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domingo, 4 de noviembre de 2012

FIÓDOR TIÚTCHEV [8407]





Fiódor Tiútchev
Fiódor Ivánovich Tiútchev, en ruso Фёдор Ива́нович Тю́тчев, (5 de diciembre de 1803 – 27 de julio de 1873) fue un célebre poeta ruso. Diplomático de carrera, Tiútchev vivió en Múnich y Turín y conoció a Heine y Schelling. No participaba en la vida literaria y nunca pretendió ser un hombre de letras. Se conocen unas 400 poesías de Tiútchev, siendo muy popular en Rusia. En su obra temprana se ve la influencia del clasicismo del siglo XVIII, pero desde los años 1830 sigue la tradición del romanticismo europeo (ante todo alemán). Crea versos filosóficos, llenos de meditaciones sobre el universo, el destino humano y la naturaleza. En los años 1840 Tiútchev escribe artículos políticos, analizando el problema de relaciones entre Rusia y la civilización de Occidente. En los años 1850 su tema principal es el amor; Tiútchev crea una serie de poesías apasionadas, donde el amor tiene un fuerte aspecto trágico. Más tarde, la obra de este período fue reunida en el llamado “ciclo de Denisieva”, es decir, una serie de poesías dedicadas a su amante, Yelena Aleksándrovna Denisieva, fallecida en 1864. A partir de los años 1860 Tiútchev se dedica casi exclusivamente a la poesía política.
Su poesía más conocida, Silentium!, es una desesperada invocación del silencio, una lamentación sobre la imposibilidad de comprensión mutua entre dos seres humanos. Una línea de esta poesía, “El pensamiento pronunciado miente”, es, con “Con la razón no se entiende Rusia” y “No se puede adivinar el eco de nuestras palabras”, uno de los aforismos más corrientes de Tiútchev.







No importa lo que la vida nos enseña,
el corazón cree en los milagros:
existe una fuerza inagotable
también una belleza imperecedera.

La decadencia terrestre
no tocará las flores sobrenaturales,
el calor del mediodía no secará
el rocío que hay en ellas.

Y esta fe no engañará
al que de ella vive,
no marchitará todo lo que aquí floreció,
no desaparecerá  todo lo que  aquí existió.

Pero esta fe es para pocos.
Solo conocerá el paraíso,
el que supo sufrir amando
en las tentaciones de la vida.

El  que curó enfermedades ajenas
con su propio sufrimiento,
el que ofreció su alma por los demás
y soportó todo hasta el final.








Todo el día estuvo desvanecida,
y las sombras la cubrían por completo -
la tibia lluvia veraniega se vertía - su chorro
resonaba alegremente en las hojas. 

Y despacio volvió en si,
y comenzó a escuchar los ruidos,
durante mucho tiempo - entretenida,
inmersa en el pensamiento... 

Y como si conversara consigo misma,
conscientemente pronunció 
(yo estaba a su lado, muerto, pero vivo):
«¡Oh, cómo amé todo esto!»
...........................
...........................
Amabas, y así, como tú, amar -
nadie pudo -
¡Dios mío!... Cómo soportarlo...
Y el corazón no se rompió en pedazos...








Sentada en el piso
revolvía el montón de cartas,
como a la ceniza enfriada
las tomaba con las manos y las arrojaba.

Tomaba las hojas conocidas
y las admiraba maravillada,
como las almas que miran desde el cielo 
los cuerpos abandonados por ellas ...

¡Cuánta vida hubo aquí,
vivida irrevocablemente!
¡Cuántos minutos dolorosos,
de amor y de alegría muerta!

Parado a su lado, en silencio, 
listo para caer sobre las rodillas, -
me sentí terriblemente triste,
por esa amable inherente sombra.

Traducciones de Natalia Litvinova





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