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miércoles, 17 de abril de 2013

OCTAVIO FERNÁNDEZ ZOTES [9721]



Octavio Fernández Zotes nació en Cabañeros, peque­ña pedanía del municipio de Laguna de Negrillos, en el páramo leonés, en 1935.
Como pediatra, ejerció durante 37 años en Gal­dakao (Vizcaya).
Finalizado su ciclo profesional se preguntó si habría vida después de la medicina y se dijo: ¿Por qué no en la poesía?
Fruto de ello son los poemarios:
En las zarzas del camino, Editorial Erroteta 2005.
Memorial inacabado, Ediciones Hontanar 2006.
Anónimo viajero, Ediciones Hontanar 2009.
El libro conjunto Poetas de transición, Ediciones Hontanar 2006.
Ha participado en dos Antología hispano chilenas:
Arpegios poéticos, Santiago de Chile 2008 y Crisol poético, Santiago de Chile 2009.
Participó con varios relatos en el libro de VV.AA. Tiempo de Recreo, Editorial El Recreo, Barcelona 2007.
Es coautor, junto con José Domingo Gutiérrez, del libro gráfico La inquietud de los árboles del límite, (2012).
Sus poemas figuran en diversas revistas y páginas de Internet.
“Si tuviéramos que colocar algún marbete a sus ver­sos, hablaríamos de poesía existencial centrada en las angustias del yo”. José Enrique Martínez, en Filandón (Diario de León).



Vendrá la muerte y tendrá tus ojos… (Cesare Pavese)
Somos el tiempo que nos queda… (Caballero Bonald)
Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol… (Martín Luther King)

SE QUEBRARÁ EL RECUERDO Y TODO SERÁ EN VANO

Sonarán los clarines de la muerte
en el alcor lejano
y traerá con ella letanías discontinuas
de gritos y llantos.
Lastimeros quejidos que de lejos
clamarán al dios de lo imprevisto.
No esperamos a la muerte tan temprano.
Llega su turno y, asustados, 
gritamos que la muerte nos sorprende,
mas ya todo estaba escrito
en la letra pequeña del contrato.

Uno empieza a morir mucho antes de la muerte.
La muerte es una sombra larga
que ronda a nuestro lado imperceptible.

El nombre de la muerte que le damos
a los últimos momentos
no es sino un plazo ya cumplido;
es la inapelable ejecución de una sentencia.

Y sin embargo, esa muerte anunciada, 
ese terrible plazo,
hace tiempo que camina con nosotros
un arcano de pétalos y trazos, 
un acicate, una búsqueda intensiva,
un permanente trago que apuramos
como si fuera hoy el comienzo
el final del primer día.
La muerte es un fin y es el motivo 
si supiéramos gozarlo.

Hay un tiempo preciso que es precioso
para hollar el hielo y dejar huellas
calientes detrás de nuestros pasos.

Pozos profundos que reclaman llantos,
ensenadas cálidas donde encontrar cobijo,
brazos abiertos que esperan a otros brazos,
palabras tiernas con poder balsámico,
sonrisas limpias, lágrimas fecundas,
trigo duro que amolar haciendo harina;
trigo nuevo naciendo en el sembrado.






Lázaro

Lázaro oyó sonar sobre su tumba
la voz majestuosa
del más dulce amigo de la infancia.
Ha días que dormía mansamente
en el seno caliente de la tierra.

Era un sueño apático y sin sueños;
era un estar estando, simplemente;
era una soledad cristalizada;
era un nadar a braza por la nada;
era un vacío hundido en el vacío.

Su amigo le conminó con voz urgente:
¡Álzate, Lázaro, álzate y anda!

Pero Lázaro, ¡ay!, estremecido,
miró en torno a él y, convencido
de que nada sorprendente le esperaba,
se dio la vuelta y continuó dormido.



Cada día...

Cada día, y en el momento justo
de inaugurar una nueva mañana,
me arremango y tomo impulso
para escribir el poema más bello de este mundo.

Amalgamo los sueños comprimidos;
me asomo con deleite a la ventana;
saludo a la vecina que me llama
por mi nombre de pila;
veo volar las golondrinas,
como un nuevo Bécquer redi-vivo,
escucho el trinar divino de las aves...

Pero apenas intento remontarme,
alzar el vuelo triunfal al infinito;
cantar los diminutos gozos de esta vida:
Leo el periódico y se me cae el mundo.
Y así continúo, un día y otro día,
melancólico, triste y meditabundo.



Viaje a tu memoria

Cuando haya pasado el tiempo de las rosas
y cierren tras de mí las puertas herméticas del Hades,
yo tomaré la ruta hacia Occidente
en un viaje sin retorno a las Hespérides
o a un Avalón desierto y sin manzanas.

Cuando cierren las puertas y ventanas
del último aposento; cuando el viento
se haya llevado el polvo ingrávido
de mis últimas palabras;
cuando ya no quede nada;
sólo quedará un leve recuerdo
del que te nombro como única guardiana.

Aunque yo me haya ido, perdido en esa barca
que pilota Caronte
y no haya un horizonte por delante,
seguiré habitando en el seno
íntimo del jardín de tus recuerdos.

No quiero ni más gloria ni más nada.
Y si has de ser el fiel guardián, yo te convoco
a que evoques mis sueños no alcanzados.
No los mezcles con llantos y plegarias;
te entrego el Grial en que mi sangre mora;
envuélvelo en caricias y sonrisas
en el lecho de algodón de tu memoria.



