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martes, 22 de enero de 2013

JOHANNY VÁZQUEZ PAZ [9174]




Johanny Vázquez Paz  (1960)
Johanny Vázquez Paz nació y se crió en San Juan, Puerto Rico. Posee una maestría en Estudios Hispánicos de la Universidad de Illinois en Chicago y un bachillerato en Sociología de la Universidad del Estado de Indiana.  Su libro Poemas callejeros / Streetwise Poems fue publicado por Mayapple Press (Michigan) en el 2007. Este libro ganó mención honorífica en la categoría del Premio Mariposa en el International Latino Book Awards 2008 (California). También fue nominado para los premios PEN Beyond Margins 2007 y el Pushcart Prize 2007. Además, co-editó la antología Between the Heart and the Land / Entre el corazón y la tierra: Latina Poets in the Midwest (MARCH/Abrazo Press, 2001), la cual ganó el primer premio en la categoría de ficción de la organización Chicago Women in Publishing en el 2002. Johanny también fue incluida en el libro Poetas sin tregua-Compilación de poetas puertorriqueñas de la generación del 80 (España, 2006). Además, algunos de sus poemas aparecen en la antología Más allá de las fronteras (Ediciones Nuevo Espacio, New Jersey, 2004), y fue publicada en la colección Carpetas de Luz  después de ganar el certamen Voces Selectas 2000 de Luz Bilingual Publishing. Actualmente se desempeña como maestra de ceremonias de la serie bilingüe Palabra Pura de la organización literaria Guild Complex y es profesora de español en Harold Washington College en Chicago, IL. En la 18 a la una (Voces sueltas, 2010) en donde aparece una extensa muestra de su trabajo. Su más reciente libro, Querido voyeur, acaba de ser publicado en España por Ediciones Torremozas

La autora invita a todos a su página cibernética Tinta derramada: http://johannyvazquezpaz.blogspot.com/.





POEMAS

LAUNDRY DAY

El domingo no voy a llevar la ropa a la lavandería, 
el domingo me voy a meter a mí mismo en el costal.
Febronio Zatarain


Hoy le lavaré a mi cuerpo su historia. Me tomaré el día para limpiar lo que quedó en su recuerdo. He conseguido una marca nueva de omisión de memoria. Un limpiador que promete destruir el pasado sin desteñir los colores ni causar alergias. Empezaré enjabonando los pies. Cepillaré las asperezas heredadas de caminos equivocados y suelos pedregosos. Afeitaré sus durezas y rebanaré la piel muerta hasta estrenar una nueva. A las piernas les lavaré el rastro de las rutas recorridas a atardeceres muertos. Mis rodillas necesitan un cuidado especial. No es fácil remover los llantos acumulados en su frágil esfera de cartílago. Le removeré las uñas enterradas a mi espalda. Restregaré su superficie para ablandar con mi pulgar los nudos de su carga. En el ombligo desempolvaré las historias enterradas en su pozo. Mis senos sólo precisan gardenias para esfumar el olor a manos ajenas negándose a partir. Mi cara es sensitiva a jabones y tristezas. Sus huellas permanentes se han marcado en mi rostro. Necesito remendar las grutas abiertas para aminorar los daños perpetuos. Hay un rinconcito difícil de blanquear, allí donde se acumulan las cenizas de pasiones destruidas. Le pasaré un trapo remojado en amnesia y zurciré su ruedo deshilachado de pena. Hoy le borraré a mi cuerpo su biografía. Me sumergiré completa hasta el fondo de la lavadora, y resurgiré inmaculada y limpia.






EXTREMIDADES

Unas piernas permanecen insistentes en la memoria, aunque el rostro sea invisible en el espacio que dejó desocupado. Los nombres se confunden en el tablero. A penas se evoca la primera consonante, la letra que, quizás, le abra la puerta al pasado. Pero un lunar en las piernas de un hombre se recuerda. Una cicatriz en la rodilla. La historia de esa herida; cuánta sangre, cuántas puntadas. El ancho de unos muslos enterrados en las uñas. El suave cosquilleo en la palma abierta, peinando y despeinando el vello de la extremidad de un hombre. El recuerdo atrapa el presente con sus anchas manos. Te agarra por los pies y eslabona el pensamiento a aquellas piernas. Unas piernas de hombre de cara borrosa y corazón callado que siempre permanecerán en la memoria.






FRÍO EN LA PIEL

Todo el día siento frío. Acurruco mi silueta para abrazarme el cuerpo. Arropo el temblor con mis brazos. Me envuelvo con bufandas, estolas, suéteres, abrigos. Me amarro el pañuelo en la barbilla, como lo hacía mi madre. Las manos, sobre todo, siempre están yertas. Las guardo en guantes de lana, de cuero, de piel de cabra, de sintéticos experimentos. Los pobres dedos siempre escondidos en su cuarto oscuro. Siempre deseosos de salir y tocar el mundo.

