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lunes, 30 de julio de 2012

7447.- MARINO MUÑOZ LAGOS



Marino Muñoz Lagos nació en Mulchen (Chile), en 1925. Desde 1948 reside en la ciudad de Punta Arenas. Sus libros incluyen. Un hombre asoma por el rocío, El solar inefable, Dos cantos, Chile a través de sus poetas, Los rostros de la lluvia (Premio Municipal de Santiago, 1971), Entre adioses y nostalgias, Ocho poemas meridionales, Crónicas del diario soñar, Antología a ras del sueño, Crónicas de sur a norte, Gabriela Mistral en Punta Arenas, y De distancias y soledades. Sus poemas están incluidos en más de una veintena de antologías. En 1994 obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Punta Arenas y en 1995 el premio a la crítica literaria otorgado por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura. 


de "Los rostros de la lluvia -The faces of rain" (LOM)



PERDONAD A LOS TRAIDORES

Cuando en el invierno
se comían las primeras castañas
y la lluvia era
una muchacha que llegaba 
entre cristales,
tú recorrías a tus hijos
uno a uno y rostro a rostro,
y adivinando sus sueños
o tus sueños, decías
con secreta esperanza: "médico,
ingeniero, dueña de hogar, campesino,
árbol, espiga, poeta".
Madre: te hemos traicionado.
Somos los más ilustres
vagabundos de la tierra.





PRIMERAS NOTICIAS DE MI MUERTE

El día que me muera, estoy pensando,
será un día de lluvia. El día menos
rebelde que yo tenga. Desde el bosque
traerán la madera con que sueño.
Desde un bosque cercano donde el agua
sigue su cristalino derrotero.
Y unos árboles breves, como nidos,
servirán de ataúd para mi cuerpo.
Los clavarán cantando, es muy seguro,
entre veinte o cuarenta carpinteros:
los clavarán cantando sin pensar
que la muerte camina por sus dedos.
nadie vendrá desde mi casa
porque nadie sabrá que yo me muero:
mi madre y mis hermanos continuarán
mirando el mar desde los cerros,
caminando sus calles, sus jardines,
donde la rosa quiebra sus espejos.
Mi delgado país, lo que conozco
desde el fruto quemante hasta el invierno
se irá conmigo, lo tendré golpe a golpe
en mis entrañas, en lo más ciego
del ciego corazón como si fuera
la raíz principal de mis secretos.
Lo soñado: los trenes de mi patria
que atraviesan sus ríos sempiternos,
noche a noche, aullando tristemente
sobre el musgo dormido de los techos
irán conmigo, como quien va llevando
una niebla cordial de sus espectros.
Y no andaré como antes cuando andaba
con la noche sumida en los cabellos,
visitando las casas, esas casas
donde esparcen naranjas en el fuego.
Ni beberé los vinos que bebía
con la cara perdida en un espejo,
el corazón tan frío como el agua
que está cayendo sobre el duro suelo.
Y encontraré la muerte agazapada
detrás de los otoños con que sueño.







RETRATO VIVO DE MI PADRE MUERTO

Murió en abril: tiempo de lluvia. Otoñecida
estrella le cubría la frente como un agua.
Era un hombre pequeño, realzado de pronto 
por una lenta mano, florecida manzana.
Una sombra rebelde le dormía los ojos,
como un álamo triste, como una llamarada.
Era en el tiempo niño: el tiempo inconmovible
de los bosques mojados en sus nobles estancias.
Allí nacía él, allí crecían lentamente
sus cábalas maestras, su suerte enmarañada;
allí, en las pobres vasijas, en el solar
terrestre donde la espiga levantaba
su fantasma perfecto, su pan crepusculario.
Le conocí de cerca una lenta mañana
de invierno. Como sabias monedas invariables
las lluvias pasajeras sobre el techo cantaban.
Su mano sarmentosa se halló como la fina
prolongación del tallo de las alias.
¿Era él?, ciertamente lo digo. Ciertamente,
como que ahora escribo tendido sobre el alba.
Su rostro era tan triste. Sus ojos pensativos
recorrían celestes los cuadros de la casa.
A mí me parecía, por sus limpios modales,
que sólo de un campesino pobre se trataba.
Era hijo del trigo. Venido de un barbecho
donde la luna muestra sus haciendas intactas.
Y en efecto lo era: nacido como tantos
entre un bosque brumoso y una verde montaña,
el campo se extendía por su cuerpo estrellado
y por sus venas rojas la tierra dura andaba.
Murío en abril, tiempo de lluvia, de lluvia
colonial, antigua lluvia, dolorosa campana.
Le llevaron dormido, entre 
todos los hombres que vivieron el agua
gozando las estrellas, las nubes y los recios
contornos labradores de las grises comarcas.
Le conocí de cerca, lo traté tantas veces.
Conversamos del tiempo, del trigo y la esperanza.
Murío en abril. Yo estaba lejos. Su esqueleto
vegetal bajo un huerto florido descansa.






CUADERNO PERTENECIENTE AL OTOÑO

Yo era el mendigo triste
del otoño silencioso,
el primer mendigo del mundo
con su corazón atado a la nostalgia,
el último mendigo al que se le caen
las lágrimas
sobre el olvido,
el áspero mendigo
de las esquinas donde la lluvia
se mira en las ventanas.

Soy el músico mordido
por los inviernos,
el pobre músico olvidado
que duerme sobre la tierra
con sus tibios andrajos.






BAR COSMOPOLITA

Arribamos al mesón como un barco
se acomoda a los muelles.

El bar respira el humo azul
de numerosos tabacos distintos
y apenas alcanzamos a distinguir
los gestos de la cantinera.

Se habla de largos viajes
y los parroquianos más ebrios
se miran en los fantasmas que surgen
de los espejos trizados.

De improviso se abre una puerta
al golpe del viento
y todos nos vemos navegando
en un mar de tinieblas
rumbo a la embriaguez más espantosa.






VIEJOS POETAS DEL MAR

Amo a los viejos poetas
que nos hablan de puertos distintos
y tabernas singulares,
de pianolas del alto de las altas
murallas y voces de lejanos países
entre vasos de ron,
cervezas espumantes
y una que otra certera puñalada.

Estos poetas vuelven por sus pasos
y se encargan de darnos un mar
de viejas litografías.

Sin embargo encanta viajar
hacía esos puertos
donde las tabernas vienen a ser
los azules pontones de la nostalgia.

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