Pequeño mundo

A veces el mundo parece tan pequeño
que a uno le entran ganas
de salir de paseo una mañana
y mirarlo en perspectiva, desde lejos.

Mirarlo en sus múltiples facetas,
como un espejo roto que refleja
todas las miradas de los otros.
Y luego, todos juntos,
sentarse a la mesa de un café-concierto,
ya sea en Bogotá o en Barcelona,
y rehacer el puzzle, pieza a pieza.

Sentir qué pocas cosas nos separan
y cómo se acortan las distancias.
Saber que, aun diferentes,
notamos en el fondo
los mismos sueños, las mismas ansias.
Que parando la mirada en un punto concreto;
ese punto común en la distancia:
¡Qué leve le queda el lugar a los recelos!
¡Qué dilatado el lugar de la esperanza!



Tu nombre

Si, ya fuera al azar, ya de ex profeso,
buscando en río revuelto de los días,
hallé tu nombre grabado entre las piedras:

¿Qué puedo hacer sino tenerlo
enquistado en mis labios, pronunciarlo,
darle vuelta al revés hasta gastarlo
y hasta beberlo e incorporarlo
al viento frío que me envuelve?

Emborracharme de sílabas y letras,
deletrear con fruición cada sonido,
deleitarme en su cándido latido
sabiendo que estás en él y que despierta,
con la huella esculpida en esa piedra,
una llamada urgente hacia tus señas.



Para seguir viviendo

A veces son manos
que pasan y me rozan.

A veces son ojos
que pasan y me miran.

Tal vez sea mentira:
ni me rozan ni me miran.

Pura casualidad,
mero accidente.

Pero yo me aferro a la caricia
y siento una cálida sonrisa.

Es suficiente para no sentirme solo;
para seguir viviendo.



Como notas difusas...

Como notas difusas
que van acariciando con un sonido lento:
así llegan a veces melódicos tus verbos
con un suave sonido;
como si fueran besos que me llegan,
deslizándose lánguidos,
desde tu voz hasta mi oído.

Como una risa muda que atraviesa
y distiende cualquier faz enfadada.
Una sonrisa: mohína en la mirada;
irónica en su enigma;
traslúcida en su arcano.

Así llegan, armónicas,
sin sobresaltos ásperos,
tu voz a mi impaciencia,
mis labios a la límpida sonrisa de tu cara.



LA ÚLTIMA ESPERANZA

Se besarán,
serán arrebatados
por el leve peso del espasmo
de una ceguera lúcida.

Se olvidarán
del pasar de la gente,
los ruidos y la noche.

Pasearán su amor por la aceras
rozando las esquinas.
Crearán santuarios indelebles
porque, donde un hombre
y una mujer se aman
bendito es el sitio para siempre.

Dejarán pasar el último tranvía
ajenos al tiempo y la lluvia
que bautiza las palabras nuevas
que estrenan ese día.
Se agarrarán la mano
como se ase la hiedra a los muros olvidados.
y vivirán la gloria
de un dios alado que pasa y los saluda.

Sedentarán los bancos angostos de los parques
recónditos.
Se mirarán de frente y, asustados,
no entenderán el temblor con que amanecen.

Sembrarán de hierba y sombra los arriates
preñados de lirios amarillos escondidos.

Sementarán la tarde y sus premuras
con urgentes llamadas a las lunas
que fulgentes les circundan.

(Miro a través de mi ventana
e izo una bandera que saluda
la llegada de los clamores nuevos).

Llenarán de esplendor su primavera
mientras yo siento que mi otoño, macilento,
se revuelve en su sima y reverdece.

Se besarán,
serán amigos de ríos de mares y de brisas.
Poseerán la tierra
y los dioses
inclinarán sumisos la cabeza
ante un sueño
de nuevo amor que crece y los destrona.








¡Si yo pudiera hacer una canción de amor...!

¡Si yo pudiera hacer una canción de amor...!
...pero no puedo.

No puedo, porque no me cabe en un instante;
porque el amor no es un momento
feliz o desgraciado.

Porque es demasiada la sangre derramada
para encerrarla en la canción, sola y concreta;
en un mísero pliego.

Si yo supiera hacer una canción de amor
no la diría
para que no se me fuera el amor en las palabras.

Sería una canción que no se viera,
para que fuera arena; para que fuera nube;
para que fuera niebla;
para que fuera efímera
a la par que eterna.

Sería una canción de hoy y de mañana,
que sirviera
para cualquier momento.
Sería una canción de viento
en que envolverme;
sería una canción de roca dura, indestructible,
para sentar cimientos.

No sería un sentimiento puntual hecho suspiro
latiendo o llorando en llamarada.
Sería una canción hecha de nada
para que dure siempre.

Sería una canción de mundo abierto...,
tal vez una canción desesperada;
una canción al mundo.
Pero, es sí, una canción contigo dentro.





Hemos llegado tarde y Dios se ha ido. Ediciones El Forastero, León, octubre de 2012. 64 páginas. Prólogo de Blanca Sarasúa.


Tuyas sean las llaves de la casa

y la pluma con que te dibujo
los frágiles espejos del olvido.
No se puede perder entre tinieblas
todo lo que se ha dicho,
todo lo hecho y omitido,
lo que he soñado y queda entre tus dedos.
Síntesis del frío, el hielo entre las grietas
va desmigando la corteza
de las rocas, pero el calor del recuerdo es suficiente
para matar al hielo
y devolverle inquietantes esplendores a la niebla.

No, no esperes a que mayo me regale
el espejismo de otros brotes nuevos, pues
hay que parar, desde la luz que aún quede,
ante el herético embestir de la tristeza.

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