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sábado, 19 de enero de 2013

PATRICIA VENTI [9135]





Patricia Venti. (Maracaibo, VENEZUELA 1966). Ensayista, poeta. Estudió letras en la Universidad del Zulia y Magister en Literatura Iberoamericana en la Universidad de Mérida. Desde 1994 vive en Europa y se doctoró en la Universidad Complutense de Madrid (España) en el año 2004 sobre la obra de Alejandra Pizarnik. Ha publicado dos libros de poesía en Venezuela y colabora en diversos periódicos y revistas internacionales.



Queda la costumbre de la angustia.
Buscar otro sueño.
Otro destino.
Martha Kornblith

A mis padres
y aquellos que alguna vez amé.

Un día aciago de marzo
mientras enterrábamos a mi padre
nuestras manos cavaron el espacio del miedo
el temblor de la espera
esa felicidad nunca prometida.

La lluvia lavó sus heridas
y sobre la fosa abierta
se acumularon
abrojos, espinas, llanto enmudecido.

Mi madre se quedó sola
con los nombres del olvido
junto a la niña que siguió hablando con fantasmas.
Años perdidos o fragmentos
de una historia contada hasta el cansancio.

Te nombro por última vez
Muera el silencio.







Mi ciudad
tácita y nocturna,
está presente en cada uno de mis días.

Transito por sus caminos polvorientos
casa de la infancia
agua dulce, continente intangible,
dos cuerpos abrazados,
un infierno llamado culpa.

Aquí y ahora
sólo quedan cenizas,
letras de otros que anuncian:
“la ruina estaba predestinada a caer sobre nosotros”.







Conjugo el verbo morir
y la segunda persona eres Tú.
Estúpido juego del lenguaje que mata
se quiera o no,
porque la gramática
siempre impone un sujeto de la enunciación
aunque objetes
que la excepción confirma la regla.








Ya no hay incongruencias entre ser y estar
Donde crecía la mala hierba,
ha echado raíces una estirpe
que bien pudo ser la tuya.

El silencio fertilizó la tierra
y mi infancia se pobló de muertes prematuras.
Aquellos años fueron una herida,
un padre convertido en leyenda,
elegía de lo más querido,
una madre reflejada en los espejos
la culpa de parecer su sombra,
un hermano golpeando el corazón
igual que una cáscara vacía.

Todo se disolvió en el paisaje triste de lo perecedero,
el jardín y la casa quedaron atrapados en el reverso de la foto.
Nuestra madre mira serena
a la niña de ocho años,
a la mujer de cuarenta.
Ella, en la playa, en el mismo lugar
—como si el océano no te le hubiese arrebatado—
nos saludará por siempre con la mano.







Te escribo desde un paraje
sórdidamente puro.
Y aunque no pude atrapar el aliento de tus dedos
o el temblor del tucán en su agonía
preferí ignorar aquella advertencia:
“nos quedaremos huérfanas
con papeles escritos en la distancia
seremos dos voces en un continente perdido”.








El día que moriste
quise enterrar tu biografía bajo el puño.

Demasiado tarde
para evocar la soledad más absoluta
que hiere la magnificencia del Haya.

Los extravíos siguen aquí,
la respiración se llena de agua
y la hija que pariste
te llorará
hasta que nos trague el olvido.








Europa será presagio de lo lúgubre, dijiste
en la que dejarás tu historia
un amante abandonado en los espejos
la imagen de la muerte
o la muerte de la imagen
y ya nada será lo mismo.

Inexorable fue tu sentencia,
el tiempo
—demorado en las horas, discursos, esperas—
ha dado forma al destino de tus palabras.








La infancia
es él más terrible de los encierros.
Tuve ocho años
y no fui feliz.

Conocí el asesinato del padre
arma de fuego
golpe certero en la nuca.
Lastimé a la mujer madre
desnuda ante la pena
olvidada en los retratos
perpetua amargura.

Tantos desconsuelos
se entremezclan con los desechos del tiempo
que merecen ser arrojados al olvido.
Sin embargo,
a fuerza de vivir sin belleza
todas las voces confluyen
en los seres que amé
encadenando mi vida a su memoria.








A medida que fui cumpliendo años
una luz obscura atravesó todo sentimiento.

La familia se convirtió en una trampa
y al intentar entrar en la casa de la infancia
encontré la ausencia del padre
un apellido inexistente
mujeres que odiaban las caricias
hijos en las suturas.

Descubrí entre desvencijados muebles
el tiempo de amar y ser despreciada.
Pero es mejor pensar que todos lloran
—con justa razón—
la inutilidad de sus vidas.

Desde entonces,
se desgasta el tiempo de los relojes
y la mujer que soy
maldice
el corazón atado a los recuerdos.








La memoria despierta para herir
y aunque el tiempo lo consume todo
el destino trazará las líneas de su propio territorio.

Como un puño que golpea
el pasado supone una renuncia
la falsificación del encuentro fortuito.

El principio de una pasión se vuelve
una palabra mal dicha
que busca otro pronombre personal
diferente al yo, tú, nosotros
quizás otra vida difícil de alcanzar.