A veces, cuando salgo de la casa, mis manos empiezan a sentir un cosquilleo. Poco a poco los dedos se endurecen. Las manos me parecen ajenas. Las muevo de lado a lado para resucitarlas. Pero siguen como cemento seco. Regreso de prisa a la casa. Descongelo su inercia púrpura con agua caliente hasta sentirlas respirar de nuevo.

Tengo un frío huérfano, hambriento, posesivo. Un frío de despedidas que esperan un beso que las selle. De mentiras que corren detrás de sus verdades. De burlas y acusaciones sin defensa. No sé si será el viento del norte castigando el sol. O si mi cuerpo está congelado de nostalgia. Siento un frío que el fuego no aminora con su hoguera. Un frío glacial, necesitado de Dios.







LOS DOMINGOS EN LA MISA

Niña despierta
que no podemos llegar tarde a la misa
que luego la gente comenta
que no somos buenos católicos
apostólicos y romanos.

Niña no te pongas pantalones
que a la iglesia se lleva el mejor vestido
que luego la gente comenta
que no somos una familia decente
recatada y con moral.

Niña no hables
que a la misa se viene
a escuchar sermones
ni juegues con el lazo
ni vires para atrás
ni pienses en musarañas
que Dios te está mirando
y te va a castigar

Niña persígnate
con agua bendita
levántate que viene el cura
arrodíllate ahora
siéntate un rato
vuélvete a parar
dale la mano al vecino
pide perdón por tus pecados
pon el peso en la canasta
arrodíllate de nuevo
siéntate ahora
reza el padrenuestro
pon otro peso en la canasta
levántate, siéntate
arrodíllate otra vez.

¡Niña, por Dios,
estate quieta ya!







BAJO TU CRUZ

Hijo
ya no quiero hacer penitencia
bajo la sombra ancha de tu cruz
ni limpiar tus heridas
con el paño de Verónica
ni buscarte en las tinieblas
de un sepulcro vacío.

Mi niño
te perdiste en el templo del destino
compraste la madera usada
los clavos mohosos
coleccionaste espinas
aceptaste enemigos en tu mesa
hablaste cuando era prudente callar.

Hijo
he lavado tus pies de todos los tamaños
apurados crecieron en mis manos
para escapar y marcar el rumbo
donde el peligro acecha y la angustia
hereda mis noches de espera.

Hijo
te ofrezco intacta mi virginidad de espíritu
te convido lágrimas para que bautices sueños
mi juventud reflejada en tu espejo
reviviendo errores de antaño.

Ahora que la vida resucita tus mañanas
después de jugar a la ruleta con tus noches
rehúsa el calvario y escoge la vida, hijo
y relévame de este vía crucis a diario repetido
bajo la sombra vasta de tu cruz.








ANÓNIMO

Me atrevería a aventurar que Anónimo,
que tantos poemas escribió sin firmarlos,
 era a menudo una mujer
Virginia Woolf


Anónima
sin decir quién soy
ni firmar mi nombre
escondiéndome en seudónimos
en identidades ficticias
en un nuevo alias cada día
escribo en silencio
deletreando mis gritos
dejando señales de vida esparcidas
entre la primera mayúscula
y el punto que indica mi final.

Si me encuentras
si adivinas quién soy
y cómo me llamo
rescátame del baúl de lo inservible
y desempolva mi espíritu
del estante de los libros ya leídos
necesito tu mano acariciando mis letras
necesito tu abrazo sujetando mi alma de papel
necesito que entiendas mi miedo
de admitir quién soy y firmar mi nombre
para así recobrar mi identidad.








LA CIUDAD DONDE HABITO

Esta ciudad donde habito con sus muchas fronteras
delineadas por las vías del destierro y la necesidad.

Cada transeúnte con su periferia trazada,
aprisionados en una isla desierta
donde construyen murallas para esquivar el miedo
a las esquinas donde el odio se enlaza al fuego.

Esta ciudad no me acepta en su entraña

Me dejo devorar por su boca hambrienta,
rebanar la lengua en rodajas de palabras impronunciables,
chupar mi esencia hasta el hueso,
hasta que el sabor de mi piel isleña la atraganta
y vomita en la trastienda mi ser de pueblo chico.

Allá donde me espera una tumba sin lápida
un mar desenfrenado extiende sus brazos desparramándose
en la barriga tibia de la arena amanecida.

Aquí
                una ciudad para sobrevivir el hambre.
Allá
                la isla de nunca jamás olvidar.








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