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viernes, 19 de octubre de 2012

STEFANO STRAZZABOSCO (8253)




Stefano Strazzabosco (Italia, 1964). Doctor en Filología Italiana, Poética y Retórica (Universidad de Padua), ha publicado los libros de poesía Racconto (Anterem, 1995), Dímmene tante (Manni, 2003) y Blister (versión bilíngüe español-italiano, Sinopia, 2009); las traducciones de Octavio Paz (Aquila o sole?, AUIEO 2003 – Premio Cervantes Italia por la traducción poética); Fabio Morabito (Poesie, AUIEO 2005); Tonino Guerra (La Miel, Ediciones sin Nombre 2005; versión del italiano al español); Carlos Montemayor (In un altro tempo io ero qui, Circolo Culturale Menocchio 2006); Aurelio Arturo (Casa al sud, Il Ponte del Sale 2009); el monólogo teatral Tina. Masque sobre/su Tina Modotti (versión bilíngüe español-italiano, Sinopia 2007). Ha cuidado la edición crítica comentada de Alfonso Varano, Le Visioni sacre, e morali (Fondazione Bembo – Ugo Guanda Editori 2007) y la antología Favolario illustrato. Scrittori e illustratori per i Villaggi SOS (Il Ponte del Sale 2007). Ha publicado ensayos sobre Guido Piovene, Goffredo Parise, Giordano Bruno y otros; ha dictado conferencias y seminarios en varias instituciones, y ha trabajado por seis años en calidad de Lector de Lengua y Literatura Italiana en el Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Italiano de Cultura de la Ciudad de México. Ha sido invitado a lecturas poéticas en varios países. Actualmente vive y trabaja en Vicenza, Italia, en donde dirige también el festival poético internacional “Dire poesia” (http://direpoesia.wordpress.com).





Aufklärung

Rastrillos, horcones, excavadoras,
un peine enarenado, brazaletes
tirados por el cuarto como gotas,
ramas, círculos, torbellinos, botones
y pocas hojas dibujadas con minucia:

la reescritura de las listas del granjero en
nada aumenta nada.







Esta noche hay una lluvia errática y argentina
llueve y no llueve como quiere ella
ahora aquí nos llega, ahora no se sabe
a dónde quiera ir
con esas botas de piel de cabra
y su gorrita a punta
turquesa como una tonsura.
¿Qué quieres? ¿Quién eres?
¿Porqué no llueves y no sepultas toda
la tierra que está ya tan árida
dentro tu inmensa sed? él repetía.








Erosionado
también mi cuerpo de cavados huecos
las cicatrices que brillando marcan
las diferencias entre el pecho y el hecho:
y cuanto más alegre, entonces
el improviso irrumpir de adentro
de dos niñitas rápidas
con sus patines.







La vastedad del cuerpo. Afuera,
golpes de tos, en la ventana, escasos.
El aire seco de la tempestad
la indecisión de la ventana abierta
el ralo cepillo de uñas
como un metal erguido.
Los pasillos continuos de losetas
la luz cuajada, blanca de las piedras
cortadas de las columnas de Hércules.
Vasta en la noche la pradera el viento
la continencia que cercena esto
del silencioso curso de las nubes.






Estaba por la Osa
el silbo de los labios congelados:
tal vez al antirrobo universal,
aquel que chilla
desde el diluvio siempre.

Era la boca, en cambio, de un fulano
que bostezaba a ella,
la boca toda abierta toda dientes
y rama seca y espina del astuto
vendedor de caracoles.






En el invierno el lago
se ve parejo y plano.
El agua es un espejo vítreo
que raras aves cruzan
pasando a gran altura. Desde luego
me hace falta el aire: duermo poco.
Miro la superficie
pulida que se cubre
de remolinos hondos.
El agua es una luz y una navaja
esta memoria es fuego
yo estoy adentro del primer copo
de nieve que desciende sobre el agua
y el espejo se destroza, y blanco
es casi todo el mundo.








El amaestrador

Vienen de nuevo y nuevamente avientan
tanta palabra a otras tantas bocas
como bocados de bovino adulto
a los escualos fieros: mira la grande
cerúlea piscina que se enciende
iridiscente y sobre aquellas bocas
altas y a salvo de cualquier insulto
manos más blancas que una blanca flor
verter voces oscuras: por amor.







Una piscina abandonada
a la naturaleza del lugar
que en este caso es húmedo y marino

una piscina abandonada
a la naturaleza del lugar
playero es un ojo liso y metálico
que mira hacia el cielo
y sólo ve la mar
en forma de horizonte.






Estábamos parados, recorriendo
sombras, sonidos, sordos sueños
y sensaciones similares, sólo
quedaba un minúsculo trecho
entre el decir y el hecho
y la mañana se veía cubierta
del polvo amarillento de la miel
como una esfera dócil que moviese
hacia el espacio abierto: un claro,
los rápidos reflejos de algún río,
un cuerpo enorme y hueco
inflando los pulmones,
y alrededor la tierra
sembrada de caminos;
entonces empezamos a escarbar
en el tapete de la sala
y el tiempo tuvo otro rumbo
y el oído supo de la luz
y el ritmo se detuvo
como una abeja azul.







En el jardín los árboles respiran
y las palabras hablan.
Hay letras que florecen
en la espesura verde: las aves
abren su cuerpo, resplandece
la voz que grita al fondo
de la memoria tamizadas sílabas
claras: luego se calla.






sólo una voz, y cuál, entre chirridos
incauta voz de quemazón y fauces
sobrevivida en agua entre sus cauces
dentro de piedras duras y ardientes brasas
en combativos nidos
y en carbón extinto
donde la mano se ennegrece y el rostro
vago en sus tenues filamentos
por el claror callado
casi disuelve:
como el camino palidece y el pasto
seca en los postes de los campos verdes
así la voz se esconde en su guarida
límpidamente, hasta que la pierdes.





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