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sábado, 6 de septiembre de 2014

MARÍA LAURA FERNÁNDEZ BERRO [11.060]


María Laura Fernández Berro 

Nació en La Plata, ARGENTINA. Es Licenciada en Letras, traductora y gestora cultural. Trabajó en el área de evaluación de proyectos y edición de la editorial municipal La Comuna Ediciones y en el área de extensión cultural del Palacio López Merino. Actualmente, su actividad está centrada en el Museo y Archivo Dardo Rocha. También coordina talleres de narrativa para jóvenes y adolescentes. Tradujo a Maupassant y a Le Clézio. Algunos de sus textos fueron traducidos al inglés, al francés y al portugués. Por lo demás, la apasiona el agua y en sus ratos libres se dedica a remar. Publicó una decena de libros; entre ellos: Esteban J. Uriburu, sacerdote y aventurero (ensayo, Emecé, 2000); Ana Mon, la transformación solidaria (ensayo, Ediciones Al Margen, 2002); El camino de las hormigas (novela, Ediciones de la Flor, 2005); Mujer que viene (cuentos, Ediciones Al Margen, 2009); La sangre derramada (novela, Babel Editorial, 2011) y ¡Piú avanti! Vida de Almafuerte (ensayo, La Comuna Ediciones, 2013). Obtuvo el primer premio de novela breve en el Certamen de Narrativa organizado por la diputación de Córdoba, España, en 2003, por El camino de las hormigas, y el primer premio en el Noveno Concurso de Novela Aurora Venturini, en 2010, por La sangre derramada. Este año, Babel Editorial dio a conocer Variaciones del río (poesía y prosa poética, con ilustraciones de Hugo Bastos), que recibió el premio Alberto Burnichon al libro mejor editado en la Feria del Libro de Córdoba. En la contratapa del mismo, destaca Hernán Jaeggi: “Los textos de Fernández Berro no tratan sobre el río aunque nos hagan mirar el río. En todo caso es un río simbólico el que recorremos: el río de nuestras vidas surcado por sueños, sirenas, hojas, barcos, pájaros, peces, cuerpos y voces. El ritmo juega un papel importante en estas Variaciones del río, donde el sonido de las vocales es un cauce, una canoa o un vientre y los rumores de la corriente son ‘vibraciones que resuenan en el agua de luz’. El río es, como dijo Octavio Paz, una ‘larga palabra que no acaba nunca’. Los textos se expanden y contraen al unísono y alternativamente, como las bajantes o crecidas del río ‘por donde todo vino y todo se va’, una paradoja que sirve para sugerir lo que se quiere decir: el mundo es un inmenso torrente y nuestras fuerzas son minúsculas letras a la deriva”.




MOTÍN

Nico tiene 15 años. Estilo Marilyn Manson, saco largo y negro, uñas pintadas, más de un piercing, cejas afeitadas, la cara blanca de rasgos perfectos. 

Camina, camina, camina hasta que encuentra la forma perfecta de escaparse. Salen de a 5, parecen milicos, hasta que lo encuentran en 7 y 36, hecho un caracol negro.

Ahora lo empastillan y lo encierran 3 días más. Si te portás mal...

Marita se quiso cortar las venas con la pinza de depilar de Florencia, pero la descubrieron. Sonda y suero se arranca. La clínica se llena de gritos y nos quedamos quietos, como si nos hubieran retado. Los gritos rebalsan los platos, los vasos, las cacerolas. Tengo miedo. No hay nadie que me abrace cuando grita. 

Mamá dice que si el doctor quiere hablar con ella, no piensa ir. Que qué se imagina. Ella siempre fue derechito por la vida. Y nada. Que si vuelvo a tener ganas, suba la radio y listo.






TSUNAMI

No lloró porque creyó que estaba muerto. Sintió la textura blanda de su cerebro. Nada sólido, nada firme, casi un cilindro de agua. Sólo agua. Por eso emprendió un camino de gusano, lento, previsible. Pensó en caracoles y vomitó. Fue un buen síntoma. 

El instante en que se consuma el triángulo es apenas el paso anterior a la catástrofe.

En: “Mujer que viene”, Ediciones Al Margen, 2009.






Terror de navegantes

Por el canal, un carguero, apenas en lastre, flota alto. En la herrumbre de sus costados puede leerse la vanidad de las derrotas. Un nombre de mujer, chorreado de orines y de grasa, espejea en la popa.
Desde las islas llega un humo acre de ramas salvajes todavía verdes. No se ve el fuego. Se huele. Un condimento excesivo, picante, volcado sobre el olor de vegetales que navega río abajo.
Río por donde todo vino y por dónde todo se va.
Río como un cuero de caballo extendido al sol. A veces zaino, a veces alazán, a veces tordillo, a veces azulejo.
Río a veces potro.
Río que enloqueció las brújulas de los conquistadores.
Río de miles de naufragios, ocultos por barro.
Al filo del viento, olas redondeadas y largas, venidas desde el Atlántico, traen el cansancio y la tristeza de la distancia recorrida.
Olas cortas y abruptas se topan casi de frente contra las olas viejas.
Contienda de agua que va de costado, mi río. Mi río.






