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jueves, 20 de diciembre de 2012

PABLO MOLINET [9002]



Pablo Molinet (Ciudad de México, 1975). Autor de Poemas del jardín y del baldío (Alforja, 2002; Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 1998). Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Textos suyos aparecen en las revistas Forum, K., La Nave, La Otra, pliego 16 y Tierra Adentro.



Apuntes con un cabo de lápiz color plata


Cierro los ojos y pido un ave en el cielo. Abro los ojos: un zopilote se mueve al ras de la ladera. Pido verlo de cerca. El zopilote se aproxima con su pico blanco, con su cara roja, con sus alas negras planeando en la corriente caudalosa.



Aprieto los párpados. Los abro: el aire está lleno de flores cruciformes.



Un águila roja, una mano extendida con un guante de plumas, dueña del cielo, lo acaricia.



En el suelo brilla un cabo de lápiz color plata.




[Escuchado]

De ahora en adelante vas a agradecer lo que hoy sólo toleras.



[En la orilla]

Cuarenta y siete avispas amarillas blanden navajas en el aire; se mueven como un pendón bordado de avispas amarillas.




[Visto]

Un corazón libre es una piedra húmeda, nada más.




[Fuegos fatuos]

El viento de la noche arrebata de un manotazo los tambores y los trae de vuelta.

Arroja a las montañas los murciélagos y los trae de regreso chillando del fondo del abismo.

Las ramas de la acacia en la oscuridad son los tentáculos fluentes de un calamar abisal, y son las ramas de la acacia en la oscuridad.

Bebo un vino negro, dulce, con hierbas maceradas.

Brotan de mi sexo fuegos fatuos que me andan por el cuerpo hasta que el viento de la noche los arrebata de un manotazo y los dispersa en las montañas.







[En duermevela]

Tengo injurias escritas en cada víscera. Para borrarlas debo decirlas en voz baja.


Voy recogiendo de m mismo papeles arrugados. Antes de tirarlos debo leer qué dicen.







[Un día]

Un día la Tierra abolirá las ciudades:
el viento alfanjes,
el agua hordas,
el fuego fauces.

Un día el silencio abolirá la mente.







[Era de mañana]

Me morí en un hotel vacío en el desierto.
Era de mañana,
hora de amor traslúcida.
Una puerta flanqueada por caballos de cantera
se abría a las montañas estériles y solas.

Las mariposas migratorias
se detuvieron un poco en mí,
luego marcharon.

Ardí de alegría:
Una luz líquida subió del pasto;
en ella me fundí,
era todo mi cuerpo
una sola sonrisa, enamorada.







Poemas de amor


Manuel y la avioneta

A las once de la mañana
de todas las mañanas,
mi hermano corre al patio de su escuela
y mira el cielo:
un rugir lejano entre las nubes
se vuelve un huracán naranja y blanco:
pilotando una Piper Cherokee,
en vuelo rasante,
prohibido por las normas,
su padre pasa a saludarlo.




Manuel y el demonio

En la azotea, mi hermano vuela un papalote de dos metros de envergadura: una mariposa morada y verde flameando en el crepúsculo.

   Los vecinos dicen que Satanás sobrevuela nuestra casa.







Manuel entre los surtidores

En la penumbra de una casa grande abandonada,
mi hermano descubre un planeta
de perfume barato y luz polvosa,
con dos lunas de octubre, gemelas,
y un Sol rubio, con trenzas.

Un mediodía de verano,
regresa mi hermano grande
de su viaje interestelar
cuando, a su alrededor,
el polvo salta en bruscos surtidores:
disparos de un rifle de asalto.

Corre a su camioneta y
a través de la ventanilla abierta
se arroja a la cabina.
Abre la guantera, saca la pistola,
enciende el motor;
desde la Ford en marcha
dispara a ciegas doce veces;
como Eneas rescatado por Venus
huye en una nube de polvo.

Nadie después y nadie antes,
podría decir
que atravesó ese pueblo a 120,
manejando con una sola mano
y recargando con la otra
una Browning 3-80.

Nadie, tampoco,
que escapó de la furia
de un cornudo de ese pueblo.





Manuel custodia la puerta de Jerusalén
En esa instantánea, llena de Sol,
parece un guerrero de David,
o más bien un agente del Mossad

porque nadie antes, nadie después,
en esa cancha de futbol,
juega de portero con los Ray Ban puestos.





Manuel y las convicciones

 “Quítale la calcomanía de Benetton a tu moto y ponle una del PAN” —le exige áurea ninfeta en un bar de Mazatlán.

 He allí el principio de la derecha organizada en nuestro municipio.






Manuel y los alimentos celestiales

No hay cosecha por cobrar ni tractor para vender.

En el refri, un chorizo que data del Segundo Imperio.

 Y una botella de vino blanco, como la última hoja de un árbol desnudo de febrero.

Desde la ventana de la torrecilla mi hermano grande ve, en la bodega del tío Jaime, a toda la bandada de palomas del pueblo comiendo sorgo en el asoleadero.

 Les dispara dos tiros de escopeta. Vuelve con un costal a medias lleno de palomas.

Tibias todavía las desplumamos y las evisceramos, los buches llenos de granos rojizos, también tibios.

   Las rociamos de sal y de pimienta, las ponemos en el asador eléctrico.

   Muertos de risa, las servimos en la vajilla de la abuela, y descorchamos el vino.







Manuel en su carruaje sobrenatural

En un deslumbramiento,
en un aura de poder y gracia envuelta,
con Pink Floyd a todo volumen 

entre vastos sorgos cobrizos va su camioneta.







Manuel en un triclinum

Con dulce minucia,
su mujer le rasura las dos hectáreas de mejillas
y las cuatro de papada.
Le pone su esclava de oro
y su torzal de oro.
Sobre el terciopelo del ataúd,
su cabeza, su cara, son las de un orgiasta,
exhausto en un triclinum.







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