
Even God's providence
Seeming estranged.
Where the lamps quiver
So far in the river,
With many a light
From window and casement,
From garret to basement,
She stood, with amazement,
Houseless by night.
The bleak wind of March
Made her tremble and shiver;
But not the dark arch,
Or the black flowing river:
Mad from life's history,
Glad to death's mystery,
Swift to be hurl'd--
Anywhere, anywhere
Out of the world!
Is she plunged boldly--
No matter how coldly
The rough river ran--
Over the brink of it,
Picture it--think of it,
Dissolute Man!
Lave in it, drink of it,
Then, if you can!
Take her up tenderly,
Lift her with care;
Fashion'd so slenderly,
Young, and so fair!
Ere her limbs frigidly
Stiffen too rigidly,
Decently, kindly,
Smooth and compose them;
And her eyes, close them,
Staring so blindly!
Dreadfully staring
Thro' muddy impurity,
As when with the daring
Last look of despairing
Fix'd on futurity.
Perishing gloomily,
Spurr'd by contumely,
Cold inhumanity,
Burning insanity,
Into her rest.--
Cross her hand humbly
As if praying dumbly,
Over her breast!
Owning her weakness,
Her evil behavior,
And leaving, with meekness,
Her sins to the Savior!
"The Bridge of Sighs" is reprinted from The Oxford Book of English Verse: 1250–1900. Ed. Arthur Quiller-Couch. Oxford: Clarendon, 1919.
DEATH
T is not death, that sometime in a sigh
This eloquent breath shall take its speechless flight;
That sometime these bright stars, that now reply
In sunlight to the sun, shall set in night;
That this warm conscious flesh shall perish quite,
And all life's ruddy springs forget to flow;
That thoughts shall cease, and the immortal sprite
Be lapp'd in alien clay and laid below;
It is not death to know this--but to know
That pious thoughts, which visit at new graves
In tender pilgrimage, will cease to go
So duly and so oft--and when the grass waves
Over the pass'd-away, there may be then
No resurrection in the minds of men.
THE DEATH-BED
E watch'd her breathing thro' the night,
Her breathing soft and low,
As in her breast the wave of life
Kept heaving to and fro.
So silently we seem'd to speak,
So slowly moved about,
As we had lent her half our powers
To eke her living out.
Our very hopes belied our fears,
Our fears our hopes belied--
We thought her dying when she slept,
And sleeping when she died.
For when the morn came dim and sad,
And chill with early showers,
Her quiet eyelids closed--she had
Another morn than ours.
"The Death-bed" is reprinted from The Oxford Book of English Verse: 1250–1900. Ed. Arthur Quiller-Couch. Oxford: Clarendon, 1919.
FAIR INES
SAW ye not fair Ines?
She's gone into the West,
To dazzle when the sun is down,
And rob the world of rest:
She took our daylight with her,
The smiles that we love best,
With morning blushes on her cheek,
And pearls upon her breast.
O turn again, fair Ines,
Before the fall of night,
For fear the Moon should shine alone,
And stars unrivall'd bright;
And blessèd will the lover be
That walks beneath their light,
And breathes the love against thy cheek
I dare not even write!
Would I had been, fair Ines,
That gallant cavalier,
Who rode so gaily by thy side,
And whisper'd thee so near!
Were there no bonny dames at home,
Or no true lovers here,
That he should cross the seas to win
The dearest of the dear?
I saw thee, lovely Ines,
Descend along the shore,
With bands of noble gentlemen,
And banners waved before;
And gentle youth and maidens gay,
And snowy plumes they wore:
It would have been a beauteous dream,--
If it had been no more!
Alas, alas! fair Ines,
She went away with song,
With Music waiting on her steps,
And shoutings of the throng;
But some were sad, and felt no mirth,
But only Music's wrong,
In sounds that sang Farewell, farewell,
To her you've loved so long.
Farewell, farewell, fair Ines!
That vessel never bore
So fair a lady on its deck,
Nor danced so light before,--
Alas for pleasure on the sea,
And sorrow on the shore!
The smile that bless'd one lover's heart
Has broken many more!
"Fair Ines" is reprinted from English poetry II: From Collins to Fitzgerald. Ed. Charles W. Eliot. New York: P.F. Collier & Son, 1914.
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