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sábado, 23 de agosto de 2014

MERY YOLANDA SÁNCHEZ [11.010]


MERY YOLANDA SÁNCHEZ 

Nació en el Guamo, Tolima, Colombia en 1956. Gracias a que la mayoría de su familia era de profesores, tuvo la posibilidad de guiar su infancia por la lectura como combustible para alimentar el motor de su imaginación.  Según sus propias palabras ha hecho de todo menos estudiar literatura, porque según su experiencia la academia destruye el talento innato del escritor. “la academia tiene una guerra total con la creatividad es un error estudiar literatura se pierde el talento innato del escritor”, afirma.

Ha publicado los libros de poesía: La ciudad que me habita (1989), Ritual para las noches (1997), Dios Sobra, estorba (2006) y la antología Un día maíz (2010). 

Obra inédita: Gradaciones (poema), Último llamado (dramaturgia). Sus poemas, cuentos, comentarios literarios y reseñas de libros han aparecido en diferentes antologías y magazines del país. Obtuvo mención de honor en el concurso El cuentista Inédito del Centro de Estudios Alejo Carpentier en 1987 y en 1994. Fue beneficiada con la Beca Nacional 1998 del Ministerio de Cultura por su proyecto Poesía en Escena (propuesta escénica para la presentación de lecturas de poesía que se realiza en Bogotá desde 1993). Actualmente dirige la Asociación Libre para las Artes -Alartes-, entidad de gestión artística y cultural que realiza producción técnica y logística de eventos masivos y de sala. (1989).  Con las uñas la tuvo como invitada a un jam poético y pudo obtener algunas impresiones suyas de temas  varios.




La carta

Puedo darte últimas noticias,
contarte cuántas curaciones
en la canción de la guerra.
Puedo mostrarte una luz fuerte
que cruza el mediodía de los muertos,
pero no puedo hablarte del último
vestido de las mariposas,
y de esta necesidad de verte.






Carta a Carlos Iván

Pienso en ti
para contestar 
el saludo a mis muertos.
Pienso en ti
para olvidar la rumba
donde los disparos
son la partitura
del himno nacional.






Desierto

Las puntas de la lluvia en mis ojos.
Apacible, entre el olor a sudor de caballo,
y gotas fuertes que aplastan la tierra rojiza
reconozco el duelo. 
Desafío el miedo centímetro a centímetro
y la tormenta me devuelve las imágenes 
cuando intentamos el vuelo de los sueños.
La oscuridad es perfecta, la soledad amplia, larga la distancia.
El disparo no despertará a mamá.









ÚLTIMAS PÁGINAS

Has tenido suerte, caíste en el patio donde crecen los niños que no piden un nombre sobre la tierra. No has podido contar los años que llevas descalzo. Te encontrarán con la tierra de tu patio en el rostro. Una que otra hormiga se deslizará por tu ceño dolido. Una fruta traerá un poco de ti. Tu madre volverá a lavar culpas en las piedras del agua que te habló por primera vez de primavera. Y tú habrás olvidado que te llamabas Carlos y que las lluvias te han dejado sin color.





ARROZ

Regaste las semillas que crecían en los cráneos y viste las niñas que volvían para cambiar de ropa a sus muñecas y acariciar casitas de algodón. Te fuiste con el susurro de las matas de plátano y no alcanzaste las faldas de la anciana que volvió para terminar de amasar el pan. Sabrás que ahora nadie se quiere ir y que por pedazos retornan las sombras para acomodarse otra vez, pero no encuentran dónde poner los pies.




LOS OTROS

No alcanzaron a sentir miedo. Cuando los cortaron el dolor llegó primero, la boca de la bota en la cara. Pronto el susurro de la sierra fue lejano. Un pajarito almorzó los pecados de las vísceras.
Sus sombras siguen y recogen los sombreros que atajó el viento.
Las mujeres orinan cualquier lugar.
Los niños se volvieron ancianos amarrados a los alambres de púa.
Tres territorios debajo de las carcajadas de los asesinos.
Y sus sombras también son perseguidas, señaladas y marcadas desde los pájaros metálicos, dueños del cielo.




NACIMIENTO

Antes que el vuelo de la mariposa supiste de la infamia. Te enseñaron a no lanzar la flecha para evitar el arrepentimiento. Te dijeron que tenías que inventar una familia y la conseguiste completa para los asesinos. No esperaste los hijos de tus ganas. Viejo como estás, no llorarás por los que no nacieron, sabes bien que de ellos es la gloria de la eternidad.




EL REGRESO

Una extraña atmósfera le determina la vida. Un olor denso y pesado, nunca antes presentido, se cuela por el vestido y se esconde entre el ombligo.
Sí, sacaron al muerto, pero su olor se instaló en las axilas de la noche, en los pliegues del pañuelo en desuso; se mantuvo ocho días entre las subidas y bajadas de los inquilinos. Tal vez, Dios también utilizó el ascensor inhalando su propio sabor. Es la costumbre de dormir entre el incienso.




MIEDO

Sentir por las piernas
la respiración
del compañero desaparecido.






CALLES

En las calles
se dicen tantas versiones
del policía que desviste la mañana
del loco que se maquilla en la tarde de una niña.

En las calles
se dicen tantas noticias
inclusive del que baila
desnudando las sombras que lo acosan.






Las manos del viento

Has vuelto con tu cuerpo tibio y una marca en la piel. Traes una culpa y la dejas en la  habitación. Levantas las sábanas y procura una hora despierta. Los pájaros de picos largos se alimentan de lo poco que queda. Un mendrugo de pan se recibe en el sonido que se va yendo y apenas es un aleteo el canto de los adioses.






Premisas

Hay barcos que viajan por tus párpados y peces ciegos se acumulan en la gloria de tus manos. Recordarás las historias de niños que regresaron viejos, luego de la primera navidad. Confirmaste que es suficiente la vuelta al mundo en un gemido, para conocer las aves de presa en el paraíso.






La pregunta

Te han tirado al patio de las ranas. Sobre ti, pompas de jabón. Te preguntabas por qué las gallinas son tristes y van con una queja eterna. Hoy te picotean y no saben qué eres. Alguien te habrá mirado por última vez como un mal recuerdo. Nunca supiste estar de pie, no te gustaba estar pendiente. Sin embargo, te acostumbraste a dormir con ropa por si te sacaban con el sueño.





Notas

Se procura no llamarte ni mencionar tu nombre si piden huellas digitales. Y otra vez el dolor comienza en los dedos que no alcanzan la masa para el vecino. Entre alcoholes se está despierto para la hora del miedo y en pedazos que caen de los helicópteros se recupera el  bostezo que dejaste en el vaivén de la mecedora.






Heredad

Ahora solo de lejos puedes mirar la propiedad de tu tierra. Alguien te contó de las primeras guerras donde el arcabuco festejó las cenizas en el olor a albahaca. Te resignas al roce de los peldaños donde se abren las bocas de las distancias. Y no hay paz en ti porque te dejaron la fría costumbre de contar los vacíos.





En la mitad de la fiesta

Repetiste tanto la noche larga, que entraste a ella con la lucidez de los pasos que se dan sin asombro. Se te hacía tiempo hablar de los ausentes. En la mitad de la melodía te hicieron huésped en la casa de la nada, donde seguirás con los temas urgentes. Estás en otro cielo menos oscuro que nos amanece. Ya no miras el reloj porque la fiesta se perpetúa. Aquí, de a poco se volverá costumbre, no preguntar por la prolongación de las voces en el vaso que tú tocaste y que ahora tiembla en otras manos.



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