Entre nosotros abril con lluvia
fue papeles escritos
guardados bajo siete llaves.

Ahora no sé
si dijiste
“nunca me gustaron las despedidas”
o “las cayenas sangran con sólo llamarlas espejismo”.

Tampoco recuerdo
si aseguraste que París en otoño
se asemeja a los relojes detenidos.

Puede que me hayas olvidado
mientras mirabas caer el agua bajo las catedrales.
Sin embargo,
al rememorar lo puro de esos días
tu presencia se confunde con las horas
palabras —casi susurros—
dichas al borde del camino:
“casarse lluvias, desbocarse vientos...”.








No basta sangrar antes de amar
volver a la fugacidad de la noche
romper antiguos papeles
morir en el ocaso de tu cuerpo
deslizarse en el presente
y repetir: no te olvido.

Tampoco alcanza
esta fatiga anticipada
ni el desasosiego de no poder más
la asfixia traducida en tedio.

Sólo necesito
llorar la dulce espera de los besos
buscarte en el abrazo donde se entrecruzan
la rabia y el íntimo comienzo,
perdonar que vuelva a decir
“escribo cartas de amor
hastiada de miedo”.








La impureza de estos días
jamás llega con traje nuevo.
Los hombres se acomodan a sus nostalgias
y ven pasar las hojas arrastradas por el viento.

Nosotros, sobrevivientes de lo inexorable
nos quedamos con los golpes en las puertas
el sol huyendo por las rendijas
quizás la primavera bajo el cielo turbio
un implacable “esto llegó a su fin”.

Nada hemos perdido
se claudica para decapitar besos
volver al humo de los cigarrillos
y exorcizar aquella canción
María Bethania: meu querido, meu vello
un lugar llamado Brasil.








Al final de la tarde
pienso en un lugar para la ausencia:
colegio, casa, parque.

Silencio,
y más silencio alrededor de la derrota de aquellos días.
Vuelve el latido doloroso
convertido en queja
la maldición de estar viva.

Alguien vino desde lejos
emborronando la pasión
que no puede ser nombrada.
Desde un gesto final y tardío
guardo su desamor
olor de velas apagadas
breve tiempo para llorar
lo que nunca cicatriza.








Si te quedaras inmóvil,
casi ausente,
una pequeña sombra
mancharía la perfección del paisaje.

Entonces sería el momento de tomar tus manos
y hablarte de los días huérfanos
llenos de alcohol, sollozos reprimidos
la interminable espera.

Pero entre nosotros
no hay refugio para buscar otros sueños
tan sólo un espacio
donde nos duele la vida.








Tarde o temprano quien ama traiciona,
reza el proverbio.
Y así fue,
de nada sirvieron los adioses presentidos
o esta permanente,
casi duradera decepción.

Cierro los ojos
y veo la desgarradura
antesala dolorosa a la caída.

Pasó demasiado rápido
el agua bajo los puentes.
Las conversaciones en el atardecer
captan el instante de la ruptura
abrazos que se resisten a separar
el rumbo arbitrario de nuestras vidas.

A veces,
basta una lágrima
para abandonar algunos días habitados,
lo digo desde la impotencia y sabiendo
que no habrá
“un hasta siempre”
que mitigue este desconsuelo.









Llegó el otoño
y bebo alcohol hasta perder el frío.
No hay nadie en los andenes
sólo un pequeño lamento
para insultar lo más amado.

Esbozo una sonrisa
y mientras espero el tren
la desolación se convierte en una lenta agonía.

Al pensar en el suicidio,
me digo:
es necesario vestirsede tierra mojada
volver a las ensoñaciones
marcharse sin congoja.

Pero es inútil encontrar
razones para la lluvia
que adormece y lastima los ojos.

Pronto se cerrarán las maletas
y en la noche de la huida
finalmente
nos quedaremos solos.









El amor es una
habitación
atiborrada de nombres y citas mil veces aplazadas.

Él,
un rompecabezas detrás de las palabras,
para no escuchar mis juramentos,
creer mis sueños,
vivir mis mentiras,
encerró el deseo en un frasco.

Hoy,
regalo todas mis heridas al mejor postor:

"Por favor, pase sin tocar
pase y vea
Por favor, sin tocar"

y espero al menos
su sonrisa de complicidad
cuando mi vida se convierta
en una trampa del lenguaje.






AUTOBIOGRAFÍA

Compré una pizarra
donde voy anotando los planos correspondientes:

picado/contrapicado
aire/mirada
O sea la regla de los tres tercios.

Yo,
es el lugar egocéntrico que ocupo. 

Mi vida es problemática, 
caótica, casual. 

La autoexperimentación
y el desorden son parte de mi rutina.

Desde la adolescencia
sufro de insomnio 
y tomo diazepam para dormir.


Soy una mujer poco práctica, 
es decir, consecuente con los sueños:
dejé de usar tacones

y fantaseo todas las noches con un hombre 
que cada día olvido su nombre cada día)


Basta ya,
-no pienso repetirlo dos veces-
estoy enamorada.


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