Raíz y canto

La canoa ya recorrió el canal y enfila hacia el río. Un tronco volteado sobre el agua. Una garza gris y blanca emprende el vuelo, planea a media altura con una mínima torsión de alas. Es una joya en la luz del poniente, es una música en el aire, es un baile en el agua. Árboles penitentes rezan. Cuando el viento sople del sudeste, las raíces de los que imploran, caerán al río de pecados. Agua que canta, agua que sueña, agua que se revuelve a veces, agua que duele o acaricia, agua que cura, agua que lava, agua que cansa o salta enfurecida.






Color de barro

El cielo es un desierto azul. A lo lejos, una chalana hundida hasta la borda. El motor, carrasposo, apenas puede moverla. Carga troncos, ciruela, junco. En la popa, casi no queda lugar para su timonel: un hombre del color del río, con un cigarro sin filtro entre los dientes. Nomás siente el gorgoteo de esa hélice que distingue entre la de cientos de embarcaciones, la mujer color de barro que vive en la casa de madera y chapas con vocación de naufragio asoma a la barranca y saluda al paso con la mano derecha en alto. El timonel de la lancha se lleva su mano derecha a la visera de la gorra encasquetada hasta las cejas, inclina la cabeza. Cuando la chalana vira en el recodo siguiente, la mujer vuelve a meterse en la casa.






Como un barco viejo, el árbol

El viento y sus singladuras. El viento.
Somos peces de tierra angustiados, aterrados, que desde el exilio escribimos agua.
Y el río al costado del hombre. Chillidos de pájaros. Biguás, garzas.
Madera y carne la tarde hacia el sur.
El viento y sus singladuras. El viento.
En el canal, después de la tormenta, cayó un árbol seco. Volverá a ser tierra, orilla, cobijo. Volverá a ser árbol con otras raíces y con otras ramas y con otras hojas. Volverá a cantar. Se despidió de la tormenta como un barco viejo.






Rumor de arena, más allá

Vienen. Veo venir los juncos, el barco muerto, la palmera rígida, lejos. Vienen hacia mí los pájaros. Todo viene. Se quiebra el agua. Rompo la luz muda sobre el río. Los ladridos son ecos de otro mundo si remo. ¿Por qué un perro? ¿Por qué una orilla si el agua es el mundo? Huellas líquidas los remos dibujan detrás de mí. Cierta música es remar. Frasear el agua. El empeño de las manos. Filo y luz abren la orilla de árboles. Una garza esculpida vive. La sangre empuja, mueve, acerca el paisaje.
Entre los árboles, se alza el esqueleto de lo que fue una casa. Un túmulo de cosas, todas negras, todas verdes, todas en guirnaldas por ramas florecidas. Más allá, y en todas partes, un dulcísimo rumor de arena y agua en el tiempo. Y castañuelas de drizas.
Mi río, cada vez más cielo.






Sobre la arena rota

La orilla, sucia y náufraga, ayer soñó que venía una ola.
Espuma rota, errante. Y la luz.
Fue entonces que el agua se arrugó desde el centro hasta la orilla. Y vio la tierra abierta. Y vio los barcos oxidados sobre la arena.
Río como un animal echado, marrón, enorme.
Un ataúd de barro, el río.






Desde el fondo del río

Una goleta, contra el verde, flota como ave marina.
El tiempo suspendido es otro.
Se mece en el río pardo que es mar, como una mujer bellísima, la nave ensimismada.
Todo en ella atrae a los fantasmas de los que alguna vez vinieron.
Su mascarón de proa es una indígena bella y quieta.
Hace tiempo, naufragó en el fondo oscurecido del río.
Un loco, a oscuras, palpó su cuerpo roto, envejecido de proa a popa, y quiso abrazar la muerte.
Se zambulló en lo blando y fue tanteando la piel amada.
En el agua turbia acarició sus formas estremecidas bajo sus pies; provocativas.
La rescató del fondo.
Le robó al río un cadáver y durmió en su cuerpo rígido.
La miró durante siete días y se escapó con ella.
Un día, se dijo: “Navegar es preciso”.
El viento del sudeste arrancó agujas de luz al agua.
Navegó.






Luna líquida

Ahí está el río recostado, sin comprender.
Silencio hendido de espuma.
Velamen castigado, los árboles.
La luna y su anillo apretado de sangre. Una luna líquida, profunda, sin fin.
Los barcos, tristemente encallados, amarrados a lo oscuro.
Crispar el agua, escribir la vida.





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